Molly Bloom: un brillante ritual ancestral
El unipersonal es magistralmente interpretado por Cristina Banegas; un fluir de la consciencia con el sello del incomparable James Joyce
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Autor: James Joyce. Adaptación: Ana Alvarado, Cristina Banegas, Laura Fryd. Dirección: Carmen Baliero. Intérpretes: Cristina Banegas. Escenografía: Juan José Cambre. Iluminación: Verónica Alcoba. Sala: El excéntrico de la 18 (Lerma 420). Funciones: sábados, 20 h. Duración: 60 minutos. Nuestra opinión: excelente.
Hay una herencia de la cultura griega que todavía la podemos sentir vibrar en una sala de teatro independiente en el barrio de Villa Crespo. Es su característica de exaudito, es decir, que entra por el oído. Una civilización que se construye y se expande en base a las historias que se cuentan unos a otros, una narración oral en la cual los grandes mitos se contaban en voz alta y se compartían a través de las generaciones. Ese hilo poderoso y atemporal aparece durante el unipersonal Molly Bloom que tiene a la reconocida actriz Cristina Banegas como intérprete y médium de los grandes relatos universales. En este caso, ella invoca el epílogo del Ulises de Joyce, ese maravilloso monólogo final, en el que Molly, la esposa del protagonista de la novela, libera su pensamiento caótico durante una noche de insomnio.
Un atril, una tela pintada de un amarillo oscuro y otra franja roja, que irá cambiando con los efectos de la iluminación y la actriz, descalza, con una camisa negra holgada, su pelo blanco corto, los labios carmín y el texto que leerá, evocará, la hará achicarse, contraerse, abrir el pecho, levantar las piernas, en un acto de entrega en el cual ese poema es una flecha particular, que a cada espectador le llega de una manera única y exclusiva.
Este monólogo interior con el que Joyce termina una de las obras literarias más importantes del siglo XX, escrita en 1922, se caracteriza por la velocidad y la vorágine de su escritura, ya que no tiene ningún signo de puntuación, mientras los pensamientos de Molly, libres de censura y cuestionamientos morales, fluyen en libertad por fantasías sexuales, teorías sobre los hombres, el amor, la infancia y la maternidad. Este fluir de la conciencia, desinhibido y caótico, que es el que escucha el espectador y de alguna manera es como funciona el pensamiento en cada una de las personas, ya que nunca se desarrolla de una manera ordenada y cronológica, es una experiencia de libertad. El pensamiento se libera y es la voz y el cuerpo de Cristina Banegas donde se encarna esta posibilidad.
Este caos de conceptos, imágenes, olores, sensaciones que es el texto de Joyce, al que Umberto Eco definió como “un mundo de acontecimientos múltiples que se unen, componen y rechazan entre sí”, tienen una relación profunda con el sonido y la música. Dice Banegas: “Molly es la música de la cabeza de una mujer”. Por eso, este espectáculo se presenta como un concierto de palabras, que es dirigido por la compositora y música Carmen Baliero, quien entendió cada afirmación de Molly como fonemas estructurales, una partitura en la que aparecen ritmos, cadencias y crescendos.
Entonces será ver acercarse a la actriz hacia su partitura, que es el texto de Joyce, y contemplar el comienzo del concierto que recién terminará, con el gran final que eligió el autor del Ulises para su novela, que es un sí quiero, sí. Una manifestación de energía, de avance y afirmación con el que relaciona y celebra todo el universo femenino. Y durante ese viaje musical, habrá grandes pasajes de erotismo, de fantasías, de una mujer adúltera que piensa su deseo y el de los hombres, las desigualdades por las que circula y su defensa del placer. En un ejemplo de este pensamiento sin filtro ni signos de puntuación, Molly expresa: “Por si alguien pasaba en ese momento me la levanté un poco y le toqué los pantalones del lado de afuera para que él no hiciera algo peor en un lugar tan público me moría por averiguar si estaba circuncidado le temblaba todo el cuerpo como una jalea quieren hacerlo demasiado rápido le quitan todo el placer”.
Cada imagen tendrá un énfasis en la actuación, un apretar las manos, un tono más fuerte de las palabras, que la directora hace ver con un acelere musical poderoso. A esto se suma una iluminación que construye ambientes más eróticos, frenéticos o despejados, según Molly piense en el sexo, la infidelidad, el feminismo o cuando recuerda su infancia en Gibraltar y los jardines de jazmines y rosas y los geranios y los cactus.
Entre el montaje cinematográfico, la asociación libre del psicoanálisis, la filosofía y las descripciones impresionistas, este monólogo de vanguardia y reivindicación feminista, Molly llega a decir: “Mucho mejor que el mundo estuviera gobernado por las mujeres no se las vería matándose unas a otras masacrándose cuándo se vio a las mujeres rodando por ahí borrachas como hacen ellos o jugándose hasta el último penique que tienen y perdiéndolo en los caballos sí porque la mujer cualquier cosa que haga sabe dónde parar no saben lo que es ser mujer y ser madre cómo podrían saberlo dónde estarían todos ellos si no hubieran tenido una madre que los cuidara”.
El público que asiste a las funciones de Banegas, una de las actrices más destacadas de la Argentina -en el teatro El excéntrico de la 18, su propio espacio fundado en 1986-, es parte de ese ritual ancestral, en el cual la cultura musical, que entra por el oído se invoca y renace a cada momento.
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