Maxi Vecco, el diseñador visual de la escena
Cuando todo empieza a mutar y el reloj se acelera y las puertas se confunden y cambian de lugar, hay uno que observa tranquilo mientras acomoda sus herramientas. Se llama Maxi Vecco y es el dueño de la llave que comunica al teatro con el diseño audiovisual. Uno de los pocos, por ahora, porque ya creó escuela y le inventó un nombre, "Video escénico", a su cátedra universitaria. Resistido primero, aceptado después y buscado, cada vez más, Vecco tiene un grueso currículum transversal a todos los circuitos teatrales y estilos artísticos: realizó videos para obras dirigidas por Flavio Mendoza (Stravaganza, Franciscus) y Alejandro Tantanian (Sagrado bosque de monstruos), por Valeria Ambrosio (Ella) y Nacha Guevara (Eva, el musical), por Ariel del Mastro (Peter Pan, Aladin) y Marilú Marini (Matate, amor), por Florencia Muriel González (Quiero el beso), en la sala El Ópalo, y por Nick Evans (Jesucristo Súperestrella) en México, donde ganó el año pasado el premio Metropolitano de Teatro al mejor video y donde en 2021 también participará en otra de Andrew Lloyd Webber y Tim Rice, su primera ópera rock, José, el soñador, dirigida por el argentino Mariano Detry.
"Soy un Zelig –dice por el hombre camaleónico imaginado por Woody Allen-. Siempre, en cada proyecto donde me meto, hay algo para aprender, algo técnico o artístico. No tengo un método que va para todos, trato de interpretar su universo, su identidad de artista y qué busca porque hay imaginarios muy distintos. Me gusta lograr adaptarme, soy muy transversal. Me gusta ponerme al servicio de la cabeza del otro, la empatía de ponerme en ese rol, como un actor. Recién ahora, por primera vez, me puse al servicio de mí mismo", dice Vecco por Deathbook, el debut como autor y director, su proyecto propio: "Es una sensación de plenitud muy grande, de mucha descarga, decir que esto es lo que pienso, esto es lo que me duele, lo que me gusta, lo que me sale, esto no es yo haciendo de otros sino yo".
ConMar Mediavilla y Andrés Passeri, todos los viernes de octubre, en vivo por streaming a las 20.30, por la plataforma online de Timbre 4, se presenta Deathbook, una "obra" o experiencia escénica donde una mujer busca encontrarse con su marido muerto a través de una app que reconstruye la personalidad y aspecto del fallecido, representado por un actor. Al final, hay una charla con el público vía chat donde intervienen, además del elenco y el director, un invitado especialista en Filosofía, como Diego Singer y Eial Moldavsky, o en Astrología, como Manu Vivian, o en Comunicación y relaciones entre arte y tecnología, como Ingrid Sarchman que estará este viernes.
"Empecé escribiendo sobre esto para ordenarme, por una serie de cosas personales que me pasaron. Cuando vino la pandemia fue la oportunidad de terminar lo pendiente. A su vez la situación llevó a que se resignificara y apareció la idea de formato, de contenedor, que sea funcional a otras historias, no solo la de la pareja de la obra. Tampoco sabemos cómo va a evolucionar ni qué pasará en pocos meses. La idea es llevarla al escenario y hasta pensamos en un mediometraje", dice Vecco
-Para quienes la vimos, la referencia a la serie británica Black Mirror es muy clara
-Claro, sí, yo soy fanático de la ciencia ficción, desilusionado con las películas de la última década, razón por la que me volqué más a las series y con Black Mirror me enganché y fue una inspiración muy grande: el futuro ya llegó, lo tenemos en las manos y no es que lo que esperábamos
-Es muy movilizante, sobre todo para los que sufrieron alguna pérdida temprana.
