Nicolás Cabré: "Hacer teatro es un homenaje a mi papá"
Nicolás Cabré todavía no había cumplido siete años en noviembre de 1986. Su geografía se limitaba al lugar donde se crió, en las fronteras entre los barrios porteños de Liniers y Mataderos. La niñez discurría entre el fútbol callejero, la televisión hogareña, los primeros manuales y deberes escolares. No mucho más que eso. Desconocía la existencia del teatro Lola Membrives. No tenía la más vaga idea de que en ese mes de ese año se estrenaría una comedia musical llamada Sugar, destinada a ser un clásico, y que estaba protagonizada por tres figuras del momento (entendiendo por "momento" el período que se extiende desde aquel 1986 hasta hoy): Susana Giménez, Ricardo Darín y Arturo Puig.
Cuando aquella versión bajó de cartel, tres años más tarde, Nicolás Cabré le había incorporado a su mundo infantil otra actividad, lúdica como las otras, definitiva para su destino: la actuación.
El círculo se cerró en 2017, cuando el propio Puig convocó a Cabré para protagonizar Sugar. Contaría con la producción de Susana y la asesoría de Darín. Lo presentarían en la misma sala.
Habían pasado 31 años.
"Jamás en mi vida había pensado que alguna vez haría un musical -admite Cabré, en esta segunda temporada de Sugar, que apenas estará en cartel durante tres meses, de miércoles a domingos. La primera vez que me lo propuso Arturo recibió un 'no' rotundo. Pero Sugar le permite al actor jugar: no todo está apoyado en el canto y en el baile. Y cambié de idea. Es una comedia escrita para actores... pero con canciones".
-¿Cómo te llevabas con el canto antes de Sugar?
Mal, mal...
-¿Y ahora?
¡Igual! No puedo romper la vergüenza que me da cantar. ¡Ni en la cancha canto! A tal punto que en el saludo final, no me animo.
-Parece un contrasentido por la precocidad de tu carrera. ¿A los 10 años también tenías que romper la barrera de la vergüenza?
Pero cuando se levanta el telón ya estás expuesto: la gente viene a ver lo que tenés para mostrar. En cambio, cuando te sacás el escudo y decís "hola" o "gracias" al saludar, volvés a ser vos. Ahí es donde vuelvo a paralizarme.
-¿Por qué a Sugar le pasa lo que le pasa?
La obra tiene un ángel inexplicable. Me crié haciendo teatro con Ricardo Darín: permanentemente contaba anécdotas de Sugar. No lo comprendía mucho, pero tiempo después escuché hablar con el mismo cariño a Arturo Puig. Cuando conocí a Susana también advertí que la quiere de una manera muy particular. Mucho tiempo después, cuando empecé a ensayar, reaparecieron esos recuerdos que tenía guardados. Y al hacerla, entendí por qué ellos hablan así. La obra es muy divertida, y además es un antes y un después en la carrera de cualquier actor.
-¿Darín vio tu versión de la obra?
Vino días antes del estreno, a un ensayo general. ¡Qué raro debe ser sentarte a ver que otros hagan lo que vos hiciste! Fue maravilloso: imaginate que Darín te diga dos o tres cosas sobre cómo encarar el papel.
-Lo podés ver como un par y a la vez como un referente.
Tuve mucha suerte de cruzarme con él, conocerlo y trabajar juntos. A veces me pongo a pensar con quienes trabajé: Alfredo [Alcón] fue lo mejor que me pasó y me pasará. Pero también estuve con Darío Grandinetti, Ulises Dumont, Oscar Martínez, Javier Portales, Carlitos Balá... ¡Tuve mucha suerte!
-¿Sirvió para curarte del ego, para bajar a tierra?
Naaaa. No creo haber peligrado del ego y los humos. Desde el inicio de mi carrera, al encontrarme con esos monstruos entendí al segundo y medio que tenía que callarme y escucharlos. Gente como Alfredo, maravillosa y muy simple. Con ellos aprendí también lo que no se debe hacer.
