Mikhail Baryshnikov - Bob Wilson: las claves del suceso que acaba de llegar a Buenos Aires
La dupla estrenó anoche Letter to a man y hará 10 funciones en el teatro Coliseo
El público porteño tiene entrenado el olfato para reconocer a la distancia una buena obra de teatro. Es, sin dudas, público teatrero, y cuando apunta su curiosidad hacia un espectáculo, en general, es una bala certera. Por eso, cuando se supo que llegaba al país Letter to a man, el nuevo espectáculo de Bob Wilson con Mikhail Baryshnikov como único intérprete, la demanda de entradas hizo que se programaran diez funciones en el teatro Coliseo. El suceso recuerda al fenómeno que se armó en torno a esta dupla creativa más Willem Dafoe en 2014, cuando agotaron nueve teatros Opera, una de las salas más grandes de la ciudad, con The Old Woman. En aquella ocasión, algunos fueron al teatro enceguecidos por el fenómeno de marketing: se había corrido la voz de que "había que ver" el espectáculo y muchos de los que no estaban familiarizados con el tipo de teatro que propone Bob Wilson (famoso por hacer puestas de siete horas y más), se sintieron decepcionados.
Este caso fue diferente: el teatro Coliseo se propone como un espacio menos masivo, más intimista y clásico. Quienes compraron entradas para alguna de estas diez funciones saben que van a asistir a un hecho teatral de relevancia. Para ellos y para los que todavía no se decidieron, repasamos acá algunas de las claves de la obra.
La historia: crónica de una caída
Letter to a man es un trabajo sobre los diarios que el bailarín ruso Vaslav Nijinsky escribió en 1919, antes de caer en la esquizofrenia, publicados en forma de libro por su mujer, Romola Nijinsky, años después. Uno de los textos contenidos en el libro se titula así, "Carta a un hombre", y está dirigido al gran amor de Nijinsky, el director de la compañía de ballet que lo "descubrió", Sergei Diaghilev. Los textos tomados para este trabajo muestran una mente perturbada, son el preludio de la pérdida de la razón traducido a un puñado de palabras. Sus pensamientos sobre el amor, sus culpas por el deseo sexual, su temor a la guerra, su religión. La repetición de las palabras en inglés, francés y ruso, ese recurso de la reiteración y el tono enérgico, monótono o estallado de las palabras colaboran para construir la noción triste de la caída en la locura. "No soy Cristo, soy Nijinsky", repite Baryshnikov colgado boca abajo de una silla antes de recitar un ensayo sobre el temor de Dios.
Un genio ruso para otro genio ruso
Nijinsky fue famoso por lograr un grand jete que parecía desafiar la gravedad. Estrella de los Ballets Rusos, compañía creada por Sergei Diaghilev a comienzos del siglo XX y que marcó un punto de inflexión en el arte escénico de la época, su arte estaba en boca de todo el mundo. Aunque Baryshnikov se empeñe en descartar similitudes con este genio, la realidad es que hay más de una: ambos fueron los número uno de su época. Baryshnikov es actualmente el bailarín más importante del mundo. Y ahora se ha metido en la mente perturbada de su predecesor.
Todo el teatro es danza
Es natural asociar a Baryshnikov con la danza, y tratándose de un trabajo sobre el universo de Nijinsky podría esperarse ver un ballet. Pero Letter to a man no es nada de eso. Bob Wilson considera que "todo el teatro es danza" y es por eso que tener a un bailarín como protagonista de su obra resulta perfecto para el director. Baryshnikov no sube a escena para bailar una pieza, pero transita los 70 minutos que dura la obra siguiendo una coreografía de movimientos con la precisión de un reloj suizo. Nada puede fallar. Cada movimiento tiene su sonoridad, y llega en el momento exacto. A tempo. Baryshnikov baila los silencios. Cuenta el tiempo cuando no suena nada porque eso también es música.
"La luz es todo"
La frase la dijo Bob Wilson en diálogo con LA NACION. Lo que hace el régisseur con la luz es sencillamente maravilloso. Sus puestas en escena son famosas por su belleza visual. Ya había provocado pasiones por eso en su visita anterior, con The Old Woman. En este caso, las luces marcan el ritmo, pintan la escena, y dirigen la mirada del espectador siguiendo un diseño delicioso. Hay una visión cinematográfica en el ojo del director que se plasma en un recorrido casi fotográfico de cuadros en los que "la luz es todo". Una ventana se ilumina desde afuera. ¿Será la luna? Solo vemos el perfil del rostro de Baryshnikov/Nijinsky asomarse. Un zoom. El escenario puede desaparecer porque la carga dramática está contenida en esa foto. Que pronto mutará en otra cosa, con movimientos en slow motion, con otras luces y otros sonidos.
La escenografía
Si a priori parece despojada, la escena se irá llenando de colores y objetos que podrían ser oníricos o simplemente un juego de niños. Es fascinante preguntarse por el proceso creativo de este trabajo, puro disfrute lúdico, con sus propias reglas y una obsesiva precisión. Nijinsky mira un horizonte y pasa volando un cisne. Un cisne perfecto, casi real, casi holograma, una proyección que atraviesa la pantalla blanca ubicada en el fondo. Más tarde, el mismo fondo deja pasar un barquito con un dibujo de Diaghilev con bigote y sombrero. Ya no es una proyección, es un objeto, una pintura que da la idea de tres dimensiones, que de lejos podría ser un hombre, ese hombre, Diaghilev. Habrá más de estos detalles sorprendentes durante toda la obra. Flores que bailan, gallinas gigantes, niñas que gritan. ¿Quiénes son? "Prefiero que el espectador se pregunte '¿qué es esto?' Y no que diga 'Esto es tal cosa'", reconoció Wilson en una entrevista con este medio. Sin preguntas no hay acción, no hay teatro.
El regreso a Buenos Aires
Aunque Letter to a man viene girando por el mundo, su desembarco en Buenos Aires es especialmente significativo. Nijinsky estuvo en el país en dos ocasiones y fue en esta ciudad donde, en 1913, decidió intempestivamente casarse con Romola Pulszky, hecho que dinamitó el fin de su relación con su verdadero amor, Diaghilev. "Por qué abandonas al hombre que te ama", le preguntará una y mil veces en su última carta. Nijinsky se había casado en un rapto de pasión, en la cumbre de su carrera, y fue por ese mismo ímpetu apasionado que Diaghilev lo despidió de la compañía al enterarse. "Si es cierto que no quiere trabajar conmigo, entonces he perdido todo", le escribió el bailarín a Stravinsky (con quien luego estableció una rica dupla creativa, a cargo de la coreografía de sus obras maestras) en un ruego por su intercesión en esta disputa. Empezó a perderlo todo. Sobre todo la razón. Volvería tres años después a Buenos Aires con su salud mental notablemente deteriorada para uno de sus últimos bailes en el Teatro Colón.
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