La actriz trans protagoniza el mayor éxito del Teatro San Martín, fue animadora de las fiestas Plop, bailó en Showmatch y hoy se luce en Siglo de Oro trans, la versión “diversa” del clásico Don Gil de las calzas verdes
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Siempre se autopercibió como artista. A los nueve años, en su Pergamino natal, empezó aprendiendo acrobacia en una escuela de circo, pero sus intereses ya eran múltiples. “Yo era quien animaba todos las fiestas familiares, aparecía con un kit de juegos, me disfrazaba, hacía trucos de magia, bailaba y hacía participar a todos. Era pura alegría, decoraba toda la casa y mi familia me adoraba. Eran dos horas en las que me prestaban absoluta atención y guay si alguno se desconcentraba o se reía. No saben cómo me enojaba”, empieza desandando su historia Payuca del Pueblo, la actriz que hoy protagoniza Siglo de Oro trans –la versión “diversa” del clásico de Tirso de Molina Don Juan de las calzas verdes, que concibió Gonzalo Demaría y dirige Pablo Maritano–, en el Teatro San Martín.
Luego de un violento golpe en la cabeza, sufrido por un descuido en un entrenamiento, su madre decidió poner fin a la actividad física. “Tenía 11 años, no llegaba a medir un metro y era muy flaquita; después, por el efecto rebote que me causó tomar tantas vitaminas en la infancia, sumado al abandono del ejercicio, empecé a engordar y, a los 13, llegué a pesar 92 kilos. Por suerte en la adolescencia pegué el famoso estirón y todo se repartió de nuevo. Ahí comencé a estudiar teatro y descubrí el placer de ensayar y presentar una obra todos los fines de año; en fin, descubrí mi vocación. Por eso, cuando terminé el secundario, y sentí que en Pergamino estaban agotadas todas mis posibilidades, decidí venir a estudiar a la capital con un compañero, sea como sea”, recuerda Payuca. Y con este “sea como sea” se refiere a que si bien sus padres la apoyaban incondicionalmente, no podían respaldarla en lo económico. “Mi padre era sodero y mi madre, portera en un colegio; así que vivían con lo justo, no había manera de que me mantuvieran”. Lejos de descorazonarse, consiguió un puesto en un local de comidas rápidas en Avellaneda, una habitación en una pensión de la calle Sarmiento al 1500 (“justo detrás del Teatro San Martín”) y, lo que fue más meritorio: ingresar tras un exigente examen a la Escuela Metropolitana de Arte Dramático. “Fueron cuatro años de estudio intenso, de trabajo a destajo y de salir todas las noches a recorrer la avenida Corrientes y flashear con que algún día pisaría el escenario de alguno de sus teatros”.
Concluido ese período, sobrevino la realidad que abarca a todo el gremio de actores: la falta de trabajo, la frustración y, en su caso particular, “la rotation por pensiones y habitacioncitas de hoteles de Dock Sud, Lanús, Almagro y Abasto, con uno, dos, tres y hasta cinco amigos y amigas”. No obstante, nunca bajó los brazos y en 20 años de trayectoria integró el elenco de varias obras del circuito off (como Mamá, papá, mi novia, Happy Brownies, Princesas rotas y Salvajes) y se hizo famosa como anfitriona de las fiestas Plop y Puerca. Desde entonces, además, es un ícono de la comunidad LGBTQ. En 2019 arribó a la televisión por primera vez, en un papel en el ciclo de ficción de Telefé Pequeña Victoria, y este año bailó en ShowMatch, acompañando a su amiga Mariana Genesio Peña.
–¿En qué momento te convertiste en Payuca del Pueblo y cuál es el origen de tu nombre?
–En Payuca me convertí cuando empecé a trabajar como transformista en las fiestas. Necesitaba un nombre para presentarme como tal y no quería nada muy glam, ni de diosa o diva. Entonces recordé que en un espectáculo de teatro unos amigos me habían empezado a decir “payuca” porque yo les había contado que era de Pergamino y ellos flashearon con que debía vivir en medio del campo. Pergamino está rodeado de campos, es verdad, ¡pero es una ciudad! El término “payuca” es similar a campechano, y se utiliza para nombrar a la persona de campo, buenaza, que viene del Interior a la Capital. Luego, lo “del Pueblo”, nació con Facebook. Cuando intenté crear mi cuenta de usuaria me pidió un nombre y puse Payuca, pero luego, para mi sorpresa, me exigió además un apellido. Entonces pensé: “yo soy de la gente, soy de abajo, en fin, soy del pueblo”. Así surgió el nombre completo, pero ahora prefiero que me llamen simplemente Payuca, tanto en la vida como en la profesión.
–¿El cambio de nombre coincidió con tu transición? ¿Vos ya eras una chica trans en Pergamino o te convertiste en tal cuando te mudaste a la capital?
