Pepe Cibrián: “Ya no soy joven: soy vital, que no es lo mismo”
Es tiempo de levantar el telón para Pepe Cibrián. No como metáfora: levantarlo a partir de su necesidad visceral de hacer teatro. Desde su casa de Pilar –ese mundo privado que unos quince años atrás, fue un baldío, y hoy es un universo de plantas, obras de arte y recuerdos-, construye su nueva realidad: teatro en tiempo actual, perentorio y urgente. Y también como proyección, para cuando la pandemia sea solo una palabra más en el diccionario. Teatro para despejar la angustia y para soñar un mañana.
Pepe levantará el telón virtual el próximo viernes 29, por la plataforma PlateaLive, con Marica, un monólogo con reminiscencias lorquianas que lo acerca a sus raíces. Vía Zoom, también realiza audiciones para Infierno blanco, obra que piensa estrenar en marzo o abril del año próximo. Y por la misma aplicación se dedica a la docencia, en sus talleres de teatro. Hasta sus redes sociales están hechas de teatro: en su cuenta de instagram @Jacintalaespanola diariamente realiza "vivos" de Jacinta, que nació como personaje dePor el nombre del padre –la obra que representó con Viviana Saccone- y que cobró vida propia. "Se trata de una inimputable que dice cosas que no puede decir Pepe y que asocio con la genialidad de Catita -dice el propio Cibrián, entusiasmado con la inesperada repercusión de su encargada de edificio algo tosca e inocente-. Lo hago por placer y por un desahogo emocional: en esa hora me olvido de todo. Después entro en una suerte de decaimiento".
-¿Cómo imaginás el día después del coronavirus?
-No estoy de acuerdo con que le va a cambiar la cabeza a la gente y que esto va a ser un mundo mejor. El hombre progresivamente va a olvidarse de todo. No se puede vivir un dolor toda la vida. Sufrí como un condenado cuando se murieron mi madre y mi padre, sagrados para mí. Pero hubo un punto del dolor a partir del cual me fui olvidando. Hasta se empiezan a olvidar los rasgos exactos.
-Tal vez te quede la resonancia de tus propios padres: ellos también aprendieron a borrar sus dolores por la Guerra Civil y el exilio.
-Lo aprendieron mis padres con la guerra y yo con la epidemia de poliomielitis. Lo recuerdo clarísimo. Tenía 10 años. Estábamos en casa con un íntimo amigo, Patricio. De pronto, se empezó a sentir mal. Papá y mamá llamaron a sus padres: efectivamente tenía poliomielitis. Lo mandaron a tratarse a los Estados Unidos y no tuvo ninguna secuela. Pero yo había dormido en la cama de al lado y no me contagié. Mis padres no sólo lo superaron sino que nunca más volvieron a España. Hasta que murió (Francisco) Franco no podían. Después no quisieron. Amaban la Argentina. Fue un exilio elegido.
-A partir del viernes 29, a través de la plataforma de Platea.net, comenzás tu propio ciclo teatral con Marica. ¿Por dónde pasa tu necesidad de hacer teatro en línea?
-El teatro es meditar en la acción. Yo medito actuando. Me voy a otro mundo en donde la realidad del personaje me conmueve, me divierte, sufro. Es totalmente terapéutico. También me ayuda a costear el día a día. La gente del teatro no tenemos más ingresos que esos. No soy un hombre de la televisión, ni del cine. Y aunque nuestra secretaria general del gremio dijo que somos prescindibles (N.R.: Alejandra Darín expresó que la actoral "no es una actividad considerada indispensable"), no estoy de acuerdo: somos necesarios. Como todos aquellos que hacemos cosas para que una sociedad funcione.
-Hace 10 años conmocionaste a la sociedad con tu monólogo de Marica en el Senado de la Nación. Quedó como un símbolo, frente a tantos discursos que enmarcaron el debate sobre la Ley de Matrimonio Igualitario. ¿En dónde darías batalla hoy?
-En resurgir. Siento que vamos a abrir una puerta y nos vamos a encontrar con Berlín bombardeado. Y aquí no hay un plan Marshall. Nadie nos va a mandar nada. Tenemos que tener conciencia que lo único que va a levantar somos nosotros.
-Marica es un texto que refiere a la muerte. ¿Cómo pensás en ella?
-Me enfrenté tres veces a la muerte, muy claras: dos cánceres y la caída que tuve, por la que estuve cinco días en terapia intensiva. Viví los momentos cercanos a la muerte con un gran optimismo. La última obra que hice cuando empecé a tener el cáncer fue Lord, basada en un cuento de Charles Dickens, Cuentos de Navidad. ¡Toda la obra habla de la muerte! ¡Qué paradójico! Lo que no quiero es sufrir o estar decadente.
