Pájaro de barro, la pieza de Eichelbaum, vuelve al Regio después de 50 años
La obra, dirigida y adaptada por Ana Alvarado, no se representaba desde 1969; si bien retrata a la mujer de 1940, los conflictos que escenifica no han perdido vigencia en la actualidad
Desde que se versionó, bajo la dirección del brillante Armando Discépolo en 1969 en el Teatro Nacional Cervantes, Pájaro de barro, la obra de Samuel Eichelbaum, no ha vuelto a representarse. Hasta ahora: podrá verse desde este sábado, a las 20.30, en el Teatro Regio, en una producción del Complejo Teatral de Buenos Aires, con la dirección de la reconocida Ana Alvarado y un elenco compuesto por Daniel Hendler, Marita Ballesteros, Lucía Tomas, Ernesto Claudio, Mariano Mazzei, Celeste Gerez, Jesús Catalino y Valentina Veronese, entre otros.
Si bien la pieza es de 1940, plantea conflictos que después de casi ochenta años son absolutamente contemporáneos. "La obra fue bastante adelantada a su tiempo. Es un drama interior que en su momento, seguramente resonaba un poco atrevido en algunas cuestiones -señala Alvarado-. Pero hoy está muy cercano a reflexiones y pensamientos en torno de la mujer y problemáticas como el embarazo". No es casual, por otra parte, representar esta obra en este momento de la sociedad argentina donde el colectivo de mujeres está más presente que nunca.
Lucía Tomas, la protagonista que interpreta a Felipa en la obra, brinda una mirada lúcida e interesante sobre el lugar que tenía la mujer en aquella época y en estos tiempos que corren: "Yo no creo que la mujer haya cambiado desde 1940 hasta ahora. Quizá lo que está empezando a cambiar ahora es la percepción, quizá no es la mujer la que está cambiando tanto, sino la sociedad que comienza a darle lugar a esas voces que siempre estuvieron ahí denunciado determinadas cuestiones que no estaban ni están buenas. Creo que estamos en pleno auge de eso", dice con la voz reposada. En relación a su personaje, ante la pregunta de cómo fue abordarlo para ella, la joven actriz describe: "Felipa no solo está condicionada por su posición de mujer que tiene que cumplir ciertos mandatos, sino también que hay una cuestión de clase. Para construirlo, yo me acerco y me alejo del personaje y hacerlo me llevó a estar en constante estado de pregunta", cierra Tomas.
Daniel Hendler, por su parte, interpreta a Juan Antonio, un escultor al que él define como "un poco subyugado por su madre interpretada por Marita Ballesteros, pero con esa libertad y caprichos propios del artista. Pero ante todo -dice, relajado en la tarde soleada, días antes del estreno- es un mujeriego que no quiere compromisos de ningún tipo". Sin embargo, más allá de huir, su personaje tendrá un encuentro, un cruce, que no tiene retorno para nadie. El actor y director uruguayo remarca la calidad del texto de Eichelbaum por la complejidad de la mirada que entraña sobre la familia: "Hay preguntas con las que el texto interpela como ¿qué es ser madre? o ¿qué es ser padre? Podríamos decir que Felipa comprende muchas cosas que todavía hoy cuesta entender sobre aquello vinculado a desear la maternidad o la paternidad y preguntarse en qué consiste eso", dice. "Eso me conmovió -continúa- y además mi personaje me permite un abordaje desde el humor que me resultó muy agradable".
Para hacer la adaptación de la obra, la directora remarca cuánto respetó a Samuel Eichelbaum y señala: "No hay palabras mías, salvo muy pocas excepciones, en el texto. Fue simplemente alterar algún parlamento, cambiar de lugar un detalle para que pueda ser mejor escuchado. La idea de la adaptación fue traerla un poco en el tiempo", explica entusiasmada. En ese sentido, la puesta en escena sobresale con referencias al cine nacional y así la define ella: "Hay un concepto escenográfico de la idea del color que va apareciendo progresivamente hasta estallar. En esa misma consonancia está el vestuario realizado por Sol Gaudini, aunque también es muy de época. Además hay en la obra un pequeño aspecto de animación muy hermoso vinculado a la idea de hacer una serie de homenajes al cine argentino de principios del siglo XX, desde que era blanco y negro hasta el color más saturado. Son como estampas -describe, didáctica, fiel a su larga trayectoria docente-, cuadros que entran en una relación dinámica".
En busca de una mirada panorámica sobre aquello que plantea la dramaturgia, Hendler desmenuza la pieza no desde la afirmación del discurso, sino desde las preguntas que la obra proyecta: "Lo humano pasa por lo contradictorio y no necesariamente por una heroína que toma una decisión fácil o clara, o que la va a apoyar todo el público. Uno acompaña y asiste a una serie de conflictos internos que tienen que ver con los mandatos sociales y el rol de la mujer", reflexiona, con voz calma. Así, es atractivo su punto de vista sobre los personajes: "La obra plantea el conflicto desde un lugar bastante puro, no contaminado por una discusión maniquea de dos bandos, porque el autor tanto como el público contemplan a los personajes en relación a sus deseos y decisiones. En el fondo -dice con naturalidad, como quien ha repasado en sus pensamientos mucho una cuestión- la obra está atravesada por las posibilidades de la autonomía, de que cada uno y cada una puedan decidir sobre sí mismo y sobre sus libertades", cierra.
Tanto la directora como los actores coinciden en la excelente dinámica del trabajo colectivo. "Siempre que se hace una obra, hay algo en el pasar tiempo donde se construye una cotidianidad similar a la de las familias. Hay determinados sistemas que empiezan a funcionar y algunos son más agradables que otros", apunta Tomas con un tono de voz convencido. Sin vueltas, la directora se describe como alguien para quien "el teatro es una creación colectiva". Y Hendler cuenta con vividez una percepción que tuvo en relación a los vínculos que se formaron entre compañeros de trabajo y que de alguna manera también se dan entre los personajes: "No deja de llamarme la atención que esta es una reunión entre personas que a mí me resultan todas muy agradables e interesantes. Creo que tiene que ver con la obra porque los personajes también tienen algo así: todos son de alguna forma puros, porque hacen lo que pueden, dicen lo que creen, tienen sus contradicciones internas, tratan de ser mejores, pero hay algo que tiene que ver con el punto de partida que es la linda reunión que se armó", sintetiza su analogía.
Por último, pero no por ello menos relevante, es la música de la obra, compuesta especialmente por Gustavo García Mendy, con quien Alvarado ya ha trabajado en Una pasión sudamericana, la obra de Ricardo Monti. De sus cualidades, ella destaca que "él tiene una sensibilidad especial para ciertos aspectos de las obras que tienen un mayor contenido poético porque sabe trabajar las emociones sin ser narrativo, sabe hilvanar sin saturar", concluye como si pudiera tocar las notas de esas melodías en el aire de la tarde palermitana.
Pájaro de barro
Dirigida por Ana Alvarado.
De jueves a domingos, a las 20.30.
Teatro Regio, Córdoba 6056.
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