Julieta Novarro, una de las directoras del proyecto, conversó con LA NACION sobre las características de este formato teatral nacido en España y que se transformó en un acontecimiento que aglutina arte con gastronomía, en una experiencia morfológica de consumo cultural a la medida de cada espectador
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Se degusta de a poco, en grageas. El espectador arma el menú, como en esas propuestas gourmet donde el paladar saborea lentamente cada paso. Microteatro Buenos Aires propone un formato de acontecimientos inmediatos en escasos minutos y definido por la inmediatez física entre las zonas de representación y expectación, muchas veces sumergidas en una tensión compartida. “Podría pensarse que Microteatro es una idea de los espectadores, con la necesidad de entrar y salir, de ejercer la libertad”, sostiene Julieta Novarro, responsable, junto a Pablo Bossi, de afincar en la Argentina este concepto teatral nacido en Madrid.
Obras teatrales de quince minutos de duración, representadas en un espacio de quince metros cuadrados y para una platea de quince espectadores. “Nos tomamos alguna licencia en cuanto a eso, pero el concepto de intimidad se mantiene”, aclara Novarro, sentada en una de las mesas del restó que forma parte del edificio donde se ubican las seis salas pequeñas aptas para el montaje de las obras.
Microteatro llegó a Buenos Aires en agosto de 2017, ocho años después de darse a conocer en Madrid. Desde esa fecha y hasta marzo de este año, se estrenaron más de 600 obras, que fueron vistas por más de medio millón de espectadores.
El proyecto ya fue irradiado a las ciudades de Miami (Estados Unidos), Lima (Perú), DF (México) y, en España, además de Madrid, se ofrece en Málaga y Barcelona. Argentina no fue la excepción, la propuesta rápidamente se instaló entre las preferencias del público porteño, siempre en la búsqueda de nuevas posibilidades escénicas. Tal la injerencia de Microteatro en Buenos Aires, que el formato hoy cuenta con sedes en Córdoba, Rosario, Quilmes y, desde esta semana, en el barrio Chauvín de la ciudad de Mar del Plata.
“Es muy valioso por dos razones: en primer lugar, acerca a un público que no se anima a ir al teatro y que aspiro que, luego de visitar Microteatro, se acerque sin miedos a las salas. En segundo lugar, responde a la necesidad de teatro de cada espectador, como un libro que se abre y se cierra con libertad en la página que se desee. En ese sentido, el teatro tradicional es más impermeable”, reflexiona Novarro, quien se acercó al arte desde los más diversos lenguajes con una formación vinculada a la puesta en escena, la dramaturgia, el diseño de vestuario y la dirección de cine.
Una de las particularidades del formato es que la programación se tematiza mensualmente. Este mes, acaban de estrenarse las obras que responden a #porsexo, el eje en el que se inscriben los títulos que se podrán ver de miércoles a domingos.
Microteatro es un proyecto desafiante que, en cierta medida, acompaña ciertos valores de dinámica social como la inmediatez y la falta de tiempo, pero también potencia los rasgos creativos. “Las plataformas de entretenimiento y las redes sociales nos obligan a estar consumiendo en una suerte de zapping permanente”, induce Novarro.
El espectador es un protagonista más que establece una relación casi promiscua con la escena a partir de la poca distancia que separan a público de artistas. Acaso esa cercanía es la que hace que la gente no solo se sienta juez, sino parte de la experiencia, aun cuando no se rompa la cuarta pared.
Multiplicidades
La lógica de Microteatro recuerda el concepto antiquísimo del cine “en continuado”, pero se reformula en los actuales espacios multisala. “Nosotros decidimos levantar la vara, porque en Argentina ¿qué no hicimos en materia teatral? Desde inmersivo a obras de cinco horas, se hizo todo. Cuando nos decidimos a traer la propuesta, pensamos en un espacio hecho ad hoc, porque sentíamos que necesitábamos que el espacio nos ayude y no nosotros acomodarnos al espacio”.
