Entusiasmada y en un gran momento personal por su relación con Patricio Abadi, la actriz vuelve a las tablas con Una terapia integral, que habla de la necesidad de creer y encontrarse con uno mismo
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Muchas son las referencias sobre la trayectoria de Paola Krum y todas son válidas a la hora de describirla. Los más televisivos la tendrán por su actuación en Montecristo, donde la pantalla de Telefe ardía gracias a los 30 puntos de rating en pleno prime time, mientras los espectadores más vintage la recordarán por su saga, bajo el ala de Alejandro Romay, Solo para parejas, Inconquistable corazón y Por siempre mujercitas. Pero también fue la inolvidable Lucy en la paradigmática obra Drácula, de Pepe Cibrián que transformó la comedia musical argentina en los 90, con una superproducción en el Luna Park. Los cholulos la tendrán presente por ser, junto con su expareja Joaquín Furriel, los padres de Eloísa, y los que viven en la nebulosa artística, por ser aquella bella jovencita que trabajó en “todas” las novelas de la tele pero en teatro hacía verdaderas obras de culto, como Sueño de una noche de verano y Después de casa de muñecas. Sin embargo a sus 54 años, reconoce que no se acostumbra a dar entrevistas y que es el peaje que tiene que pagar a diario para hacer lo que más le gusta que es actuar. Llega a la entrevista con LA NACION agotada luego de una extensa jornada de ensayo de su nueva obra, Una terapia integral, y aunque se predispone de la mejor manera y con una sonrisa genuina, reflexiona en voz alta: “Qué difícil es ahora para los actores dar notas con los tiempos que vive el país. Una frase frívola que te saquen de contexto y no solo te matan en las redes sino que vienen tus familiares y te dicen por qué dijiste esto, por qué dijiste lo otro”.
El punto de encuentro fue un hotel de pasajeros que queda justo enfrente del Teatro Metropolitan, donde el 4 de julio estrenará junto con Carlos Belloso, Carola Reina y Juan Leyrado la obra dirigida por Nelson Valente. Y mientras camina hacia el bar para continuar la conversación, en los televisores de la recepción las imágenes de la búsqueda de Loan, el niño de cinco años desaparecido en la provincia de Corrientes, son incesantes. Krum mira y comenta, resignada: “Qué locura esto... Pero mejor no hablar de ciertas cosas, aunque la realidad duele, y mucho”. La charla continúa.
-Tu nueva obra, Una terapia integral, habla un poco de esto, de exorcizar las energías con un método terapéutico.
-Es una obra muy diferente a todo lo que hice en mi vida. Trata sobre un panadero muy famoso que propone un método para elaborar el pan, pero a través de una terapia que requiere encontrarse uno mismo, intentar ser feliz, expulsar las malas sensaciones. Y en este momento, donde proliferan todo tipo de terapias y creencias, se produce una identificación casi inmediata con el texto. Me pasó a mí con mi personaje y a los chicos con los suyos. Imaginate a todos juntos en el escenario, con Belloso, Leyrado y Carola Reina lidiando con la existencia. Por momentos es desopilante.
-¿Cómo es tu personaje?
-Es una chica que tiene problemas psiquiátricos y que, si bien va a esta propuesta sabiendo de qué trata, se sorprende por lo que se genera en el encuentro. Cada uno tiene un conflicto característico muy marcado, que son muy visibles para el espectador. Se van a sentir parte. En lo personal, es un personaje que me permitió tocar ciertas teclas de la actuación que hacía mucho no tocaba y tenía ganas.
-¿Qué paralelismo podríamos hacer con tu vida personal?
-Con la terapia tradicional, que hago desde siempre. Hice lacaniana, freudiana. Me psicoanalizo desde hace muchos años y me hace muy bien. Dejé un tiempo, ahora retomé y fue una sabia decisión, me siento mucho mejor. Hacer actividad física también me hace bien, es el complemento ideal para todo el trabajo que hago con la cabeza. Desde los 10 años, cuando comencé con la danza, que hago actividad física y eso me permite descargar. Hago mucho Fitbarre, que es una mezcla de danza con pilates y fitness. Hago también localizada. Me recomendaron hacer musculación pero me embola. Para mí es súper terapéutico poner mi cuerpo en movimiento. A veces estoy con un humor de perros y después de una clase salgo renacida.
-Actualmente la Avenida Corrientes es un firmamento de estrellas. ¿No te genera presión competir con las figuras más taquilleras del espectáculo nacional?
