Opuestos y complementarios
En 33 variaciones, él hace de Beethoven, y ella, de una musicóloga que, 200 años después, investiga obsesivamente su obra
Durante la charla, ella cita a Jean Genet (y lo hace en francés). Él recuerda a Sandro. Parecerían ser mundos incompatibles. Sin embargo, lo mágico es que cada cita, cada referencia que realizan posee una extraña solidez interna. Como si realmente fueran leves variaciones de un mismo tema.
A priori, entre Marilú Marini y Lito Cruz no habría demasiados puntos en común. Representan distintos modos de actuación, de elegancia, de ser. Ella llega puntual, se cambia los zapatos para la foto, se pide café. Él llega unos minutos atrasados, se pide una copa, sus dos celulares no paran de sonar. Claro que el mundo de las apariencias engaña.
La infancia de Marilú transcurrió en Mar del Plata. Su padre tenía barcos de pesca que salían hasta la Patagonia. La infancia de Lito transcurrió en Berisso (cerca de La Plata). Su padre era estibador. Los barcos, siempre. El mar (o un río desmesurado), siempre. "Parece ser que éramos gente que estábamos mirando el horizonte sea para las despedidas o esperando las vueltas de nuestros padres...", dice ella bajo cierto aire introspectivo.
Sus miradas, por primera vez, ahora se cruzan en un escenario. Él hace de Beethoven. Ella, de una musicóloga llamada Catalina. La obra en cuestión –el horizonte en común, el barco al que se subieron– se llama Variaciones 33, elogiado texto de Moisés Kaufman que dirige Helena Tritek. En la primera escena indagan los orígenes (no importa de qué). O "la causa primaria de las cosas", apunta esta tal Catalina.
En el primer comentario con grabador encendido, Lito también repara en los orígenes en común: "Siempre admiré a Marilú. La admiré en la época de Roberto Plate, Alfredo Arias, Roberto Villanueva y el Instituto Di Tella. Pensá que yo llegaba de Berisso, de las tierras de los arrabales, y toda esa gente era para mí sinónimo de la alegría, de renovación, de cosas extraordinarias que tenían que ver con el arte. Yo había llegado al Di Tella de la mano de Augusto Fernandes y su banda. Ahí estaba, fijate lo que son las cosas, Helena Tritek, quien ahora nos está dirigiendo. Después, ellos se fueron a París y nosotros nos quedamos viendo qué hacíamos".
En el horizonte de Marilú la figura de Lito aparece desde hace muchísimos años (tanto que ni recuerda el primer mojón). "Lo que me fascinaba de Lito y de todo el grupo de Fernandes era el trabajo minucioso de preparación para el teatro, puesto que yo no lo había tenido. Yo llegué al teatro desde la danza; entré con un machete, abriéndome camino como pude. En contraposición, todos ellos tenían una formación intelectual que carecía. Me había formado a través de imágenes que venían de la plástica, de la música, del cine, pero no de un entrenamiento actoral. Esa sensación de falta debe ser algo que me persigue. De hecho, sueño con poder entrenarme con Ricardo Bartís porque pienso que aprendería. Tener distintos accesos a lo teatral hace que te puedas diversificar, ponerte mejor en peligro. De hecho, la gente va al circo para ver si el equilibrista se cae. Va esperando ver el accidente, la fisura."
–Si la gente va a al circo esperando ese momento, ¿por qué va al teatro?
–Para ver la fisura en lo humano. Me parece fantástico lo que escribió Genet en el prólogo de Las Criadas. "Voy al teatro para verme tal como..."
Duda, no recuerda la frase completa, aunque ese texto lo montó hace poco en París y en Buenos Aires. En voz baja repasa sus palabras en francés ("Je vais au théâtre pour..."). No sale. Entonces, me pasa la cita al otro día por mail (un mail que viene acompañado de la foto de su primer nieto). Dijo Genet: "Voy al teatro para verme tal como yo no sabría –o no osaría– verme o soñarme, y que, sin embargo, sé que soy".