Pero tengo bien claro que termino la función, me baño y mi vida está en otro lado. Mi ídolo era mi papá. Lo supe siempre. Mi papá era taxista, mi mamá auxiliar en un colegio; mi lugar es el café donde fue mi abuelo, estuvo mi papá y estamos todos mis amigos y yo. Soy el hijo de Perico, el nieto de Ramón, el hermano de Emilio.
-¿Cómo ves hoy a ese chico de diez años que actuaba y tenía ese marco de pertenencia?
No lo tenía claro, como no lo tiene claro ni el que dice "yo de chico quería actuar". Era un grupo de unos ocho chicos de entre 8 y 10 años, que jugaba. Yo jugaba mirando televisión. Veía a Alberto Olmedo ¡y quería ser Olmedo! Empecé en Flavia está de fiesta, con Flavia Palmiero. Lo primero que aprendí de la profesión es que no existe un feriado: era 1° de Mayo. Después pasé a Son de Diez. ¡Con Portales, la persona que hablaba con Olmedo! Descubrí que tenía que estar callado y aprender. Que eso era lo que quería hacer. Y que había que tomarlo con responsabilidad, porque un día se termina y no te conoce nadie.
-¿Había dejado de ser un juego?
Nunca viví en una nube. Me divertía, pero tenía claro que era un trabajo. A los 10, 11 años, trabajaba hasta doce horas por día. Y tenía que cumplir con el colegio. Y cuando estaba en séptimo grado no me dieron permiso para hacer el viaje de egresados. ¡Todo tiene su lado B!
-Empezaste a ganar plata, también.
Nunca tuve contacto con la plata. Mi familia, trabajadores a los que nunca les sobró, y que llegaban justo a fin de mes, me sacaron esa presión de encima mientras no tuve la edad suficiente. Y apuntaron a que tuviera mi techo propio, algo que ellos nunca pudieron. Tuve la misma crianza que mi hermano: nos daban lo mismo a cada uno, a veces alcanzaba y a veces, no. Igual que mis amigos.
-¿Sos buen actor?
Qué sé yo... Me defiendo. Debo tener mis trucos. Soy mejor o peor según el día. También depende del estado de ánimo de la gente. A veces hacés un chiste y la metiste en el ángulo, y lo hacés tres días después y la mandaste a la tercera bandeja. ¿Y cómo pasó? No sé... No tengo explicaciones. Soy uno más, que trato de ser mejor todos los días. Pero me falta muchísimo.
-¿Y fuera del escenario?
Lo que más me importa -lo único que me importa- es mi hija Rufina. El trabajo es trabajo, pero no es mi vida.
-¿Sos con ella como pudo ser tu padre con vos?
¡Ojalá! Ojalá fuese un dos por ciento.
-Tu papá falleció en 2014, un año después de nacer tu hija. ¿Qué cosas cambiaste a partir de ambas situaciones extremas?
Todo... (Pausa). De hecho, paré de trabajar. Necesitaba acomodar las ideas, tratar de entender cuál es el sentido de lo que hago. A lo mejor todavía no lo entiendo, pero hoy lo digo más relajado. ¿Sabés qué descubrí? (Pausa). Que hacer teatro me acerca a mi papá. A él le gustaba verme. Era el fanático número uno. Me di cuenta cuando hacíamos Algo en común [N. de la R.: estrenada en 1995, con Ricardo Darín y Ana María Picchio]. Él hacía como que llegaba en los últimos dos minutos para llevarme a casa, pero yo sabía que veía toda la función. Todas las noches. Por eso hacer teatro tiene mucho que ver. También entendí que la prioridad es mi hija. Después, lejos, está todo lo demás. Fue lo más sano que me pasó.
-Esa imagen de familia arraigada, de crianza compartida, ¿hubieras querido repetirla para vos?
