En una extensa charla con LA NACION, la popular actriz, que protagoniza en teatro Los perros, la nueva obra de Nelson Valente, repasa su infancia en Rosario, la influencia de su padre gremialista y la militancia política
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“Si el teatro no me cuestiona y no me presenta algún riesgo como actriz, no lo hago”. María Fiorentino es precisa a la hora de pensar en su propio oficio, en ese arte que transita no solo con talento, sino con lucidez y coherencia ideológica. “El escenario es muy botón, allí se ven el talento y los límites, el egoísmo y la generosidad”, sostiene al comenzar a desgranar los pormenores de su tarea actual y recapitulando sobre ese camino transitado que germinó con la influencia de sus padres en su Rosario natal.
Hoy, “la Negra” Fiorentino, como todos la conocen y mencionan cariñosamente, protagoniza Los perros, la última pieza del dramaturgo y director Nelson Valente, en la que compone a una mujer acechada por alguna adicción y por la penuria de sostener un statu quo familiar que ya no la representa. “Nunca había hecho a una alcohólica medicada”, dice en relación a Alicia, esa esposa que hace años claudicó en el deseo por compartir la vida con el padre de su hijo, aunque nunca se atrevió a patear el tablero. Justamente, ese es el disparador de la pieza, ya estrenada en España con elenco local, en la que los personajes, reunidos en la celebración de un cumpleaños doméstico, hacen explotar por los aires el deber ser impuesto para reconocer frustraciones y saldos pendientes.
¿Se vive con fidelidad al deseo o atendiendo el mandato? El cuestionamiento que subyace en el texto, encierra una suerte de tratado filosófico sobre la felicidad, entendiendo lo más profundo de este ideal de probabilidad intermitente. “La felicidad es un estado en el que no creo como permanente”, argumenta la actriz que, en el escenario del teatro Picadero, está acompañada por Claudio Rissi, Melina Petriella y Patricio Aramburu.
En la comedia dramática rubricada por el autor de piezas rigurosas como El loco y la camisa, el personaje de Fiorentino encuentra un correlato en el de la mujer de su hijo, interpretado por Petriella: “La nuera se plantea el sentido de su existencia y la suegra se espeja en un intercambio de ida y vuelta entre ambas. Mi personaje ve en la chica joven, lo que ya no puede cambiar de su vida, por eso reacciona en referencia a todo lo que la otra va diciendo”.
El material se interna en el “ser o no ser” de la existencia humana, en la posibilidad de transitar libremente o bajo la tutela de lo que se impone familiar y socialmente.
-Decías que, en vos, la felicidad no es un estado permanente, entonces, ¿en qué momento sentís que te aproximás a ese ideal?
-Sé que soy feliz cuando estoy en el escenario y cuando escribo.
Así como la actuación, la escritura es otra de sus pasiones. Desde hace algunos años, Fiorentino es alumna de los talleres de la escritora, poeta y ensayista, Ángela Pradelli “la adoro”, espacio en el que encuentra los continentes para desarrollar sus contenidos cargados de ideas e imágenes. “Sigo escribiendo, tejiendo para adentro, como digo yo”, simboliza la autora de un hermoso volumen de relatos titulado Frío de película, hambre de novela.
-En Los perros, tu trabajo corporal es muy interesante, jugás con las miradas y hasta te permitís decir desde largos momentos de silencio.
-Es que actuar no es solamente hablar, se puede decir de muchas maneras. Y no se trata de meterse en la piel del personaje, como se dice muchas veces.
-¿No?
-Si la única piel que hay es la de uno.
-Entonces…
-Lo que sucede es que actuar es ser uno mismo en las circunstancias de otra persona. Siempre soy yo, no hay otra, pero estoy en la circunstancia de un personaje. Si uno tuviera que parecerse a los personajes, esta obra no la podría haber hecho, ya que esta mujer estuvo casada cuarenta años.
-Hace un momento comentabas que nunca habías interpretado a una persona alcohólica. ¿Cómo encaraste este trabajo de composición y cuál fue el camino para no alterar tu propia sanidad mental en el proceso de revelación del personaje?
