Prefiere trabajar en su sala antes que en la televisión; dirige Inmaduros en El Nacional y protagonizará El equilibrista y El amateur al mismo tiempo; radiografía de un actor que tomó un camino propio y no le fue mal
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“Siempre trabajé por una necesidad, por un deseo profundo”, sostiene Mauricio Dayub, en una pausa programada para poder conversar con LA NACION, en medio de una agenda sumamente apretada que lo encuentra repartido en varios proyectos al mismo tiempo. En la sala de El Nacional, se estrenó Inmaduros, la pieza protagonizada por Adrián Suar y Diego Peretti que lo cuenta como director. A la vuelta de la pieza, que realizó algunas funciones el año pasado, se le suma el reestreno de El equilibrista, cuya nueva temporada comenzó en el Maipo y, finalmente, el 25 de enero realizará la primera función preestreno de El amateur, segunda vuelta en El Chacarerean, la coqueta sala que dirige en Palermo.
Aristóteles decía que la excelencia no era un acto aislado, sino que se trataba de una práctica que se ejercía desde el hábito. Algo, bastante, de la máxima del autor de La poética pone en juego Mauricio Dayub cada vez que encara un desafío artístico nuevo.
En El equilibrista se planta solo sobre el escenario para desandar el camino amoroso de recuerdos, tradiciones y griteríos familiares con tonada italiana. En El amateur, pieza en la que compartirá la escena con Gustavo Luppi, se pone en juego el valor de la amistad en su estado más profundo. Dirigidas por los reconocidos César Brie y Luis Romero, respectivamente, ambas obras cuentan con autoría de Dayub, quien bucea en su ser más profundo para poder canalizar ideas, ideologías y pensamientos que resultan empáticos con el público, acaso porque dice en voz alta aquello que hace a lo más silencioso y profundo del ser. En el caso de El equilibrista, la proeza del escriba fue compartida con Mariano Saba y Patricio Abadi.
“Cuando escribí El amateur, era un momento de mi vida donde hacía un esfuerzo similar al del protagonista de la obra, ya que, cuando llegué a Buenos Aires, caminaba todas las mañanas en busca de un lugar, de mi norte”, rememora Dayub, a quien la actual pandemia que transita la humanidad le despertó la necesidad de volver a decir en escena aquellos parlamentos de los personajes a los que el pedaleo de la bicicleta se les convierte en metáfora de esforzadas remadas más profundas. “En plena pandemia, entré a un galpón y pensé que ese era el lugar apropiado para contar lo que cuenta El amateur y que este era un buen tiempo para hacerlo. Es un buen momento para hablar de alguien que se sube al sueño de otro, en una época en que la sociedad está muy dividida”, dice el actor nacido en la ciudad entrerriana de Paraná hace 61 años.
–Tanto El amateur como El equilibrista son joyas dramatúrgicas que se representarán más allá de la distancia temporal con el momento en el que las escribiste. Siempre habrá quien quiera montarlas.
–Eso es muy elogioso y me emociona, pero debo reconocer que siempre la motivación fue muy personal.
–Apelás a cuestiones filosóficamente esenciales y profundas y eso las hace atemporales.
–Mauricio Kartún quiso definir mi estilo y me dijo que lo que yo escribía era metafísica popular.
–Pompeyo Audivert piensa el teatro desde lo metafísico y, en tu caso, eso se conjuga con la posibilidad de ir a lo más profundo de la esencia del alma humana en un proceso inclusivo en el que el espectador se siente, no solo interpelado, sino muy identificado.
–Eso es algo que fue apareciendo a través de los años. Recuerdo que, en mis comienzos, cuando hacía teatro en Paraná, venían a verme mis conocidos y no quedaban satisfechos con el tipo de piezas que hacía, había algo que los distanciaba. Eran obras de William Shakespeare y Moliere y, tal vez, la forma de hacerlas era más encapsulada.
–Quizás apuntabas más en la experiencia que al espectador.
–Eran obras pensadas más para gustarles a los teatreros y, de esa forma, poder insertarnos en el medio. Nuestro norte, en ese momento, era ser respetado por los colegas, ser parte. Creo que, en los arranques de la profesión, es algo que nos pasa a todos. Sin embargo, yo quería poder compartir lo que hacía arriba del escenario con todos y, en aquellos tiempos, sentía algo de culpa al terminar las funciones porque no hacía del todo lo que quería.
–A veces entra en juego un concepto de la intelectualidad mal entendido. El amateur y El equilibrista no son menos intelectuales que los clásicos.
–En ese sentido, me guiaron mucho los músicos y los pintores.
–¿Por qué?
