Moria, como la nueva Priscilla
Más problemas que éxitos en el rol en el que brillaba Pepe Cibrián Campoy
Hace cinco meses, Priscilla, la reina del desierto subió a escena en el teatro Lola Membrives para convertirse desde la primera función en la obra del año. Una comedia musical concebida para entretener, comandada por tres artistas de lujo -Alejandro Paker, Juan Gil Navarro y Pepe Cibrián Campoy-, acompañados por un perfecto engranaje en el que elenco, ensamble, músicos, vestuaristas, escenógrafos y todo el cuerpo técnico estaba ajustado a la perfección para impactar y darle al espectáculo argentino una obra que no tenía nada que envidiar a la puesta homónima de Broadway.
Llegó junio y un anuncio inesperado: Pepe Cibrián Campoy, encargado de ponerle el cuerpo al personaje emblema de este musical, Bernadette -una transexual que supo ser gloria del boom drag queen en el pasado y se suma al bus Priscilla para volver a las tablas con sus amigos, Adam [Gil Navarro] y Tick [Paker]-, tuvo que renunciar a su rol porque su físico no aguantaba la alta exigencia de las funciones. Este último jueves tomó su lugar Moria Casán, que hasta el domingo pasado realizaba una participación especial en el papel de Shirley -originalmente encarnado por Mirta Wons- y fue reemplazada por la actriz Karina Hernández.
Hay, por lo menos, dos problemas con la incorporación de Moria: uno es el rol que interpreta. Si bien la producción original del musical autorizó por primera vez que Bernadette sea encarnada por una mujer, el resultado es muy confuso. El juego no se instala, por un lado, porque resulta difícil desde el lugar del espectador olvidar que se trata de la famosísima diva, y por otro, porque en su composición del personaje no codifica una transexual. Todo lo contrario. Si no fuera por las menciones a su pasado como drag queen, la lectura que se impone es que Bernadette es una mujer. La consecuencia directa de esto es que la historia de amor gay con el personaje interpretado por Omar Calicchio es absolutamente inverosímil. Otra consecuencia: incomodidad. Moria no puede brillar en escena, ergo, tampoco Bernadette, que con Cibrián se convertía en la gran protagonista de la historia, lo hace. Sobresalen entonces los otros dos roles protagónicos: en esta nueva Priscilla... el personaje central es el interpretado por Paker, que se carga al hombro el liderazgo de la obra.
El segundo problema de Moria tiene que ver con lo técnico: una cantidad de imprecisiones y dificultades para cantar, moverse y, sobre todo, interpretar el texto. El elenco la contiene mucho y la guía para que se incorpore a su timing, pero el contraste con la plasticidad del trabajo grupal de más de una veintena de artistas es total. Quizá los tiempos no bastaron para que Casán incorpore tanta información. Es una obra muy compleja y los tiempos muertos y trastabilleos hacen evidente que faltó ensayo.
Mientras Bernadette se repliega en su inconsistencia, la aceitadísima maquinaria de artistas que hace Priscilla... sigue su marcha con la misma precisión de reloj suizo que en sus inicios, y los juegos son aun más orgánicos, dado que ya llevan cinco meses en cartel. Karina Hernández como Shirley en el cuadro del pub de Broken Hill despliega todo su histrionismo y versatilidad, crea un ambiente festivo al ritmo de "I Love the Nightlife" que hace las delicias de los amantes de este musical kitsch e hilarante.
Fuera de registro, Moria Casán parece ajena a la fiesta que es Priscilla... y sólo hace uso de la presencia escénica que la caracteriza cuando en el saludo final sale vestida de sí misma. Sin dudas, a esta Moria no le sienta bien la ficción.
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