Negrín, en el Folies Bergère
El escenógrafo argentino le cambió el interior al legendario teatro
Cualquiera que pase por la puerta del Folies Bergère, en París, se sentirá fascinado sólo con ver esa fachada de los años 30. Cualquiera que pase por la puerta del Folies Bergère y sea un amante de la revista, del variété , del cabaret y el musical no sólo se sentirá fascinado, sino que tendrá una sensación de éxtasis. Su olor, su estilo, su alma, su energía remiten a Maurice Chevalier, la Mistinguett, Joséphine Baker o Morton.
A un argentino le tocó lavarle la cara, volverlo cabaret y cuidar que no perdiera esa esencia que tienen todos los reductos teatrales antiguos. Un día, bromeando con los productores de la versión holandesa de Cabaret, de cuya escenoarquitectura se hizo cargo, Alberto Negrín les dijo que sería bueno hacer la misma puesta en París. A los pocos días, le confirmaron que se hacía. Y un par de semanas después, se moría de emoción cuando le dijeron que era muy probable que fuera en el Folies Bergère.
"Para mí, ésta es la versión más linda de Cabaret. ¿Sabés por qué? El teatro es la clave. Estar en el Folies Bergère, un cabaret real, en un barrio parisiense, y con un pueblo que tiene mucha conciencia de lo que fue el nazismo, es esencial para el resultado de la obra. Esa alma se nota también en los actores. Imaginate que Fabián Richard, el actor que hace de emcee (maestro de ceremonias), se cambia en el camarín de Mistinguett, que está igual. Tiene un cartelito con chapa blanca y letra negra, horneada con su nombre. Por eso mantuve todo tal cual, e hice las indicaciones de las mesas y de las sillas así", explica Negrín.
Fueron muchos los arreglos que tuvo que hacer en la sala, y era esencial que fuera arquitecto y escenógrafo a la vez. "Enseguida empezamos a levantar las 362 butacas, pero con mucho cuidado de lo que se tocaba porque es un monumento histórico. Por ejemplo, no sacamos la alfombra, sino que la tapamos con madera. El lugar estaba muy venido a menos, pero no podés dejar de pensar que es un teatro de 130 años. En un momento de lucidez, armamos una cosa muy alta que le dio otra escala y cobijó a ese escenarito. No es una platea única, sino varios lugares. Como hay una línea de espejos a los costados, quería que todas las luces se vieran reflejadas en ellos", explica Negrín.
No pudo tocar el hall ni la fachada por ser monumento histórico, ni otras cosas, como la pasarela de vidrio que bordea la primera línea de palcos, por la que circulaban las bataclanas, o el Pont d Or , cercano a las bambalinas. Pero Negrín no sólo adaptó todo al mundo de la obra, sino que se nutrió de esos elementos intocables. "El público entra al universo de Cabaret . Es un teatro muy antiguo, con múltiples escaleras y pasadizos; hasta hay un camarín superior para ser utilizado por las bataclanas que ascendían por los cuatro vuelos que hay en el proscenio y el de la cúpula. El piso del escenario lo hice con viejas maderas que encontramos en el teatro. Entonces, cruje cuando pasan los artistas, pero eso completa la sensación, el clima. Por supuesto que actualizamos columnas y palcos, pero respetamos la esencia del lugar", revela el escenógrafo, con un entusiasmo que contagia.
Hombre de Cabaret
El Folies Richère fue inaugurado en 1869. Se llamaba así por la calle en la que está emplazado. Pero la familia Richère no quería que su nombre estuviera asociado a las "locas". Así fue como le cambiaron el nombre una vez más y ocurrió lo mismo, hasta que le pusieron "Bergère", una calle que queda a tres cuadras de ahí, pero que significa "pastora".
"El director Sam Mendes cambió el concepto del original. El dice que la obra no sucede en un cabaret, sino que en un cabaret sucede la obra. Y según ese criterio, el Folies es perfecto. Es emocionante entrar al lobby y toparse con un gran mural que retrata a los grandes de la revista y del music hall o la cantidad de afiches históricos que de allí cuelgan", refleja.
Estuvo en el proyecto inicial de la obra en Buenos Aires, en 2002, pero eso quedó trunco. Pero no será parte de la versión actual, que hace Jorge Ferrari. Alberto Negrín tuvo su primer acercamiento real con Cabaret en 2003, en el teatro Alcalá, de Madrid; más tarde, este año, hizo lo propio en el Carré, de Amsterdam, y luego, en París. El año que viene tendrá que hacerlo en el Barcelona. Ya es un hombre de cabaret.
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