Además de brillar en Lo que el río hace, que se reestrena este 6 de marzo, el actor que interpretó a Paco Jamandreu en ATAV y participó de El amor después del amor habla de su amor por las telenovelas que lo formaron, su admiración por Antonio Gasalla y Luis Landriscina y los sueños que espera convertir en realidad
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Para muchos es la revelación teatral de las últimas dos temporadas. “¿Quién es el actor que hace de correntino en la obra de las [hermanas] Marull?”, se preguntan maravillados con su performance escénica. Para los espectadores más avezados, es una cara recurrente en el circuito independiente. Unos cuantos identifican su rostro con algunos personajes de la ficción audiovisual; fue parte de El amor después del amor, la serie sobre Fito Páez, o la primera parte de la tira Argentina, tierra de amor y venganza (ATAV), que produjo Polka y se vio por eltrece.
“Me revelo cada noche”, sostiene un poco en broma y otro poco en serio, sabiendo que la visibilidad que le está dando la muy bella obra Lo que el río hace -que se reestrena este miércoles 6 en el Astros- y los comentarios que recibe por su interpretación, seguramente posicionarán su carrera de una manera diferente.
Su nombre es Mariano Saborido y su historia es tan rica y atípica que arranca en aquellas siestas cuando miraba telenovelas junto con su abuela en Puerto Deseado, su ciudad natal en plena estepa de Santa Cruz, a orillas del mar y distante poco más de 2000 kilómetros de Buenos Aires.
Su derrotero tiene un punto de inflexión cuando una maestra jubilada lo convocó para estudiar teatro; luego llegaría la migración a Buenos Aires, el desarraigo, un paso fugaz por la carrera de Psicología y la cursada total de Ciencias de la Comunicación en la UBA, con sólo seis finales pendientes para recibirse. “Algún día la terminaré”, dice ahora.
En el medio de todo eso, aquella semilla del teatro siguió germinando hasta florecer -literalmente: también es un experto en floricultura- y afianzar una vocación que nació de a poco y que, probablemente, también lo sorprendió a él.
Cauce del litoral
-Más allá del innegable preciosismo de la obra, ¿sos consciente de todo lo que sucede en torno a tu interpretación?
-Me doy cuenta que a la gente le gusta mucho y a mí me gusta mucho hacerlo. Es una obra hermosa y lo sabemos, pero lo que me sorprende es poder repetir eso y que el público siempre nos diga cosas hermosas.
Lo que el río hace es una de las piezas más llamativas de las últimas dos temporadas. Se estrenó en 2022 en el teatro San Martín y pronto se convirtió en una obra de culto. Esas que no hay que dejar de ver y que los espectadores transmiten voluntariosamente sus elogios unos a otros en una loable tarea de divulgación.
Las excelentes dramaturgas, directoras y protagonistas María y Paula Marull proponen un viaje a la ciudad de Esquina, Corrientes, para, desde ese universo recreado en escena, interceder ante cuestiones que hacen a la carnadura de la condición humana. El paso del tiempo, aquello que se resigna, el amor verdadero y la identidad sin imposiciones, algunos de los lineamientos con los que juega el material, donde la similitud física de las hermanas gemelas se convierte en una semántica llena de significados.
Un hotel de pueblo y un río. Y allí Juano, el personaje que interpreta Mariano Saborido, un empleado todoterreno de esa humilde hostería con aires aspiracionales. El actor despliega una paleta de colores tan rica donde el texto se conjuga de maravillas con su tránsito físico por la escena, la tonada mesopotámica, sus silencios y acciones conmovedoras. Desde la simpleza, el personaje irradia sabiduría y siente inocultable orgullo cuando, entre otros gestos bien simbólicos, construye un cisne con las toallas del hotel a modo de agasajo celebratorio al forastero. “Es muy del pueblo, pero quizás a los porteños les puede parecer una mersada”.
A sus 31 años, Saborido encontró en Juano a un personaje que lo llevó a ganar varios premios, como el prestigioso María Guerrero que se entrega en el Teatro Nacional Cervantes.
A los roles de Mariano Saborido y de las hermanas Marull se suma el trabajo no menos destacado de William Prociuk, Mónica Raiola y Débora Zanolli. “A Juano trato de encontrarle siempre un nuevo detalle, un sonido que me sorprenda, una relación nueva con el resto de los personajes. Incluso, cuando la gente se ríe, es como que me voy enterando, es una confirmación”, entiende el actor, quien nunca había participado de una temporada extensa en el circuito comercial, en una sala de las dimensiones del Astros -siempre llena de bote a bote- y con una carga horaria de tantas funcione semanales.
