Orlando, una ucronía disfórica: un torrente de lenguajes artísticos e intertextualidad
Orlando, una ucronía disfórica / Texto y dirección: Emilio García Wehbi / Intérpretes: Emilio García Wehbi, Maricel Álvarez, Horacio Marassi / Sala: Casacuberta, Teatro San Martín, Av. Corrientes 1530 / Funciones: jueves a domingo, a las 20 / Nuestra opinión: muy buena
Medio siglo antes del surgimiento de las teorías queer, que revolucionarían la manera de pensar las identidades sexuales de manera radical, Virginia Woolf escribió Orlando, un clásico instantáneo que hoy resulta imposible leer si no es desde aquellos postulados. Por motivos varios, pero fundamentalmente por su poderosa construcción de un personaje que esquiva cualquier clasificación binaria entre lo femenino y lo masculino, Orlando no es un hombre, aunque al principio del libro se aluda a él en esos términos, ni es una mujer, aunque al final de la novela se insista en hablar de "ella". Tampoco es necesariamente un espíritu andrógino, por más tranquilizador que pueda resultarle al lector ponerle una etiqueta. Pero poco importa cómo definir a Orlando, mucho más trascendental resulta lo que hace, piensa y cuenta este personaje que lo ha visto casi todo desde el siglo XVII hasta el presente, ya sea el presente del libro o el de esta versión teatral, que saca partido de los casi cien años que tiene a su favor respecto de la novela, ya que su director entiende que la única manera de hacerle honor a un clásico es ponerlo en diálogo con los tiempos que corren.
Para abordar esta historia, la dupla artística conformada por Maricel Álvarez y Emilio García Wehbi rechazó el camino de la transposición clásica. Más que reponer situaciones y personajes del libro, el dúo abreva de su espíritu para crear un ensayo escénico que, una vez más, funciona como disparador para revisar sus obsesiones recurrentes: las construcciones sociales de la modernidad y la posmodernidad, el rol de la mujer y del hombre en las sociedades heteropatriarcales, la fuerza del sexo para vencer algunos supuestos aparentemente inapelables. Con su fuerza escénica arrolladora, Álvarez sostiene con precisión y potencia a este/a Orlando valiente y sin mandatos de clase, de origen o de época a los que ceñirse. Un/a Orlando absolutamente libre y autoliberado/a. De la mano de Álvarez, Orlando atraviesa los siglos y sus acontecimientos con la mirada y el espíritu indemnes a las atrocidades que los seres humanos han elegido cometer en cada época. Y no lo consigue desde el cinismo, sino desde una lucidez que permite una justa distancia con los hechos narrados. En un guiño directo a Hécuba o el gineceo canino, obra que montaron hace un lustro, Álvarez y García Wehbi vuelven a trabajar junto a Horacio Marassi, que interpreta a un ángel caído, un bufón que entre sorbos de cerveza y bocados de pizza persiste en las ideas y los ritos que Orlando se empecina en dejar atrás.
La pieza, compuesta por cinco escenas desarrolladas en cada uno de los siglos de vida que atraviesa Orlando, avanza de manera cronológica. Cada una contiene un monólogo del personaje principal, uno del biógrafo de Orlando (interpretado por el propio Wehbi) y una aparición del bufón. Y cada acto es, a su vez, engrosado por una batería de intertextualidades y referencias al arte creado durante las épocas aludidas: piezas musicales interpretadas por el cuarteto de cuerdas de la Untref que van del barroco a Lou Reed, homenajes a pinturas famosas de Velázquez o de David compuestas por Nora Lezano, decenas de referencias filosóficas y literarias. Paradójicamente, toda esta batería de lenguajes artísticos que se articulan en escena están puestos al servicio de una idea que Orlando desliza al pasar en su torrente de textos, pero resonará incluso cuando las luces se hayan apagado: "No somos nada de lo que el lenguaje designa. A lo sumo, interrogante".
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