Marilú Marini: talento hecho en la Argentina
La actriz, radicada en Francia, está en Buenos Aires para interpretar "Los días felices", de Beckett, y una puesta con Enrique Pinti
Marilú Marini tiene una cualidad que causa regocijo: es una actriz que no actúa. Sí, sube a un escenario y crea personajes y situaciones; así se gana la vida y así ha construido el prestigio artístico que tiene en el mundo y especialmente en Francia, destino que eligió hacia mediados de los años setenta, cuando la Argentina ya no era el país del Instituto Di Tella que la vio nacer a la experiencia teatral.
Pero no actúa. Lo cual no quiere decir que no trabaje. Más que interpretarlos, personajes y situaciones la transfiguran. Y esa tarea de abrirse, de poner el cuerpo y la emoción como una hoja en blanco para que el personaje escriba su propia historia debe de requerir un esfuerzo enorme.
Si Marilú está en Buenos Aires interpretando "Las criadas", de Jean Genet, como ocurrió el año último, a la hora del saludo final llora sin falso disimulo, como si las desdichas de Solange tuvieran lugar en la realidad más allá de la ficción. Si repasa alguna línea de "Los días felices", de Samuel Beckett, como ocurre durante la entrevista con LA NACION, se enciende o se abisma, según el autor haya modelado el humor del personaje de Winnie en ese pasaje.
Felizmente Marilú Marini está en el país una vez más, para participar en la cuarta edición del Festival Internacional de Buenos Aires -que quedará inaugurado pasado mañana- con dos espectáculos: "Oh les beaux jours" ("Los días felices"), de Beckett, con Marc Toupence y dirección de Arthur Nauzyciel, y "Un animal de dos lenguas", sobre textos de Alejandro Urdapilleta y Jacques Robotier, con Enrique Pinti y dirección de Véronique Bellegarde. Para ambos espectáculos, las entradas están agotadas desde hace semanas.
La idea de representar la obra de Beckett en la Argentina -que se verá desde el miércoles en el Teatro San Martín, hablada en francés y con un sistema de sobretitulado electrónico- se le ocurrió a Marilú a raíz de la grave crisis institucional que atravesó el país entre fines de 2001 y comienzos de 2002.
"Me dieron ganas de hacerla porque encontré similitudes entre lo que plantea Beckett y lo que estaba pasando acá -cuenta la actriz-. Winnie está en una situación dificilísima, prácticamente inmovilizada, y a pesar de eso, en cada mínima cosa que la rodea encuentra fuerzas para seguir adelante. Y así, admirable, fue la reacción a lo que sucedía en la Argentina: la gente siguió haciendo cosas, a pesar de haber sido despojada de todos los signos de identidad que tenían como ciudadanos: la posibilidad de disponer de su propio dinero, la representatividad política. Cuando cosas tan graves ocurren, ¿cómo manejarse?, ¿cómo seguir actuando en la realidad? Ese es también el problema que debe enfrentar Winnie, que sigue adelante gracias a las pocas palabras que le quedan (porque usa siempre el mismo vocabulario), a los pocos objetos que todavía le dan una identidad afectiva. El discurso es lo único que la ata a la realidad."
Escrita a comienzos de los años sesenta, "Los días felices" es una de las piezas dramáticas más importantes de Beckett. Winnie, la protagonista, es una mujer de unos cincuenta años que permanece inmóvil en el escenario, enterrada hasta la cintura en un montículo de hierba reseca en el que se va hundiendo progresivamente mientras monologa sobre el pasado y cuestiones aparentemente triviales, o le habla a su marido, Willie. La situación tiene un intenso (y múltiple) poder alegórico y Marilú encuentra en ella no sólo una metáfora de la Argentina actual sino también un perturbador espejo de la condición femenina.
"Arthur es un director joven muy interesante porque está al margen de lo que supuestamente se debe ser para ser moderno. Es alguien no convencional, que sigue deseos e instintos muy personales. El estaba lejos de tener deseos de hacer esta obra. Pero le hablé de mi implicación personal en este texto, no sólo por lo que me evocaba de la Argentina sino por lo que evoca para una mujer como yo, que tiene cierta edad, que ha vivido experiencias muy diversas. Le hablé no solamente de la fascinación que sentía por el texto sino de la realidad que ese texto me imponía como actriz: ¿cómo hacer para mantener el interés del público durante una hora y cuarenta minutos frente a una mujer que está inmovilizada y que no tiene una historia abracadabrante para contar?"
-Eso es lo que le reprochaban a Beckett hace cuarenta años algunos sectores de la crítica: que era antiteatral.
-Claro. Pero entonces, cuando el discurso se hace fuertemente angustiante, Beckett ubica pequeños momentos teatrales de distensión, en los que aparece ese humor encantador que tiene. Y la gente se ríe; a algunos eso les molesta, como si reírse fuera una falta de respeto, cuando es todo lo contrario. Pero se supone que uno sólo se ríe con las comedias, y frente a ciertos textos hay que estar en estado de adoración. Eso es falso; una obra de arte no es para estar en estado de adoración sino para divertirse, llorar, acalorarse, abrirse a que a uno le pasen cosas. Un hecho artístico tiene que movilizarte y sacarte de la situación social convencional. Pero para que eso ocurra el espectador tiene que tener coraje.
Marilú y Arthur trabajaron el texto hasta despojarlo de todo rasgo melancólico, de toda tentación de caer en el sentimentalismo.
