Marilú Marini: "Estar adentro físicamente me hizo tener más accesos y menos miedo de enfrentar a mis demonios"
Luego de haber protagonizado Sagrado bosque de monstruos o haber dirigido a Diego Velázquez en un texto de Roberto Arlt y a Érica Rivas en otro texto de Ariana Harwicz, Marilú Marini -la bruja, la maga, la experimental del Instituto Di Tella, la gran señora de la escena, la Comendadora de la Orden de las Artes y las Letras de Francia- volvió a París. Desde 1975 Marilú vive ahí aunque no le pierde pisada a lo que sucede acá, en donde nació en 1945. En un departamento cerca del Palais-Roya en el que vive con el actor Rodolfo de Souza la exquisita dama de textos de Copi, Beckett, Santiago Loza, Niní Marshall o Genet leyó a la distancia un poema de Hugo Mugica que consideró pertinente para el momento. "Nada de lo que se va se lleva todo, ni en lo que regresa vuelve lo perdido. Es siempre entre pedazos que palpamos la vida", interpretó con sus pelos bellamente en llamas en el ciclo Leer en casa, que se inició a pocos días del confinamiento por el avance local del coronavirus.
Hoy Marilú está gozando de una día de verano. "Salimos, hicimos cosas; venimos de pasar unos días preciosos con nuestros nietos en un lugar a unos 100 kilómetros de nuestro domicilio en París. Y eso estuvo hermoso -cuenta ella siempre preocupada por lo que sucede en el invierno de su país-. Lentamente las cosas empiezan a ponerse en marcha, pero ustedes están en una situación delicada".
–Es así. El panorama en el AMBA es preocupante, no así en la mayoría del país, como pasó en París cuando tuvo el pico de contagios
–Acá, si miramos el número de decesos y de contagios, nos damos cuenta que lo hemos pasado muy mal. Hemos tenido semanas de más de mil muertos por día y se llegó casi a 30.000 muertes. ¿Entendés?
–Claro que se entiende, ¿fue muy duro atravesar ese tiempo?
–Lo que fue muy increíble fue sentir que se venía un terremoto, algo muy subterráneo que, de repente, se manifestó a partir del 16 de marzo cuando solo pudimos salir de casa para cuestiones muy puntuales. El día anterior habíamos ido con Rodolfo al Musée du Quai para ver la colección de Helene Rubestein de arte africano. En el museo había cosas maravillosas que venían de tan lejos, de lugares tan remotos que evocaban otras realidades; pero al día siguiente solamente podíamos salir una hora por día. De ese viaje que hice hacia lugares tan recónditos gracias a esas obras de arte, al otro día tuve que inventarme toda una organización de vida restringida en lo que es el desplazamiento. Al mismo tiempo pienso que esa situación de restricción que vivimos te manda a algo muy regresivo, a una situación en la cual uno, que trabaja y tiene un sistema tan establecido, se enfrenta a que todo eso desapareció. Yo tuve que hacerme mi propia organización y ahí fue cuando me di cuenta algunos días que también era interesante no organizar nada porque eran momentos de mucha riqueza, de mucho contacto íntimo. También había que transitar por la angustia y ese tránsito no siempre es negativo porque si te animás a hacerlo y saltás, quizá descubrís algo. O sea: todo este bla, bla, bla, es para decir que para mí fue un tiempo rico, no fue empobrecedor. Me permitió enfrentarme conmigo misma.También me pasó algo muy doloroso durante el confinamiento porque murió alguien muy querido allá y eso generó en mí, desde un punto de visa personal y egoísta, un momento de asomarme a límites propios. Ese estar adentro físicamente me hizo poder tener más accesos y menos miedos de enfrenar a mis demonios.
–Cuando murieron tanto tu madre como tu padre vos también estabas en París...
–Exactamente.
–Y que en aquel momento "decidiste", supongamos que fuera el término, no venir. O sea, ya viviste la muerte de un ser querido en la distancia. Claro que ahora el paradigma cambió porque vos no podías venir a Buenos Aires.
–No claro, no podía, no podíamos desplazarnos. Y eso es algo extraño..., algo que te lleva a un momento de lo humano de reflexión sobre el otro. Bueno... espero que sea así aunque cada vez tengo menos esperanzas (se ríe).
–¿Qué tal ese tránsito sobre la llamada "nueva normalidad"? Para los que vivimos en Buenos Aires todo resulta casi de ciencia ficción. ¿Cómo es ese cotidiano que dejó de serlo?
