Minuciosa obsesión
Madorrán / Texto y dirección: Jorge Drechsler / Intérprete: Ramiro Aguayo / Luces: Santiago Lozano / Asesoramiento dramatúrgico: Marcos Perearnau / Asistencia técnica: Fernanda Labrit / Producción: El Brío Teatro / Sala: Anfitrión, Venezuela 3340 / Funciones: viernes, a las 21 / Duración: 50 minutos / Nuestra opinión: Muy buena.
Hablar del fanatismo es meterse con la identidad. No cualquiera, sino una identidad construida como pared alrededor de una obsesión que no puede romperse, ya que pondría en riesgo toda esa estructura sin aire ni resquicios por donde la duda quisiera filtrarse.
La obsesión del árbitro Fabián Madorrán son el fútbol y sus inapelables reglas, a las que feminiza y trata como una chica que debe ser respetada. Con su uniforme, botines, silbato, tarjetas amarilla y roja, recorre la cancha con el bailoteo del referí, mirada por encima de los hombres, atento y distante, escoltado por sus dos escuderos de línea. Nadie le discute, nadie sabe más, es el rey de los límites dentro del campo de juego.
Esa raya que no se cruza jamás en la obra está marcada por luces, como un escenario imaginario. Cuando se prenden, Madorrán actúa su gran papel en la cancha; cuando se apagan, aparece la introspección. En ese rectángulo, hay un banquito de vestuario y un pequeño y viejo televisor que apenas permite al espectador seguir el partido fatal. Sólo unos instantes de imágenes y la voz del relator ahogada en un grito de gol que, según el árbitro, no fue. Protestas y manotazos. Argentinos Juniors descendió en la final de la promoción a la B y el árbitro internacional Madorrán fue despedido por la AFA acusado de mal desempeño. Un final intolerable para una personalidad sostenida por las reglas: no hay aliento sin ellas.
Ópera prima de Jorge Drechsler, Madorrán respira tragedia no porque los futboleros conozcan la historia, sino por la rigidez de este personaje enjaulado que se aproxima al estallido. Poco a poco, en cada una de las cortas y sucesivas escenas, suma una nueva recarga. Va a quebrarse porque ama demasiado. Tiene en Ramiro Aguayo un intérprete perfecto del compás de ese hombre solo frente a los otros, blindado por frases hechas y silencios, desorientado sin su misión: un fanático inflado por los focos que perdió el único show que lo mantenía vivo.
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