El experimentado autor escribió y protagoniza A la izquierda del roble, en el Centro Cultural de la Cooperacion; y en breve estrenará una obra sobre la pandemia, en El Tinglado
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Pacho O’Donnell recuerda a Mario Benedetti como un amigo. La idea de rendirle homenaje, entonces, surgió naturalmente. Fue hace un par de años, cuando en una conversación con otro amigo, Daniel Marcove, apareció la posibilidad de un proyecto teatral que tuvo su primera etapa en 2018 y ahora, cuando se van alivianando las restricciones impuestas por la pandemia, revive con la misma vitalidad de aquella apuesta original. A la izquierda del roble, programada los viernes, a las 19, en el Centro Cultural de la Cooperación (Corrientes 1543), es un emotivo recorrido por la vida, las ideas y la poesía del venerado autor uruguayo. Un reconocimiento explícito de su compromiso político, de su humor, de su talento para la literatura, condimentado con un puñado de canciones inolvidables de Joan Manuel Serrat, Silvio Rodríguez, Daniel Viglietti, Pablo Milanés y Alberto Favero, entre otros músicos ilustres. O’Donnell es el autor de la obra, pero también uno de sus protagonistas. Lo acompañan en la aventura Marcelo Balsells, Alejandra Darín y el músico Sergio Vainikoff. La dirección del espectáculo está a cargo de Marcove, un profesional con más de cuarenta años de trayectoria. “Siempre tuve una gran admiración personal y literaria por Benedetti. Era un hombre sencillo, inteligente y pudoroso -remarca Pacho-. Era muy reservado, pero en la intimidad dejaba volar su imaginación y tenía un gran sentido del humor. Se me suelen escapar los porqués de mis libros y mis obras de teatro. Recuerdo aquella charla con Marcove y cómo nos entusiasmamos muy pronto con la idea de este proyecto. La poesía de Benedetti es muy musical, por eso son muchos los cantores populares que han creado bellas canciones con sus textos. Por otra parte, siento como muy necesario un homenaje a la poesía en estos tiempos tan oscuros. Benedetti le cantó al amor como pocos, y al mismo tiempo fue un hombre muy comprometido políticamente: fue uno de los fundadores del Frente Amplio en Uruguay y sufrió persecución, exilios, listas negras. Siempre tuvo una conducta ejemplar, fue un modelo para entender cómo debe pararse un intelectual latinoamericano frente a las dictaduras”.
–¿Hoy, en términos generales, ese compromiso de la intelectualidad ha menguado un poco, no?
–Efectivamente, y es una consecuencia de la caída del Muro de Berlín, Los intelectuales comprometidos acompañaban una alternativa social, ese compromiso formaba parte de una confrontación entre dos modelos políticos y económicos distintos. Cuando cayó uno de los dos, se debilitó la militancia en general y también se debilitaron las manifestaciones artísticas que acompañaban a esa militancia.
–Volviendo a la obra, ¿siente que su contenido tiene una resonancia especial en el contexto actual?
–Sí, completamente. Esta es nuestra tercera temporada. Tuvimos que interrumpir luego de las dos primeras funciones por la pandemia, pero sabíamos que íbamos a reponer la obra porque estamos respondiendo a una necesidad de este grupo. Mucho de lo que se dice, se recita y se canta en la obra cobró un nuevo sentido a partir de la pandemia porque tiene que ver con todo lo que nos viene pasando, con la necesidad de recuperar la dignidad frente a todas las contingencias que aparecieron, a tanto dolor, tantas pérdidas, tanta incertidumbre, tanta angustia. La poesía es el género que mejor expresa esas emociones profundas.
–¿Se siente tan cómodo en el terreno del teatro como en el de la literatura?
–Sí, pero noto diferencias que tienen que ver con los vínculos afectivos y solidarios que se dan en el teatro por su naturaleza grupal. Estamos haciendo esta obra con un aforo del 30%, es decir, sin ninguna expectativa comercial. Pero en el teatro uno encuentra algo del sentido de la vida y mucha gente maravillosa, como la que me acompaña en este proyecto. Eso es muy reconfortante, sobre todo para un tipo solitario y tímido como yo. El teatro tiene un sentido reparatorio para mí.