Sobre la calle Serrano, en una zona de Palermo algo periférica, que hoy es uno de los polos más atractivos del barrio a partir de la movida generada por Microteatro, se montó la sede capitalina del proyecto. Un antiguo galpón de idiosincrasia fabril, en el que habían funcionado las redacciones de un diario y una revista, fue el sitio escogido para cobijar el emprendimiento que requirió una inversión millonaria.
Hoy, en la planta baja funciona un café y restó y en el primer piso se ubican las seis salas teatrales. “Para nosotros, claramente se trata de una propuesta gastronómica traccionada por otra teatral. A partir de esto, la premisa siempre es trabajar con mucha calidad tanto en la comida como en las obras”, dice Novarro, quien vivió conectada con el arte toda su vida, ya que es hija del reconocido cantautor Chico Novarro.
LA NACIÓN visitó Microteatro por la mañana, previo a que comenzaran los ensayos generales de las piezas que ocupan la cartelera de este mes. El edificio es un ir y venir de actores, la mayoría muy jóvenes, directores, autores y productores. Se percibe la euforia por el inminente debut y, sobre todo, se intuye la ansiedad por esta instancia ineludible antes de enfrentarse con los espectadores, el último paso en el protocolo Microteatro.
“Desde la morfología, desde la forma en las que se implementa el proyecto hay algunas diferencias con respecto a España, donde son 21 miembros socios que leen las propuestas. Acá, en cambio, somos tres”, reconoce la socia fundadora del emprendimiento.
Decenas de textos llegan mensualmente respondiendo a las convocatorias. Junto con Julieta Novarro, la dramaturga Lorena Romanín y la actriz María Figueras se encargan de leer cada uno de los materiales: “Si el texto tiene potencialidad, les hacemos una devolución al autor y al director de manera conjunta. Una vez seleccionados los materiales, asistimos a algunos ensayos y llegamos al ´Día D´ que es el ensayo general, donde, luego de cada pasada, hacemos una devolución. En esa instancia, siempre tranquilizamos al equipo, les decimos que confíen, que el acontecimiento va a suceder”, sostiene Novarro, con la seguridad de la praxis en ese trabajo estricto de curaduría. Ese “suceder” que plantea la directora tiene que ver con la frecuencia de las funciones. Las piezas de la Sección Central se ofrecen de miércoles a sábado con cuatro pasadas por día, regularidad que hace crecer muy rápido a cada material.
Ingresar al sector de las salas implica introducirse en una atmósfera diferente a la que se respira en el resto del edificio. Un pasillo de aires misteriosos, cubierto de telones verdes que estallan de teatralidad, alberga la puerta de ingreso a cada una de las seis salas que conforman el complejo. El mecanismo de relojería hace que los actores de cada pieza se “escondan” en un ambiente contiguo y solo atraviesen el pasillo central en busca del espacio donde van actuar cuando no hay público circulando por el lugar. Preservar la magia es otro de los considerandos de statu quo del lugar para poder llegar a esa poderosa situación de poiesis.
Las salas son minúsculas, aunque con algo más de quince metros cuadrados de superficie. Un puñado de sillas conforman la platea y, de acuerdo a cada propuesta, se monta un pequeño atrezzo escenográfico. Los actores a punto de ofrecer su pasada para el ensayo general saludan a Julieta Novarro. Se intuye algo de tensión por la posibilidad de una devolución fallida. “Los tranquilizamos”, insiste Novarro, quien busca no ser invasiva ni frustrar deseos, pero no claudicar en la búsqueda de calidad: “Hacemos una curaduría porque no nos da lo mismo todo y porque el público que asiste a Microteatro sabe que se va a encontrar con materiales con buen nivel”.
Si para directores y actores el desafío es grande, no menor es la tarea de los dramaturgos, quienes deben resolver aquel famoso tríptico de la introducción-nudo y desenlace en poco más de diez minutos. “Para un dramaturgo es muy difícil crear dos o tres giros cada tres o cuatro minutos y que no se trate de una escena suelta o un sketch, sino que sea una obra de pies a cabeza, la idea es que ese fragmento explique un todo. La temática ampara y eso da un marco al espectador que tiene una información previa”, dice Novarro.