-La obra no deja afuera a nadie.
-Genera mucha identificación, tiene algo de lo popular y entrañable en donde le hace sentir al público que algo de todo eso le pasó. Por otra parte, dado el contexto en el que vivimos, el público necesita ternura.
Una de sus herramientas de aproximación a los personajes es la forma de hablar. La tonada correntina de Juano fue un punto de partida, luego llegó la composición y la caracterización externa: “Está muy bien escrito, eso es maravilloso. Fue leerlo y sentir que sólo debía cantar esa partitura” y agrega que “vienen correntinos y nos traen palabras nuevas que vamos sumando al texto”.
Entre tantas anécdotas, recuerda a una espectadora que se reía raro y fuerte, lo cual llevó a que el elenco se tentara y que el resto del público terminara por hacerla callar.
Ventarrón a vos te llaman
Además de su trabajo en Lo que el río hace, el 7 de abril volverá a formar parte del musical Paraguay que también se dará en el Astros y, a mediados de año, hará, por primera vez, un unipersonal. “Me da miedo, pero ahí vamos. Se llama Viento blanco y es un texto hermoso de Santiago Loza que dirigirán Valeria Lois y Juanse Rausch”.
El relato acontece en una geografía similar a la de Puerto Deseado. “Transcurre en torno a un paisaje desértico y marino, en algún lugar de la Patagonia, pero no tiene que ver con mi vida”.
-¿Qué características tiene el nuevo personaje?
-Es un joven de pueblo, arrasado por el viento. En la obra queda al desnudo cómo es el vínculo con su madre, todo atravesado por la religión, un tema muy de Loza.
-¿Cómo te formateó el viento, lo árido de la estepa y el mar? ¿Cómo caló en vos esa geografía?
-Fue duro, no sé si me gustaba tanto. Siento que el viento es el peor clima. La lluvia para, el calor se va, con el frío te abrigás, pero el viento es constante. Te arranca la puerta del auto, te despeina, te hace comer tierra, te vuela los paraguas; es violencia. En las casas se escucha ese sonido permanente filtrándose por puertas y ventanas.
La escritora Leila Guerriero, referente del periodismo narrativo, publicó Los suicidas del fin del mundo, en torno a una sucesión de hechos trágicos -protagonizados por jóvenes- en Las Heras, una ciudad más o menos cercana al terruño de Saborido. “Creo que el viento un poco trastorna a la gente, te tiñe la vida, en mi caso fue así”.
Destierro
La entrevista con LA NACION se realiza en su departamento, ubicado en el barrio de Belgrano, pletórico de luz, recuerdos de viajes y libros. Por todos lados hay plantas. “Tengo mano verde, como mi abuela”, afirma. Quizás por eso, uno de sus primeros trabajos en Buenos Aires fue en una cotizada florería de la calle Arroyo. “Armaba ramos para una clínica de ojos, un shopping y un restaurante”. Dice que lisianthus es su flor preferida y se apasiona por los pétalos más exóticos.
En su departamento se respira buena energía y una paleta de colores atrevida y brillante. Todo muy urbano. “Este es el mundo que me armé y que ahora comparto con mi marido. Me gusta este lugar, aunque con Puerto Deseado, luego de la pandemia, comencé a tener un reencuentro. Estoy volviéndolo a ver de un modo lindo, reencontrándome con mi familia. Ya más grande puedo disfrutar más de los míos, extrañarlos”.
-¿No siempre fue así?
-A los veintipico fue el momento de “no quiero saber nada”.
En enero viajó a su tierra. Cuenta que su familia le cocinó y que hasta hizo vida de turista visitando la pingüinera y otros sitios a los que solo había ido con excursiones excursiones escolares. “Hace 14 años vivo en Buenos Aires y todavía no entré al Cabildo ni a la Casa Rosada”, se recrimina.
Tenía 17 años cuando llegó con su valija y se instaló en un departamento chico en Charcas y Ecuador. Lo acompañó su madre. “El día que se fue, cerré la puerta y me largué a llorar”, rememora, aunque también admite que no es de lágrima fácil y no recuerda cuándo fue la última vez que moqueó. “Cuando me cambié de carrera fue una pequeña revolución interna, que me llevó a llamar a mi papá llorando, pero también tenía que ver con la edad y con la soledad”.
-¿Cómo fue esa llegada a la jungla porteña?
