El actor que lleva ya más de 800 funciones con El equilibrista y acaba de ganar un Estrella de Mar por El amateur recuerda sus comienzos en Buenos Aires, recién llegado de su natal Entre Ríos, cuando vivió en una pensión y rogaba que “lo invitaran a comer”; también habla de la importancia de su familia y del consejo que le cambió la vida
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El mundo interno de Mauricio Dayub es inmenso y su historia de vida lo comprueba. Los cuentos, sobre todos los fantásticos, hablan de ese camino del héroe, del muchacho que sólo con esperanzas va construyendo su destino y, en el mientras tanto, pelea contra dragones y fantasmas hasta llegar a la cima.
Al “Tata de Paraná”, como le siguen diciendo cada vez que va a su ciudad natal, en Entre Ríos, no le gusta la palabra “éxito”, la niega o al menos la minimiza, y uno se da cuenta que no es falsa modestia, sino intentar mantener un equilibrio entre su pasado, en el que comía arroz todas los noches para, a gatas, llegar a pagar el alquiler de su habitación en una pensión gris de Constitución; y su presente, con una repisa llena de premios, como el ACE de oro, el Konex de platino y su flamante Estrella de Mar al Mejor Actor de Comedia Dramática, por triunfar con sus obras El equilibrista y El amateur.
Ese equilibro también se materializa subliminalmente entre sus pertenencias. En su bello loft/oficina del barrio de Palermo, donde recibe a LA NACION, Dayub muestra ese trayecto pero de forma inconsciente. De un lado, su laboratorio creativo, su escritorio lleno de recuerdos, premios, recortes de diarios enmarcados y varias fotos de su mujer e hijo, más algunas con colegas, como una que luce con orgullo junto a Roberto Cossa y Carlos Gorostiza. Del otro lado, un poco más alejado, su espacio de ensueño, su norte, su no-realidad cotidiana, donde se realizará la entrevista y donde le fluye hablar de su pasado y presente como para no perder su ADN, mientras aparecen en la mesa ratona que pivotea a los sillones del costado los libros de hombres magnánimos como Julio César, Vittorio Gassman y Alfredo Alcón. Y en el medio él, uniendo todos los puntos cardinales. Claro que no lo reconoce, pero su ubicación geográfica así lo determina. Actualmente se presenta con El equilibrista en El Nacional, todos los miércoles a las 20, y con El amateur en el Chacarerean, los jueves a las 20:30.
“Podría decir que la palabra ‘éxito’ aún me sorprende, pero lo cierto es que tengo que aceptarla aunque no quiera. Lo que sucede es que yo tengo muchos más años de otra cosa. Este éxito no es mi realidad. No me acostumbro. Yo soy de trabajar bien para pocos. Yo llegué en el año 1983 desde Paraná y llevo 15 en esta ola y 25 en la anterior, son muchos más los años de comer lo que podía, que de elegir lo que quería comer. Y no lo olvido.
-¿Cuándo cree que llegaron estos nuevos aires?
-Yo ya me consideraba exitoso luego de todo lo que viví, pero el gran cambio llegó con Toc Toc en el año 2010. La comedia más vista de la historia del teatro argentino. Ese fue mi primer éxito de público desmesurado. ¡Y pensar que acepté creyendo que me había equivocado! Nunca había actuado en teatro comercial, no era una producción mía, entonces arranqué medio a ciegas. Acepté por razones ridículas, había cambiado el auto porque me había dejado dos veces en la ruta y me quedé con cero pesos. Una estrategia que siempre me resultó. Ahorrar algo, hacer un gasto grande en lo que sea y la adrenalina y desesperación de estar en la lona, me motivaba a pensar en cómo revertirlo.
-¿Por qué creyó haberse equivocado al aceptar Toc Toc?
