"Caminante no hay camino, se hace camino al andar…". Aquélla estrofa de la canción de su admirado Joan Manuel Serrat, bien puede ser la metáfora de lo que Mauricio Dayub fue descubriendo y aprendiendo a lo largo de la vida. "Uno no siempre llega al puerto que intenta ir en teatro. Es tirar un dardo en la oscuridad, apuntando al centro, pero puede no darle", reflexiona Dayub. Sin falsa modestia, dice sentirse satisfecho con El equilibrista, unipersonal del cual es protagonista, coautor y productor. "Me pone muy contento, además, la forma en la que lo pude armar, absolutamente teatral, y con todos los elementos del teatro, que cada vez se usan menos. Creo que el actor cada vez más sube al escenario a contar o a hablar", sostiene durante la entrevista, en la que también surgen temas como la vocación, el éxito, las formas de concebir la profesión, el amor… la vida misma.
"Hace un tiempo leí que un gerente de marketing de una casa de especias muy conocida decía que éste era un tiempo propicio para la adulteración. Y que eso jugaba en contra de lo que él tenía que vender –cuenta Dayub-. Y yo pensaba: "claro, si la gente no sabe cuál es el gusto original del orégano, cualquier pastito que le pongan a la pizza pasa por orégano". Hice una analogía con el teatro, y me empecé a dar cuenta de que el teatro también estaba siendo muy adulterado. Y que estaba pasando por un momento en el que ya el espectador podía haber desaprendido lo que era el teatro, para qué iba al teatro, qué pasaba adentro del teatro".
–¿Lo ves muy contaminado por las imágenes?
-También por eso de que subieron otras profesiones al escenario: la psicología, el periodismo, el modelaje… Antes el que era simpático y contaba chistes lo veías en un asado; hoy también se lo puede ir a ver a un teatro. Entonces el teatro, al menos en el que yo me inicié, me gusta y el que fui autogestionando -porque también aprendí de otros-, lo fui perfeccionando y haciendo a mi manera.
–Esa forma que mencionás, en el caso de El equilibrista, ¿te llevó además a contar una historia más personal?
–En realidad, en medio del proceso de creación, con Mariano Saba y Patricio Abadi, los coautores del espectáculo, íbamos cotejando textos para ver cuáles podían ser los mejores, y una vez que armamos esa estructura, vimos que nos faltaba una mujer dentro de los roles, una historia femenina. Entonces intercambiamos monólogos e historias de mujeres. Y entre las que yo propuse estaba una de mi abuela, que me tocó vivir en Italia, que funcionó y a ellos le gustó. Nunca pensé que iba a poder poner esa historia personal arriba del escenario y que fuera la que nucleara el por qué de El equilibrista. En el camino yo llevaba unos meses aprendiendo a subirme arriba de la cinta, mantener el equilibrio y caminar.
–¿Entrenabas por algún motivo en especial?
–No, era para el espectáculo. Tenía la fuerte convicción de que eso tenía que ver con la obra que estaba preparando. Un poco por una frase que yo había escrito para unir los monólogos, que era algo que decía mi abuelo, que el mundo es de los que se animan a perder el equilibrio. Eso siempre me había sonado mucho, porque cuando era chico me elogiaban por ser muy equilibrado. Y en un momento, a eso de los veinte años, me empecé a dar cuenta de que hacía cosas para recibir ese elogio. Un día comprendí que si seguía tratando de ser como me decían que era, nunca iba a poder ser yo de verdad. Y empecé a desequilibrar el entorno y a modificar la vida que tenía para ver cómo era la mía real.
En un momento difícil, me pareció que ofrecerle a la gente de antemano la convicción de que tenía un alto porcentaje de posibilidad de que el espectáculo le guste, podía inclinarla a elegirlo
–¿Rebeldía?
–Sí, un cambio, animarme a ver si yo era distinto o si yo era ese. Estaba en un lugar cómodo porque a los demás les parecía bueno que sea moderado y equilibrado. Después, en ese camino de trabajo con El equilibrista, me encontré con César Brie, al que le conté parte de esta historia. Me dijo que se sumaba, y nos pusimos todos a trabajar sin parar hasta terminar.
Ahora, con el resultado ya en escena, el propio Dayub decidió ponerle su voz a un spot radial que promociona El equilibrista, ofreciendo al espectador una suerte de certificado de satisfacción: "es un poco teatro con garantía –se escucha a Dayub en la publicidad-, porque si de verdad no te llega a gustar, me podés esperar en el hall, y te devuelvo el dinero de las entradas". La idea surgió a partir de las opiniones acerca del espectáculo que Dayub fue recibiendo antes y después del estreno. "Eran todas devoluciones muy positivas, no teníamos muchas contras –explica el actor-. Entonces en un momento difícil, donde la gente duda mucho en gastar el dinero, me pareció que ofrecerle de antemano la convicción de que tenía un alto porcentaje de posibilidad de que el espectáculo le guste, podía inclinarlos a elegirlo. Es una forma de promocionarlo. Después salieron las críticas, todas de muy bueno para arriba, y eso me animó mucho más, en el sentido de que ya no era una percepción mía y que la promoción tenía cierta coherencia".
