Mercedes Morán estrena por streaming su unipersonal ¡Ay, amor divino!, donde con humor se refiere a los hombres de su vida y a su infancia pueblerina, rodeada de mujeres fuertes.
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El comienzo de la pandemia le pegó duro, justo en el pecho. “En septiembre del año pasado falleció mi mamá por Covid”, relata Mercedes Morán por teléfono, en medio de una entrevista que discurrirá por temas laborales pero que no puede ni quiere negar la realidad reinante. “Y hoy tengo otro familiar enfermo, por eso vivo permanentemente en una burbuja, debo preservarme a mí y a los míos”, sostiene con responsabilidad civil la actriz que hace unos días clamó en las redes por la liberación de las patentes de las vacunas.
Su presente laboral, empero, es altamente positivo. Tiene muchos proyectos cinematográficos en marcha y varios productos por estrenarse este año; entre ellos, Maradona, sueño bendito, la miniserie para Amazon donde interpreta a Doña Tota, la madre del jugador, durante su infancia y adolescencia; la miniserie para Netflix El reino, en la que encarna a “una pastora evangélica con llegada al mundo político”; y el film Las Rojas que protagonizó junto a Natalia Oreiro. Con ella (y otras tres actrices) comparte la categoría de Mejor Actriz de Cine de la década para los Premios Konex, luego de haberse alzado en las ediciones de 2001 y 2011 con el trofeo de Platino a la Mejor Actriz de Televisión. “Estoy muy feliz por la nominación porque se trata del premio más prestigioso de la Argentina y además porque es un mimo en medio del momento tan delicado que estamos viviendo”.
De todos modos lo que la tiene más entusiasmada es el estreno por streaming de su unipersonal ¡Ay, amor divino!, que se podrá ver desde hoy por la plataforma Teatrix. Es una grabación a cinco cámaras del espectáculo que ofreció en el 2016 en el Teatro Maipo, luego en la sala Verde de los Teatros del Canal en Madrid y, por último, en gira por el interior del país. Escrito por ella misma, producido por Lino Patalano y dirigido por Claudio Tolcachir, es una obra “absolutamente referencial, en la que cuento un poco mi vida a través de un tema que me atraviesa: el amor. El amor en la infancia, en la juventud y en la madurez”, resume Morán.
–El estreno del espectáculo en teatro coincidió con tu cumpleaños número 60. ¿Tuvo algo que ver esa cifra redonda con el querer pasar revista a toda tu vida?
–Sinceramente, en un principio no me movió una necesidad de hablar de mi vida. Lo empecé a desarrollar con fines muy prácticos: como se me hacía incompatible el cine con el teatro, quise tener a mano un espectáculo que pudiese hacer cada vez que me quedase un espacio entre película y película, aunque sea por poco tiempo. Busqué monólogos y unipersonales de diferentes autores, pero ninguno me despertó la imaginación. Ahí fue Claudio Tolcachir –quien me había dirigido en mis últimos tres espectáculos– quien me sugirió que escribiese las historias que, con humor, yo solía contarle sobre mi infancia en Concarán (San Luis), sobre mi familia y las mujeres de la casa. Le hice caso, después le di cierta estructura al texto y, por último, lo terminamos entre los dos. Lo que me impulsó todo el tiempo fue la necesidad de establecer desde el escenario una comunicación con el público más personal, desprovista de cualquier tipo de personaje.
–En ¡Ay, amor divino! empezás hablando de los cuatro amores que marcaron tu vida: Dios, tu hermano, tu papá y… ¡Johnny Tedesco!
