Muriel Santa Ana está un tanto perdida, desconcertada. Como a todos le costó, le cuesta, el tiempo pandémicoactual del ruido silenciado. "Son momentos en los que estamos muy faltos de encuentros, de situaciones empáticas", reconoce casi al pasar mientras acomodas sus preguntas, sus angustias, sus pensamiento. Se reconoce un tanto fóbica, solitaria y al Zoom le intenta escapar. "No tenemos por qué saber cómo estar, yo apuesto al dejarse llevar", reconoce la talentosa actriz habitante de universos expresivos tan disímiles como creativos (la Muriel dramática, la comediante, la cantante, la militante, la trabajadora, la mujer decidida siempre a ir al frente). En estos tiempos de cuarentena nunca se subió a la ola de hacer ejercicios o cocinar panes de masamadre. "Son formas de procesar las angustias, y está todo bien", apunta siempre atenta a respetar lo diferente. Eso sí, suele advertir a sus amigas que para la próxima pandemia ya va a esta preparada y que tal vez se transforme en una influencer de peso. Pero, por ahora, no. De todo ese tránsito emocional se ríe con ganas. "Es que estamos frente a algo que, salvo que tengas 100 años o que hayas pasado guerras, no tenemos conocimiento en el cuerpo de haber atravesado por algo semejante", apunta al pasar, casi justificándose .Varía de estado de ánimo todo el tiempo, pero se dispone bien para la charla. Tanto que ante un problema con el grabador en estos tiempos tecnológicos saturados, ella acepta volver a sentarse frente a su teléfono de línea ("soy de otra época, lo prefiero antes que al celular") para volver a hablar sobre los ecos de lo charlado. Así, en términos humanos y de lo sensible, es ella.
En este tránsito pandémico recién en mayo se animó a a ordenar fotos en su casa de Palermo. Primero, unas que le habían quedado del verano. A los pocos días empezó a meter mano a fotos del pasado más lejano. "Que hayan empezado a subir a la Red obras en las que he trabajado me fue llevando a esa búsqueda", cuenta. El Teatro San Martín ya subió Las amargas lágrimas de Petra von Kant, del alemán Rainer Werner Fassbinder que hace dos años dirigió Leonor Manso. Luego la sala publica subió a su página la versión televisiva de Galileo Galilei, de Bertolt Brecht, que protagonizó su padre Walter Santa Ana y que dirigió en 1985 Jaime Kogan. El mismo título que en 1999 dirigió Rubén Szuchmacher y del cual ella formó parte del elenco que encabezó Alberto Segade. Desde este sábado, a las 20, en la misma página del Complejo Teatral de Buenos Aires se podrá ver La vida es sueño, el texto de Pedro Calderón de la Barca que hace una década dirigió el catalán Calixto Bieito y que ella protagonizó junto con Joaquín Furriel.
El tríptico tiene algo de eco, de fotos familiares, de imágenes sobre su propio recorrido. Aún de las voz de su padre que, a diferencia de su madre, ella siente que no la apoyó de movida a concretar su propio camino artístico que la llevó por tomar cursos de cerámica, canto, flamenco, actuación, filosofía y todo lo que se le fue presentando en su propio horizonte. Uno de sus primeros trabajos en escena fue cuando tenía unos 19 años. Su padre actor, emblema del Teatro San Martin, le propuso trabajar con textos poéticos de Jorge Luis Borges. "Vos encargarte de la elección y después vemos", dice que le dijo. Y así fue. El gran actor de voz única compartió junto a una joven Muriel un espectáculo que presentaron en infinidad de pueblos del interior, en facultades o galpones como en el escenario de Hebraica. "Fue hermoso todo eso, lo recuerdo como algo maravilloso", apunta la actriz de las películas Un cuento chino y Mi primera boda, o de series televisivas como Ciega a citas, Guapas, Lalola o El tigre Verón.
-Cuando reparás en tu propio tránsito, ¿con qué te topás?
-Yo miro mi tránsito casi con asombro. En verdad, es la primera vez que pienso esto y tal vez dentro de un rato llegue a otro lugar de reflexión y te mande un mensaje de audio para que no pongas nada de lo que dije. Pero espontáneamente diría que casi observo a ese todo con asombro. Ahora, a mis 52 años, diría que no me he privado de casi nada. A mis casi cuarenta años se me dio esa cosa de la popularidad a partir de mi trabajo en televisión y nunca me he detenido. Diría que veo que trabajé bien, que me entregué.