-El teatro en línea también te conecta con tu esencia.
-Lo disfruto mucho. Cuando hago Jacinta es como si fuera una función: una hora antes ya estoy pintado, frente a mi computadora, vestido. No necesito más decorado que estar sentado y leyendo. Estoy en el mundo del teatro. Tengo 56 obras estrenadas y después de Marica seguiré con Drácula, Juana la Loca, El Jorobado de París. ¡Todo mi bagaje de vida está en este proyecto!
-¿Cómo surgió este don prolífico por la escritura?
-¡Te juro que no lo sé! Cuando era chico, a casa venían muchos intelectuales exiliados: Rafael Alberti, Alejandro Casona, Santiago Ontañón (escenógrafo de Lorca). Y yo me escondía para escuchar sus conversaciones. Se habían enojado con Casona porque volvió a España en la época de Franco: había fallado a la dignidad de no regresar.
-Tus padres llegaron a representar obras tuyas.
-Sí. Un mes antes de la revolución mafiosa que llevó a la dictadura estrenaron De lo nuestro, lo mejor. En 1981 mamá presentó La puritana, que recibió el premio al mejor autor en Argentores. Y diez años después hizo Las dulces niñas, con Marzenka Nowak. Fue un fracaso. Nos quedamos sin nada más que para comer. Entonces se me ocurrió llamar a (Juan Carlos) Lectoure. Ni lo conocía. Cuando me atendió, lo primero que le dije es que yo no era mi padre (ríe).
-¿Por qué Lectoure?
-Porque pensé que podía producir una obra en un teatro. Jamás se me ocurrió el Luna Park. Además, yo venía de un fracaso. ¿Quién iba a querer producir una obra mía? Pero se entusiasmó y me dijo que fuera al día siguiente.
-¿Pensabas en Drácula?
-No tenía idea. ¡Te juro por mamá que no tenía nada para llevarle! De Drácula solo sabía que chupaba sangre: no había leído la novela de Bram Stoker ni visto sus películas. Pero gracias a aquel fracaso, al día siguiente apareció la idea.
-El año que viene se cumplirán 30 años de su estreno. Hubo un antes y un después en tu vida.
-Los Lectoure me cambiaron la vida. De cabo a rabo. Y no lo digo por el dinero: juro que no me importaba. Lo que me importaba era tener un teatro lleno y que me gritaran "bravo". Esos 10 años que estuve con ellos fueron extraordinarios. Desde que murió Lectoure, nunca volví al Luna Park.
-No te importa la plata, y hace un año diste un alerta: te habías endeudado con la tarjeta de crédito y necesitabas resolver una urgencia financiera. ¿Cómo es tu situación ahora?
-Vendí una propiedad y lo resolví. Es plata, solamente plata: me importa un carajo. Alberto Closas siempre le decía a mi papá: "Pepe, tú tienes que deber mucha plata al banco, y así te van a querer mucho".
-Actualmente, ¿cómo vivís?
-Tengo un nivel de gastos importante, pero puedo mantenerlos. Vivo con mi tía Carmen, que tiene 90 años. La traje a vivir conmigo unos meses antes del coronavirus. También se quedaron dos mujeres que cuidan a ella y a la casa. Y está Luis, mi hijo adoptivo, que tiene 26 años y es un sol. Lo adopté grande. Mi deseo fue haber adoptado tres o cuatro chicos, pero en los 15 años que viví con Santiago (Zenobi, de quien se separó en 2018), nunca me lo dieron.
-¿Cómo se domestica el deseo en tiempos de pandemia?
-Se lo anestesia. No hace falta más nada. Más allá de la autosatisfacción, que tampoco es para tanto: ¡tenés que tener un elenco imaginario! Ya no me divierte: hasta empecé a aburrirme de ver series y películas. Me encanta escribir y leer.
-¿Seguís conectado a las redes de encuentros?
-¡Tengo que dar explicaciones a los de Tinder, porque nadie puede creer que soy yo! En un chat de internet conocí a quien fue mi marido 18 años, a quien amo y con quien somos grandes amigos. En las redes, todos los personajes están expuestos: está la condición humana a pleno.
-¿Alguna red de acción más directa, como Grindr?
-¡En otro momento la usaría como loco! Hoy ya no. No es lo que me atrae.
-¿Las redes te hacen sentir más joven?
-Ya no soy joven. Soy vital, que no es lo mismo. Como decía Oscar Wilde, ser joven es una enfermedad que se cura con el tiempo.
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