–Fue un proceso natural. Sentía que para determinados personajes me tenía que dejar las uñas largas, y entonces lo hacía. Después me dejé el pelo largo, cuando siempre lo había tenido corto, y empecé a planchármelo con la excusa del transformismo. Más tarde opté por la depilación definitiva, primero en la cara y luego en el resto del cuerpo. Decía que era por motivos artísticos, para poder maquillarme mejor o lo que sea, pero me automentía. Fue todo de a poco y no siempre conscientemente. Las decisiones las tomé todas de adulta, y ya viviendo aquí, en la capital, porque me sentía con más libertad para hacerlo. Ya no me sentía escrudriñada por el ojo ajeno, por “el vos sos esto o sos lo otro”. Porque, más allá del amor de mi familia, mi infancia fue muy complicada por el bullying y el insulto permanente. Hoy pienso que no me vine a Buenos Aires sólo a estudiar actuación sino a tener un despegue a nivel personal.
–¿Trabajar en el Teatro San Martín era una meta en tu carrera? ¿Cómo se produce tu desembarco en la sala mayor del complejo teatral, la Martín Coronado?
–Sí, siempre fue mi sueño trabajar en el Teatro San Martín. Lo tuve desde que me vine a vivir a la pensión de acá a la vuelta. Luego, cuando empecé a hacer la carrera de actuación, el sueño se incrementó un poco más. Y de hecho cuando egresé dije: listo, ahora voy a trabajar en el San Martín. Pero esto no ocurrió hasta 20 años después. Y la espera no me enoja para nada, creo que de joven no tenía las herramientas necesarias para pisar semejante escenario. El tiempo es sabio. Hoy me parece maravilloso que finalmente haya ocurrido y me felicito por no haber abandonado el sueño. Porque es muy fácil abandonar los sueños, lo difícil es persistir en ellos y trabajar todo lo necesario para concretarlos. Evidentemente este era el momento para lograr mi sueño. Aunque el proceso no fue nada fácil, ¿eh? De las audiciones me enteré por mi amiga Mariana Genesio Peña, cuando grabábamos Pequeña Victoria. Ella me comentó que iba a trabajar en una obra para la que convocarían a un elenco de personas trans. Entonces me contacté con la producción, hice las audiciones y no quedé seleccionada. ¿Pero qué pasó después? De repente Mariana se bajó del proyecto y me volvieron a llamar. Ahí me probaron en todos los personajes, ¡durante más de cuatro horas! Al día siguiente me llamaron para confirmarme que había sido elegida como la nueva protagonista de Siglo de Oro trans. No lo podía creer, yo pensaba que a Mariana la iba a reemplazar alguien del elenco original y que yo pasaría a cubrir el papel vacante. Así que fue una doble sorpresa y una gran noticia. ¿Qué fue lo primero que hice? Me largué a llorar y después llamé a mis padres. Sin dudas fue un momento hermoso. Estamos hablando de hace dos años, porque la obra se estrenó en enero de 2020 en el Teatro de la Ribera y luego, a los dos meses, iba a pasar al Teatro Regio –ambos teatros del Complejo Teatral de Buenos Aires–, pero con la pandemia se paró todo. Finalmente pudimos volver en septiembre de este año y nada menos que al Teatro San Martín. Terminamos la temporada oficial el 6 de noviembre, pero parece que ese fue un final falso porque nos volvieron a convocar y ahora estaremos hasta el 16 de diciembre.
–En Siglo de Oro trans encarnás tres personajes (Don Gil de las calzas verdes, Juana y Doña Elvira) y todos están atravesados por el juego de las identidades y la confusión. ¿Esto es lo que más te sedujo de los papeles? ¿Cómo fue el proceso de ensayos?
–Sí, totalmente. Trabajamos con el director el cómo poder diferenciar estos tres personajes. Al principio optamos por el estereotipo de lo masculino y lo femenino. Para lo primero voz gruesa y para lo segundo, voz aguda. Pero después, con el tiempo, nos dimos cuenta que eso era muy obvio. Finalmente todo se fue amalgamando y fluyendo y las diferencias entre los personajes se establecieron por sus distintas energías, no por lo que habitualmente se entiende por masculino o femenino. Ahí fue cuando me relajé y me entregué. Vivimos un proceso de ensayos muy intenso de tres meses, de seis horas diarias, en el que pasé por todas las etapas habidas y por haber, incluso la del llanto. Porque no sólo cargaba sobre mis hombros con el papel protagónico sino con otros dos más. Y la obra es en verso y tiene un texto muy complejo. Me preguntaba todo el tiempo: ¿seré suficientemente buena? Encima, como lo mío se trató de un reemplazo, entré al período de ensayos 15 días más tarde que el resto. Pero gracias al acompañamiento del director me pude poner a la par de mis compañeros, que son todos monstruos de la actuación. Y hoy la obra es puro disfrute: llego al teatro tres horas antes de la función, paso por maquillaje y peluquería, repaso la letra, hago ejercicios vocales y hasta me tomo un tecito. Amo el ritual previo y las funciones son de un goce y un placer inconmensurable.