–Siempre observé que los artistas plásticos no cambian su manera de crear cuando sus obras se venden en Nueva York en dólares. Algo similar sucede con los músicos, cuando a Luis Alberto Spinetta lo hacían tocar en una reunión privada, tocaba de la misma forma que cuando brindaba un concierto en el estadio Obras. Yo busqué eso, por eso creo que mi máximo logro es haberme representado a mí mismo en el escenario y en la vida. Eso me genera un agradecimiento enorme.
Del off al on
–Se acaba de estrenar Inmaduros, ¿qué balance hacés de la experiencia como director?
–No ha sido la dirección artística lo que más he experimentado en el teatro, tal vez si la dirección de producción de casi todo lo que hice. No obstante, fue un halago que una producción tan grande como la de Inmaduros confíe en mí para proponerme la dirección artística.
–¿Aceptaste enseguida?
–Pedí un par de días para responder, era mucha la responsabilidad, pero agradezco haber decidido hacerlo. Fue una experiencia hermosa, muy estimulante. Debía estar a la altura de las exigencias de productores de ese nivel, compartiendo la calidad de un equipo de grandes, en lo artístico, pero también, en todos los rubros técnicos. Fue tan buena la experiencia que la repetiría.
–Aún en pandemia, la pieza es una de las producciones que apuestan por la reactivación del teatro comercial.
–Creo que será una de las apuestas fuertes de la calle Corrientes. Me rio y disfruto mucho viendo el espectáculo.
El amateur
Mauricio Dayub comenzó a ejercer su vocación por la interpretación en Paraná, la ciudad que se funde en barrancas sobre el río y de la que partió siendo muy joven para encontrar en la Capital, aquellas oportunidades que el pueblo grande ya no le daban.
–¿Recordás la partida de Paraná y el momento en el que pusiste un pie en Buenos Aires?
–Absolutamente, fue el día del cumpleaños de mi mamá. A las once de la noche, interrumpí el festejo para pedirle a mi papá que me llevara a la estación. Jamás me olvidaré que mi mamá me dio un abrazo triste por no poderme acompañarme. Cuando me subí al micro, vi por la ventana aparecer a un grupo de disfrazados desaforados que iban ventanilla por ventanilla buscando a alguien. Nadie entendía nada.
–¿Quiénes eran?
–Nada menos que mis compañeros de la facultad de Ciencias Económicas. No me quedó otra que saludarlos, fue un papelón terrible y hermoso, adentro del micro todos me miraban. Nunca entendí por qué se habían disfrazado. Supongo que era una manera de acercarse a mi actividad artística.
–Algunas horas después, la llegada a Buenos Aires.
–Me pasé toda la noche mirando el costado de la ruta y, a las seis de la mañana, llegué a Once. De ahí me fui a Libertad 94 entrepiso, donde me esperaba una exnovia, con quien iba a compartir mis primeros días. Como llegué de sorpresa, no había nadie en el departamento, así que le dejé la valija a la encargada que estaba baldeando la vereda y me fui a dar vueltas por Buenos Aires.
–¿Qué buscabas en Buenos Aires?
–En Santa Fe ya había hecho varias obras, pero sentía que se me habían acabado las posibilidades expresivas y no podía acrecentar mi conocimiento teatral, así que me anoté en los talleres de Carlos Gandolfo y pedí una beca en el Fondo Nacional de las Artes, que, por suerte, me entregaron. En ese momento, el delegado en Santa Fe del Fondo era Jorge Reynoso, el crítico del diario El Litoral. Con él me sucedió una anécdota curiosa...
Dayub relata aquellos cuentos protagonizados con evidente nostalgia y una gran gratitud por los que se fueron cruzando en su camino y le permitieron construir la difícil profesión que ejerce. Como si todo hubiese acontecido ayer, el actor revive minuciosamente aquellos tiempos donde todo estaba por hacerse.
–Mencionaste una anécdota vinculada al crítico de teatro del diario El Litoral.
–Antes de venirme a Buenos Aires pedí las constancias de mi cursada en la carrera de Ciencias Económicas, pero no había forma que me las dieran, así que pedí hablar con la jefa del área que tenía que expedirme los comprobantes. Cuando le conté a esta mujer que me iba a probar suerte a Buenos Aires, me preguntó como quién quería ser y si sabía cuántos actores santafesinos se habían ido a Buenos Aires y habían sido olvidados. Es más, y esto es lo sorprendente, me interpeló diciéndome si yo sabía el lugar que ocupaba en mi grupo de teatro de Paraná. Se notaba que no quería que me fuera.
–¿Te conocía?
–Yo no había reparado en ella, pero me sorprendió que supiera sobre mí. Finalmente, me dijo que era la esposa de Jorge Reynoso, el crítico de teatro, y que me había visto en todas las obras en las que había actuado... En ese momento, sentí que el teatrito que hacíamos a alguien le interesaba.