-Como dijo el pensador, “el hombre es el método”. En mi caso, sé que, aunque lo sufra, durante los primeros días de ensayo me sentiré lenta y pensaré que todos se darán cuenta que soy una farsante, que no se nada. En el caso de mi personaje actual, pensé mucho en una mujer que conocí, que no se divorció cuando se tenía que divorciar, pero que siempre me decía que no soportaba más. Su calvario fue tal que, cuando su marido se enfermó, no tuvo otra opción que seguir quedándose para cuidarlo, de lo contrario hubiese sido la causante de un abandono. Fue una referencia que me sirvió, pensé mucho en eso para la composición. Aquella imagen también me permitió pensar qué no soportaba de mí.
-¿Qué no soportás de vos?
-Es algo que también disfruto y tiene que ver con esa cosa de estar siempre para el otro, de la ayuda incondicional. Es muy desgastante.
-¿En qué lo percibís?
-A veces, el ayudar es algo que nace del deseo, pero que luego se transforma en trabajo forzoso y termino esclava de esa situación.
Sensatez y sentimientos
-Tu personaje en la obra Los perros es esclava de ese matrimonio que ya no la completa. ¿Te ha sucedido en tu vida personal?
-Mi primer matrimonio fue cuando tenía 24 y duró algo más de dos años. Ambos éramos militantes y no separamos cuando sucedió el Golpe, aunque ya nos veníamos llevando mal. Mucho después tuve una convivencia desde los 45 hasta los 48, luego de la cual me juré que viviría sola por siempre jamás. Tampoco sé por qué, ¿será aburrimiento?
-¿Hay algo de anti natura en la monogamia y la convivencia?
-A mí me gusta vivir sola.
-A veces no se tiene la valentía para tal cosa.
-Sí, puede suceder…
-Tu personaje hace una catarsis después de soportar mucho.
-Fueron 40 años viviendo “con esto acá”, como dice ella. Eligio quedarse, podría haberse ido.
-Se hace lo que se puede.
-Y, además, como decía mi abuela, “antes se aguantaba más”.
-Es cierto.
-Se aguantaba, no se elegía.
-Tu personaje muestra el hombro, en una suerte de epifanía del deseo y la sensualidad. ¿Qué sucede con María Fiorentino? ¿Estás en pareja?
-No, no tengo el deseo, ya no…
-Nunca digas nunca.
-Eso seguro…
-Se conoce poco de tu vida personal, ¿tuviste hijos?
-No, y esa fue una elección. Elegí no tener hijos. Pero, además de ser una elección, nunca sentí curiosidad por ser madre.
-Es un error pensar la maternidad como algo instintivo. Tal cosa no es posible.
-¿Quién tiene vocación de ser padre?, si no se sabe qué es serlo.
-La sociedad patriarcal condena la no vocación por la maternidad.
-Cuando era chica, estudiando catequesis para tomar la comunión, una monjita me dijo: “Nena, vos naciste para hacer lo que quieras”.
-En ese sentido, desde no hace demasiado tiempo atrás, se experimentó una evolución social.
-Si te vas un poquito más atrás, las cosas eran muy distintas. En los años 90, recuerdo haber participado en una entrevista con otras mujeres que no deseaban ser madres. Eso era nota. Una vez, escuché a una actriz decir por televisión que las mujeres que no quieren ser madres deberían guardárselo y no decirlo públicamente. ¿Por qué no? ¿Es un delito? Me dolió mucho.
Militancia
Aquel hombro descubierto en la escena es todo un alegato, demostrando y demostrándose que la sensualidad no claudica al caer las hojas del calendario. El perverso edadismo se ensaña con la sensorialidad de los cuerpos luego de atravesar la frontera de la juventud. A pesar de lo dictatorial de esa forma violenta y grosera de señalar y defenestrar por la edad, María Fiorentino no duda en confesar aquello que marca su calendario. “Lo que dice Wikipedia está bien”. Espléndida, con la piel lozana y unas canas que le dan más luz a su propio brillo, los 71 de la Fiorentino demuestran que, en el Siglo XXl, y muy a pesar del edadismo, la lozanía física e intelectual no es cuestión de almanaques. La confidencia sobre la edad trae aparejada una anécdota: “En un acto en Sagai, en el que participó Cristina Kirchner, yo estaba a un costado, a pesar que todos se le iban encima para saludarla, no la quería molestar. Cuando me vio, me llamó por mi nombre y nos dimos un abrazo. Estaba tan nerviosa que lo único que atiné a decirle fue: ‘Soy del año de Néstor’. Y ella me respondió: ‘Sos sanmartiniana’”.