Luego de cada función, su padre tenía la costumbre de consultarle si había trabajado bien. "Sabía que él me lo iba a preguntar o que yo misma podía reconocer que el volver tranquila a mi casa era una señal de que había trabajado bien más allá de que, ta vez, en esa función no había alcanzado ese nivel único al que se llega a veces. Pero sí sabía que me había puesto en este camino para llegar a esos niveles. Por lo cual te diría que miro lo transitado con agradecimiento y con asombro. Ahora que lo pienso eso es de una riqueza enorme.
-En tiempos, en general, que se anda de capa caída, ¿no te llena de orgullo toparte con esa lectura sobre vos misma?
-Es verdad, diría que es una sensación de logro, de tarea cumplida; y la certeza de que cumpliste con tu tarea da orgullo. Al mismo tiempo todo esto conversa con la sensación de que siempre estoy empezando algo, con la percepción de que tal vez para el próximo proyecto no esté tan a la altura.
Eso le pasó cuando ensayaba Las amargas lágrimas de Petra von Kant, que dirigía Leonor Manso. Una vez la actriz y directora le dijo: "Si acá no te pasa todo lo que le tiene que pasar al personaje es mejor que no lo hagamos". Semejante definición de principios fue unos días antes del estreno. "Yo creo que en esa mirada implacable, en la exigencia positiva; no en las que paralizan que, a veces, son simples maltratos. Eso maestros, esas voces autorizadas por uno generan verdaderos cimbronazos en los que te quedás sin piso, sin sostén. Y más, como sucedió aquella vez, frente a la enorme responsabilidad de un estreno inminente en el San Martín. Sea Calixto, Luciando Suardi, Szchumacher o Javier Daulte me han pegado de lo lindo (se ríe). No se han ahorrado de decirme verdades con esa agresividad que es necesaria porque el actor pelea su espacio en el escenario y el director pelea por su obra.
Pero así como Leonor Manso le dijo aquello antes del estreno ya en funciones una noche la que esperó en una de las entradas internas a la sala Cunill Cabanellas. En el saludo final Muriel salía última y, de reojo y en medio de los aplausos, ella divisó la cabellera platinada de la directora. Notó que Leonor Manso iba saludando a sus compañeros de elenco casi con cierto apuro como si estuviera ansiando encontrarse con ella. Inevitablemente le dio temor. "Pero me abrazó... y acá lloro... me dijo al oido: Ya está, ya está chiquita; llegaste".
Muriel Santa Ana ensayó esa obra durante el verano. Fue al mismo tiempo que, junto con otras amigas actrices, le estaba poniendo el cuerpo al debate por la defensa de género y al derecho al aborto legal, seguro y gratuito. Ahí ese cuerpo entrenado en la actuación se topó con una cara dura, violenta de otro campo en tensión. "Tuve amenazas de muerte, concretas", dice sin intentar entrar en detalles. En aquel momento no lo habló con nadie del elenco. "Era mi forma de preservarme. Ni a Leonor se lo conté. No quería intoxicar ese proceso", cuenta. A los seis meses, ya con el debate establecido y con el colectivo Actrices Argentinas conformado, "lo hablé con referentes y a partir de ahí nos contactó Amnistía Internacional, que hizo la denuncia". Si durante el verano ella entraba a ensayar al San Martín apostando a dejar de lado esta otra cara de su propia realidad, en agosto, en el mismo hall del teatro y en medio de una de las tantas jornadas de debate, expuso su situación ante un micrófono. "Por algo debe ser que haya salido ahí.... –intuye ahora–. De todas maneras fue algo no pensado, no imaginaba contarlo ahí ni en otro lugar. Pero evidentemente ahí se armó el sistema, el todo, sin pretender de mi lado dar pena ni lástima porque el tema que nos convocaba es mucho más grande que las individualidades. Más allá de eso lo que evidenciaban esas amenazas es que el mecanismo del disciplinamiento funciona, que el mecanismo de meter miedo está aceitado. Los teatros alojan también nuestras ansias de libertad, de expansión, de creatividad. Evidentemente algo funcionó en ese momento para que yo contara eso. Y ese hall ahora llamado Alfredo Alcón, es un lugar de pertenencia que me permitió estar más relajada, aunque no creo que sea la palabra adecuada".
-Nombraste a Alcón y siempre se habla de él como actor trágico, como el actor shakespiriano; categoría que a él le molestaba mucho
- Claro, porque era un gran comediante.
