Performance: historias íntimas y flores para los seres queridos que no están
Fernando Rubio presentará mañana en Plaza de Mayo Flores, que reflexiona sobre la muerte; su pieza más conocida, Todo lo que está a mi lado, reúne en una cama al espectador con un narrador
Decididamente, aunque el actor, director y dramaturgo Fernando Rubio haya tenido una educación escénica formal, su campo de acción está por fuera de ciertos parámetros de la producción artística de la escena alternativa. El típico escenario en una sala no es lo suyo. En estos días está de paso por Buenos Aires, ciudad que dejó hace ya cinco años, cuando se radicó en Río de Janeiro, para dictar un seminario de posgrado sobre performance en la EMAD. Desde lugares académicos como desde diversas bienales y festivales internacionales este artista de mirada intensa se transformó en un referente de las acciones performáticas en sitios específicos.
"Se fue dando así -aclara como si todo formara parte de un camino casual-. Ahora mismo vengo de Colombia, en donde, en 1998, había llevado mi primera performance, que se llamó Flores, un minuto para celebrar nuestras muertes, que justamente haré mañana en la Plaza de Mayo. Con esa propuesta tuve la necesidad de salir al encuentro de la gente. En perspectiva entiendo que toda mi obra es salir al encuentro del otro. En el camino me fui nutriendo de la perspectiva de arquitectos y urbanistas que me ayudaron a pensar el lugar. Y, sobre todo, pensar qué podemos hacer de diferente, indagar otras vibraciones con gentes que no conocemos en el espacio que habitamos". Radicalizó tanto eso que se lo llevó a la piel de su brazo izquierdo. Ahí se lee: "Descubrir la presencia de otro-otra en uno es lo más importante".
"Fernando pone el cuerpo crítico en su obra. Nada le es indiferente. No es posmoderno. Ni cree que lo único que se puede cambiar es el texto mismo. Está implicado ideológica, estética, política y culturalmente. De ahí su enorme valor como innovador y experimentador. No es neutral. No se hace el distraído", escribió su maestro Eduardo Pavlovsky sobre su obra (o sobre él como artista).
Al principio sus producciones de intervención urbana se regían por el formato de lo artesanal, de poner el cuerpo, del flete. Con su grupo Íntimo Teatro Itinerante se iba de un lado al otro montando una performance en la que desplegaba en el espacio siete cubos cubierto de sábanas blancas a las cuales espectador, adentro, se topaba con historias mínimas contadas por un único performance. Ese proyecto le permitió llegada a los grandes festivales. Su próximo destino será abrir, en noviembre, el prestigioso Festival de Otoño, de Madrid, con Todo lo que está a mi lado, una proyecto performático que estrenó hace 7 años y que ya lleva un recorrido por 30 parajes del mundo. Esa propuesta fue galardonada con seis premios en el prestigioso Lift Festival londinense y en el Festival TAC de Valladolid.
Las impactantes fotos de ese proyecto, que en Buenos Aires se presentó tanto en la plaza del Teatro Colón como en Tecnópolis, fue tapa de varios medios nacionales y de la sección de arte del diario The New York Times. En perspectiva, la diversidad de esas imágenes tienen algo de una contundente fotoperformance. El kilómetro cero de todo esto fue en Punta Arenas, sur de Chile. Aquella vez no había grandes producciones. Aquella vez sobre las camas había frazadas tanto cuando lo montaron en una playa del Pacífico como cuando desplegó sus sentidos en una excárcel. De ahí pasó a Uruguay y, luego, a Groningen, Holanda. Esa vez las camas estuvieron ubicadas en un lago y se accedía a ellas en votes. En Ámsterdam estuvieron sobre los canales, En Santiago de Chile se presentó en una vieja estación de tren. En Santa Clara de Cuba, no había dinero para los colchones. No importó: se hizo sin ellos. En Nueva York lo montaron en el puente de la calle 45, que fue el lugar de batalla de la comunidad gay en los ochenta. En Atenas, en una galería de libros usados abandona luego de la crisis económica. En Londres, en un pasillo que une dos edificios futuristas del poder económico y frente al Támesis. En Italia, las siete camas se ubicaron frente a unas ruinas romanas. En San Martín de los Andes, en un bosque que fue cementerio mapuche. Para la puesta en Singapur juntó a actrices que habían intervenido en otras puestas.
Las camas son siete, pero en algunos lugares han sido diez. Son siete mujeres que dicen el mismo texto a un único espectador que se acuesta a su lado. El historia remite a una experiencia de Fernando Rubio cuando era niño. "El texto es muy breve, en el cual los silencios son fundamentales. Es casi una partitura. En la introducción se habla del primer momento en el que esa persona se quedó sola. Y viene un silencio largo para que ese otro se escuche y detone pensamientos, emociones debajo de la sábana blanca junto a la actriz", apunta en un bar de Palermo.
Aunque la intimidad entre el performer y el espectador es casi extrema, en todos estos años la propuesta no generó situaciones tensas. "Hay sensualidad pero no sexualidad en ese material. Pero es algo ante lo cual siempre estamos muy atentos", cuenta quien en febrero, en el marco del FIBA, presentó su ultimo trabajo en Buenos Aires. Fue en el patio del Cultural San Martín. Se llamó Yo no muero, ya no más y era una reflexión sobre la violencia de género. Ese mismo mes, dos extrabajadoras del ese centro cultural presentaron una denuncia por supuesto abuso laboral y maltrato laboral contra Diego Pimentel, el exdirector del Centro. "Hay algo muy perturbador en eso de pensar qué se programa en un lugar en donde puede estar sucediendo lo mismo que se denuncia. Yo quería seguir con la obra, pero por distintas razones no pudimos. De hecho, la escenografía todavía está ahí. Vengo pensando mucho cómo sería volver a montar esa propuesta en el Cultural San Martín ¿Será por eso que no pudimos volver a presentarla? Las dos trabajadoras que hicieron la denuncia tomaron contacto con nosotros, pero me pregunto: ¿no será que nosotros debemos tomar contacto con ellas?", se cuestiona Rubio sin encontrar una respuesta concreta.
Si es círculo parece incompleto, hay otro que parece cerrarse. Es que mañana presentará Flores, un minuto para celebrar nuestras muertes. Será a las 15, en la Pirámide de la Plaza de Mayo. Cada performer/espectador deberá llevar tres flores blancas y allí recibirá instrucciones para participar de esta acción que él probó hace años en la Plaza del Congreso y que reflexiona sobre la memoria de un ser querido. Otra vez, la búsqueda del otro, la memoria, lo íntimo, lo performático dando vuelta alrededor de una plaza con tantas vueltas históricas.
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