"Frente a esta obra trato de adoptar la postura de que no sé hacia dónde iré en cada representación. Lo ideal sería que no conociera el texto y que tuviera que inventarlo cada vez, porque eso es lo que hace Winnie: ella va construyendo su pensamiento. Y eso hace también que el espectador tenga que ponerse activo, porque tiene que seguir ese proceso con Winnie. Y es maravilloso, tan poético. En el segundo acto ella dice: "Qué duro es haber sido siempre la que soy y ser tan diferente de la que fui". Cuando tenés 50 años y un poco más, como yo, es una línea muy brutal. Es muy conmovedor. Ahora, el problema está en que esa cosa conmovedora no tiene que ser sentimental. En eso Arthur estuvo muy inteligente y muy sensible: trabajó el texto sobre una afirmación, una búsqueda en la que Winnie sigue avanzando, aunque esté muy conmovida. Me gustó mucho una imagen que me dio una vez Arthur: Winnie actúa como cuando uno está perdido en un bosque, de noche, y canta para darse ánimo."
A Marilú se le ocurre una comparación provocativa: dice que "Los días felices" es como un snuff show, esos programas televisivos, videos o films que registran y exhiben situaciones reales de muerte o de tortura.
"En definitiva, lo que vemos en escena es una mujer que está muriendo. Claro que, en este caso, la historia está contemplada por un poeta, que tiene una mirada despiadada hacia la humanidad, una ironía impresionante, pero también compasión. Winnie no es una persona muy inteligente, es convencional, podría ser una pequeña burguesa (Beckett lo sugiere al caracterizarla con un collar de perlas y un sombrerito), ya le quedan pocas palabras y poca capacidad de concentración, y al mismo tiempo está construida como un personaje que todavía desea vivir. Ese es un rasgo de afecto del autor hacia el personaje. En realidad, la de Winnie también es una historia de amor, porque su gran amor es Willie, ese hombre que prácticamente no tiene opinión acerca de nada. Uno los ve y siente que han pasado toda una vida juntos: ve eso tan difícil que es la convivencia amorosa, ese trabajo enorme que tenemos que hacer cuando queremos a alguien y vivimos con esa persona. Porque la cotidianidad gasta. Pienso que es más desgastante encontrar cada día el tubo del dentífrico destapado que tener una divergencia ideológica con tu pareja."
Hermandad espiritual
Marilú siente que el exilio voluntario, la adopción de una nueva lengua y cierta forma de observar el mundo tienden un lazo de hermandad espiritual entre ella y Beckett.
"Además de familia y amigos en el país, tengo un vínculo indestructible con la Argentina. Francia me modeló, me dio posibilidades de expandirme y de conocer cosas que incorporé, pero este país me formó, me hizo lo que soy. En este país conocí gente extraordinaria, artistas plásticos, literatos, los textos de Bioy Casares, de Silvina Ocampo, de Roberto Arlt. Todo lo que me dio el material para seguir adelante y para ejercer mi oficio de actriz. Eso está hecho en la Argentina, es imposible dejarlo de lado o renegar de ese origen.
"Beckett también era un exiliado por elección, como de alguna forma lo fui yo. Además, siento que tenemos en común el humor, que en Beckett es devastador y a mí es algo que me atrae mucho, porque el humor te permite contemplar una situación desde cierta distancia y elaborar una reflexión activa, vital y no solemne, que es lo peor que a uno le puede pasar."
-Humor oscuro el de los autores que solés frecuentar: Beckett, Genet, los argentinos Copi y Urdapilleta...
-Sí, me gusta, me siento emparentada con eso.
-¿También te sentís emparentada con la crueldad que pueden llegar a expresar esos textos?
-Bueno, tal vez porque me permiten poner en evidencia una cierta visión cruel de la realidad. Yo no soy una persona cruel en la vida cotidiana, pero sí tengo una mirada muy poco convencional de las cosas. Y pienso que a veces la crueldad produce avances, porque en ocasiones está relacionada con una reflexión no convencional, no social, sino con el hecho de poder decir una verdad. A veces las verdades son crueles, pero son necesarias para avanzar. En ese sentido me siento identificada. Yo he tenido una educación muy estricta, y poder exteriorizar esos aspectos tan prohibidos (el odio, la crueldad, una cierta lucidez no convencional) me ha costado mucho, y pienso que todos estos autores me han ayudado a hacerlo. Cuando interpreté "Calibán", ese personaje (uno de los más poéticos de Shakespeare) me ayudó mucho a sacarme el miedo al odio, a ver que yo podía tenerle bronca a alguien y que no tenía por qué comprenderlo todo. Por otra parte, pienso que ser cruel te hace tener una visión muy humana de uno mismo y de los otros. Uno, siendo cruel, puede comprender más todavía, puede perdonar. Por eso me interesan estos autores. Además, entiendo el humor de Copi, de Urdapilleta, la malicia de Genet. No me resultan ajenos. No son autores sencillos, y ésa es su riqueza. Tienen una mirada muy poética, porque van más allá de la comodidad estética: en sus textos hay una necesidad real de expresión.
Eso es lo que Marilú quiere llevar a escena, esa necesidad de expresión despojada de toda preocupación por agradar. "Para eso trabajamos con Arthur "Los días felices" del modo en que lo hacemos. Si no, el espectador vería sólo la performance de una actriz, y eso no tendría sentido. De todas formas, es una performance , porque la intérprete está sola en el escenario, pero pienso que hay que salirse de ese narcisismo y no anteponer la actuación al personaje. Al menos eso es lo que yo trato de hacer como actriz."
Dos lenguas
- Marilú Marini empezará a ensayar "Un animal de dos lenguas", junto a Enrique Pinti, cuando haya terminado con "Los días felices". "En junio me reuní con Pinti y elegimos juntos los textos. Los leeremos en el escenario y habrá una cierta ambientación con proyecciones, puesta de luces y música original. Con Véronique Bellegarde, yo había hecho el año pasado textos de Urdapilleta en Francia, y la propuesta anduvo muy bien."
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