-Exacto. En tren de asociaciones resulta inevitable pensar también en Alejandro Urdapilleta, otro exponente de la diversidad de registros interpretativos. ¿Cómo es tu tránsito del drama a la comedia o cantar en la banda Ambulancia? ¿Cómo se trabaja a ese cuerpo?
-La idea que me acompaña desde siempre es mantener encendida esa llama que alguna vez me hizo dar el paso, la que me empujó a hacer lo que no me animaba. Mi cuerpo, para poder expresarse, ha necesitado explorar diferentes técnicas. Mi formación inicial fue con el maestro Agustín Alezzo, y esto es todo un homenaje a él. Después tomé clases con Augusto Fernandes y reconozco que estoy orgullosa de haberme bancado formarme con esos tremendos popes. Guillermo Angelelli fue otro maestro fundamental en mi camino en su abanico que va del clown al teatro antropológico y las danzas balinesas. Con él cambié la mirada de observar al campo expresivo, me ayudó a liberarme del resultado. Claro que todo eso sucedió en mi camino de ser una jovencita a una mujer. Szuchmacher fue el que completó mi etapa de formación. Esa fue mi forma de prepararme. En mi caso cuanto más técnica posea más impacta en la imaginación de destrabar el cuerpo. Y la comedia está en el cuerpo, es un revoleo de ojos y que se rían seiscientas personas. No hay con qué darle a eso, es droga, es algo adrenalínico. Lo único que querés es que esas personas se rían de esas pavadas. Reconozco que disfruto de eso sabiendo que no se puede abusar de aquello que sabés que funciona.
- En teatro tenés la reacción inmediata del público, ¿y frente a la cámara?
–Ahí dependés de la suerte de que el director te ponche (se ríe). Claro que si tenés la gran fortuna, como fue mi caso, de tener un programa armado casi a mi medida, como fue Ciega a citas, en ese caso todo está puesto al servicio de quien lleva adelante la historia. Ahí estaba todo pendiente de los remates de la protagonista, de su lucimiento. La televisión y el cine es la cámara, si no te toma no existís, no estás en plano. Claro que en el fragor de grabar en 12 horas unas 25 escenas hay muchas cosas que se pierden y está bien que así sea; no todo es taaaan bueno (lanza una carcajada).
-En lo teatral el San Martín subió Galileo Galilei en un momento histórico en el cual el rol de la ciencia ocupa un lugar fundamental. Ahora viene La vida es sueño, título un tanto sugestivo e tiempos en los que cuesta dormir y todo tiene algo de pesadilla. ¿Qué pensás que dice ese texto en este ahora?
–Uf... (y permanece en un largo, largo silencio). La verdad que no lo sé, en serio que no lo sé. La funciones siempre fueron estar arriba, bien arriba porque no había otra posibilidad; y no sé si eso va a llegar a través de la filmación. Y como dice David Mamet, los actores no somos responsables del efecto teatral, que debemos desobliganos de eso. Entonces no sé que puede producir hoy. Es más, te confieso que quizá ni la veo.
-¿Así de una?
-Si, porque esa obra ocupa también un lugar profundo que tal vez no quiero que sea tocado ni modificado. No sé si estoy dispuesta a cederle a mi ego ese privilegio (se ríe).
-La pandemia te agarró en medio del ensayo de una obra de Diego Manso.
-Estábamos ensayando Te di la vida, una obra para una sola actriz aunque no necesariamente es un monólogo porque hay muchos personajes. Reflexiona, te lo digo muy groseramente, sobre temas vinculados con la maternidad y, por otra parte, el lado monstruoso que puede tener eso. Es una obra increíble que la estoy estudiando porque las obras de Diego hay que estudiarlas, no alcanza con saberlas. Hay que tener el cuerpo y la voz entrenados y dar la sensación de que uno está seguro, aunque estés muerta de miedo.
- ¿Y cómo es entrenar ese cuerpo cuando ni deben tener perspectiva de estreno?
- Bueno... en relación a eso estamos deprimidos. Nos acompañamos en la desesperación total. El estreno era para agosto y el momento que nos agarró la pandemia fue desolador. Podríamos estar ensayando porque somos tres personas del equipo y estábamos ensayando unos días por semana con jornadas de cuatro horas, mucho para la escena alternativa. Pero bueno... Diego es una persona muy importante en mi vida, es un amigo. ¿Ves?, me emociono. Mi papá, hablando de sus amigos de siempre, me decía que su dolor no les era indiferente a esos amigos y que el dolor de ellos tampoco lo era para él; bueno con Diego siento eso. Nuestros dolores no nos son indiferentes.
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