La prestigiosa actriz estrenó la segunda temporada del unipersonal Una, donde conmueve bajo la dirección de Giampaolo Samá; radiografía de una artista ineludible y con estilo propio que también se destaca en la ficción televisiva y el cine
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“La obra habla de aquello que pasa en la vida de cualquier mortal. En ese sentido, no es un material difícil, aunque a todos los toca por algo, seas mujer o no. Hoy cobra mucho significado en tanto vivimos en un mundo virtual donde hacemos cosas de acuerdo a cómo queremos que nos vean los demás”, sostiene Miriam Odorico, protagonista de Una, joya de la cartelera teatral porteña de visión imprescindible que se da los sábados en la sala Timbre 4.
La propuesta, dirigida por Giampaolo Samá, un talentoso dramaturgo, director, actor y docente italiano, pareja de Odorico, quien hizo la adaptación de Uno, ninguno y cien mil, texto de Luigi Pirandello en el que se basa, con suma fidelidad, la obra. En Una, Moscarda, el personaje protagonista, pasó del masculino original al femenino, parque que pudiese ser interpretado por Odorico. Samá había hecho una primera traducción para ser protagonizada por él, pero en la intimidad del hogar, la actriz, testigo del proceso, insistió en tomar la posta del desafío.
“La obra habla de la construcción de la realidad, de cómo la construimos y de cómo nos construimos. De esas etiquetas que nos ponen”, sostiene la actriz, que también forma parte de La omisión de la familia Coleman, esa obra de culto de Claudio Tolcachir, en el que interpreta a la inolvidable Memé.
En Una, el personaje ingresa en una zona de cuestionamientos sobre su realidad y su identidad más genuina a partir de un hecho, en apariencia circunstancial, pero que desata una catarsis en torno a la indagación del propio ser. Somos lo que queremos ser o tan solo una construcción del deseo del otro. En tal caso, qué proyecta el propio ser para que el otro perciba determinada realidad. “El personaje es una mujer que va haciendo todo aquello que se supone que debe hacer, hasta que llega un momento en el que se rebela en medio de una crisis que la lleva a romper con todo, a poner en tensión la relación que tiene con los demás”.
“Nadie quiere que el otro se mueva del lugar donde lo pusieron”, sostiene la actriz. En Una, Moscarda también se interpela en torno a su vínculo con las instituciones sociales, la religión y la construcción familiar.
Giampaolo Samá siempre tuvo muy clara la puesta de Una, luego de un exhaustivo análisis del texto de Pirandello y una adaptación minuciosa. “Él la ensayaba y cuando yo escuchaba ese texto, me lamentaba de no hacerla. Finalmente, me la cedió, algo que le agradezco tanto”, reconoce la actriz, quien iba a dirigir la versión que protagonizaría su esposo, un proyecto no descartado y que podría convivir con la actual puesta del material.
El texto en una voz femenina cobra nuevos significados sin que pierda la esencia de lo escrito por Pirandello. No siempre sucede. “Es universal y gana mucho siendo Moscarda una mujer, suena diferente. No es lo mismo la mujer con un amante, a que eso le suceda a un hombre”. Aún hoy.
Miriam Odorico realiza una performance conmovedora donde no queda otra opción que aplaudirla durante varios minutos, como sucede en el final de cada función. Habita el espacio desde la verdad y desde los múltiples significados de su corporalidad. Conmueve asistir a esa ceremonia donde ella dice desde la palabra y el movimiento, tan solo acompañada por una silla. No se puede ser otra cosa más que un espectador amoroso que acompaña su entrega.
Mandatos del oficio
–La construcción de la mirada externa es una realidad del trabajo del actor. ¿Cómo te llevás con eso?
–Para mí es difícil, por eso trato de tomarlo con calma y tratando de ser yo misma. Intento no defraudarme, ser fiel a lo que soy, pero lo que yo soy es difícil explicar en lo social.
–¿A qué te referís?
–A concurrir a fiestas, maquillaje y peinado, el arreglo… nada de eso me va.
–Un mandato de actriz que no necesitás.
–E incluso es un mandato de la mujer. Soy así, no sé si me puede perjudicar mucho o no tanto, pero trato de no hacer todo aquello que no me gusta.
–¿Decís muchos “no”?
–Bastantes, por supuesto, después me arrepiento.
–¿Por qué?
–A veces por la cuestión económica, rechazo algo y, quizá, no tengo otra opción. También suelo arrepentirme por responder rápido, a partir de la primera impresión, lo que pasa es que no me gusta hacerle perder tiempo a la persona que me está haciendo la propuesta.
