Mugre Superstar: la memoria de los hechos y una tragedia del rock que tiene rostros claros
Entre lo documental y la ficción, la obra de Santiago San Paulo y Natalia Buyatti toma el pasado como elemento fundamental para comprender y corregir el presente
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Mugre Superstar. Autoría: Santiago San Paulo, Natalia Buyatti. Elenco: Dolores Burgos, Martina Ansardi, Martina Krasisnsky, Juan Luppi, Olave Mendoza. Música: Joel Costas. Producción: Milena Gradin, Santiago San Paulo. Dirección: Santiago San Paulo. Duración: 1h 10m. Sala: Espacio Callejón. Funciones: Viernes 22 hs. Nuestra opinión: muy buena.
Cuando se ponen en escena acontecimientos o personajes del orden de lo real, el desafío es doble, porque a las ya complejas decisiones dramatúrgicas, estéticas, actorales y demás, se superpone la de elegir un punto de vista sobre una referencia compartida con una comunidad.
No es lo mismo la ficción-ficción, que la que se construye con retazos de algo que fue y de alguien que vivió. Si además ese algo ha dividido opiniones, ha tenido consecuencias en órdenes inesperados y ha dejado una herida imposible de curar, como lo fue en el caso de Cromañón, no es difícil de imaginar cómo ese reto se multiplica.
El título aporta una orientación. La palabra “mugre” remite a la suciedad, pero también refiere al tiempo, a la idea de acumulación de esa suciedad. El término se combina con otro: superstar, que tiene como referencia de origen un sistema cinematográfico en el que ciertas personas se convertían en celebridades. El vínculo entre esas dos palabras choca. ¿Cómo hacen para convivir?
El espacio de la obra es despojado, muy pocos elementos lo presiden; algunos serán desplazados, algún otro quedará inmóvil. Si la presentación escenográfica es coherente, lo que sigue también será despoblado.
Un joven se presenta, dice que es el fantasma de alguien involucrado con el tan penoso incendio, ocurrido el 30 de diciembre de 2004 en Once. Enseguida viene la pregunta por el tiempo: en qué momento se desarrollan los hechos. Pronto se comprenderá que hay cierto orden cronológico. De modo equivalente al funcionamiento del espacio, lo que tenemos son fragmentos, subrayados en la historia para ir enhebrando un camino que, se sabe, terminará en tragedia. Pero en el principio hay esperanza, búsqueda, construcción de una movida artística en la que la mugre está vinculada con los espacios de margen que, sin embargo, habilitan la experimentación en todos los sentidos posibles.
Queda claro que no solo se muestra la punta del iceberg sino también que la percepción no funciona como garantía: algo de lo que se dice no concuerda con lo que se ve, se plantean ambigüedades respecto de ciertos personajes, se construyen biografías con los mismos recursos que el espacio, a la manera de una sinécdoque. El resto, lo que falta, lo debe completar el público; así se construyen también los puntos de vista.
Todo el tiempo, además, se plantea una ruptura de expectativa, parece que va a venir una canción y no, aparece otra. La música ocupa un rol fundamental, como no podía ser de otro modo, en esta historia de rock. Este desplazamiento es un gesto inteligente frente a la memoria de los acontecimientos y de los personajes y no convierte en hermético lo que se cuenta frente a quienes desconocen la época, los lugares, las personas.
Paralela a la historia de ese gestor que cae en desgracia hay otra historia que no coincide-al principio- cronológicamente: es la de una jovencita que quiere ir a un recital y le insiste a la madre para lograrlo. Articulada casi como escenas independientes los ruegos, los argumentos se convierten en un proceso que desencadenará en que la tragedia colectiva tenga un rostro, una historia, pero por sobre todo tenga la felicidad previa y el deseo antes del recital. Como sucedía en Jardín imposible, de Lucía Fernández Echeverría, que también contó Cromañón, aparece el entusiasmo, la alegría, la expectativa porque de todo eso también está formada esa historia.
Notable actuación de Martina Krasinsky porque pone en juego esa combinación entre el anhelo, y la ingenuidad de manera impecable.
Sin duda, Mugre Superstar es una apuesta a la memoria, una búsqueda porque no quede en el olvido una herida tan profunda, pero, además, funciona como una denuncia contemporánea. El ámbito de la cultura sigue vinculado a la precariedad en sus diversas formas.
Santiago San Paulo, que también dirige, escribe junto con Natalia Buyatti esta propuesta en la que conviven lo documental con la ficción, y como ya se sabe, abrevar en el pasado es fundamental para comprender y corregir el presente. El final, como corresponde, guarda una sorpresa, un giro que hace devenir la historia en una denuncia de mayores dimensiones, porque imaginar que la responsabilidad está acotada finalmente es ocultar otras responsabilidades.
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