Sí. Pero las cosas cambian. En ese momento era impensable tener padres separados. Hoy los chicos se miran y se dicen: "¿Qué, tus padres están juntos?" (ríe). Igualmente, la manera de relacionarme con mi hija es distinta de la que tuvo mi papá conmigo. Mi papá era colectivero y volvía muy tarde a casa. Con mi hermano nos moríamos de sueño, pero queríamos verlo aunque fuera dos minutos. Y lo esperábamos. Hoy a lo mejor me permito más tiempo de calidad. Si bien mi viejo era muy afectuoso y demostrativo, en ese aspecto las cosas cambiaron. Ojalá pueda ser lo mismo para mi hija que mi papá conmigo: el don de gente, lo sano, lo buena persona.
-Marlon Brando decía que nunca daba entrevistas porque no quería contestar cosas que no le interesan a nadie. ¿Te reconocés en esa frase?
Si no estoy trabajando, ¿qué te voy a contar, que me levanto y tomo mate? No soy un opinólogo. Hoy para hacer una nota tenés que saber de política, de economía, de derechos humanos, del calor... No. Aprendí a decir no sé. O sé, pero no me parece relevante lo que pueda decir. No creo que le mueva la aguja a nadie.
-¿Qué prevés después de Sugar?
Ahora mi hija empieza el colegio. Y lo que viene es eso: quiero llevarla y estar en la puerta cuando salga. No me quiero dar vuelta y saber que cumplió 21 años y me lo perdí. Si eso es lo más importante, vengo al teatro contento y lo disfruto. Y cierro el círculo virtuoso.
Desconectado de las redes y de los medios
Aunque vive en una sociedad hiperconectada, Cabré no utiliza redes sociales y se reconoce poco afecto a informarse a través de las secciones de espectáculos de los medios de comunicación.
-¿Cómo te llevás con los críticos?
En algunos casos seguimos bastante enfrentados. Hubo un momento en que no había manera que hablaran bien de mí. Pero me hicieron un gran favor porque me sacaron un peso de encima: no espero nada.
-¿Podés lograr que no te afecte?
Sí. Me sorprendería si hablaran bien. Cuando decían algo bueno me preocupaba: me quedaba esperando el golpe. No solo desde lo profesional sino también en lo personal. Se decían y se siguen diciendo barbaridades. Pero ya estoy más tranquilo: estoy más grande.
-¿Dejaste de leer y de escuchar?
Nunca miré mucho. Hasta hoy me entero por la gente que me rodea: "Fijate lo que están diciendo"; "Mirá que te están esperando porque dijeron que...".
-No sos amigo de las redes...
Me dicen "cómo no tenés...". Pero no me nace. Me aburre. Admito que no sirvo. No me sale decir: "Holis, estoy acá desayunando".
-...ni de las entrevistas.
No sirvo para estar una hora y media en un programa. Queda el malestar de decir: "No voy a tu programa". Pero no puedo remarte, hacerme el gracioso y comentar algo que no sé.
Cuando se puso la camiseta (equivocada)
La infancia de Cabré está surcada por el fútbol. Tanto en su grupo de amigos como en el bar de Liniers donde paraba su padre y otros personajes del mundo de la pelota, como el exfutbolista Jorge Ribolzi o quien llegara a presidente de Vélez, Raúl Gámez. "Mi papá era de Boca y siempre deseó que yo fuese hincha. Me llevaba a la cancha, aunque no me interesaba. Mi mundo era el bar donde se juntaba él con sus amigos. Cuando Ribolzi empezó a dirigir San Telmo lo acompañó todo ese grupo: el que fabricaba heladeras, el ortodoncista, mi papá. Y cuando Gámez llegó a la presidencia me hice hincha de Vélez, más por lo afectivo que por lo deportivo". En 2002 coprotagonizó la comedia televisiva Son amores y junto con su hermano de la ficción Mariano Martínez, se puso la camiseta de All Boys durante dos temporadas. "En el barrio nadie me dijo nada, a pesar de la rivalidad. La gente de Mataderos me conoce y me quiere. Pero en la segunda temporada Mariano fue transferido a Atlanta. Y un día que estaba yendo a grabar a esa cancha, me llamaron para avisarme que me estaban esperando algunos hinchas. No me perdonaban que siguiera jugando en All Boys. Los productores tuvieron que explicarles que era una ficción, que éramos actores encarnando a futbolistas".
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