–Mi vínculo con Dios se mantiene intacto en el sentido de que considero que hay algo superior que nos trasciende, pero mi relación con él ha ido variando: empecé siendo una niña católica, después pasé por el ateísmo, el hinduismo y todas las búsquedas posibles porque soy una persona curiosa. Respecto de mi hermano, fue el primer hombre del que de alguna manera me enamoré. Yo era una niña, no tendría más que cinco años, y él como 17, ¡me llevaba 12! Fue un amor tremendo el que tenía por él, luego la vida nos separó… pero siempre lo tengo en mi corazón, por lo menos a ese muchacho de 17 al que yo observaba embelesada. Y mi papá, bueno, mi papá es el gran amor de mi vida, definitivamente. A tal punto que tuve que cortar muchas partes del espectáculo porque corría el riesgo de que se convirtiera en un homenaje a él (risas). Él ha sido y sigue siendo mi referente, fue un padre que me enseñó las cosas más importantes de la vida: a respetar las ideas de los otros, a tener sensibilidad social, a saber que la felicidad individual es más completa si contribuimos en algo a la felicidad social. Lo acompañé en sus últimos años, cuando estuvo internado y a cargo mío, por eso en el espectáculo también hablo de su muerte y de cómo se me rompió el corazón en ese momento.
–Y después llegamos al cantante Johnny Tedesco. ¿Por qué él?
–Porque fui una chica criada en un pueblo de provincia que al mudarse a la capital se deslumbró con la televisión y los ídolos que aparecían en ella. En aquel momento, a comienzos de los años 60, estaba rompiéndola el El Club del Clan. Johnny Tedesco fue el primer amor que sentí por un ídolo inalcanzable. Yo era su fan y en cuanto aparecía en la pantalla me ponía a llorar de la emoción.
–Cuánto te habrá impactado que, de hecho, el unipersonal se llama como su tema más famoso. ¿Cumpliste la fantasía de conocerlo?
–Sí. Fue una sorpresa que le debo a Lino Patalano. El día del estreno de ¡Ay, amor divino! en el Maipo, en cuanto terminó la función, subió al escenario un señor con un ramo de flores. En un principio pensé que era alguien de la producción ¿Pero quién era en realidad? ¡Johnny Tedesco! Yo creí que me moría (risas).
–En tantos años de profesión, ¿nunca te lo habías cruzado?
–No. Pero confieso que a los 7 u 8 años fui con una tía a esperarlo a la puerta de un canal. Se detuvo frente a nosotras, me dio un beso y después no me lavé la cara por dos días (risas).
–Aunque los hombres hayan sido muy importantes en tu vida, lo que se desprende de ¡Ay, amor divino! fue que naciste y te formaste en una familia plena de mujeres: estaban tu mamá, tu hermana, tus tías, y la niñera. ¿Allí se despertó tu espíritu feminista? ¿A manera de espejo o de rechazo?
–Desde la distancia me doy cuenta de que siempre fui feminista, pero durante muchos años no lo supe. Después me di cuenta de que lo era, pero públicamente no lo comentaba porque eran demasiado los castigos que se recibían por manifestarlo. Hasta que finalmente, cuando me sentí más acompañada por el tejido social, empecé a expresarme. Pero supongo que el hecho de estar siempre rodeada de muchas mujeres fuertes durante la infancia me marcó. Y hoy sigo rodeada de tres mujeres: mis hijas. Yo nunca creí en el folclore de la mala prensa, que dice que las mujeres no somos solidarias. Mis mayores agradecimientos los tengo para con las mujeres; de hecho en este espectáculo nombro a Carmen, mi niñera desde pequeña, la señora que me cuidaba, cuando mi madre salía a trabajar, ya que era maestra. Y reconozco que durante todos estos años de profesión pude trabajar básicamente gracias a Zulma, la mujer que está conmigo desde hace 20 años y me ha ayudado a criar a mis hijas. Por eso le he dedicado un montón de premios.
–¿Por qué Mirta era tu tía preferida? ¿Era la feminista de la familia?
–Era la llamada “la loca de la familia”, como se nombraba a las mujeres que eran menos pudorosas. Fue la primera mujer boca sucia que yo conocí, la tía con la que más me divertía, la que más me hacía reír. Fue madre soltera y eso, en un pueblo y en aquella época, la convertía un poco en la innombrable. Yo sentía una fascinación enorme por ella y sin darme cuenta en aquel momento fue un modelo de mujer que me impactó muchísimo. La recuerdo como a una de esas personas que te abren la cabeza.