Teatrista inquieto
Al margen de A la izquierda del roble, O’Donnell tiene más proyectos teatrales. A principios de octubre se estrenará en El Tinglado otra obra de su autoría, Un papel en el viento, también dirigida por Daniel Marcove. “Es sobre la pandemia, sobre el encierro y la posibilidad de elegir entre el afuera y el adentro. ¿Dónde está el infierno, afuera o adentro? Ese es el gran interrogante que plantea la obra. Y también está el tema de la memoria, hay una reflexión sobre cómo se construye. Tiene, además, la particularidad de que trabaja una actriz trans, Anna Serna”, revela. Y por otra parte, Ricky Pashkus está trabajando en una singular adaptación de la biografía de Juana Azurduy que el autor publicó en los años 90, con Miss Bolivia como protagonista. Hace poco, por último, se estrenó en Córdoba una versión de La furia y el viento, obra de O’Donnel que Lito Cruz estaba ensayando poco antes de su muerte.
La relación de O’Donnell con el teatro no se limita a la producción. Cuando ocupó, en los años 90, el lugar de secretario de Cultura impulsó la creación del Instituto Nacional de Teatro (INT), algo de lo que naturalmente se siente orgulloso. “Uno sabe que como funcionario público probablemente no va a poder concretar mucho de lo que se propone –analiza hoy-. Yo concretamente me propuse trabajar sobre las leyes para generar iniciativas que tuvieran perdurabilidad y consistencia. Durante mi gestión también se aprobó la ley de cine que sigue vigente y que, entiendo, ya debería ser actualizada. La creación del INT es un instrumento esencial para sostener la actividad en el país. Es algo que trabajamos mucho con gente como Lito Cruz y Alejandra Boero, y que por suerte tuvo un final feliz. Siento que la política ha sido generosa conmigo: he sido senador, embajador, ministro… Pero mi auténtico campo de acción ahora es el de la creación artística, ese es mi espacio en el presente”.
Hablando del presente, O’Donnell continúa también con su exigente rutina de ejercicios, muy promocionada por los medios argentinos cuando se enteraron de esa dedicación inusual para un hombre de su edad. “Estoy a punto de cumplir 80 años y sigo entrenando a diario una hora y media. Tengo un pequeño gimnasio en mi casa que me facilita las cosas –cuenta–. Entre las indicaciones que se hacen a raíz de la pandemia –usar barbijo, guardar la distancia necesaria con los demás, lavarse las manos asiduamente– debería subrayarse la necesidad de lograr la mejor condición física posible. En las personas con buena capacidad física, el sistema inmunológico está mucho más fortalecido que en aquellos que son sedentarios. Yo me contagié el coronavirus y creo que no sufrí mayores consecuencias justamente por mi buen estado físico. No quiero transformarme en un gurú, pero un entrenamiento serio, hecho con rigor y constancia, tiene resultados inmediatos que se reflejan en los niveles de colesterol y azúcar, en la tensión arterial, en el nivel de energía, en la sexualidad e inclusive en la capacidad intelectual. El ejercicio pone en marcha ciertas enzimas que demoran el avance de las enfermedades degenerativas de la vejez”.
–Estamos hablando del presente, pero viajemos por un instante al pasado: a su época de estudiante de psicología, en plena época del hippismo, el Mayo francés…
–Fue una etapa muy estimulante. Yo era un joven que guardaba mis escritos en los cajones porque tenía vergüenza de mostrarlos en público, casi como si fuera una actividad masturbatoria, algo que hacía a escondidas. Y eso tenía que ver con el hecho de que cuando uno escribe está inconscientemente exhibiendo las tragedias personales, al margen de la cuestión del pudor natural. Haber entrado en contacto con la intelectualidad europea fue importante: conocí y frecuenté a algunos escritores que admiraba como Ítalo Calvino o Alberto Moravia, también a cineastas como Michelangelo Antonioni. Y en España establecí una relación muy estrecha con Miguel Ángel Asturias, otro referente muy importante para mí. Alguna vez me pidió algo de lo que yo escribía y se lo di con mucha vergüenza. Al poco tiempo me aseguró que le había gustado mucho. No sé si en realidad lo habrá leído, pero fue un tremendo estímulo. Sentí que me había graduado de escritor, que ya tenía derecho a mostrar lo que escribía. Es notable lo que puede hacer la palabra de alguien que valoramos. Ese viaje me ayudó a saber que lo mío era escribir, que esa era mi verdadera vocación”.
Para agendar
A la izquierda del roble, los viernes, a las 19, en el Centro Cultural de la Cooperación (Corrientes 1543).
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