Multifacético, forma parte de los elencos de Fe de vida y No es Disney y, durante el mes de mayo, reestrenará Shamrock, la pieza de Brenda Howlin que es una de las joyas de la cartelera de las últimas temporadas
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Pablo Kusnetzoff es un tipo especial. A los 49 años, el actor es una de las caras recurrentes del teatro, fundamentalmente de ese prolífico semillero y laboratorio arriesgado que es el circuito independiente, donde descansa buena parte de las propuestas más interesantes de la escena local. Y, como sucede con muchos de sus colegas, se multiplica formando parte de varias propuestas simultáneas.
Además, su nombre se convirtió en una marca dentro del mundo de la magia. Kuznetzoff es una especie de, utilizando un término de moda, un multitasking de la expresión artística. Su padre director de cine y su madre arquitecta y pintora, fueron una clara influencia para él. “En el escenario me siento vivo”, reconoce ni bien comienza la charla con LA NACION, en un bar de Belgrano muy cercano a su domicilio.
Pero, como tantas veces su cede, su vínculo con el arte también tiene un germen en momentos dolorosos y de segregación, de los que no esquiva hablar. Su testimonio también es una declaración de principios y una forma de entender la vida como una superación permanente. “En la adolescencia, la magia me dio entidad”, reconoce al recordar a ese alumno que deambuló por colegios y fue víctima del bullying.
Hoy, su presente es otro. Su talento lo instaló en un lugar de reconocimiento. Y, aunque aun no lo paran por la calle, como sí le sucede a su famoso primo Andy Kusnetzoff, lo cierto es que Pablo, que se formó con maestros como Julio Chávez y Osqui Guzmán, es hoy uno de los actores más convocados del medio. Quien recorra la cartelera, seguro se lo encuentra.
Polifacético
Su presente se puede comenzar a contar por lo próximo inmediato que está por llegar en su vida y que da cuenta de las vueltas del destino y de los encuentros causales. Hace más de diez años, la dramaturga Brenda Howlin le acercó un texto, pero, como tantas veces sucede, la cosa quedó cajoneada. Luego, se reencontraron cuando ella asistió a ver una obra en la que él actuaba. “Le pregunté por aquella obra que me había gustado tanto y me dijo que estaba retomándola”. La pieza es Shamrock, una de las joyas del circuito independiente que se reestrenará en mayo en el Beckett Teatro y con dirección de Nano Zyssholtz.
–¿Qué te había cautivado del material?
–Me pareció muy interesante la escritura en verso y el abordar un tema como la inmigración irlandesa, en tono de comedia, algo que no es tan común.
La pieza es un mecanismo de relojería donde, además de la partitura exquisita, se apela a un enorme trabajo corporal de los protagonistas. “El verso puede ser una trampa que endurezca la obra o puede estar al servicio de una musicalidad y el humor, como en este caso”.
Para entrenarse, ya que el verso es una técnica que debe ser manejada con precisión y debe transmitir verdad, Kusnetzoff tomó un seminario con Mariano Mazzei, un gran actor que viene trabajando el texto en verso de la mano de directores como el reconocido Santiago Doria, a través de la Compañía Argentina de Teatro Clásico. “Para nuestra sorpresa, Shamorck convoca a mucho público adolescente y, por momentos, es una clase de historia sobre el siglo pasado, con sus usos, costumbres y oficios”. El actor interpreta al villano de la historia, machista y mentiroso, que busca el amor de la mujer sobre la que gira la historia.
“Soy un apasionado de buscar personajes distintos, por eso, ahora, estoy en tres o cuatro proyectos muy diferentes”. Con naturalidad, enumera sus actividades escénicas, lo cual lo convierte en una usina creativa en sí mismo. Además de su próxima reentré con Shamrock, protagoniza Fe de vida, pieza sobre el vínculo de dos hermanas y una madre, en tono de humor negro, escrita por Rolando Pérez; y acaba de reestrenar No es Disney, comedia dramática de Tadeo Pettinari, también en torno a las relaciones familiares. Como si todo eso no fuese poco, comenzó a ensayar El saco de Fred Astaire, de Malena Bernardi.
–Daniel, tu personaje en Fe de vida es bien interesante, media entre una disfuncional relación familiar que mira desde afuera.
