
Monólogos con Gambas al Ajillo
Si algo le faltaba a “Monólogos de la vagina” era contar con la presencia de tres actrices que tienen una frondosa historia en común.
Verónica Llinás, Alejandra Flechner y María José Gabin, además de su historia profesional individual, son –o fueron– las integrantes de Gambas al Ajillo, grupo que por la década del 80 irrumpió en los teatros porteños para instalar su creativa irreverencia sobre los escenarios.
Su último espectáculo fue “Gambas gauchas”, en 1994, y ahora han vuelto a reunirse en esta propuesta de Eve Ensler, que dirige Lía Jelín, para demostrar que diez años de convivencia escénica es bastante como para permitirles volcar en “Monólogos de la vagina” un plus que es fácilmente distinguible para el público que alguna vez tuvo la oportunidad de verlas como Gambas.
Respetando al máximo el texto original, sin agregar una sola palabra de su cosecha personal, la representación se enriquece con los códigos no verbales, los guiños y los gestos que emplean las tres, como si fuera un metalenguaje codificado que agrega una dinámica y una energía muy especial. A su vez, se trata de tres actrices más o menos de la misma edad, y los textos parecen tener otras resonancias generacionales.
Difícil debe haberle resultado a Gabin encarar el monólogo de la mujer de Bosnia, brutalmente violada y castigada, a la que encaró casi sin matices emocionales y con cierto grado de distanciamiento con respecto al drama. Fue un corsé que la directora le ajustó para evitar cualquier desborde. En los demás, el humor estuvo presente y lo que las chicas no pudieron decir en palabras lo expresaron con el cuerpo, técnica en la cual siguen siendo realmente ingeniosas.
La relación con el público
Como son actrices fácilmente enmarcadas en el humor, la respuesta del público no se hizo esperar. Fueron recibidas como diosas y ellas así se comportaron. Más allá de percibir el crecimiento artístico que cada una ha desarrollado en su carrera individual, demostraron un buen dominio de la escena a pesar de estar condicionadas espacialmente por su lugar en un taburete.
No fue necesario más para que Llinás demostrara la expresividad que puede lograr con el cuerpo, además de su simpatía y desparpajo, que disipan cualquier toque malintencionado.
Flechner, ubicada en el medio, cargó con el trabajo –probablemente no intencional– de verse como la moderadora y contenedora del grupo. Esto sin privarse de la diversión cuando lo ameritaba.
Porque éste fue el resultado: las actrices se divirtieron y contagiaron al público, que no tuvo empacho en participar activamente cuando fue convocado por el trío.
Hubo también mucho de festejo por el retorno de las Gambas al Ajillo, que, por primera vez, como grupo, debieron ajustarse a un texto ajeno. Y lo hicieron muy bien, no como buenas actrices, que lo son, sino como un trío que aún sigue vibrando en la misma cuerda y con la misma sintonía, para comunicarse fluidamente con un público que agradeció efusivamente este regreso.