-Es cierto, hay una competencia como pocas veces vi en el teatro. Desde Imanol Arias y Mercedes Morán, hasta Nancy Dupláa, Nico Vázquez, incluso nuestro productor, Adrián Suar, nos compite directamente con su obra. Pero no es muy distinto a lo que viví en mis años de televisión. Igual, en el proceso de ensayo soy más cauta, las expectativas están puestas en el estreno y en que todo salga bien. La mayor presión se me genera por encabezar una obra coral como esta, porque a mi lado tengo grandes actores y mi mente está puesta en estar a la par y no desentonar.
-¿Es cierto que no te gusta dar notas, o es una estrategia para que el periodista sea más benévolo?
-Me cuesta muchísimo hablar. Tengo miles de mensajes en mi celular, de periodistas que me piden notas, y a todos les digo que no, que me disculpen. Me siento culposa, en serio. Cuando no estoy trabajando, no doy notas. Y cuando trabajo lo debo hacer, no tengo opción. La televisión no me gusta, me pongo nerviosa, me incomoda, no sé qué contestar. Siento que voy a decir una pavada. Y las gráficas, después leo las notas y me quiero morir. Las radiales son tal vez en las que mejor me siento. Le tengo miedo a los títulos. Los títulos siempre encuentran la manera de aniquilarme. Me hacen mal.
-Imagino que lo tratás en terapia.
-Sí, y la idea y el desafío a mis 54 años, es divertirme en una charla con un periodista como me divierto en el escenario. Igual a veces me pregunto a quién le importa lo que puedo decir, lo que pienso, lo que vivo. También entiendo que hice muchas cosas importantes en mi vida profesional, sé quién es el padre de mi hija, sé los romances que tuve. Sé que hay para hacer quilombo con mi nombre, pero me encantaría escapar a esas reglas del juego.
-Sin embargo, hace poco publicaste en tu Instagram una foto junto con tu novio.
-Me pregunté mucho por qué publiqué esa foto junto a mi novio. Lo cierto es que estoy muy enamorada. Esa es la respuesta. Ahí tenés un título (sonríe). Pero fue un acto espontáneo. Tampoco hay tanto estudio previo a lo que hago. Fue un impulso. Después me pregunto para qué exponerme. Son esos dilemas que cualquier persona tiene cuando publica algo de su vida. En mi caso tal vez derive en una nota, en un comentario o en un enojo. Trato de ser cuidadosa y sé que me debería importar mucho menos. Con mi hija sí no publico nada, conmigo soy más laxa.
-En la foto se los ve felices.
-Con Patricio (Abadi) estoy muy contenta. Estamos juntos hace nueve meses. Ya habían salido algunas cosas pero con mi publicación, lo oficialicé. Estamos muy enamorados. Intentamos ser espontáneos, pero lo cierto es que al ser personas públicas, todo lo que hace una pareja tradicional, en nosotros, tiene un mínimo de análisis. Dudamos, nos animamos, estamos en esa etapa.
-En lo que respecta al amor, ¿cómo te das cuenta que te quieren a vos y no a esa actriz de tapas de revistas y éxitos televisivos?
-Siempre hay una imagen previa de mí, por todo lo que hice. Hay gente que no sabe quién soy y es hasta mejor, porque el contacto es de igual a igual. Lo que casi siempre me pasa es que cuando conozco a quien sea, una pareja, un director o etcétera, siempre piensan que soy de una manera que nada tienen que ver como soy yo en realidad. En ese caso la presión es mía, por saber si respondo a esa expectativa que tenían sobre mí. No soy la chica de Inconquistable corazón, tampoco la de El primero de nosotros. Soy Paola, madre de una hija de 16 años, ahora con mis 54, que trabaja de actriz.
-¿Cómo se conocieron con Patricio?
-Me escribió directamente. Él es amigo de un amigo en común, y yo sabía que me iba a escribir. Yo no lo conocía. Entonces, la típica: lo busqué en las redes, me gustó y empezamos a hablar. Tuvo coraje, lo admito y lo valoro. No sé contra qué fantasmas compitió, será un tema suyo, pero me escribió y me gustó. Aparte escribe de una forma, que morí de amor. Tiene una sensibilidad absoluta. Es un hermoso actor, director y autor, que va más allá de la foto de Instagram donde se lo ve muy lindo, por cierto. Conectamos y estamos muy bien juntos.
-Los tiempos cambiaron tanto que pasaste de ser la foto más buscada a publicarla vos misma.