Dayub llora sin pudores al recordar aquel momento que lo marcó para siempre. Acaso porque fue el punto de quiebre en el que, por primera vez, entendía la verdadera dimensión de todo lo hecho en su ciudad natal.
El equilibrista
–Si bien sos un actor popular, que se ha expresado en los diversos lenguajes de la actuación, te has preservado mucho, incluso convirtiendo al Chacarerean, tu propia sala, como refugio. No tomaste el camino más fácil, pero entiendo que no has hecho demasiadas concesiones, incluso la televisión no ha sido un medio irresistible para vos.
–No me manejé buscando un determinado perfil, sino por una necesidad. La mayoría de las veces que le he dicho que no a la televisión fue porque me encontraba escribiendo una obra y sabía que me esperaban dos años de trabajo intenso. También le he dicho que no a proyectos a los que sentía que no les podía aportar nada. Siempre busqué esa coherencia de aceptar hacer algo cuando veía que podía generar un aporte. Sé que es y que no es para mí. Nunca me dolió, ni sentí que había perdido algo, cuando rechacé algo que consideraba que no era para mí, por más que luego, ese proyecto, se hubiese convertido en un éxito.
–En ese caso, ¿no surge el arrepentimiento?
–No, porque se trataba de un éxito que yo no buscaba. Por supuesto, de otra forma hubiera llegado antes al conocimiento de la gente.
El crítico y teórico ruso Mijail Bajtin pensaba a la crisis contemporánea como la crisis del acto ético. Mauricio Dayub parece haberse empecinado en ser coherente y fiel con su propia ética, enarbolando una manera de ser y hacer no tan frecuente en un medio que prioriza materialidades más inmediatas.
–Pensando en términos más terrenales, el dinero no fue ni es una prioridad para vos o, al menos, no lo es a cualquier precio.
–El dinero siempre lo busqué para perfeccionar mis proyectos teatrales. La plata que ganaba en la tele, casi siempre se reinvirtió en mi teatro. Por supuesto, también he utilizado el dinero para mejorar mi vida: cada diez años hay que pintar la casa, me tengo que comprar ropa, cambiar un artículo del hogar, ir al dentista y diversos gastos que salen del dinero que uno ahorró porque no alcanza con lo que se gana mes a mes.
–Sostener una sala no es una tarea sencilla.
–Alguien me habló de la valentía que tengo para arriesgar mi propio dinero en mis proyectos. Hubo una época en la que trabajaba sin parar en Canal 13, haciendo una tira atrás de otra. Me levantaba todos los días a la misma hora, hacía el mismo recorrido con el auto y en los semáforos estudiaba la letra. Lo hacía porque me permitía ahorrar para poder comprarme una propiedad donde vivir, porque hasta ese momento alquilaba. Hasta que apareció El Amateur y no dudé en llamar a Jaime Ross para que hiciera la música y a Graciela Galán para que se encargara de la escenografía. Nos dimos todos los gustos, pero hubo que pagarlos. Así que ese dinero para comprar la casa fue a parar a la obra.
–Y seguiste alquilando...
–Durante varios años más. Por suerte pude señar la misma vivienda que había visto años atrás mientras ahorraba para comprarla.
–Te estaba esperando.
–Creo que sí, tenía que ser mi lugar.
–Tu manera de plantarte también habla de una convicción muy férrea y de una seguridad en vos mismo. Alguien inseguro no se arriesga de esa forma.
–Creo que el deseo tan claro que tuve de chico me ayudó mucho.
Y si el proyecto gestado de manera independiente le dio alegrías y reconocimientos, no fue un camino fácil. También hubo piedras en el camino que podrían haber torcido su rumbo. No sucedió. En un ensayo casi general de El amateur, todo salió muy mal. Para colmo de males, el eximio Mauricio Kartun estaba acodado en la platea. “Cuando llegué a mi casa, me había dado cuenta que había tomado una responsabilidad más grande que la que podía sostener y, para colmo, había invertido allí todo mi dinero”, recuerda Dayub.
“Me preguntaba qué iba a hacer con ese galpón de chapa que habíamos construido como escenografía. Era un papelón, lo había hecho Graciela Galán que había venido de París de trabajar con Jorge Lavelli. Por otra parte, le tenía que pagar las horas de grabación a Jaime Ross y a los músicos. Fue tremendo pensar que no iba a poder con todo”, rememora el actor, casi con el mismo dejo de angustia vivido en ese entonces. Fue una amiga, que se metió casi de prepo a consolarlo, quien llegó con el consejo clave que apartaría a Dayub de la desazón: “Me dijo: ‘Entonces, hiciste lo que querías’. Y eso me liberó. Ahí entendí que yo no era tan importante”.
–Finalmente, el material fue exquisito y hasta tuvo su versión cinematográfica.
–Fue una gran enseñanza, no había que preocuparse tanto, después de aquel ensayo había veinte días más para reforzar lo que había que reforzar.
