La actriz que fue figura de Alta comedia, El amor tiene cara de mujer y tantos otros éxitos de la TV hace un balance de su carrera -que hoy se enfoca en el teatro- y de su vida personal, que cambió radicalmente tras la pérdida de su esposo
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En los años 80 y comienzos de los 90, la presencia de Marita Ballesteros en las telenovelas argentinas era garantía de culebrón. Si estaba ella, los secretos más insospechados y las confesiones más urticantes estaban al caer. Inició tímidamente en la televisión como la protagonista buena a la que los galanes la hacían sufrir, hasta que le vieron la veta maligna y cambió de bando. Cuando ella aparecía, el enamorado se debatía entre el bien y el mal, mientras la doncella lloraba por los rincones por no ser la elegida. Su belleza clásica, altura y charme la convertían en una rival imposible de vencer. Hacia fines de los 90 se pasó al costumbrismo de Polka, los espacios ya no eran mansiones sino casonas barriales y panaderías, hasta que su edad la posicionó nuevamente en el firmamento de las más odiosas y con solo alzar la voz, los protagonistas padecían todo su desprecio. Claro que su versatilidad actoral la canalizó para la composición de sus personajes en Alta comedia, El amor tiene cara de mujer, Como pan caliente, Muñeca brava, Vidas robadas, y más acá en el tiempo, Cien días para enamorarse y El primero de nosotros; porque en persona, María de las Mercedes Ballesteros, a sus 73 años, es pura sonrisa, muchísimo más cercana a esa efervescente mujer que ganó el concurso Mujer Maravilla Argentina, en 1978, que a esa tía malvada que encarnó en la última tira de la televisión argentina Buenos chicos, a principios de este año.
Ballesteros llega a la entrevista con LA NACION sin condiciones ni temas que prefiere no tocar. Habla de todo. De su nueva obra de teatro en el circuito independiente, del apasionado beso que se daba con Moria Casán bajo las órdenes de Muscari, de la “vejez” como insiste en varias de sus respuestas y hasta de la muerte de su marido, Julio Laurindo, el único hombre que la enamoró. En la mesa de un bar del barrio de Palermo, donde se mudó hace unos años, entre los cafés recién servidos y el grabador encendido de periodista, introduce a la charla el programa de Lo que se pierde se tiene para siempre, obra que protagoniza junto a Sofía Gala con la dirección de Anahí Berneri.
“Me llamó en persona la propia Anahí Berneri y me propuso trabajar con Sofía Gala. Mientras me iba contando de qué trataba la obra, yo por dentro decía: “La hago, la hago”. Después en pleno ensayo me sorprendió como directora lo qué iba logrando con la escenografía. Cómo un mismo elemento lo iba convirtiendo en diferentes objetos narrativos. Berneri además es una extraordinaria actriz, le pedía que las marcaciones me las actuara, así yo se las copiaba”.
-Está irreconocible, ¿fue un pedido de la directora despojarla de su clásica imagen?
-Yo en la vida estoy todo el día maquillada, porque me encanta. Me levanto, me baño y me maquillo. Pero en la obra no quería nada de maquillaje, no uso ni base. Creo que nunca trabajé al natural. La peluca blanca la pedí yo, y los ojos rojos del comienzo son porque lloro un poquito antes de arrancar.
-El título de la obra remite a que las ausencias nos habitan para siempre.
-Sí, pero no trabajo con cuestiones personales. Sé que contradigo todo un paradigma actoral de la memoria emotiva pero yo me estudio la letra a la perfección y una vez que la tengo incorporada, es lo que me moldea al personaje. La letra tiene una vibración particular y me lleva a entender lo que el personaje piensa. Y lo que dice, me lleva directamente a su forma de ser.
-Para el imaginario colectivo, Marita Ballesteros es televisión pura. ¿Siente que tiene que demostrar algo en teatro?
-Para nada. Hice mucho teatro en mi vida, aunque me tengan de la tele. Cuando era joven sentía más el prejuicio de la gente que me venía a ver al teatro suponiendo que yo solo actuaba en televisión. También había mucha separación entre los actores mismos. Los que trabajaban en el San Martín tenían prestigio y los que estábamos en la televisión no teníamos ningún talento. Eso ahora ya no existe. Estoy en una edad donde lo único que me interesa es hacer bien mi trabajo y lograr el mejor personaje que mi directora puede tener en escena.
-¿Cómo fue la experiencia de trabajar con Muscari en Julio César?
-Me gustó mucho porque es muy profesional. Me había llamado varias veces y por diferentes cuestiones nunca habíamos coincidido. Otro director al segundo no, no te llama nunca más. Muscari tiene una cabeza tremenda, no tiene prejuicios y a su vez, una audacia pocas veces vista. Julio César era Moria Casán y yo Marco Antonio. Impensado. Con eso fuimos a un festival de clásicos en Mérida y fue un éxito.
-En esa obra besaba a Moria Casán. ¿Nunca se inhibió ante una escena de sexo?
-Para mí, una escena de sexo es igual a una donde estoy cocinando. Porque aunque parezca que los actores están enamorados, están actuando. Yo hice en Alta comedia a una mujer que se enamoraba del hijo del marido. Le decía al actor, que era tímido, que no se preocupara, que había que demostrar pasión. Yo por fuera parezco Utilísima, pero por dentro soy medio salvaje y no tengo prejuicios con los besos. Para mí, el sexo tiene mucha prensa. Y más un beso en una filmación donde hay mucha gente alrededor. Igual ya no tengo esos dilemas, estoy vieja, no me ponen a besar a nadie (se ríe).
-Trabajó con todos los galanes de Argentina. ¿Se pauta de antemano la escena de un beso?