-A mí me hicieron miles de guardias. Todavía me queda esa paranoia de arreglarme cuando salgo de casa por si hay alguien sacándome fotos. Ya no existe más. Me han sacado mil fotos yendo al upermercado chino a comprar, o sacando a pasear a mi perro, y los títulos siempre eran “El peor momento de Paola Krum”. Y claro, ¡si salía hecha un desastre! Daba una imagen patética, yo caminando con mi perro, vestida así nomás. Saber que había un fotógrafo en la esquina cuando nació mi hija o cuando tenía un novio nuevo me daba mucha bronca. Ahora me encuentro con esos mismos fotógrafos y nos saludamos como grandes amigos, pero me la hicieron parir.
-En tu trayectoria hay tres años en blanco, de 2007 a 2009, inclusive.
-Cuando nació Eloísa, mi hija, tomé la decisión de dejar de trabajar. Quería dedicarme por completo a ella. Es lo más importante de mi vida y me siento orgullosa de haber tomado esa decisión, porque disfruté cada momento de su crecimiento. Ser madre es mi mejor papel, lo que más disfruto, donde mejor me siento y cuando más feliz soy. Somos muy unidas. Tenía tanto deseo y estaba tan feliz de ser mamá que recién a sus dos años volví a trabajar. La complicidad que tenemos hoy, fue cimentada en esos primeros años donde estuvimos muy juntas y fuimos muy felices.
-Con 16 años, y siendo la hija de Paola Krum y Joaquín Furriel, le deben llover propuestas artísticas.
-Mi hija quiere ser música. Canta como los dioses, toca muy bien el piano y compone. Tiene mucha lucidez y toma cosas del padre y mías. Por ahora observa, está en un proceso de aprendizaje y estudio. Cuando crea que es el momento para mostrar lo que hace, sin duda lo hará. Hace tiempo que me ofrecen trabajos para ella o de hacer notas juntas, pero por ahora no quiere. No quiere salir al medio como “la hija de...”, sino salir con algo concreto y que después se enteren quiénes son sus padres.
-¿Tu camino, también lo tenías decidido a los 16 años?
-Sí y no. Yo era bailarina, me estaba dedicando a eso desde los 10, hasta que a los 15 tuve una lesión en una articulación que me impidió continuar como bailarina profesional. Pero mi objetivo era ese, ser bailarina clásica. Después, lejos de pensar que el mundo se me terminaba, me motivé a estudiar actuación. Di con muy buenos maestros, Carlos Moreno en la escuela de Lito Cruz, Agustín Alezzo, Julio Chávez y Lorenzo Quinteros, quien para mí fue fundamental. Tuvimos una charla donde me explicó por qué yo debía ser actriz y hasta el día hoy tengo sus palabras resonando en mi cabeza. Paralelamente a todo eso trabajé de cajera en Casa Tía y en un bar como moza en el Patio Bullrich.
-¿La belleza siempre fue su carta de presentación?
-Yo nunca me sentí linda como para ser la actriz de la telenovela. Después sí ocupé ese rol, pero no era un factor que manejaba con naturalidad porque, en serio, no lo sentía. Yo buscaba desplegar las facetas con las que me sentía más segura que eran la actuación y el baile. Lo que otros veían en mí no me pertenecía ni me condicionaba. Por eso siempre estudié mucho.
-¿La moviliza el paso del tiempo?
-La actuación te permite ser un niño eterno porque siempre estás jugando a ser tal o cual. La verdad es que yo me siento de veinte. Sé que soy una señora de 54 años y trato de acomodar mi comportamiento y mis pensamientos a mi edad, pero por dentro soy una niña. Con respecto a la imagen, al estar ahora haciendo teatro, no me genera gran impacto. Cuando hago televisión, que aparezca mi cara en primer plano, es fuerte. La cámara te devuelve una imagen que no te devuelve ni siquiera el espejo de tu baño. Eliminemos por favor el HD, llegó para arruinar el ego de los actores. Te muestra hasta los poros. El HD atenta directamente a la fantasía del espectador.
-¿Con la edad, las propuestas laborales se van ampliando o achicando?
-No lo medí. Pero me encanta que, si antes era la protagonista de la historia de amor, ahora soy la madre de la protagonista y, a futuro, la abuela. Siempre y cuando el personaje sea rico en la historia, yo lo hago con gusto. Aparecer por aparecer, no. Pero si tiene algo interesante y propio, estoy a disposición. Soy relajada con mi edad, tampoco podría hacer mucho. De lo que estoy segura es que ahora soy mucho más feliz de lo que era cuando tenía 20.
Para agendar
Una terapia integral: Teatro Metropolitan (Av. Corrientes 1353). Funciones: a partir del martes 4 de julio, de jueves a domingos.
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