Mejor no decirlo: reunión cumbre entre Mercedes Morán e Imanol Arias en una obra de escasos matices
Dirigidos por Claudio Tolcachir, los dos talentosos actores sacan a relucir su amplia paleta interpretativa en un texto de escasos matices y atravesado por lo políticamente correcto
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Mejor no decirlo, de Salomé Lelouch. Elenco: Mercedes Morán e Imanol Arias. Traducción: Fernando Masllorens y Federico González del Pino. Diseño de escenografía: Mariana Tirantte. Diseño de iluminación: Matías Sendón. Diseño de vestuario: Mariana Seropian. Diseño de sonido: Guido Berenblum. Diseño de maquillaje y peinados: Emmanuel Miño. Versión: Pablo Kompel. Dirección: Claudio Tolcachir. Teatro: Paseo La Plaza. Duración: 65 minutos. Nuestra opinión: buena.
Mercedes Morán e Imanol Arias nunca habían compartido un escenario ni un set de filmación. Por lo cual, a priori, verlos juntos en uno de los escenarios del Paseo La Plaza ya de por sí es un hecho sumamente atractivo. Ambos, a lo largo de los años, vienen demostrando sus talentos que los han convertido en intérpretes sumamente respetados y queridos por el público local. Hay otra yapa no menor: para el español, que en 1984 coprotagonizó la película Camila, su regreso a Buenos Aires se produce a 30 años de haber encarado en la misma sala la obra Calígula, de Albert Camus, que dirigió Rubén Szuchmacher. En esta especie de reencuentro con el público porteño se suma el hecho de hacerlo junto a Mercedes Morán, lo cual, inevitablemente, genera amplias expectativas.
Para la reunión cumbre el texto elegido fue la comedia Mejor no decirlo, de la francesa Salomé Lelouch, obra que fue nominada a tres premios Molière, los más importantes de la escena francesa, y que triunfó en el escenario parisino del Théâtre de la Renaissance. La hija del gran director de cine Claude Lelouch inició su carrera como actriz tanto en cine como en teatro hasta convertirse en dramaturga y directora teatral. El combo se completa con la dirección de Claudio Tolcachir, el actor, dramaturgo, gestor y director de sobrado talento que impuso su nombre en la escena mundial con La omisión de la familia Coleman (obra que también pasó por el escenario de La Plaza).
En la trama, Imanol Arias y Mercedes Morán componen a un matrimonio que lleva muchos años juntos. Al parecer, la manera de sostener el vínculo es saber qué decir como qué callar, qué silenciar. Pero como se sabe, los pactos tienen sus matices, sus puntos de fuga, su propias contradicciones. En la primera escena que transcurre en un ascensor todo ese mapa de tensiones sale a la luz a partir de una bendita/maldita torta (todo depende del cristal con que se miren las cosas) que la madre de él prepara hace unos 30 años. A partir de ese momento, durante 65 minutos, se irán produciendo otros encuentros/desencuentros con disparados diversos.
El juego dialéctico entre ellos tiene como polos opuestos la honestidad que pregona ella, su decir sin filtro frente a la mesura de él ante los nuevos paradigmas sociales y culturales a los que le cuesta adaptarse. Así planteado, entre ellos se establece un permanente juego de roles en el que se reflexiona sobre el impreciso límite entre el cómo se dice algo o cómo se lo calla, qué se opina en la esfera de lo público y de lo privado, y los viejos parámetros sociales y los que están en permanente construcción. Ella carga con su incontinencia verbal, su orgulloso rol de mujer empoderada dispuesta a todo, su fluidez permanente. Él está regido por las normas de lo formal y lo cortés, de hombre de izquierda que se quedó pendiente de manuales de estilo un tanto amarillentos. Pero entre ambos prevalece la legítima pulsión por ser honestos en un juego cargado de efectivos giros irónicos de estos dos seres con los cuales es muy fácil empatizar.
Claro que, a medida que crece la acción, Mejor no decirlo no propone demasiadas capas, no profundiza ese juego, se queda ahí. Es como si la misma obra quedara encorsetada en la lógica comprensiva de la pareja en la que las disidencias nunca llegan a un punto límite para, en todo caso, luego habilitar el desafío de procesar lo callado, lo silenciado, la maravilla de calmar las grietas. En su tránsito, adopta un tono casi pedagógico con varios de los tópicos de lo políticamente correcto (desde el feminismo hasta el medio ambiente, pasando por diversidad sexual o los nuevos modelos de familia) que está matizado siempre por chispazos irónicos que el público festeja con ganas.
El hecho diferencial de Mejor no decirlo es verlos a ellos dos en escena en un juego actoral cargado de complicidades, miradas, gestos y matices que se agradecen. No hay novedad en todo esto. Mercedes Morán e Imanol Airas son dos brillante intérpretes y el verlos juntos en escena dirigidos por Claudio Tolcachir genera un plus inevitable. El cuidado que se tienen los dos personajes es el cuidado en escena que se demuestran entre ellos. Se nota que están pendientes del otro para afirmarse actoralmente. Hay otro aspecto muy notable: el diseño escenográfico y lumínico de Mariana Tirantte y Matías Sendón que está siempre al servicio de una trama que permanentemente va cambiando de locaciones. Nada de comedia que transcurre en un living. En este caso, apelando siempre a un efectivo y sintético recurso, se pasa del ascensor de la escena inicial a la escena final que transcurre en medio de una fiesta de casamiento.
Entre el decir o no decir queda afirmar que con un texto más exigido, con dos personajes atravesando momentos límites dentro de ese mismo planteo dialéctico, ellos se lucirían todavía más.
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