Mariana Chaud: “La retrospectiva me obliga a la melancolía, me obliga a pensarme”
El Teatro Sarmiento, la talentosa directora, dramaturga y actriz, como parte del ciclo Artistas en residencia, realiza versiones de cuatro de sus trabajos
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Luego del paso de la Compañía Buenos Aires Escénica de Matías Feldman, del éxito indiscutible que logró el grupo Piel de Lava con Petróleo y de la revisita del trabajo coreográfico de Leticia Mazur, este año la invitada al programa Artistas en residencia, ciclo curado por Vivi Tellas en el Teatro Sarmiento, es la directora, actriz y dramaturga Mariana Chaud. Claro que, a diferencia de las otras ediciones de este ciclo de culto que se las ingenió para construir un público propio en expansión permanente, esta vez la propuesta en la que un creador revistita cuatro obras suyas para terminar con un estreno está atravesada por la lógica propia de la pandemia. De hecho, todas estas poéticas tendría que haberse realizado el año pasado, pero recién pudo comenzar la semana pasada con Ubú patagónico. En las tres ediciones anteriores, esos cuatro trabajos se iban alternando a lo largo de la semana. Nada de eso sucede en estos tiempos. La excepción es la regla.
Pero en esta excepción hay, sí, una regla que se repite en la amplia producción de esta directora: el lograr reunir a actores y y actrices de enorme talento expresivo. Durante estos tiempos en los que la sala Sarmiento estarán Laura López Moyano, Elvira Onetto, Santiago Gobernori, Walter Jakob, Ximena Banús, Marina Bellati, Maitina De Marco, Marcos Ferrante, Verónica Hassan, Nicolás Levín, Valeria Roldan, Lalo Rotavería, Fernando Tur y la misma Chaud. Un dream team que siempre se completa con un potente equipo creativo al servicio del mundo poético de esta creadora.
En modo recalculando, lo por ahora definido es que el programa está compuesto por la versión de Ubu patagónico, que toma como disparador a Ubú Rey de Alfred Jarry, y su decálogo acerca del teatro, que estrenó en 2018; le continuará a mediados del mes próximo Elhecho, que se estrenó en 2005, en el Teatro del Pueblo; a fin de octubre subirá la versión de Budín inglés, estrenada en 2006 en el Sarmiento; y la retrospectiva culminará con Sigo mintiendo, el trabajo más lejano en el tiempo que debutó en el teatro El Doble, en 2004.
Ahora Mariana Chaud está en el Teatro San Martín, la sala emblema del Complejo Teatral de Buenos Aires de la cual también depende el Sarmiento. Viene de realizar el primer ensayo de Elhecho. Como sucede con las todas las obras del ciclo, casi todos los mismos actores que estrenaron sus obras vuelven a ser de la partida. Un lujo. Ella lo sabe. “Es cierto, es todo un elenco de ensueños –reconoce en uno de los hall mientras tanto, abajo, el espacio central oficia de vacunatorio–. Están casi todos lo que hicieron cada una de las obras. Es el gran valor, o uno de ellos, de este tipo de retrospectiva. Me encanta tenerlos a todos juntos, me da un montón de orgullo por la confianza depositada y me da orgullo que, aunque pasen los años, tengan ganas de volver a juntarse, de ver qué pasa ahora”.
–¿Acaso esa capacidad de liderazgo la aprendiste de tus tiempos de formación con Nora Moseinco, una de las creadoras del mítico programa Magazine for fai, otra gran armadora de equipos de inobjetable potencia?
–Yo creo que parte de nuestra generación. Con Santiago Gobernori trabajé infinidad de veces. Él, como Walter Jacob, incluso me dirigieron. Con Laura López Moyano hice varieté. Lo entiendo como un capital generacional, es nuestro modo de hacer. Y ahora, habiendo pasado tanto tiempo y volviendo para atrás, es volver a afirmar que contamos los unos con los otros; y eso está buenísimo.
–En algún momento Vivi Tellas te habrá tanteado para la retrospectiva. Cuando esto fue tomando cuerpo, ¿cuál fue tu primera reacción?
–Me encantó. Lo primero fue pensar qué iba a hacer. Las obras que elegimos, la mayoría, quedaron un poco en la historia, no se volvieron a representar. El ciclo Artistas en residencia posibilita volver un poco de cero a esos procesos creativos apelando a los recuerdos. Hoy mismo tuve el primer ensayo de Elhecho y no tenemos registro en video o no lo encontramos. En un lado, es algo positivo porque te lleva a volver montarla. Y en ese proceso se suma mi propio recuerdo con el recuerdo de los actores.
–¿Y qué hacen? ¿Buscan críticas, fotos, programa de mano, apuntes y, obviamente, el texto...?
–De todo un poco. Hoy no recordábamos nada, pero empiezan a aparecer datos, casi como en clave musical. Surgen bocadillos, movimientos como algo bastante mágico. La idea es no tocar mucho las obras para preservar su valor documental.
–Aunque en Ubú patagónico se cuelan bocadillos de la actualidad.