-Aclaro que mucha gente no está convencida de esta estrategia, pero a mí me resulta (sonríe). Lo extraño fue que cuando me llamaron de Toc Toc, acepté e inmediatamente me arrepentí. No confiaba en la obra. No creía en el texto. En los primeros ensayos, como no había público, nadie se reía y no me parecía gracioso y hasta me parecía ofensivo. En el primer ensayo con público la gente se rio mucho, y yo pensé que alguien le había pagado para darnos confianza. No podía creer la risa, era bocadillo, risa, bocadillo, risa. Patrón que sucedió durante los nueve años, en las 2753 funciones que yo realicé en todo ese tiempo. Fue una verdadera locura, hasta ocho funciones semanales. Los sábados me acostaba a la madrugada después de dos funciones y me levantaba el domingo para ir al teatro a la función de las seis de la tarde.
-La obra sigue en cartel aún hoy. ¿Por qué se bajó en su momento?
-No quería quedar viudo de Toc Toc. Y mientras hacía las funciones, empecé a pergeñar una obra mía. Ahí surgió El equilibrista, que iba los lunes, pero como llenaba todas las funciones, agregué los martes. Los miércoles ya volvía a Toc Toc y eso fue de enero a junio del 2019 hasta que Toc Toc bajó y ahí agregué más días de mi obra.
-Quiso volver a su esencia pero la demanda de público lo devolvió al mainstream.
-Yo no quería menos éxito o menos público, yo necesitaba volver a ser yo. Sentía que Toc Toc había desvirtuado todo. La producción era un poco desprolija, había varios elencos haciendo giras pero las promociones eran siempre con nuestros carteles. Entonces la gente me decía: “Yo lo fui a ver a usted y usted no estaba”. Y eso me ponía mal. La semana pasada estuve en Pinamar con mi obra y, después de tanto tiempo, una mujer me dijo: “Usted no vino a hacer Toc Toc a esta misma sala y yo lo había venido a ver a usted”. No me gustó, me sentí un estafador sin serlo. Recuerdo que recibía los alertas de Google de funciones en ciudades donde yo no iba a estar. Había días donde la obra estaba agotada en el Multiteatro y en Avellaneda en el mismo horario y con el mismo elenco.
La génesis del fenómeno
-¿Con El equilibrista se redimió?
-Con El equilibrista volví a tener una relación prolija con la gente. Vienen a buscar algo y se los doy, podré cumplir o no con las expectativas pero en el escenario estoy yo. Y acá en la nota hablo yo y me hago cargo de lo que digo. Me puse a escribir una obra que no sabía muy bien para dónde iba, hasta que recordé una frase de mi abuelo, que decía: “El mundo es de los que se animan a perder el equilibro”. Y a medida que fui trabajando el texto aparecieron cosas de mi familia y la obra tomó forma.
-Con El equilibrista pasó de los lunes a agregar los martes, después fines de semana, gira y terminó llenando el teatro El Nacional. ¿Esperaba semejante recorrido?
-No, en absoluto. A mis obras siempre las esperé mucho tiempo porque soy de los que creen que el público termina de definirlas. Hasta el día de hoy, luego de más de 800 funciones, le arreglo algo cada tanto. Pero lo que menos imaginé era que no iba a tener techo. Uno siempre aspira a lo máximo pero nunca imaginé lo que sucedió. Cuando la estrené, mi asistente de dirección me pasó una planilla que decía que si era un éxito como tal obra, iba a necesitar al menos un año y medio de funciones para recuperar lo invertido. Ya pasaron seis temporadas de eso. Hice bien en animarme a perder el equilibrio.
-Le debe mucho a su abuelo.