–En la obra también hablás de tu derrotero político, que comenzó a los 17 cuando te sumaste a una manifestación contra la masacre de Trelew. ¿Cómo siguió en ese sentido tu historia?
–Mi historia sigue igual. Voy cambiando de ideas en la medida en que soy contemporánea a una época donde todo cambia; y porque no soy de esas personas que se enorgullecen de pensar igual ahora que a los 20, porque si uno no abre su cabeza, escucha otras voces y se nutre con otras ideas, significa que hay algo que no está bien. Pero sí hay algo que se mantiene intacto en mí, que es algo que heredé de mi padre, que es la sensibilidad social. Por eso, cuando me toca votar, siempre lo hago por gobiernos que manifiestan una sensibilidad social y no otra cosa. Como me ha tocado atravesar la dictadura celebro permanentemente la democracia, y mi manera de celebrarla es decir lo que pienso. Como persona pública que soy tengo esa responsabilidad: manifestarme honestamente, diciendo siempre lo que pienso. No estoy de acuerdo con ese mal consejo que he recibido muchas veces, de que no me manifieste para no joder mi carrera. Conmigo eso no va.
–Al comienzo del espectáculo decís que no te gustaba festejar tus cumpleaños por temor a que terminen mal, ya que naciste en plena Revolución Libertadora y ese mismo día se llevaron preso a tu papá por peronista. ¿Lograste vencer ese temor?
–Sí, sí, lo logré vencer (risas). Pero tampoco me he convertido en una fanática del festejo, ¿eh? Porque el deseo me fluctúa, hay años en que tengo ganas de pasarlo íntimamente y otros de hacer una gran fiesta, otros haciendo un viaje, lejos de todo lo que es mi cotidianidad, y otros sólo en familia. Pero, sí, he logrado revertir eso que me pasaba, y ahora festejo cada año que cumplo porque al fin y al cabo es un año más de vida, de experiencia y de posibilidad de estar cerca de la gente que quiero.
–Hoy sos una persona muy activa en las redes, donde marcás postura permanentemente. Por ejemplo, te inclinaste por la liberación de la patentes de las vacunas contra el Covid-19. ¿Esto tuvo que ver con la muerte de tu madre?
–No. Lo hubiera hecho igual aunque ella no hubiese fallecido de Covid. Yo creo en las vacunas y que esta pandemia ha puesto de manifiesto la desigualdad tremenda entre países ricos y pobres. Cuando se habla de otros países donde la vacuna está más accesible que en el nuestro, estoy muy lejos de pensar que la Argentina es un país de mierda, como algunos sostienen; pienso más bien en la injusticia del mundo. Hay gente que dice: “mirá allá, en los Estados Unidos, cómo se dan la vacunas”. Yo pienso que nuestro país, como tantos otros, son territorios de disputas de poderes que nos exceden; y que no somos ni los mejores ni los peores del mundo. Volviendo al inicio, creo que hay que vacunarse, porque es lo único que nos puede salvar, y para eso nos vendría muy bien la liberación de las patentes. Es una cuestión de humanidad y de sentido común.
–También te has dirigido específicamente a las mujeres con: “Que no te diga ‘mamita’ ni ‘cosita’ ni ‘putita’ mientras tienen sexo. Y ante ‘una palmadita en la cola’: ¡una patada en los huevos”. Este tweet generó confusión entre tus seguidores. ¿Fue escrito en serio o en broma?
–Fue escrito en broma. De todas maneras creo que me equivoqué porque generó un debate y Twitter no da para eso. Tengo mucha actividad en redes pero me equivoco como cualquiera. Lo dije como una humorada pero en el fondo yo pienso eso. Más profundamente lo que tengo para decir es que estamos “seteados” de una manera muy extraña: porque asociar el sexo con el castigo o el maltrato… A mí me parece que el sexo es de las cosas más bonitas que hay. Por eso, sufrir maltrato o destrato en la intimidad no está bueno. Creo que nos han educado de una manera muy machista, donde hasta el goce tiene que ver con el maltrato.
