Miguel Rottenberg, el iniciador de una dinastía apasionada por el teatro
Es el padre del productor teatral Carlos Rottemberg y estrena una obra de su autoría en un teatro independiente. La relación con su hijo, el amor por el teatro y las ganas de hacer una película con esa misma obra.
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Aprendió a amar el teatro desde muy chico, porque tenía 5 años cuando sus padres lo llevaban al Soleil, el ya desaparecido teatro de la colectividad judía. Conoció a su mujer Juana también en una obra de teatro y es el padre de un importante productor teatral, Carlos Rottemberg. Con 88 años, Miguel Rottenberg se da el lujo de estrenar Florecer en otoño, todos los sábados, a las 17, en El Tinglado, con dirección de Ernesto Michel y las actuaciones de Yesica Wejcman, Alicia Toker, Qwen Toledo, Alcira Serna, Alicia Naya y Guido D’Albo. En diálogo con LA NACION, Rottenberg habla sobre el vínculo de abuelos y nietos, que inspiró la obra, y cuenta su relación de muchos años con el teatro independiente.
“Hace más de treinta años que voy a la Casa del Teatro para leer obras a los ancianos que allí viven. Y de tanto compartir pude conocerlos en profundidad. Eso me inspiró, a mis 50 años, a escribir esta obra. Tiempo después, con la directora Lía Jelín nos lanzamos a la aventura de hacerla en el Regina, con actores que hacía 30 años que no se subían al escenario. Eso fue hace 25 años y fue todo un éxito; lo hicimos a beneficio de la Casa del Teatro y logamos ponerla en pie. La intención era volver a hacer esta obra en el Regina, pero estaba reformándose y se reinauguró hace unos días: quedó hermoso. Encontramos un lugar en El Tinglado y estamos felices”, detalla Miguel Rottenberg.
–Florecer en otoño habla de la relación de abuelos y nietos y también de amor…
–Sí, es una historia que habla del vinculo entre nietos y abuelos, algo que siempre me llamó la atención porque, cuando yo era joven, era usual visitar a los abuelos para darles un besito y enseguida te ibas. Hoy tengo diez nietos y tres bisnietos y paseo con ellos, viajo, tenemos charlas profundísimas, tomamos un punto y lo desarrollamos a fondo. Como dice mi personaje, que es una vieja muy particular, “para Shakespeare era muy fácil matar a dos jóvenes, porque eso siempre llama la atención: lo difícil es salvar a dos viejos”. Florecer en otoño habla de un amor entre una ex directora de escuela judía y un jardinero que estuvo preso muchos años en la época del Franco. La poesía y los juegos de ajedrez los acercan pero los hijos de ella se oponen a la relación y son los nietos quienes los salvan. Después de Florecer en otoño hice un libro que se llama Romeo, Julieta y sus nietos, y allí me explayo más que en la obra. Estoy con las ganas de hacer una película también porque se ha escrito muy poco sobre el tema.
Rottenberg indaga en su memoria y rescata algunos recuerdos sobre cómo se inició su amor por el teatro: “mi padre solía llevarme al viejo Teatro Soleil, ya desaparecido, de la colectividad judía. Yo tenía 5 años y como la situación económica era muy mala, me llevaba a upa para no pagar la entrada. Y conocí a mi mujer, Juana, a los 21 años en una obra de teatro en la AMIA. Durante toda mi vida me dediqué a escribir teatro pero no a estrenarlo. Y tengo el orgullo de decir que tuve muchísimos teatros independientes y ayudé en todo, desde su creación: FundArte, El Nudo, De entre casa, en la calle Salguero. Siempre colaboré con el teatro independiente.
–¿Por qué se dedicó a escribir teatro y no a estrenarlo?
–Estrené tres o cuatro obras en la Fundación del Banco Patricios, otra sobre la trata de blancas, y mi primer estreno fue en el Ateneo, que era de Carlos, con una obra que se refería a los terribles años que pasamos en la dictadura y se llamaba Imagen y semejanza. Algunos estrenitos he tenido pero nunca me interesó llevarlas a un teatro comercial porque yo me dediqué a otras cosas y me fue muy bien. El teatro es un gusto que me doy.
–¿Y a qué se dedicó?