–¿Cuáles son tus referentes en la actuación y en la vida?
–Nunca dije “quiero ser como ésta o éste”, pero en Pergamino veía mucho por televisión y disfrutaba a Antonio Gasalla. Me acuerdo de su programa El palacio de la risa, con Urdapilleta y Tortonese. Algo de eso me interesaba, eran actores que encarnaban personajes femeninos y eran aceptados por el público en un horario familiar. Vislumbraba ahí una posibilidad. Quizás, aunque nunca lo tuve muy claro, ellos fueron mis referentes. También me atraía la imagen de Cris Miró, una vedette trans en la calle Corrientes. Y después, cuando me trasladé a la Capital, quien me atrajo fue (el transformista) Gustavo Moro, con quien luego tomé durante varios años clases de danza jazz. Me gustaba mucho su estética.
–No nombraste a Florencia de la V ni a Lizy Tagliani. ¿Te considerás una actriz con un perfil más intelectual?
–No, y de hecho la obra que hoy hago, Siglo de Oro trans, es una comedia. Estará basada en el clásico de Tirso de Molina, pero es una comedia. Yo me defino como actriz y punto. Además, a Lizy la adoro y me parece maravilloso lo que hace. Y el camino que hizo Flor es súper valorable.
–¿Reconocés que ellas, de alguna manera, te allanaron el camino para que pudieras arribar a donde llegaste?
–Sí, totalmente. Y se los agradezco. También a La Barbie y a La Cacho, a quienes veía asiduamente cuando hacía transformismo. Marcaron un precedente y abrieron un camino. Habilitaron una senda por seguir y pude ir detrás de ellas.
–¿Qué opinás de la Ley de Cupo Laboral Trans, promulgada este año, que, entre varias medidas, establece un mínimo del 1% de empleados trans en la planta laboral del Estado nacional? ¿Estás conforme con sus alcances?
–Me parece un logro maravilloso y digno de festejo. Era algo necesario y urgente. Pero, dicho esto, da pena en algún punto que sea sólo el uno por ciento; es muy poco en comparación con la necesidad que hay, pero está bien, es un primer paso y está buenísimo. Aquí, en esta sala oficial, la del Teatro San Martín, se nos está dando la posibilidad de que la mitad del elenco seamos personas trans. Es maravilloso y espero que esto abra una puerta para futuros elencos y espectáculos. Y a partir de ahora estaría buenísimo que se nos empiece a valorar más por nuestro talento que por nuestra condición sexual o identidad de género. Esa es mi lucha personal: quiero que ahora me valoren por si actúo bien o mal, no por si soy gato, perro o planta. Hay mucha discriminación con respecto a las personas trans y mucha ignorancia también. Se necesita más educación y concientización a nivel sociedad. No todas las personas trans quieren ser famosas ni son peluqueras o trabajan en la prostitución. Muchas quieren hacer una carrera tradicional, ser contadoras o abogadas, pero no cuentan con esa posibilidad. Ya es tiempo que la sociedad discrimine menos y ayude más.
–En general, a los actores trans se les ofrece encarnar sólo a personas trans. ¿El nuevo objetivo sería el acceso a una mayor diversidad de papeles?
–Sí, totalmente. En el teatro independiente y en el teatro off eso no sucede, de hecho yo hice ahí otros personajes: de cocinera, mucama, abogada, jueza. El problema está en el mainstream, en el cine, la televisión y el teatro comercial. Encima, cuando te llaman, es para interpretar a una mujer trans dedicada a la prostitución, a la venta de drogas o a cualquier cosa que sea marginal. Insisto: hay un montón de personas trans que no se dedican a eso bajo ningún punto de vista. Yo no tengo inconvenientes en aceptar un papel así, pero me encantaría hacer otro tipo de personajes, como me sucede hoy en Siglo de Oro trans. En tren de fantasías, después de esto me gustaría hacer un clásico-clásico. ¿Por qué no La señorita Julia, de August Strindberg? En un par de añitos tendré la edad correcta para ese rol, así que a través de esta nota le expreso mi deseo al universo. Ojalá que me responda afirmativamente.
Para agendar:
Obra: Siglo de Oro trans. Teatro San Martín (Sala Martín Coronado), Corrientes 1530. Funciones: miércoles y jueves, a las 20. Hasta el 16 de diciembre. Duración: 90 minutos.
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