Para el artista el ejercicio es complejo, ya que tiene que pasar por las mismas emociones varias veces en una noche, aunque para un público distinto. A partir del vínculo con la temática que define la programación de cada mes, hasta se podría pensar en el diálogo que se establece implícitamente entre los materiales conformando un único corpus.
Habitar los espacios
Microteatro nació en Malasaña, Madrid, a partir de un hecho fortuito. El Ayuntamiento quería levantar la actividad de la zona, donde abundaba el comercio sexual. Para impedirlo, desde grafiteros hasta artistas plásticos tomaron los establecimientos. El director Miguel Alcantud fue quien impulsó la idea de presentar un proyecto teatral novedoso en un antiguo prostíbulo de la zona. La propuesta se llamó #Pordinero y se desarrolló del 13 al 23 de noviembre de 2009, con la participación de casi cincuenta teatristas.
Julieta Novarro recuerda que “se tomaron todas las salas, incluso el baño donde se hicieron obras de dos actores frente a dos espectadores. Las propuestas se representaron en tanto y en cuanto hubiese clientes, entonces hubo piezas que se llegaron a representar 13 o 14 veces. Fue un proyecto de carácter eventual, con una entrada a valor de un euro. Fue tan potente la propuesta que los artistas se quisieron quedar. El proyecto se llamó Microteatro por dinero, emulando a los prostíbulos y la idea de la transacción”. Al tiempo, el Ayuntamiento cedió una carnicería, que es el lugar donde se desarrolla Microteatro en la ciudad de Madrid.
Una de las ideas primarias de Microteatro es tomar los espacios, pero, en la experiencia porteña, la lógica fue a la inversa y el espacio se montó adrede para la propuesta. Y, como se sostiene en Madrid, Microteatro va más allá de la lógica del “teatro breve”.
Microteatro es un proyecto revelador, en la medida que conceptualiza, desde la poética del tiempo y el espacio, en una suerte de zapping escénico, los rasgos de inmediatez que atraviesan a la sociedad actual, un fenómeno expandido a la vida urbana.
Si la pandemia del Covid imponía distanciamiento, Microteatro se para de bruces contra eso. Cuando las condiciones sanitarias lo permitieron, la propuesta volvió a funcionar bajo estrictos protocolos y una gran ventaja: “Las obras duran menos de quince minutos, que es el tiempo que se establece para considerar el contacto estrecho”, sostiene Novarro, que llegó a la propuesta entusiasmada por su socio Pablo Bossi, quien había visto la experiencia española. Hoy, el marido de Julieta y los hijos de Pablo forman parte del equipo que opina y decide sobre el proyecto.
Ramos generales
Si bien cada mes se aborda una sola temática, lo cierto es que las diferentes propuestas crean una paleta de colores bien diversa que se ofrece repartida en diversos ejes. La Sesión central va de miércoles a sábados a partir de las 20.30 horas. Golfa 1 va los miércoles y sábados después de las 22 y Golfa 2 se ofrece los jueves y viernes a la misma hora. Los martes y domingos la propuesta apuesta a ser un semillero de laboratorio y nuevos valores con seis piezas dentro de la Sesión central y otras tantas en Golfa.
Cada mes se estrenan treinta obras, repartidas a razón de doce piezas por día a cargo de teatristas nuevos y otros ya con una carrera consagrada. El último fin de semana, se vendieron 1900 localidades, sólo entre viernes y sábado.
“Nos propusimos que esto no sea una moda y que sea un formato que la gente busque. El espectador se convierte en juez y compara las propuestas que vio en las diversas salas. La experiencia se convierte en un acontecimiento social donde se charla sobre eso. Te llevas algo cuando salís de acá”, finaliza Julieta Novarro, convencida que Microteatro ha traducido en su sintaxis escénica una forma poética de contar el mundo, apelando a la morfología de la cercanía y la intimidad de los cuerpos.
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