Marilú Marini: su ritual “misterioso” en los cafés porteños, el deseo de hacer temporada en Mar del Plata y cómo la marcó su madre prusiana
La gran dama de la escena, a los 83 años, está de vuelta en los escenarios porteños con El corazón del daño, texto “mágico” de María Negroni dirigido por Alejandro Tantanian que la enfrenta con el recuerdo de Gertrudis: “Mi madre estuvo muy ausente en mi infancia, pobre; estaba de duelo”
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La poeta María Negroni escribió la novela El corazón del daño antes de la llegada de la pandemia: su madre había muerto en 2016. “Nunca sabré por qué mi vida no es mi vida sino un contrapunto de la suya, por qué nada de lo que hago le alcanza”, escribe sobre ella Negroni en este texto que el talentoso director Alejandro Tantanian llevó a escena pensando desde un principio en la gran maga de teatro: su amiga Marilú Marini.
“En el libro aparecen cosas que no son verdad -confesó a LA NACION Negroni-. Algunas cosas sí son reales, como que era asmática, por ejemplo. Eso fue importante para mi vida como escritora porque yo siempre tuve una conciencia inconsciente de que no había mucho aire para hablar; por eso escribía poesía”. La madre de Marilú se llamaba Gertrudis, era de origen prusiano. También fue una señora de carácter. “Mi madre estuvo muy ausente en mi infancia, pobre. Estaba de duelo. Tuvo una hija de 3 años que falleció de falso crup tres años antes de que yo naciera. Por eso estaba distante. Había una parte de ella que estaba en otro lado. No sabría cómo explicarlo....”, confesó esta magnífica actriz que en una charla reciente reconocía que siempre fue “muy culo inquieto”.
La bailarina e intérprete experimental del tiempo del Instituto di Tella vive hace décadas vive en París, y llegó hace poco días a Buenos Aires. Acaba de terminar una pasada en el teatro. Ahora, esta señora de fina estampa se sienta en el bar de El Picadero y cuando llega el mozo, le dice: “Voy a probar el café de acá para ver cómo es. Un expreso por favor”. “Le aclaro que es fuerte”, le contesta, gentilmente, el mozo. “Por eso mismo...”, le responde haciendo un gesto que bien podría ser de Niní Marshall o de Silvina Ocampo. Dos mujeres que esta obrera de la actuación, diva de la escena con espíritu rocanrolero, llevó al teatro.
La última vez que había estado en un escenario porteño fue cuando Tantanian la dirigió en Sagrado bosque de monstruos, en el Cervantes. Como otras tantas veces, junto a su esposo, el actor Rodolfo de Souza, apenas pisa la ciudad cumple con un ritual. “Como ahora el vuelo París-Buenos Aires no es más nocturno, llegué al departamento un poco boleada y caí desmayada en la cama. Pero mi rutina apenas vuelvo es ir algún café bello y humilde para pedir un sándwich tostado. Ahora, como soy vegetariana, es con queso y tomate”, explica.
–¿Pudiste cumplir con esa rutina?
–Sí, al día siguiente.
–¿Tenías el dato de a dónde ir?
–No, no. Fue algo aleatorio, a descubrir. Es como cuando te ponés a explorar un texto y te topás con una parte, que es la más interesante, frente a la cual no sabés nada, que es puro misterio. Y en la recorrida por Buenos Aires al otro día de llegar apareció un cafecito sin ninguna pretensión ni de modernidad ni de cosa vintage y fue muy cariñoso todo.
–El proceso de descubrir este cafecito sin pretensiones y cariñoso tuvo cierto paralelo con el proceso de indagar en el texto de Negroni en el que reflexiona sobre su relación con su madre...
–Frente al texto de María uno tiene que tener la humildad de no querer entender todo. Lo que me pasó en ese tránsito fue un dejarme ir por esa escritura que aparece muy trabajada, de una real inventora de lenguaje. Es reveladora porque te pone frente a algo que no comprendés racionalmente. Uno diría que eso es el don de la poesía. Hay algo mágico en el texto de El corazón del daño: sabés que es algo muy profundo sin saber muy bien qué es. Por supuesto que está su relación con su madre pero, desde otra perspectiva, es el nacimiento de una artista, la creación de una escritora, de una poeta.
–La pregunta seguramente es muy obvia, ¿pero la reflexión de Negroni sobre su madre te llevó a pensar en tu propio crecimiento como artista a partir de tu vínculo con tu mamá Gertrudis?
–Absolutamente. Mi madre está muy presente en esta obra. En nosotros, los actores, está siempre la historia de tu vida en cada personaje: es inevitable. Yo ya estoy grande, tengo 83 años, pero no dejo de procesar y de vivir cosas que son maravillosas y difíciles. Todas ellas se convierten en materiales a tener en cuenta. Los actores somos unos rapiñeros terribles, todo lo embolsamos y lo procesamos para, después, tratar de llevarlo a un escenario o a una película.
–Por la forma que Negroni describe a su madre, o esa madre que ella construyó para su relato, muestra rasgos similares a lo que se sabe de tu mamá, que fue una persona de mucho carácter.
–Muy fuerte, como el café, que está muy bueno [se ríe]. Hay una frase de María que dice “Tu cuerpo, madre, apenas llegado decía ‘estoy ausente’”. Eso tiene mucha significación para mí porque mi madre fue siempre una presencia lejana. De niña me faltó su mirada y, al mismo tiempo, era una mirada demandante. Era prusiana, una mujer muy exigente.