–Me dediqué durante muchos años al cuero y todavía me dedico a la construcción. No me gusta decir que el teatro es un hobby porque, quizá, muchos se pueden ofender. Es un gusto y no hago gala porque no es mi fuerte, pero me interesa contribuir. Por eso estoy tan contento con Florecer en otoño. Soy uno de los pocos hombres que quedan con 67 años de matrimonio, y fue mi mujer la que más me inspiró cuando escribió Los nietos nos miran, que tuvo 24 ediciones y vendió 147 mil libros. Juana fue la primera en descubrir que el vínculo entre abuelos y nietos había cambiado mucho. Por otra parte, hoy son muchos los abuelos que tienen que ocuparse de los nietos porque los padres trabajan. Antes veías a una persona de 60 años decías que ya había cumplido con su vida y hoy yo, con 88 años, trato de cumplir con la tradición judía y vivir hasta los 120 (ríe).
–¿Usted le inculcó a Carlos el amor por el teatro?
–No sé si fue tan así porque Carlos se interesó primero por el cine, a sus 13 años. Mucho después se metió con el teatro porque se dio cuenta que daba mucho más trabajo que exhibir una película, y se apasionó. Tenemos una excelente relación, entonces lo acompaño y así aprendí. Mi nieto Tomás (hijo de Carlos) también está cada vez más a full y es muy lindo que abuelo, padre y nieto discutamos si tal obra va a andar o no. La mayoría de las veces no la acertamos (ríe).
–¿Cómo son esas charlas sobre teatro?
–Entretenidas, apasionadas. Leo muchas de las obras que le llegan a Carlos, y si descubro alguna que me parece que puede interesar, se la paso a Tomás para que me dé su opinión. Es interesante porque son tres generaciones con tres puntos de vista totalmente distintos. Pero a pesar del paso de los años, la temática del hombre es siempre la misma: el amor, el odio, el poder. Los conflictos siguen siendo los mismos.
Sobre éxitos y fracasos
–Debe haber visto miles de obras, ¿hay alguna que recuerde por algo en especial?
–Made in Lanús, que habla del desarraigo, me toca más de cerca. Llegué a la Argentina a los 5 años, escapando de la guerra. Nací en Polonia, hoy territorio ucraniano, sufriente de esta guerra. Por otra parte, disfruto con Brujas a pesar de que no me gustó cuando la leí y le dije a Guillermo Bredeston que no tenía ni pies ni cabeza. Sin embargo lograron hacer de eso un éxito. A tal punto que en España no duró un mes y acá sigue en cartel. El mismo autor, Santiago Moncada, me dijo: “esta no es mi obra pero bienvenida sea porque en España no me duró nada (ríe)”. El teatro es un conjunto de personas y no solo el autor. El libro es como el hijo recién nacido que se lo da al director para que lo eduque y los actores le dan el alma y la vida. A veces todo queda en las buenas intenciones. Por ejemplo, yo le tenía mucha confianza a Corrupción en el palacio de justicia y fue un fracaso. Será que hay tanta corrupción que leemos en el diario todos los días que nadie quiere verla en el teatro. Leí obras que no me gustaron y después fueron grandes éxitos. Nadie puede predecir si una obra va a andar bien. Es un poco de intuición pero todo lo demás lo dice el soberano público.
–Levantó el Teatro IFT y está involucrado con la reconstrucción del Teatro Argentino que desde su incendio, en 1971, permaneció cerrado y hasta fue un estacionamiento. ¿Se va a hacer cargo de esos teatros?
–No. En El Nudo estuve diez años, y en el IFT seis tratando de levantarlo pero es difícil por su ubicación y porque un teatro con 720 butacas no es un teatro independiente. Una obra de teatro independiente es un éxito cuando se ocupan 100 butacas y en una sala de 720 es deplorable. Y el Teatro Argentino se está haciendo, y podrá inaugurarse en uno o dos años. Intervine para que pueda reconstruirse pero no me voy a hacer cargo porque es un trabajo tremendo, los años van pasando y no puedo. De todas maneras, estar en el teatro es un disfrute. Me emociona ver el acercamiento muy profundo entre el espectador, el actor y el director, y lo que vemos representado en el escenario siempre es parte de nuestras vidas.
Para agendar:
Flor de otoño, los sábados, a las 17
El Tinglado, Mario Bravo 9408
Entradas por alternativateatral.com
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