–Debo decir que es bastaaaante extraño. La primera vez que salimos cuando se abrió el confinamiento fue ir a comer con unos amigos. Estábamos contentos porque son seres muy queridos y fuimos a un lugar muy agradable en medio de un jardín, pero había algo en la situación de encuentro que no era la misma. Estaba todo atravesado por "gestos barreras" que daba algo de cierta caricatura de lo normal. Debo decir que los primeros contactos son muy extraños. Ahora, con el tiempo, acá en una París estallada por el verano, la gente está más relajada. Pero hay notas en lo cotidiano que dan cuenta de algo que pasó por ahí y que modificó conductas sociales. Uno tiende a no tocarse, a guardar la distancia, a protegerse y leer esos gestos como una forma de proteger al otro; pero tampoco sabemos cómo va a evolucionar o cómo se va a instalar esa nueva normalidad.
–Claro, ¿qué dejará la pandemia? Por lo pronto, entre entusiasmado y horrorizado, uno no para de leer las distintas experiencias escénicas europeas con teatros con maniquíes o plantas en sus butacas, como forma creativa de preservar el distanciamiento.
–Es verdad, todo eso amerita una profunda reflexión de cuánto tiempo vamos a tener que aplicar, en escena o como público, ese protocolo para el teatro. Acá algunos colegas empezaron a ensayar con viseras y todo eso, pero les resultó algo tan perturbador que hicieron un pacto entre ellos para ensayar como en los viejos tiempos (se ríe) tomando tantas otras precauciones. Todos hemos pasado por hacer una función con poco público, pero esto es distinto. Una cosa es el azar, una vuelta del destino a algo implantado. Estuve hablando con la directora de una sala con capacidad para 600 personas pero que ahora, con el actual protocolo, le quedan disponibles 160 butacas. Y eso es un problema importante desde la gestión, desde lo económico. El Estado debe hacer algo. Todo eso es otro gran problema a resolver.
–En medio del tsunami pandémico actual todos se tuvieron que resetear. En términos artísticos, ¿sabés cómo continúa tu tránsito?
–Seguraramente, en enero del año próximo, retomaré acá, en París, la obra que dirigió Pierre Maillet, que es una adaptación de tres films de Fassbinder llevados al teatro. Es lo que estaba haciendo cuando se empezó a vislumbrar el asunto de la cuarentena.
–Hablando de territorios en conflicto, tenías previsto reponer Sagrado bosque de monstruos en el Cervantes, algo que no se pudo concretar por un conflicto gremial. En este nuevo horizonte poco claro, ¿cuándo seria tu vuelta a Buenos Aires?
–No sé... Nada me gustaría más que volver, pero no tengo ningún proyecto armado. Con Diego Velázquez habíamos vuelto a hacer funciones de Escritor fracasado, que se interrumpió; y con Érica Rivas queríamos retomar Matate amor.
–¿En qué quedó la película que está filmando Érica sobre vos?
–Eso sigue, es un trabajo a muchos años. Siempre está en ebullición y veremos cuándo sacaremos el puchero de la olla.
En un extenso reportaje para Rolling Stone la "cocinera" Marilú Marini contaba que cada papel le exige un camino diferente. "Con cada personaje uno se siente... desnudo. Sentís que no sabés. A Claude Lelouch le encantaba comer, era un gran gourmet. Tuvo muchas mujeres, pero describía su adoración por una en particular diciendo que, con las sobras de un puchero, esa mujer hacía maravillas toda la semana. Yo hago lo mismo con la actuación. Mezclo. No me preguntes el guiso que hago con todo eso. Pero yo soy el guiso. El guiso c'est moi", confesaba.
Hace pocos días fue su cumpleaños. Érica Rivas le dedicó un posteo en su cuenta de Instragram que es toda una declaración de amor. "Ella es mi Reina Payasa. Mi compañera, mi amiga, mi directora. Ella es la flor más hermosa que vi brillar en un escenario. Y hoy cumple años.Me dan ganas de tenerla siempre conmigo, de sentir siempre su voz, su perfume. De escucharla reír porque tiene una risa que me recuerda a la de mis seres más amados. En su risa se esconden todos mis amores, ella lo sabe y se ríe y me mira sabiendo. Ella es una bruja, una maga (...) Gracias siempre por tu deseo de mujer revolucionaria".
Una bruja, una mujer revolucionaria, una maga hacedora de fantásticos pucheros siempre en ebullición que, aunque pasen los años, tiene el don de instalarse en la memoria colectiva, en ese otro insondable puchero.
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