Mujercitas argentinas
Ficha técnica: En la mejilla que él llama mía / Dramaturgia y dirección: Laura Fernández/ Intérpretes: Pilar Boyle, Gabriela Irueta, Gabriela Julis, Sol Tester/ Escenografía: Gustavo Kotic/ Luces: David Seldes/ Vestuario: Carolina Sosa Loyola/ Música original: Vicky Mc Coubrey/ Músicos: Cuore Nero/ Utilería: Mariano Falcón/ Producción: María Sureda, La Carpintería, Laura Fernández/ Sala: La Carpintería, Jean Jaurés 858/ Funciones: domingos, a las 19/ Duración: 60 minutos.
Nuestra opinión: buena
Cuatro hermanas encerradas en su habitación esperan que llegue la Navidad; que llegue algo, en realidad, que las saque de la monotonía de sus días, de las historias que recrean, de los juegos que inventan para pasar el tiempo. En principio es eso, pero claro, entre cuatro paredes, cuatro mujeres pueden armar un mundo.
Inspirada en la famosa novela Mujercitas, de Louise May Alcott, Laura Fernández, la directora y dramaturga de la obra, bucea en ese universo femenino al tiempo que lo utiliza de excusa para zambullirse en el contexto social que estas jóvenes están viviendo. Si aquella novela narraba el despertar adulto de cuatro hermanas con la Guerra Civil estadounidense como telón de fondo, en este caso la crisis del 2001 en la Argentina aparece como contexto. El padre de ellas se encuentra varado en algún lugar, hay calles y rutas cortadas y teme no llegar, así los días pasan y ellas están a la espera. En el clásico literario el padre se encontraba herido tras la guerra, lejos de ellas, también. La madre tampoco puede volver. Entre trámites inciertos, las deja solas, las abandona.
Casi huérfanas, se cuidan entre ellas, se sostienen, se miman, se pelean, se visten, se desvisten, y de a poco se van dibujando con claridad y precisión los caracteres bien diferentes de cada una de ellas. De esta manera, la obra es capaz de introducirse en los múltiples rostros que una mujer puede tener: la ira, la timidez, el egoísmo, la solidaridad, la vanidad, el temor, la soledad, hasta llegar a la locura y lo que la locura es capaz de hacer. Pero claro, como contrapartida de la locura está la negación familiar. Es interesante el giro que hace la dramaturga al poner la locura como la enfermedad que contrae una de las hermanas en lugar de la escarlatina -en la obra original una de las hermanas enferma y es cuidada por las otras-. Tal vez se puede pensar esto como símbolo de la época. Cabe destacar el modo que encuentra la directora para narrar el momento quizá más dramático de la pieza sin caer en golpes bajos y sin abandonar la poesía.
Las actuaciones están muy bien, parejas, cada una en su punto justo. La escenografía es muy bella y, ayudada con el diseño de luces y con los objetos perfectamente elegidos, logra recrear la atmósfera de un cuarto de adolescentes que están dejando de serlo. Así, la ropa, los zapatos y los tesoros de cada una de ellas profundizan aquel universo al tiempo que las diferencia.
Un lindo plan de domingo, para meternos por momentos en un mundo de fantasía y jugar con quienes fuimos en algún tiempo.
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