-Tengo muy mala memoria y no soy de recordar muy bien. Siempre quise vivir en Buenos Aires y hoy siento que no me voy a mover de acá. Nunca tuve miedo, al principio fue ir conociendo, probando.
Sobre un mueble bajo del living que mira para el norte, donde se atesoran recuerdos de viajes, aparece el libro Madres Paralelas, el texto de Pedro Almodóvar, también convertido en film, que el propio autor le firmó en España. Uno de los sueños de Saborido es poder filmar con él.
-¿Tiraste alguna red para eso?
-No, soy muy quedado, pero me gustaría mucho que Almodóvar me pudiera ver trabajar y que así se produjera el primer contacto. Aunque suene romántico.
Primeros pasos
-¿Dónde comenzaste a estudiar teatro?
-En Puerto Deseado, una exdirectora del colegio primario, que se había jubilado, armó un grupo de teatro para niños y me convocó. Me dijo “voy a hacer una obra, ¿te gustaría participar?”. Era una especie de Cris Morena de mi pueblo.
-Obviamente aceptaste.
-Sí, pero sin demasiada conciencia, algo similar me sigue sucediendo hoy cuando me convocan para un trabajo. Yo no era el que actuaba en todos los actos escolares.
Sin embargo, recuerda que, junto a dos amigas, jugaban “a la maestra”, pasatiempo donde se convertían en seres exigentes, casi un desquite lúdico que lo convertía en, aunque ficticiamente, en una autoridad. “Poníamos amonestaciones, llevábamos papeles, gritábamos”. En el secundario, eso mutó en formidables imitaciones públicas de las profesoras, una gracia que sus compañeros demandaban mucho. Su primer éxito. En esa misma línea, cuenta que admira profundamente a Antonio Gasalla y no duda en demostrar que tiene muy vistos los sketches del cómico que se encuentran subidos a la plataforma de YouTube. Algo de ese imaginario repercute en sus modos de interpretación y en su predilección por las tonadas y los personajes femeninos que le apasionan componer. “Era chico y veía el programa de Gasalla en un televisor viejo que mi bisabuela tenía en su dormitorio. Me apasionaba el personaje de Yolanda, la madre en silla de ruedas, Soledad Dolores Solari y la Empleada Pública”. Y también rescata los sketches que Gasalla realizó junto con Alejandro Urdapilleta y Humberto Tortonese. Con minuciosidad recuerda varios de esos momentos memorables del humor televisivo.
En las antípodas, también recuerda que, con su abuelo “escuchaba a Luis Landriscina” y uno no puede más que asociar ese costumbrismo con su composición en Lo que el río hace. Y tampoco se priva de reconocer que las telenovelas vespertinas -en la época en las que se producía ficción en la televisión abierta- también lo moldearon. “Me vi completa Mujeres de nadie” y enuncia la totalidad del elenco del culebrón, con la minuciosidad de un especialista.
El universo femenino lo constituyó. “Tengo mucho de mi madre y de mi abuela. Protesto como ellas, soy medio ellas”, se asume. Y no duda en confesar que ver a su abuela pintarse los labios y los ojos “era algo que me generaba mucha fascinación”.
Llegar a la industria
“Fue muy lindo interpretar a Paco Jamandreu y hacerlo en Polka, un lugar al que le tenía miedo”. Su participación en la tira Argentina, tierra de amor y venganza le permitió compartir escena con varias estrellas de renombre.
-¿Por qué sentías temor de trabajar en Polka?
-Vengo de muy lejos, siempre vi lo que se hacía en Polka y jamás imaginé que podía estar, era un sueño remoto.
-¿Cómo fue interpretar a Jamandreu, modisto y confidente de Eva Perón?
-No hay videos donde se pueda escuchar su voz, así que fue una construcción. Partí de los acentos de las películas de Mirtha Legrand y Zully Moreno; sentía que el tono me colocaba en el personaje.
-Más allá de trabajar con Pedro Almodóvar, ¿con qué otras cosas soñás?
-Me gustaría que hubiera mucho más trabajo para hacer la novela de la tarde o de la noche. Soy un poco cliché, pero me gustaría que me pasara eso. Mercedes Morán hizo muchas tiras y hoy es una de las actrices más talentosas que tenemos.
-Lo popular no tiene por qué reñirse con la calidad.
-Por eso, mi sueño no es solo para mí, sino para todos... Anhelo que que se reactive la industria. En definitiva, mi sueño sería que hubiese más posibilidades de cumplir sueños.
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