-Le debo mucho en cuanto a la vida y sobre todo al concepto de la obra. Pero yo no quería decir la frase y listo, sino materializarla con el cuerpo sobre el escenario. Nunca había hecho equilibrio; cuando consulté me dijeron que, para no caerme, necesitaba años de práctica. Así no llegaba a estrenar la obra. Estaba convencido que si yo demostraba no tener miedo a perder el equilibro, a la gente la incentivaría de otra manera. Dejar de vivir como nos dicen y pasar a vivir como queremos... Iba todos los días a la plaza a ensayar pero sabía que me faltaba mucha práctica, hasta que una madrugaba de desvelo vi que en mi cuarto había espacio para amarrar una soga y practicar a cada rato. Corrí todos los muebles y le dije a mi mujer que por las próximas semanas para ir de un lado al otro tendríamos que saltar la soga porque necesitaba practicar. Así fue que durante unos meses, cuando volvía a la madrugada de Toc Toc practicaba, cuando me levantaba, practicaba. Me bañaba y practicaba. Me caí una vez sola en 800 funciones.
-¿Cómo manejó esa explosión de fama?
-Para mí fue gradual y no me cambió nada. Siempre me sentí bien conmigo. Tal vez ahora me sienta más valorado, pero es desde afuera, no desde mí. Yo sé quién soy, lo supe siempre. Sigo yendo por la calle como si no hubiese vivido todo lo que viví en los últimos años. Y la gente creo que lo acepta, me deja tranquilo, no me habla mucho en la calle. Tampoco soy tan famoso. Pero para mí, igualmente, ir por la calle y saludar a gente es natural, porque yo nací en una ciudad como Paraná y cuando iba a comprar a la panadería, todos me saludaban y decían: “Ahí viene Dayub”. Creo que la lógica es la misma. Me saludan porque me conocen, igual que antes.
Tiempos de tren fantasma
Mauricio Dayub nació el 28 de enero de 1960 en la ciudad de Paraná, Entre Ríos. Hijo de Paula y Miguel, es uno de los hermanos del medio entre Miguel Ángel, Gerardo, Raúl y Laura. Y si bien tuvo una infancia que recuerda con absoluto amor, en la que organizaba un tren fantasma en el garaje de su casa y le cobraba entrada a los vecinos, a sus 23 años, decidió venirse a la gran ciudad para probar suerte con la actuación. Recaló en una pensión de categoría peligrosa en Constitución y según cuenta, los ahorros que le había dado su padre se le agotaron al octavo día, por lo que rápidamente tuvo que salir a ganarse el pan de cada día. A los pocos días de haber llegado, Mauricio comenzó a tomar clases de teatro con Carlos Gandolfo, gracias a una beca del Fondo Nacional de las Artes. “Cuando terminaba tarde, rogaba que alguien me invitara a una casa a cenar o surgiera alguna fiesta porque me daba miedo volver solo a la pensión”, recuerda con una sonrisa. Para sobrevivir, vendió en los colectivos con un speech que hasta el día de hoy recuerda, pintó departamentos y atendió todo tipo de stands. Todos trabajos que, mientras realizaba, rogaba no cruzarse con sus nuevos amigos teatreros, por el qué dirán. Hoy lo cuenta con sus ojos emocionados, como aquel soldado que muestra orgulloso sus heridas de guerra. Su primer batacazo en la escena fue El primero, obra con la que conquistó no sólo al público, sino al periodista Luis Mazas, que en su crítica lo embanderó como “la renovación del arte”. A ese golpe de efecto le siguió otras tantas obras, su llegada a la televisión en novelas como Cosecharás tu siembra y El oro y el barro, ambas en 1991 y Culpable de este amor (2004). Lo que le siguió es historia conocida: El amateur (obra que escribió y actuó en teatro y que se adaptó al cine), Toc Toc y El equilibrista. En el medio, conoció a su actual mujer, Paula Siero (sí, la icónica modelo de los 90), con quien tuvieron a su hijo Rafael, hoy de 11 años.
“La gente me pregunta si mi pasado de vivir en una pensión y comer arroz todos los días ya pasó, y para mí no pasó nada. No soy nostálgico de esa época, obvio que no, pero es parte de mi vida, de mi personalidad y de mis logros. Una vez le preguntaron a Carlos Tévez si ahora que le iba bien se iba a operar el cuello que se había quemado cuando era bebé; él respondió que se miraba al espejo y cuando veía sus quemaduras decía: “Soy Tévez”. Es así. Cuando yo me acuerdo estar vendiendo en los colectivos, entiendo quién soy y valoro todo más”.