-Por eso la charla posterior, para aflojar un poco. Hace tres años perdí a mi hermana. Le llevaba un año y medio, éramos iguales. A partir de eso, me di cuenta que las redes contienen, se convirtieron en el lugar que elegimos para reencontrarnos con los recuerdos. No lo digo por mi caso sino por muchos. Los nichos de los cementerios parecen los muros de Facebook, son como pantallas. Y cada vez menos gente quiere ser enterrada. Por eso ese lugar del recuerdo, de lo que queda de nosotros, pasó a las redes, donde están tus fotos, tus palabras de manera diaria, es un registro muy preciso. La pandemia puso en evidencia cómo estábamos mediatizados: si el contacto que tenemos hoy entre personas vivas es digital, ¿qué diferencia habría si fueran muertos a quienes reconstruimos digitalmente?
-Lo que viene no te asusta, sabés que es inexorable
-Antes de las velas, los teatros se iluminaban con la luz del sol. Después, ya sabemos y nos adaptamos y cambiamos. En un futuro, ni las pantallas, que son solo un soporte, serán necesarias porque vamos a operar directamente sobre la vista del espectador, como en un viaje lisérgico. La enciclopedia ya no existe. Lo que vale es saber usar los datos. Las discusiones de fogón ya se terminaron, discusiones memoriosas sobre quién fue el director o quién hizo el gol... Las discusiones son ideológicas, de análisis e interpretación de datos. Habrá ver también quién carga y guarda esos datos.
-Tu formación es en cine y teatro, lo tecnológico y los cuerpos en escena. Solían ser tribus distintas.
-Te sumo además mi crianza. Mis padres tuvieron canal de cable en los años 90 que después no prosperó, el canal de Puerto Madryn, donde nací. Crecí en canales de televisión y viví muy de cerca el paso del analógico al digital. Cuando vine a Buenos Aires a estudiar a la Universidad del Cine, conseguí trabajo en la productora de Alejandro Romay. Empecé como utilero y productor pero buscaba algo muy conectado con el escenario. Encontré mi caminito con el oficio. Mi primer laburo de videoescena fue con la banda Intocables. Después, en la obra Peter Pan (2004) donde era stage manager. El escenógrafo Alberto Negrín quería un fondo de video. Como estudiaba Cine, el director Ariel del Mastro me pidió que fuera el enlace con el estudio de animación: así me fui metiendo. Al año siguiente, cuando se hizo Aladin, será genial tuve mi primer trabajo de diseñador.
-Eras el bicho raro para ambos mundos, el del audiovisual y el de teatro
-Claro y jugué y juego como puente. Al principio, encontré resistencia porque temían que el video se morfara todo, que les quitara protagonismo, había desconfianza. Con el trabajo fue revirtiendo ese prejuicio y me gané la confianza. Soy del palo teatral, aun antes que el video y todo lo pienso desde un lugar escénico. Y los equipos de realizadores de videos suelen ser muy grandes, muy especializados y muy técnicos, por eso digo que soy como un puente.
-¿Cuándo te llaman, con quién te sentás a hablar primero?
-Depende del proyecto y el concepto sobre el video que tenga el director. Si considera que es parte de la escenografía, me manda a hablar con el escenógrafo. Si lo considera un recurso en sí mismo, que pueda resolver cuestiones narrativas, hablo con el director. O si el video acompaña la escena de una manera clipesca, tenés más relación con el músico. Lo más importante es que el director tenga claro para qué lo quiere.
-¿Estamos ante un nuevo arte híbrido?
-Es buenísima esa palabra porque vivimos tiempos híbridos. Ya no se sostiene la pureza, en ningún ámbito. Vamos derribando muros, la sociedad fue aceptando cada vez más esa mezcla. Streaming no es un lenguaje artístico, es un término técnico, una herramienta que se generalizó por la restricción; eso, unido a las ganas de hacer cosas, llevó a probar y probar y derribó prejuicios. A mis alumnos de la Universidad de Palermo y de la Diplomatura en Escenotecnia les digo que se trata de "generar equivalencias", no es igual sino equivalente, algo que puede ponerse en ese lugar.
-Estás formando una generación de videastas teatrales
-Ya hay varios ex alumnos que están trabajando. Y con el tiempo, quizá, nadie sabe, otros querrán volver a las raíces, siempre es dinámico.
Deathbook, de Maxi Vecco.
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