-Muscari que es bicho, pasaba en una pantalla gigante un beso de lengua grabado que nos habíamos dado con Moria y la gente lo veía en primer plano pensando que era el del momento. Entonces parecía brutal. Pero no me generaba nada ese beso. Lo único que antes me lavaba los dientes y me ponía perfume, porque Moria es muy limpia y detallista. Me hubiese dado mucha vergüenza que se quejara de mi aliento. Las escenas que sí son terribles y hay que medirse son las de violencia. Esas sí son complejas. Una vez, a Arturo Bonín le pegué un cachetazo y con el anillo le corté el pómulo. Y otra vez en el San Martín, haciendo Amanda y Eduardo, le tenía que dar una cachetada a un actor joven y una vez me dijo tímidamente: “Por favor, pegame más suave la próxima vez”. Me quería morir. Le pedí perdón toda la semana.
-Vivió la época dorada de las telenovelas argentinas y el paso de la ficción a las plataformas. ¿Añora aquellos años de elaboración casi artesanal?
-No soy nostálgica. No extraño para nada la televisión de antes. No extraño Alta Comedia, el viejo Canal 9, las series de antes donde Migré y Doria eran tan detallistas. A la gente con la que trabajé y hoy no está más, la llevo en el corazón y punto. No estoy agarrándome todo el tiempo del pasado. Lo que me da tristeza es saber que los actores de hoy tienen mucho menos trabajo del que teníamos nosotros antes.
Antes de la TV
-Comenzó en el medio a los 28 años luego de ganar el concurso de belleza Mujer Maravilla Argentina. ¿Desde siempre quiso ser actriz?
-Gané ese concurso realizado por Canal 13 y revista Radiolandia 2000 con 28 años cuando el resto de las participantes tenían 18. Pero mi inquietud no iba por la actuación. Durante dos años fui maestra jardinera y de un día para el otro no quise hacerlo más y conseguí un trabajo en Aeroparque para trabajar en el mostrador de Austral Líneas Áreas. Viajaban muchos famosos pero no me interesaba tratarlos. Era muy ingenua, no me sentía linda y hasta me veía rellenita. Una vez pasó Jorge Porcel, me vio y me dijo: “Vos tenés que trabajar en televisión”. Le contesté: “No, no puedo porque soy gorda”. Justo a Porcel le dije eso.
-¿Qué premio ganó por ser la Mujer Maravilla argentina?
-Había muchos, uno de ellos era filmar una película con Olmedo y Porcel pero no quise porque no quería mostrarme como una mujer sexy. Elegí hacer un infantil en el teatro Estrella. Después el destino me juntó con Porcel en “Sálvese quien pueda” pero era para chicos. Cuando terminé el infantil, me dije que si me iba a dedicar a la actuación, tenía que estudiar y me puse a estudiar con los Agustoni, Fernandes, Alezzo.
“Una vez pasó Jorge Porcel, me vio y me dijo: ‘Vos tenés que trabajar en televisión’. Le contesté: ‘No, no puedo porque soy gorda’. Justo a Porcel le dije eso”.
-¿Sufrió el machismo que imperaba en el medio en los años 80?
-Nunca sufrí a nadie que quisiera doblegarme. Comencé a los 31 años en la televisión y encima no me dejaba obnubilar por nadie. Siempre fui una mujer de carácter. Claro que tuve mis romances y mis idas y vueltas pero siempre me respetaron.
-Fue una de las primeras mujeres que reconoció no querer tener hijos ni casarse. Hoy sería una abanderada del feminismo.
-Soy feminista por naturaleza porque desde siempre pensé que debía haber igualdad de oportunidades. Creo en el ser humano por sobre el género. Nunca me subiría a ningún colectivo porque tiende a separar. En su momento dije “no quiero tener hijos” y me dijeron de todo porque había un mandato que era casarse y tener hijos, pero nunca me importó lo que opinara la gente. Con el tiempo me sentí orgullosa de ser así y de seguir mi propia música y no la del resto.
-Se casó de grande, a los 55 años.
-Porque a los 52 me enamoré perdidamente. Fue un amor que me arrastró. Para mi hay un destino en la vida. Era él el que debía llegar. Trabajé con todos los galanes de Argentina, Bebán, Solá, Brandoni, Luppi, Carlos Calvo y nada. Sin embargo conocí a Julio, un médico psiquiatra en un cumpleaños de una amiga y quedé flechada.
-Ese destino del que habla le jugó una mala pasada. Se llevó a su marido a los ocho años de casarse.
-Para algunas situaciones no hay explicación. Nunca me había enamorado y me terminé casando a los 55 años y de blanco. Vivimos un amor absoluto durante casi 13 años. Ahora hace ya nueve años que murió (diciembre de 2015, a raíz de un cáncer de pulmón). Conocerlo me ensanchó el alma, estoy convencida que es el amor de mi vida. Pero no me gusta hacer un culto de la desgracia. Dolió mucho y estoy agradecida de haberlo conocido.
-Al tiempo de su partida hizo un cambio radical en su vida.
-Sí, vendí la casa y a la semana me mudé hasta de barrio. Estaba muy mal, pésima, tenía el corazón roto. A mí me interesa el cuerpo y el alma, no los espacios, los trajes y los libros. No quería vivir en mi museo personal. Decidí irme rápido porque mi casa me dolía mucho.
-¿Le daría lugar a un nuevo amor?
-¿A mi edad? Ya estoy grande. Por el momento no. No sé qué debería pasar ni quién debería aparecer para que me abriera de nuevo al amor. No podría abrirme un Tinder. Tengo amigas que están en pareja con hombres que conocieron por Tinder, pero yo no soy así. No tengo redes, solo uso WhatsApp porque soy muy callejera y si alguien quiere hablar conmigo me encuentra rápido.
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