Maten a Hamlet, una lúcida y divertida creación de Los Macocos
Hacía tiempo que Buenos Aires no presenciaba un trabajo colectivo de gran factura como el que presenta este cuarteto de culto y su nuevo director
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★★★★ Dramaturgia: Casablanca, Salazar, Wolf, Xicarts y Sebastián Irigo, adaptación de Hamlet, de Shakespeare. Dirección: Sebastián Irigo. Intérpretes: Daniel Casablanca, Martín Salazar, Gabriel Wolf y Marcelo Xicarts (Los Macocos). Vestuario: Analía Morales. Escenografía: Adriana Maestri y Romina Del Prete. Iluminación: Leandra Rodríguez. Música: Axel Krygier. Sala: Centro Cultural 25 de Mayo, Triunvirato 4444. Duración: 80 minutos. Funciones: viernes y sábados, a las 20; y los domingos, 12.30.
Así como en 1966, Tom Stoppard decidió hacer su propia versión de Hamlet, desde la observación de dos de sus cortesanos, en Rosencrantz y Guildenstern han muerto, Los Macocos volvieron a reunirse para representar la tragedia de Hamlet, desde la mirada de los bufones. Un cuarteto de bufones que llegan al castillo de Elsinor, para reencontrarse con un pariente al que hace mucho no ven, Yorick. Es la calavera que en la primera escena del 5 acto, del texto de la pieza, toma Hamlet entre sus manos y le cuenta a Horacio, sobre aquel tierno amigo, el bufón de la corte, del que dice “tenía un ingenio infinito”. Un dato curioso, es que en el film que dirigió Kenneth Branagh, en 1996, es una de las pocas versiones, en la que cuando el príncipe de Dinamarca le habla a la calavera en el cementerio, el personaje de Yorick se corporiza a través de la interpretación de Ken Dodd.
Desde la inolvidable versión que Ricardo Bartis estrenó en el San Martín, con Alejandro Urdapilleta, Hamlet, la guerra de los teatros, en 1991, que no se veía, en Buenos Aires, una adaptación de Hamlet tan lúcida y de una teatralidad tan despojada, casi minimalista, que sólo se apoya en las valiosas actuaciones de este equipo que vienen trabajando juntos, desde 1985. Lo que se aplaude con regocijo, es que el grupo al que se sumó el director Sebastián Irigo, realiza un trabajo de creación colectiva que despierta risas, reflexiones y emociones encontradas en el espectador.
En el escenario sólo hay algunas cruces y calaveras, a las que se suman unos pocos elementos más a lo largo de los 80 minutos, que dura esta versión. En cada una de las situaciones que definen y sostienen la trama, los Macocos –Casablanca, Salazar, Wolf y Xicarts– impregnan el espacio de una vibrante teatralidad, por instantes absurda, existencial, filosófica y poética. Pero ante todo de un humor que se tiñe de farsa, de ironía, de absurdo y de esa sátira que roza lo político-social que define la pieza, pero que también la acercan a nuestro presente.
El equipo se traviste en uno y varios personajes, desde Gertrudis, a Laertes, de Ofelia a Claudio, pero en esencia son los bufones, esos cómicos trashumantes que no poseen, ni tienen nada material, nada más que su arte, los que definen una obra que reivindica el teatro dentro del teatro, con una pulcritud y un talento inigualables.
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