Preparativos
Antes de cada función, Miriam Odorico cumple con algunos rituales que la instalan en el espacio que luego transitará y en sus circunstancias. Y si su composición hace entrever que previamente a la interpretación hay una concentración mayúscula, nada hace sospechar que la actriz también cumple con algunas costumbres más terrenales: “Me tomo un café con leche y como algo, porque ya me sucedió que me diera hambre en medio de la función y es muy feo. No hay que sentir en el escenario que la energía baja. Luego viene el ritual de poner las luces, yo me encargo de los sahumerios para perfumar el lugar. Finalmente, me cambio, busco estar tranquila y no enterarme nada más de lo que pasa afuera, ni siquiera saber quién vino y quién no”.
–Previamente a la función, ¿pasás la obra?
–Sí, el día anterior digo toda la pieza… y también realizo los movimientos.
La corporalidad de Moscarda es ayudada por un entrenamiento que incluye una rutina de natación diaria y, previo a la función, algunos pequeños ejercicios para poner en movimiento pies y manos, que, en su interpretación, juegan un rol esencial. “Tengo que estar disponible para el personaje”.
Suena el teléfono y es su hija. Consulta si es urgente y posterga la charla para luego de la entrevista. Se disculpa mucho más que cualquier espectador de esos que interrumpen el convivio teatral con el aullar de sus propios celulares. La pausa también es aprovechada para conversar sobre ese rincón en el mundo en el que vive. Muestra una foto poética y hermosa de un amanecer desde su ventana, donde brilla de dorado la Vuelta de Rocha, el Transbordador Nicolás Avellaneda y más allá la costa imponente del Río de la Plata. La vista de su departamento de La Boca, donde vive con Giampaolo Samá, es la recreación exacta de una pintura de Benito Quinquela Martín.
Caprichos del destino, Miriam Odorico aún no trabajó en el Teatro de la Ribera, la bella sala del Complejo Teatral de Buenos Aires, ubicada a pasos de su casa.
Pantallas
Además de su tarea escénica, también transita con frecuencia los sets televisivos y cinematográficos. “La televisión y el cine me encantan, son medios para aprender un montón, admiro a la gente que está canchera con esos espacios que siempre son un desafío”.
–La vorágine televisiva bien aprovechada puede ser un universo creativo muy rico para el actor.
–En el teatro te preparás mucho y tenés una idea de lo que va a suceder. En la televisión todo es más rápido, pero es un ejercicio hermoso. Y el cine, la complicación es sostener la continuidad.
–Sobre todo poder recrear la continuidad emocional.
–Cada vez que veo una película, me saco el sombrero ante el trabajo de los actores.
A la hora de pensar en algunos títulos audiovisuales que la contaron en sus elencos, menciona Signos, serie protagonizada por Julio Chávez y la telenovela Los ricos no piden permiso, ambos producidos por Adrián Suar. “Me encanta esa rutina de compartir el día entero con los compañeros, tomarnos cafecitos y conversar, ensayar las escenas y pasarlas, todo es hermoso, amo esa vida”.
Nació en Avellaneda, del otro lado del Riachuelo que hoy contempla desde su ventana. En su terruño natal, su familia vivía muy cerca del Teatro Roma, esa sala que es una joya arquitectónica que maravilla a quienes la visitan. “Primero fui al Roma a estudiar italiano y, a los 14 años, comencé a tomar clases de teatro en la Escuela Municipal. No sé cómo ni por qué llegué, no había nadie en mi familia vinculado a eso”.
–Quizá porque el Roma estaba al alcance de la mano.
–Mi familia no iba al teatro, pero, con la escuela, fuimos de excursión a ver marionetas. Ahí sucedió algo.
Aquella pieza icónica
La actriz forma parte del elenco fundacional de La omisión de la familia Coleman, la pieza que se estrenó en 2005 en el PH donde habitaba Claudio Tolcachir, dramaturgo y director de la misma. La obra se convirtió en un clásico del teatro independiente que también se mueve cómodo en las salas comerciales y que no ha dejado de viajar por el mundo.
La historia de esa familia plagada de silencios y vínculos fallidos al borde de la disolución se convirtió en faro referente a la hora de abordar ese tipo de universos sanguíneos.
–¿Cómo llegaste a la obra y a tu personaje Memé?
–Te cuento todo.
Odorico se emociona. Acaso porque la pieza y su criatura forman parte indisoluble de su vida. Como quien no puede más que enorgullecerse por la crianza de un hijo. Con Claudio Tolcachir había compartido el elenco de Long Play, una obra que no tuvo la repercusión esperada, pero sirvió para generar el vínculo entre ambos. “En aquel momento pensamos que sería muy lindo volver a trabajar juntos”.
–Se dio.