–A ella le mentías cuando te ibas a tomar clases de danza con María Fux.
–Exacto, fue todo un proceso de reflexionar sobre el amor que sigue presente a través de todos esos conflictos. Una relación de amor o de afecto tan intenso como el que se da con una madre es algo que sucede a pesar nuestro, es una cuestión de cuerpo. Nuestra madres nos tejieron con sus tejidos, con sus cosas, con su sangre, con sus proteínas. La relación va más allá de lo que uno pueda desentrañar, hay algo que nos acompañará siempre. Por ejemplo, en cómo María deviene en escritora a partir de esa relación con su madre. Pensar en eso me ayudó mucho. Hay algo inexplicable de mi relación con mi madre: uno siente que lo que vive no es de un solo color. El amor no es solo amor. Es odio, rencor, diferencias, compasión, acompañar, dejar... Uno se da cuenta haciendo un trabajo como el de llevar este texto a escena de lo complejo de estas relaciones.
–El texto te lo mandó Tantanian durante la pandemia. En aquel momento, tomamos contacto y recuerdo que dijiste que estar adentro físicamente te hizo tener menos miedo de enfrentar a tus demonios. Justo en ese período introspectivo empezaste a indagar en este texto.
–Sí, fue todo al mismo tiempo... Llegué a él en medio de un momento de angustia y también de presencia de la muerte, mientras todos estábamos mucho tiempo en casa haciendo cosas más primarias como bordar, hacer artesanías...
–No te veo haciendo artesanías....
–Es cierto [sonríe cómplice]. Quise tejer, pero tampoco lo hice y me puse a cocinar u ordenar la casa. Todo ese período nos remitió a algo mucho más interior que fue enriquecedor, pero que tenía lo suyo. La pregunta fue, nuevamente, qué es lo que uno hace con el material que tiene. No es que quiera pontificar por el arte, pero el arte, como el amor, tiene la posibilidad de hacerte cambiar ciertas situaciones. Entra en juego algo de lo no utilitario, de lo no racional. En mi caso, sé que tengo que amar al personaje que me toque, sea un villano o un perverso. En toda situación, en todo ser, hay una fisura.
–La última vez que actuaste en Buenos Aires fue en el Cervantes antes de la pandemia y luego de ese período Diego Velázquez repuso en diversas oportunidades El escritor fracasado, que vos dirigiste...
–No nos olvidemos de mencionar a Robertito [Arlt], quien escribió ese texto. Algo tuvo que ver.
–Es cierto. Después de tanto tiempo volvés a Buenos Aires en un momento político de plena ebullición. ¿Qué sensaciones te genera?
–Está todo muy revuelto. En estos tiempos tengo a mano una trilogía de verbos que trato de poner en práctica: persistir, insistir y resistir. Vengo ahora de actuar en Túnez, en pleno momento de conflicto, con una obra como Tempest Project. Y sentí no ya el agradecimiento, que sería pedante reparar en ello, sino cómo la gente necesita espacios de contacto frente a un hecho artístico que habla de lo humano, del hombre. Quiero decir: cómo se necesitan lugares en donde se pueda compartir e intercambiar sin tener una presión de tener que responder a lo político, que tiende a dividir.
–¿Te generaba en el cuerpo alguna sensación especial volver?
–Siempre volver a esta ciudad es un shock. Yo soy una exiliada de lujo. Francia ha sido muy generosa conmigo, me ha dado espacios, reconocimientos, una familia, una hija, nietos. Y aunque me sienta integrada y querida allá, acá es otra cosa...
–Confesaste tu deseo de pasar tus últimos años en esta ciudad, aunque también reconocías que te daba cierta cosa.
–¡Y me sigue dando cierta cosa! [sonríe] ¡Es un momento muy especial!
–Por eso siguen viviendo en el departamento de Le Marais, en París, aunque esté en un cuarto piso sin ascensor.
–Ese lo dejamos y nos mudamos a uno cerca de Bastilla donde Georges Simenon hacía vivir al comisario Maigret. Un hermoso lugar.
Luego de las ocho semanas de funciones previstas en el Picadero, Marini volverá a subirse a un avión. Llevará el último montaje de Peter Brook a Hong Kong, filmará una película de la cual no puede dar detalles y con este mismo El corazón del daño hará una gira por España y algunas funciones en Francia, ese lugar que la mima desde los años 70.
–Te queda pendiente “hacer temporada” en tu Mar del Plata de la infancia.
–Sí, pero sería un lío.... Aunque nací acá, toda mi infancia la pasé allá, amo esa ciudad.
En Mar del Plata, quien luego sería condecorada como Comendadora de la Orden de las Artes, la que más tarde iría a la cárcel por una obra que presentó en el Di Tella, la artista admiradora de Copi y de Roberto Villanueva, pasaba mucho tiempo en el jardín del fondo de su casa. Allí le bailaba a las plantas porque a esa niña le parecía que así iban a crecer mejor. Seguramente, seguirán agradecidas de haber observado sus primeros pasos en la escena.
Para agendar
El corazón del daño, de María Negroni. Con Marilú Marini. Dirección: Alejandro Tantanian. Funciones: de miércoles a sábado, a las 20, y los domingos, a las 18.45. Entradas: 14.000 pesos. En el Teatro El Picadero, Enrique Santos Discépolo 1857.
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