Mauricio Kartún: "El teatro argentino sigue creciendo, pero los subsidios se achican"
La obra que Mauricio Kartún acaba de estrenar en el San Martín nació de un proyecto inconcluso. Cosas que ocurren en el mundo del teatro y que un artista inteligente y experimentado puede usar a su favor. Hace un tiempo, la Embajada de España armó un proyecto de versiones teatrales de las comedias ejemplares de Cervantes y les propuso a varios autores argentinos elegir alguna y trabajar en una adaptación con absoluta libertad. Kartún escogió El coloquio de los perros, donde un can llamado Berganza cuenta las desventuras que ha vivido durante su convivencia con una compañía teatral.
Pero el autor de Terrenal finalmente no participó del proyecto. Lo que había bocetado en aquella oportunidad disparó un tipo de escritura que este director y dramaturgo con más de cuarenta años de carrera define como "jodona, destinada a chacotear sobre nuestras miserias". Y el texto de La vis cómica se fue agriando. "Y eso fue algo saludable -asevera Kartún-. Pienso que es la pieza más autorreferente de todas las que hice, al menos en términos temáticos. Porque habla del teatro, de lo falso y lo real. Pero sobre todo del corrimiento que cierta zona degradada de la política ha producido sobre el concepto de verdad. La posverdad nos afanó el teatro y ahora nos cobra la platea".
En el elenco de esta historia agridulce, que gira en torno a una compañía teatral española en plena época del Virreinato del Río de la Plata, aparecen Mario Alarcón, Stella Galazzi, Luis Campos y Cutuli, en el papel de Berganza, el perro parlanchín.
–¿En qué aspectos sentís que evolucionó tu teatro desde que empezaste hasta hoy?
-Por esas cosas de la mirada en perspectiva, que es una de las pocas cosas buenas que trae el envejecer, vamos a decir la verdad, valoro más hoy por hoy cierta consecuencia en algunos tópicos de la identidad del teatro que hago, más que su evolución. Hablo de cierto empecinamiento que podría parecer rigidez, o inflexibilidad necia. Me da alegría, y hasta un orgullo casero, haber sostenido algunas ideas y la hipótesis de apostar a algunas estéticas que en mis primeras producciones producían un sarpullido notable. Nunca las resigné, así que terminaron siendo, al fin y al cabo, el módico emblema de mi dramaturgia. No obstante, si de mirar cambios se trata, creo que el gran punto de inflexión se produjo hace unos quince años, cuando empecé a dirigir. Al darme cuenta de que podía resolver con la puesta algunos desafíos del espectáculo, me empecé a permitir en la escritura una audacia que antes no tenía.
-Aunque no sea novedoso para vos, ¿significa algo especial estrenar en el Teatro San Martín?
-Significa volver a una modalidad con varias cosas que me gustan. Siempre que estrené en el San Martín, lo hice acordando con la institución algo que cuando empecé era muy raro de conseguir y que, con el tiempo, se volvió más frecuente: la idea de trabajar en estado de independencia, con muchos meses pre-institucionales, digamos, en los que ensayamos en mi estudio. Y con el acuerdo de que una vez agotadas todas las instancias de representación en el marco del Complejo, podamos contar con la producción para seguir con el espectáculo como cooperativa en alguna sala del circuito independiente. He sido un poco pionero de esa manera de trabajar, y me da mucha alegría poder sostenerla todavía. Siempre sentí como un desperdicio que un espectáculo piola de sala oficial baje de cartelera luego de apenas tres o cuatro meses. Por otro lado, volver a la sala Cunill Cabanellas es transitar un espacio, un soporte, un lenguaje que más o menos chamuyo con soltura. Me siento en casa.
-¿Hay una política teatral bien definida en la Argentina? ¿En qué podría mejorarse el papel del Estado en ese sentido, más allá de un crecimiento de la inversión, que sería lo más obvio?
-Es cierto que eso es obvio. Pero empecemos por lo obvio, entonces. El teatro argentino sigue creciendo, pero los subsidios se achican: la ecuación no cierra. De esa primera acción viene todo el resto, porque cualquier cosa que se encare requiere de esos fondos. Primero la teca. Tenemos los mecanismos: la ley de teatro, las instituciones de ayuda... Su efecto beneficioso en los últimos veinte años es visible e indiscutible. Buenos Aires, por hablar de lo que más conozco, se ha transformado en una plaza internacional especialmente importante, con una producción récord. La actividad teatral se ha vuelto signo, identidad. Puede figurar en la cabecera de la oferta de turismo cultural, por ejemplo. La tienen picando en la puerta del arco y no la meten nunca. Hay que aprender de los que la tienen clara con el asunto. Basta con ver como algunos países europeos sostienen la presencia agresiva de su teatro en el exterior, cómo lo promocionan, cómo lo instalan en festivales y temporadas, cómo lo acompañan con otras manifestaciones, cómo lo usan para instalar su idiosincrasia, para mostrar lo suyo, para prestigiar su cultura. El teatro puede ser un puente que ayude a traer recursos a la Argentina. Pero para eso hace falta vivir esa forma cultural con orgullo, entenderla en su singularidad. Si se sigue concibiendo a la cultura como un mero producto pintoresquista, estamos al horno.
-La política siempre fue un tema que abordaste, en tus obras y en las entrevistas. ¿Cómo caracterizarías este momento del país?
-En principio tengo cierta expectativa pulmonar, necesitamos respirar un poco. En el campo cultural, que es donde yo me muevo, hay una especie de compresión de tórax. Se han achicado los presupuestos, viene menos público a los espectáculos, se redujeron apoyos... Cada vez el campo de la cultura está más ahogado. La cultura es la estructura invisible que sostiene todo lo demás. Es el campo de la expresión, y por lo tanto el de la comprensión. Expresarse es ir más allá de lo convencional. En este momento lo que siento es que podemos respirar cortito, pero que pronto quizás podamos volver a la bocanada.
La vis cómica.
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