–En tu caso personal, ¿te sentiste obligada alguna vez, en medio de una situación íntima, a responder con una patada en los genitales?
–No, jamás. Pero, hay muchas mujeres que han podido llevar a cabo una carrera, han podido ocupar un lugar de poder y han podido correrse de algunos lugares de maltrato. Y eso, a veces, hace que no nos podamos solidarizar con muchas otras que no han tenido las mismas herramientas. Porque tenemos miedo a victimizarnos, parece ser que la victimización es una nueva mala palabra. No necesito haber sido abusada ni maltratada para entender que la mayor parte de las mujeres sí lo fue. Pero sí he sufrido, por supuesto –porque vivo en una sociedad patriarcal–, un montón de desmanes que no han llegado a ser graves, pero con los que tuve que luchar y enfrentarme, y si no hubiera tenido que perder tanto tiempo en esas frenadas seguramente hoy estaría ocupando un lugar más importante. O lo hubiera hecho con mayor celeridad. No me importa no mostrarme como una mujer fuerte, no creo que ese sea el mayor mérito, el mayor mérito de las mujeres es ser solidarias entre sí y estar unidas en la lucha contra el machismo, porque daña a la mayoría y a las mujeres pobre doblemente.
–En el último tramo de ¡Ay, amor divino! existe un espacio dedicado a tu gran amor, la actuación, a través de un video con una apretada síntesis de tu carrera. ¿Qué trabajos recordás con más cariño u orgullo de tus 40 años de trayectoria?
–Mi primera obra en teatro, El efecto de los rayos gamma sobre las caléndulas, de Paul Zindel, la tengo muy especialmente guardada en mi corazón, porque la primera vez es intransferible y es irrepetible. En cine, mis películas con Lucrecia Martel (La ciénaga y La niña santa) marcaron en mí y en mi vínculo con el cine un antes y un después. Y en televisión, donde he hecho tantos programas que me han posibilitado entrar a la casa de la gente y ganarme su cariño, Gasoleros fue muy importante; porque si crecer es derribar prejuicios, ese programa derribó un gran prejuicio en mí. Yo tenía mucho prejuicio con la televisión porque había sido formada por maestros que consideraban muy desprestigiante trabajar en ella, y ni qué hablar si se trataba de una tira, eso era lo peor de lo peor. Y en esa tira pude hacer todas las cosas que quise como actriz, pude dotar a mi Roxi de una oscuridad que los personajes femeninos no habían tenido hasta entonces. Pude hacer una heroína no convencional en un programa de mucho rating, para toda la familia, a lo largo de dos años, y me dio una enorme popularidad. Eso me otorgó mucho poder para después seguir eligiendo mis trabajos.
–¿Qué ambiciones te quedan por cumplir en la profesión? ¿Protagonizar un clásico, dirigir una película, ganar un Oscar?
–Yo nunca me planteé mi trabajo como una carrera o una profesión. Lo que siempre aspiro es a que mi próximo trabajo me encienda la imaginación, me encienda el deseo porque sin deseo e imaginación no puedo actuar. Entonces, si lo que me va a encender el motor que necesito para actuar, y creer que soy fulana o mengana con suficiente poder de convicción para convencer a la gente, es Lady Macbeth o Lady Di, me da igual. No siento que tenga que ponerme por delante el objetivo de hacer tal clásico o estar en tal teatro o bla bla bla. Pero sí me gustaría que mi próximo personaje no se parezca a ninguno de los anteriores para que me insuma un riesgo y me despierte la imaginación y el deseo.
–¿Por qué decidiste culminar ¡Ay, amor divino! con un orgasmo?
–Me pareció divertido, sobre todo porque en la última parte del espectáculo hablo del placer y trato de desmitificar aquello de que a determinada edad se pierde el gusto por el sexo. Al menos a mí eso no me ha pasado. Mis gemidos en escena lo dejan bien claro, ¿no? (risas).
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