–¿El título tiene alguna relación con tu búsqueda del equilibrio?
–Bueno, un poco es una metáfora de la vida de todos. Básicamente por lo que te conté, animarse a perder el equilibrio para encontrar uno lo que busca, lo que necesita. No quedarse en ese lugar donde yo estuve un tiempo cuando empecé. Si no me hubiera animado a perder el equilibrio, tal vez no viviría en Buenos Aires, no hubiera roto con la carrera (Ciencias Económicas) que mi familia prefería que siguiera. Me parece que es una linda piedra para arrojar, la de animarse a perder el equilibrio para encontrar lo que a uno le late.
–En paralelo, seguís con Toc Toc. O sea que actoralmente tu apuesta va de la obra más personal a un éxito de la calle Corrientes.
–Éste es mi noveno año con Toc Toc. Es la comedia más vista de la historia del teatro argentino, con más de un millón seiscientos mil espectadores. Hasta diciembre, yo había hecho dos mil seiscientas seis funciones. Pero creo que ningún actor sueña con quedar en el alma de la gente haciendo un solo personaje. Desde que se mete en esto, estudia para construir roles distintos.
El mundo es de los que se animan a perder el equilibrio
–Después de más de 2600 representaciones de una obra, ¿todavía hay sorpresa o es puro oficio?
–Toc Toc tiene algo distinto, produce cataratas de risa en el espectador. Yo siempre hice teatro porque mi incentivo era gustar, y con Toc Toc no hacía falta. Si gustaba o no, la gente ya había sacado la entrada y venía, llenaba la sala. Tuve que encontrar un montón de incentivos diferentes para trabajar, y eso además me incentivó personalmente. Cuando me preguntan si estoy cansado o si me aburro, la verdad, es que es otro mundo. Ha sido y es un fenómeno hermoso para mí.
–Una carrera en teatro, cine, televisión, además sos dueño del Chacarerean Teatre. ¿Qué sentís al mirar atrás, a los años del teatro independiente, cuando repartías volantes en la calle o pasabas la gorra al final de una función?
–Hice de todo, desde boletero hasta volantear. Y en el cine, te diría que tuve hasta mi etapa de cine mudo en la Argentina, porque hice más papeles sin hablar que con texto (sonríe). Pasa muy rápido el tiempo... Eso creo que es lo que me emociona. Y la posibilidad de poder contar que me pude desarrollar y hacer lo que me gustaba, en todos los rubros. Porque vine así. A mí me gusta el teatro media cuadra antes de llegar y media hora después de que se fue el último espectador. Y saber todo. Si fuera por mí, llega la hora de cerrar y seguiría dentro del teatro.
A mí me gusta el teatro media cuadra antes de llegar y media hora después de que se fue el último espectador
–¿Haber formado una familia te llevó a replantear o dosificar el tiempo dedicado al teatro?
–Y sí, todo el tiempo. Si no estuvieran ellos, yo seguiría. Pero igual, tener una pasión fuerte, siempre compite con el amor. Es algo que, en mi caso, hay que controlar, porque no tiene límite. Yo para producir para el teatro, no veo los costos. De hecho con El equilibrista, haciendo una función por semana, creo que tengo que estar todo el año para recuperar. Pero no me molesta para nada. Sentía que era el momento de hacerlo. Creo que cuando a alguien le gusta algo, lo tiene que seguir. Y que no importa lo que los demás ven. Yo me hice autogestor porque nadie me tenía fe. Me fui dando cuenta que nadie iba a apostar por mí. De hecho me costó. Escribí la primera obra porque me llamaban para hacer cosas que eran de primer grado. Yo pensaba, "no puedo hacer esto, es para retroceder". Y después me ternaron con Cossa y Gorostiza para el premio María Guerrero. Gané y estaba con ellos dos al lado, ¡qué placer!. Con Toc Toc estuve ternado con Francella y Alcón, y gané como protagonista de comedia. No sé, son lugares a los que uno llega sin saber.
–Pero vos decidiste dar el salto y jugártela.
–Se pudo, qué se yo. Podría haber salido para el otro lado. No es "yo pude porque soy así". Es al revés: porque no sé por qué. Decidí un montón de cosas por desinformación. Pero me iban llevando hacia donde buscaba. Y agradezco un montón que fuera así, no haber sabido, no haber entendido.
–¿Fue la intuición?
-Sí. "La intuición es una forma superior del razonamiento", dijo una vez un profesor de Historia del Teatro, en el Conservatorio. Y siempre me quedó. Porque yo decía, "no soy muy instruido, no sé si soy muy inteligente, no he leído tanto, pero tengo intuición, asocio y creo en mí". Eran como los valores que me fueron llevando.
El equilibrista, de Patricio Abadi, Mariano Saba y Mauricio Dayub. Protagonista: Mauricio Dayub. Dirección: César Brie. Chacarerean Teatre (Nicaragua 5565, Palermo). Los martes, a las 21.
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