–Como es un tímido, que mira hacia adentro, me interesó mucho explorar esa parte mía, ver qué sucede cuando se tiene mucho adentro y no se puede expresar. Lo interesante es que todo esto en la obra se plasma con mucho humor, es un lindo lugarcito para explorar.
–Emocionalmente, ¿cómo lográs hacer convivir en vos a tantos personajes?
–Nada me da más placer que estar arriba de un escenario. De muy chico, cuando sólo era mago y, aún, no había hecho nada como actor, sentía que estar frente al público era una potencia vital única. Lo interesante es que, como mago, soy yo mismo, es más, soy ese mago las veinticuatro horas del día, a diferencia de lo que sucede con el teatro.
–También en el mago aparece un personaje construido.
–Sí, pero alimentado por uno a lo largo de toda la vida. Además, para el otro, uno es mago, no “hace de…”. Y, volviendo a la pregunta inicial, he llegado a hacer cinco obras en simultáneo sin problemas, me da mucho placer pasar de un personaje a otro, incluso en una misma noche correr de un teatro a otro y, de pronto, salir de una obra de humor hilarante a un drama tremendo. La llama en el pecho es siempre igual.
–¿Pasás la letra antes de cada función?
–Sí, me da mucha seguridad hacerlo. También me interesa entrenar el físico para poder cumplir con las responsabilidades asumidas. Osqui Guzmán, uno de mis maestros, me inculcó que no hay nada mejor que llegar muy cansado al escenario, con el cuerpo preparado para el movimiento. Y de Julio Chávez aprendí que no hay nada mejor que llegar con la letra muy repasada y con ejercicios de modulación de la boca y de proyección de la voz. La sensación de llegar preparado a la función es, al menos para mí, muy importante.
–El llegar preparado implica el poder bucear en otros aspectos más profundos de la creación, explorar, algo que en la inseguridad no se puede lograr.
–Totalmente, por otra parte, lo más importante del teatro es que no pierda esa condición de acontecimiento vivo, para lograr eso, el actor debe estar en su más puro presente para que nada parezca una repetición.
Durante ocho años, Pablo Kusnetzoff fue parte de El centésimo mono, material con dramaturgia y dirección de Osqui Guzmán, donde compartió la escena con Marcelo Goobar, también mago, y Emanuel Zaldua. La permanencia de la obra, de notable profundidad, habla del fenómeno del teatro independiente argentino, prácticamente único en el mundo: “Bajamos de cartel para descansar un poco y pensar, pero podríamos haber seguido ya que estábamos a sala llena con dos funciones semanales, siempre está el proyecto de volver”.
–Para un actor, la formidable oferta del teatro independiente es una posibilidad enorme de poder subirse a un escenario.
–Es de una magnitud que merecería una explicación académica. En pocos lugares se da que haya funciones un lunes o un martes, pero, en Buenos Aires, son días de salas repletas. La avidez del argentino por el teatro es maravillosa. Por otra parte, los actores circulamos por todos los circuitos, podemos pasar del independiente al comercial y luego trabajar en una sala oficial, eso es muy interesante, una gran posibilidad.
–También permite una convivencia multiplicada entre los colegas.
–Nos vamos cruzando permanentemente, nos sentimos familia ya que, al compartir un período de ensayos y luego las funciones, uno termina hermanado en sus ansiedades, en los temores, en la expectativa por la llegada del público o no, y, también, por las alegrías.
Manos mágicas
“Estoy preparando con Marcelo Goobar, un espectáculo de magia teatralizada que haremos en un lugar no convencional y para muy poco público por función, será una experiencia para todos lo que asistan”. Cuesta seguirle el tren. A su prolífica actividad teatral se le suma su pasión por la magia, ese otro arte de las jugarretas de hacer ver lo que no es.
–¿Cuándo decidiste ser mago?
–De chico ya era fanático, para mis cumpleaños pedía shows de magia. Durante un tiempo, mi familia vivió en Brasil, y fue allá, cuando tendría unos siente años, donde me compraron los primeros juegos de magia. Todo eso quedó dentro de mí y, ya en Buenos Aires y a los quince años, comencé a estudiar en una escuela especializada. Era una adolescente que se había convertido en una esponja, no dejaba de incorporar todo lo que veía.