Ahora sigue Lito: "Yo creo que cada espectador investiga en su interior qué quiere hacer un sábado a la noche, de la misma manera que uno busca en su interior qué tipo de comida quiere cenar en un restaurante. La necesidad espiritual tiene la misma ley. Por eso un sábado un tipo le puede preguntar a su señora: «Vieja, ¿qué vamos a ver hoy?»".
–Salvo que tenga un 2x1 y toda esa reflexión quede en un segundo plano porque lo definió lo económico.
–¡Tal cual! Igual, creo que toda actividad que tenga el ser humano es una exploración de su mundo interior y ahí uno decide si quiere ver una película pornográfica o un Shakespeare.
–En esa degustación, ¿por qué alguien decidiría ver 33 variaciones?
–Hay muchos factores. Será porque quieren ver a los actores, o quieren ver qué hace Helena Tritek en la dirección, o aquello que hizo el autor. En este caso, también está el mundo de Beethoven y el mundo de una mujer que explora hasta el borde de su muerte las razones por las cuales él escribió esas variaciones.
De Beethoven a Sandro
Para su personaje, Lito Cruz se dejó el pelo un poco más largo. El parecido fluye. Igual, los mecanismos de la representación son insondables. "En realidad, no podés ser otro, sos vos hasta el ataúd –reflexiona–. Eso de hacer de otro es un invento. Sos vos haciendo algo y en ese mecanismo las relaciones reales tienen que ser motor para la ficción. Los ojos de Catalina son los ojos de Marilú, todo eso no tiene por qué distanciarse. El teatro no es que vos veas teatro, uno ve teatro porque querés ver la vida."
Las vidas personales de ellos se cuelan. La obra tiene infinidad de capas. Una de ellas es la relación madre
hija. O sea, entre la tal Catalina (Marilú) y Clara (Malena Solda). Catalina se hace de una amiga. Se llamada Gertrude.
–Tu mamá, Marilú, también se llamaba Gertrude.
–Sí... Y buena parte de esta obra sucede en Alemania, donde nació. En verdad, creo que elegí la obra por dos motivos: por sus reflexiones sobre el arte y porque, inconscientemente, es una historia que me remite a mi infancia, tiempo en el cual el Himno a la alegría estuvo muy presente.
Variaciones 33 está llena de saltos temporales (va y viene de la actualidad a 1819). La charla también. El texto preferido de Marilú dice: "Se me está muriendo la lengua". Agrega otro: "La transfiguración es una idea interesante. La de transformar algo en algo mejor. Correrse de lo banal a lo exaltado". En esa escena, Catalina debe mirar al público (por lo menos, así lo indica el autor). Mirando a los ojos, ahora Marilú agrega: "Transformar algo en algo mejor es la misión del artista. La mirada de Beethoven hace que el vals de Diabelli, que es muy simple y vulgar, florezca [ver recuadro]".
El texto preferido de Lito dice: "Es hora de dejar de luchar, de entregarse". No se refiere a la muerte, sino, interpretan, al pasar a otro estado. Esas líneas lo remiten a Sandro. "Yo era su amigo. Conocí esa situación. Lo vi cantando con el tubo de oxígeno detrás del escenario".
Entonces: una lengua paralizada, una bocanada de aire para seguir cantando y un genio sordo. Tenues variaciones de un mismo tema que se presentan en el Metropolitan. La misma sala donde Rodrigo de la Serna, el hijo de Marilú en Tiempos compulsivos, hace de Mozart en Amadeus.
Una idea ajena, apropiada
Cuenta Moisés Kaufman, el autor de 33 variaciones: "Me paré en una tienda de discos y le pedí a uno de los vendedores que me recomendara algo de Beethoven. «33 variaciones», me dijo, y me contó toda la historia que la obra cuenta. Me fui a casa y directamente empecé a escribir". Este premiado texto es el que ahora interpretan Marilú Marini, Lito Cruz, Malena Solda, Rodolfo De Souza, Francisco Donovan, Gaby Ferrero, Alejo Ortiz y el joven pianista Natalio González Petrich. Todos bajo la batuta de Helena Tritek en el Teatro Metropolitan.
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