-¿Qué representa su mujer Paula en su vida y en su presente?
-Todo y un poco más también. Cuando conocí a Paula me di cuenta de que no me podía equivocar con ella. Había terminado El amateur y me estaba por ir a España a hacer un seminario de escritura, para perfeccionarme. Tenía todo planeado, pero sabía que si me iba, la perdía. Me quedé por ella. Después, para estar a la altura, puse la sala Chacarerean. Me sentía grande junto a ella y me animaba a todo. Quería que siempre fuera así. No me equivoqué. Después llegó Rafael y fue lo mejor que nos pasó en la vida.
-El paso de actor reconocido a exitoso lo encontró casado y siendo padre. Un impedimento para los amigos del campeón. ¿No temió confundirse?
-Nunca tuve problemas con las malas influencias o las propuestas de riesgo porque yo siempre fui el primero en irme de las fiestas. Cuando mis amigos pedían otra cerveza, yo ya estaba durmiendo. Cuando estuve de pensión en pensión y nadie me llamaba ni me proponían nada, yo ya me cuidaba para el futuro. Siempre fui de cuidarme en lo físico, en lo mental, fui de cuidar a los míos. Obvio que me llegan propuestas de todo tipo, pero le digo que no a todo. Si no tuviera esta personalidad, no podría hacer lo que hago, no podría estar en pareja desde hace 24 años con Paula y no podría educar a mi hijo como lo hago. Son decisiones que uno toma a diario y de las que no me arrepiento.
-¿Y con los “no” laborales, cómo se lleva?
-Son los más difíciles. Me hacen mal. Los otros “no” hasta me reconfortan, pero los de trabajo me duelen. Porque a mí nadie me ofrecía nada y fueron muchos años de hacer todo por mi cuenta. Quisiera ser dos o tres personas a la vez para agarrar todo. A algunas propuestas les digo que no en el momento, a otras las proceso más.
-¿Y cuándo lo llamó Suar para dirigir su obra de teatro, Inmaduros?
-Me llamó su socio y le dije que me llamara más tarde, pero por dentro sabía que era no. Porque si te llaman para dirigir a Adrián y a Diego Peretti, no tenés mucho para ganar y sí todo para perder. Si va bien, el mérito es de ellos, pero si va mal, se empiezan a buscar culpables. Y no solo era dirigirlos, también terminar de darle forma al libro. Al final les dije que no. Me llamo al rato mi representante y me dijo: “No solo tenés que aceptar sino que tenés que hacer un éxito, vos podés”. Doble presión. Me tranquilizó que tanto Adrián como Diego confiaran mucho en mí. Por suerte salió muy bien. Dos años llenando la sala de El Nacional.
-En los últimos años fue muy reconocido: ganó el ACE de Oro y el Konex de Platino, por ejemplo. ¿Cuando recibe esos premios, en quién piensa?
-Me viene una secuencia rápida de todos aquellos que me enseñaron algo, desde mis abuelos, mi madre, mi padre, mis profesores de teatro. De Paula, mi hijo que me enseña a diario de qué va el mundo. El éxito no llega de un día para el otro, se gestiona en el comienzo. Cuando comencé con Gandolfo, nos tenía 45 minutos sentados en una silla para ensayar las sensaciones. Decía “café” y debíamos percibir el sabor del café, decía “sol” y debíamos sentir el sol en nuestra piel. Con los compañeros, entre ellos Carola Reyna por nombrar a uno, nos mirábamos sin entender mucho y sin embargo es un método que después usé siempre. Pienso en todos los Gandolfo que pasaron por mi vida.
Para agendar: Mauricio Dayub se presenta con El equilibrista en El Nacional, todos los miércoles a las 20, y con El amateur en el Chacarerean, los jueves a las 20.30
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