–Cada mago le da personalidad propia a su performance.
–Yo admiraba a Merpin, un gran mago, muy gore, sin embargo, con el tiempo, me di cuenta que tenía que encontrar mi propio ADN. Hoy, Radagast, que además de mago es conductor y un artista integral, es el ejemplo de alguien que hace su camino encontrando su personalidad.
–¿Cuál sería tu característica principal?
–Soy el mago de la empatía. Desde el minuto cero me interesa que todos sientan que está bueno que nos hallamos reunido para disfrutar de la experiencia. No me interesa el subtexto donde el mago siente que nadie le descubrirá nada y que eso es lo más importante. También espero ser el actor de la empatía.
–¿Quiénes eran tus referentes?
–René Lavand fue el mago más grande de la Argentina, del que todos aprendimos muchísimo.
–Y se valía sólo de una mano.
–Por eso se hizo tan famoso en todo el mundo.
Apellido ilustre
El actor lleva un apellido de difícil pronunciación, aunque su primo Andy Kusnetzoff, periodista y conductor, lo instaló convirtiéndolo en cotidiano. Ambos mantienen una relación muy fluida, aunque Pablo jamás se aprovechó de la fama del integrante más famoso de la familia. “Como soy hijo único, Andy es una suerte de hermano mayor. Lo quiero muchísimo, somos muy amigos, honestos, sinceros y nos ayudamos mucho mutuamente, él me ha ayudado mucho yendo a ver mis espectáculos. Es como se lo ve, muy transparente. Es divertido, abierto, con energía positiva y listo a sociabilizar”.
–Cuando Andy se convirtió en una figura pública y famosa, ¿cómo cambió la dinámica familiar?
–En realidad, en el ámbito privado, él siempre fue el mismo. En cambio, para mí fue una confirmación de lo que siempre supuse que es ser famoso. Andy no puede caminar por la calle, todo el mundo lo saluda, es muy querido. Y, lo que podría decir que me cambió a mí, es que, desde hace muchos años, no pasa un solo día en el que alguien me pregunte si tengo algo que ver con Andy, el apellido es tan único que, cada vez que entrego mi tarjeta de crédito, viene la pregunta.
–Y vos no lo negás.
–Para nada, con toda la alegría digo “sí, soy el primo”.
–Son muy parecidos.
–¿Sí?
–Si.
–Nos queremos mucho.
–¿Hubo algún dolor en tu vida que te haya atravesado y, en tal caso, puede el dolor capitalizarse para la búsqueda interpretativa?
–Una parte importante que responde al artista que soy hoy tiene que ver con haber sufrido bullying en la secundaria. Habrán sido dos años o tres que me marcaron mucho y es coincidente a ese tiempo previo a enamorarme de la magia.
–¿Qué te dio la magia en relación con ese trauma?
–La magia fue una salvación, fue encontrar un espacio que me generara apasionamiento, y hacer algo que los otros reconocieran, que generara un lugar de respeto en los compañeros. En un punto, fue un no hay mal que por bien no venga. El arte fue encontrar un lugar de expresión y de ubicarme en el mundo.
–En cierta medida, nadie escapa de la búsqueda de la identidad, de poder decir “soy esto”.
–Y, en ese sentido, la magia te da como cierta superioridad. Cuando comienza el “¿cómo hacés?”, me di cuenta que tenía un conocimiento del que carecían los demás.
El camino no fue fácil. Durante los primeros años de estudios secundarios, deambuló por tres colegios diferentes, incluido alguna institución inglesa que nada tenía que ver con él. “En el tercer año apareció la magia y ahí todo cambió, visto a la distancia, siento que es lo que tenía que pasar”.
–Dice una máxima que “todo lo que sucede, conviene”.
–En mi caso, podría decir que fue así, pero no se si es una regla fija.
Para agendar
Fe de vida, miércoles, a las 21, en Nün Teatro, Juan Ramírez de Velasco 41, Villa Crespo.
No es Disney, viernes a las 20.30, en El Método Kairós, El Salvador 4530, Palermo.
Shamrock, viernes a las 21, en Beckett Teatro, Guardia Vieja 3556, Abasto.
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