–¿El éxito fue inmediato?
–Durante el primer año y medio perdí dinero, dado que tenía que pagar las deudas contraídas con la producción del espectáculo.
–¿El dinero se generaba sólo con los bordereaux?
–No, la obra no andaba bien y las deudas contraídas las saldaba con lo que ganaba en la televisión. Todo cambió cuando nos convocaron para inaugurar la sala La Subasta, de Mar del Plata. En esa temporada nos ganamos todos los premios y Canal 13 tomó la producción del espectáculo. Así fue como pasamos del Payró al Regina de Buenos Aires y nos cambió la vida. Ganamos muchos premios, recorrimos festivales, se hizo la película y ahora reestrenamos. Pero hubo un primer año y medio donde no funcionaba.
–Vuelvo a lo de antes, la convicción ideológica sobre el propio proyecto fue fundamental.
–Me ayudó mucho ser mi propio productor.
–¿Por qué?
–En cada función, escuchaba el aplauso. En cambio, los productores en ese momento están haciendo el bordereaux en la boletería y no pueden disfrutar como disfrutaba yo de ese premio. Por eso seguía y seguía. Mucha gente, al ver que perdía dinero, me preguntaban hasta cuándo iba a seguir. Y yo seguía, a pesar de todo lo que había que pagar.
–A partir de tu forma de manejarte, Buenos Aires y el medio no te robaron la esencia de hombre entrerriano de Paraná.
–No me fui nunca de Paraná porque no he podido irme. No sabría cómo hacerlo, sería más difícil intentar ser otro. ¿Cómo construyo a cada momento otro personaje? Por otra parte, jamás tuve esa necesidad.
–Se conoce muy poco sobre tu vida privada, más allá de la familia que conformaste con Paula Siero y la llegada de un hijo Rafael.
–Tengo un perfil que compartimos con mi mujer y que nos resulta muy natural. Es más, cuando nos conocimos, casi que no nos parecíamos en nada, pero había algo en lo que teníamos mucho acuerdo que era nuestro bajo perfil.
–El medio, ¿nunca te quiso llevar por otro camino?
–Me ha pasado, pero, una vez un fotógrafo me dijo: “Nunca me tocó perseguir a alguien que no quiera sacarse una foto”.
–Todo dicho.
–En mi caso, he preferido tomar otro camino. Alguna vez, para mostrar algo de mi intimidad, me ofrecían sacarme fotos frente a los letreros de mis obras, a modo de publicidad, pero jamás acepté.
El futuro
–¿Cuándo veremos la versión cinematográfica de El equilibrista?
–Uh, que linda pregunta... Mucha gente me dijo que la obra irá al cine pero, ahora, es la etapa de aprendérmela en italiano.
–¿Por qué?
–Hay una gira prevista que comenzará en Manfredonia, el pueblo de mi madre, en febrero de 2023. Incluirá varias ciudades y, como la gente no tiene el hábito del subtitulado en el teatro, me la estoy aprendiendo en otro idioma. Será un gran desafío, ya que no es solo actuar en otro idioma.
–El personaje debe pensar en italiano.
–Así es, me doy cuenta que no es solo la fonética, sino que estoy ensayando de cero, todo de nuevo. Pero tengo tiempo, además, antes, en mayo de este año, nos vamos a España.
–Tanto El equilibrista como El amateur implican un gran esfuerzo físico, ¿entrenás para poder sostener esa exigencia?
–Trabajo como un deportista, con masajes, elongación y buena alimentación. Hago osteopatía y ejercicios para que el físico responda a exigencias como la de subirse a hacer equilibrio en escena. A mi edad, no es tan fácil, pero conozco a mi cuerpo.
–La actividad teatral fue una de las más afectadas por la pandemia, con una parálisis que duró varios meses. En ese tiempo, ¿ibas a tu sala o preferías no toparte con el espacio vacío?
–Como vivo a pocas cuadras, agarraba la bicicleta o el monopatín y me acercaba para hacer algunos trabajos de mantenimiento menores. Fue un tiempo muy duro, tenemos costos fijos que tuvimos que pagar todos los meses, pero agradeciendo la ayuda del Estado para abonar los sueldos y a Néstor Marroni, el propietario del edificio, que nos bajó el alquiler cuando no pudimos trabajar. Un teatro cerrado es muy triste.
–En todo este camino recorrido, ¿cuál fue la mayor enseñanza?
–Creo que es beneficioso no tener todo servido, ya que la necesidad potencia el deseo, te despabila para buscar, no te deja dormir y te mantiene activo. Así fue como, siguiendo esa necesidad, pasé de actor a autor, y de director a dueño de sala. Si hubiera ganado el Prode de muy joven, no sé si hubiera hecho todo lo que hice.
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