–Es que es la más nueva, la estrenamos en 2014 en el Cultural San Martín y la hicimos hasta 2018. La idea original era estrenarla al final de la retrospectiva, pero, por cuestiones de realización en estos tiempos tan cambiantes, se abrió la retrospectiva con esta obra. Y no está mal empezar por lo más cercano para ir alejándose. La pandemia hizo de todo esto un tránsito muy intenso como cambiante.
–Y sigue siendo cambiante.
–Totalmente. Venía todo postergado y, de repente, ¡a ensayar!
–¿Y el estreno?
–No se sabe muy bien para cuando será. Ahora nos concentramos en estas cuatro obras y, luego, habrá que hablar... Hay una idea, un texto, las ganas; pero bueno..., el ciclo en sí mismo es ambicioso y en este contexto se alargó todo en el tiempo. No hay certezas. Sí me queda claro que el estreno es la cereza de la torta.
Stop: en el mapa de incertidumbre, desde el Complejo Teatral aseguran que el esperado estreno que cierra el ciclo será “el año próximo”. No muchas más precisiones al respecto. Sigue la charla.
–Vivi te llamó antes de la pandemia. Seguramente, la propuesta hizo que reflexionaras sobre vos misma, sobre tu propia producción. Ese proceso terminó coincidiendo con la cuarentena y su obligada pulsión retrospectiva. ¿Cómo fue ese combo doble?
–Muy intenso... La propuesta en sí misma te lleva a la reflexión, a revisitarte. Con la cuarentena todo eso se magnificó. Por otro lado, yo no soy muy de reponer las obras. La retrospectiva, en cierto sentido, me obliga a la melancolía, me obliga a pensarme. Y reconozco que eso me resulta algo bueno porque fueron todas relaciones tanto en lo que hace a los materiales al equipo artístico. Si, de repente, me siento un tanto ajena con algunos temas que proponen las obras, me hacen pensar el motivo por el cual le presté tanta atención y tanto tiempo a tal temática; es casi como hacer una obra de otra persona. Pero también es conectarme con aquella persona del pasado que fui.
–¿Y cómo es visitarte?
–Estoy en eso (se ríe). En Ubú patagónico retomé una manera de pensar algo impulsiva de las primeras obras. Conscientemente fui en esa dirección.
–¿Cabe pensar entonces que Ubú... tiene algo de “retrospectiva” dentro de la actual retrospectiva?
–Tiene algo de eso, puede ser.... Tiene secuencias para atrás, como en Sigo mintiendo; escenas en el piso o de tirar toda la carne al asador, que es algo muy de las primeras obras. En su momento, no lo hubiera llamado como un gesto retrospectivo, pero sí de traer esa cosa de la adolescencia, de la primera juventud, de no guardarte nada.
–Y de no reparar en convenciones, de jugarte a pleno.
–Eso claramente es así. Y si lo pienso en términos de lo que hacia Alfred Jarry a comienzo del siglo XX lo mío no es nada, no ofende a nadie (se ríe). Había que forzar la máquina porque hacer algo pensando en ese creador fue un desafío muy grande.
–Si nos pusiéramos en el lugar de un programador extranjero que desconoce tu trabajo, ¿cuál sería la característica de tu producción?
–Buena pregunta.... (se sonríe y se queda pensando). Me gusta hacer algo nuevo cada vez, eso es cierto. No me interesa pulir mi poética sino que intento crear algo nuevo, siempre. Desde esa perspectiva es más difícil de definir. Sí creo que hay un eje en el delirio que las une, una feta en la que lo sobrenatural convive con la banalidad total para contar una tercera capa siempre con un pie en lo formal, en el humor, en algo muy físico, en algo encarnado en la actuación.
- En esto de los tiempos trastocados de la pandemia, en plena cuarentena hiciste junto al cineasta Alejo Moguillansky El regreso del disco de oro del Voyager 1, brillante y delirante trabajo audiovisual de un fuerte testimonio epocal que se apodera del edificio del Teatro San Martín mientras revisita las cuatro obras de la retrospectiva que estaba en modo pausa. Paradójicamente, ese material imaginado para la cuarentena más dura ahora puede oficiar como forma de anticipo del ciclo, como una especie de desbocado trailer de casi una hora. Todo se trastocó.
–No lo había pensando en esos términos, pero puede ser... Fue un trabajo hermoso que me encantó hacer. Diría que fue una creación en collage, de cómo ensamblar esos lenguajes y de cómo mantener sus propia exuberancia. Así fue como armamos una ficción tomando a todo el teatro como escenario, no solamente la sala Martin Coronado, como nos habían propuesto. Y lo testimonial fue algo como inevitable. Era pensar qué hacer en un teatro cerrado, en una ciudad sin movimiento.
En una escena de esta propuesta, se abren las puertas doradas de uno de los ascensores del San Martín. Adentro del cubículo hay un helecho. Una locución en off dice: “Planta baja”. Santiago Gobernori entra al hall, le pregunta un guardia de seguridad, Lalo, por la retrospectiva. El señor de camisa y corbata le hace el gesto de ir a la boletería. Pero allí no hay nadie. ¿Cómo que no hay nadie en todo el teatro, como puede ser en un teatro oficial solo haya un guardia de seguridad que es lo mismo que nada?, se pregunta ese grupo de invitados a la retrospectiva. Todo ese collage delirante, exuberante, irónico ahora sí despliega sus formas en Sarmiento.
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