–Luego de bastante tiempo, me llamó Claudio para que fuera a conocer la sala de teatro que acababa de inaugurar, ahí nos volvimos a encontrar. En esa oportunidad, me comentó que quería escribir algo, ya que había dirigido, pero nunca se había adentrado en la autoría de un texto.
El director convocó a un grupo de actores con los que tenía el deseo de trabajar y les propuso generar un nuevo proyecto desde la improvisación, a partir de líneas temática que él iba sugiriendo. “A mí las improvisaciones no me gustan, no las elijo, prefiero que me den la obra terminada y evaluar si la quiero hacer o no”. La reentré del vinculo arrancó mal. “Fui a tres encuentros de improvisación muy libre y renuncié”.
–¿Qué proponía Tolcachir en esas improvisaciones?
–Nos daba los roles, indicaba quién era la madre, el hijo, la abuela. Y marcaba alguna situación como “hoy es el cumpleaños de tal personaje”. El problema es que a mí esa libertad me mata.
Odorico le explicó a Tolcachir que se iría de viaje y se negó a que el reservaran el lugar para retomarlo al regreso. “Ellos siguieron su camino y una actriz tomó mi personaje”. Luego de ese período de ensayos muy libres, donde Tolcachir tomaba nota de lo que iba apareciendo en la voz de los protagonistas, el autor se tomó tres meses para escribir la pieza que se convertiría en un fenómeno social.
–¿Cómo regresaste al proyecto?
–Con el texto escrito, la actriz que tomó mi papel no se hallaba bien en el personaje, estaba incómoda. Finalmente, se fue y Claudio me llamó, me consultó si estaba libre y me contó que tenía la obra terminada. La leí y me encantó. Me sumé al grupo, ensayamos y, en dos meses, estrenamos.
Creer o no creer en el destino, esa es la cuestión. Memé la estaba esperando. “Si lo dejaba pasar, lo hubiese lamentado toda mi vida. La obra fue muy importante en cuanto a la visibilidad, la vio mucha gente”.
Ella le dice “Coleman”, buscando abreviar el título y porque ya el apellido de esa familia se convirtió en una suerte de marca para la pieza de culto. “No siempre tenés la suerte que te vea gente que te puede convocar para otros proyectos”. Entre el público multitudinario, también desfilaron famosos como China Zorrilla, Norma Aleandro, y tantísimos más.
–Está claro que la improvisación no es lo tuyo. ¿Qué te sedujo del texto terminado?
–Lo redonda y bien escrita que está, es muy interesante la forma en que se dosifica la información que se le da al espectador.
Así como Una habla de ciertas universalidades, tal fenómeno se repite con La omisión de la familia Coleman, material que recorrió buena parte del mundo, incluso destinos con idiosincrasias e idiomas muy diferentes al ADN argentino: “Habla de la familia, los vínculos, la comunicación y el sálvese quién pueda”. Parece ser que de eso nadie zafa.
–¿Cuál fue el destino más exótico que tocaron?
–Shangai, China, donde la hicimos subtitulada. La sala era muy particular, funcionaba dentro de un departamento. Se abría una puerta y aparecía un teatro enorme como el Roma de Avellaneda. La gente comía, entraba y salía, fumaba. No te puedo explicar el olor a “pucho” que había.
El año pasado, Odorico formó parte de El encargado, la serie protagonizada por Guillermo Francella que fue uno de los éxitos del 2022 en el circuito de las plataformas. “Nunca tuve problemas trabajando con gente como Francella o Suar, siempre he sido muy bien considerada”.
–Luego de unos cuantos meses sin ficción en la televisión abierta, se estrenará la segunda temporada de ATAV, una buena noticia no sólo para los actores, sino también para los televidentes.
–Me encanta que eso suceda, es necesaria la ficción en televisión, por las fuentes de trabajo y por lo que ofrecen a la gente.
Durante la actual temporada, Una le ocupa las noches sabatinas, mientras se va completando la agenda de festivales y ciudades que la obra va a visitar. Ingresa Giampaolo Samá al bar de San Telmo donde se realiza la entrevista con LA NACION, ansioso y entusiasmado por la nueva temporada de Una.
“Somos esposos, porque nos casamos con papeles, sino seríamos pareja”, bromea ella, ante las risas de él, que recuerda que ella también lo dirigió en una historia de inmigrantes atravesada por la comida y otra basada en el ideario de Dante Alighieri, un proyecto precioso que debería volver a la cartelera. “Al ser dirigida por él, me permitía contradecirlo, algo que, a veces, no es posible con otros directores. Tuve suerte en ser dirigida por Giampaolo, y también por gente hermosa y talentosa como Tolcachir y Daniel Veronese”.
PARA AGENDAR
Una, los sábados, a las 20.15; y La omisión de la familia Coleman, los viernes, a las 20.45, en Timbre 4, México 3554.
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