-Te parás políticamente de una manera clara. ¿Cómo vivís la grieta social que se ha trasladado a los actores?
-Yo nací en la grieta.
-Podríamos haber evolucionado.
-A veces, la gente se enoja porque el artista tiene una ideología. Y sí, somos personas. Soy una mujer que trabaja como actriz y una ciudadana que tiene un pensamiento y, afortunadamente, una militancia. Además, sé quiénes piensan distinto que yo y he convivido con ellos en el escenario.
-Convengamos que la grieta, a diferencia del ejercicio de la pluralidad, se sostiene en la intolerancia hacia el que piensa diferente.
-Las personas con las que más he trabajado en mi vida son Luis Brandoni y Carlos Carella, que están en las antípodas del pensamiento, pero los dos son referentes míos a nivel actoral. Con Carella, además, tenía una cercanía ideológica, pero con Brandoni jamás discutí sobre política y debo decir que es un actor de una extrema generosidad en el escenario. He conocido muy pocos actores tan generosos como Luis Brandoni. Yo soy peronista, lo digo y todo el mundo lo sabe, pero, lo que a mí me parece es que pertenezco a esa gran parte de la sociedad que para este país es como un hecho maldito, que tiene que ver con las patas en la fuente y tantas cosas más. Sin embargo, cuando alguien me quiere discutir al peronismo, mi respuesta hacia esa persona es que goza de aguinaldo, vacaciones, voto femenino y la ley de la silla, entre tantos derechos. Por eso, como decía Néstor (Kirchner), a los peronistas nos dicen kirchneristas para bajarnos el precio.
La vocación por la actuación y la militancia acaso tengan una misma semilla. “¿Quiero ser actriz?, es algo que me aparece reiteradamente”. Aún se cuestiona. Como en las obras que la interpelan, nunca deja de bucear en su propio ser encontrando causas, deseos y consecuencias. “Cuando nací, mis padres me llevaban un diario que se llamaba Joyeles de bebé, donde anotaban mis primeras palabras y travesuras. Mi padre se refería a mí como ´mamita´, lo cual define todo un significado rarísimo”. Se ríe ante aquello digno de un análisis freudiano. Aún conserva esa reliquia en su departamento del barrio de Montserrat, donde comparte la vida con dos gatos.
“Me llevaron al cine cuando tenía poco más de cuatro meses y al teatro fui a los cinco años”. En Saladillo, el barrio donde los Fiorentino vivían en Rosario, acudían al cine dos veces por semana. Esa influencia clara y precisa hace que se plantee si su vocación no es el cumplimiento de un mandato. “De grande me enteré que mi padre había querido ser actor, pero fue dirigente sindical del gremio de la carne. Hace poco, cuando levanté su casa, luego de la muerte de mamá, encontré su carnet donde figuraba que pertenecía al área de acción social. Y yo, si bien no estoy en el gremio, trabajo en la Fundación Sagai en acción social. Así que pienso que, de una u otra manera, uno termina cumpliendo mandatos, pero, en mi caso, son mandatos lindos”.
-El mandato tiene una carga algo negativa. Podemos pensar en influencia.
-Tal cual, al punto tal que mi viejo era un lector muy ecléctico y yo aprendí a leer adentro de un sindicato.
En su juventud, Niños en su cumpleaños fue la llave para ingresar al mundo de Truman Capote, “tengo un amor incondicional por él”.
-¿Qué títulos de Capote fueron los que más te convocaron?
-A sangre fría es la inauguración de la realidad novelada, pero Música para camaleones es de cabecera. Me lo regaló Oscar Viale y me dijo que así tenía que escribir yo. Juan Sasturain dice que hay que empezar a leer a Capote por ese texto.
Materialidades
-¿Qué valor le das al dinero?
-¿La verdad?
-En lo posible.
-Cuando hay, hay y cuando no hay, no hay.
-Por lo menos, que haya para comprar libros.
-Soy una compradora compulsiva de libros, pero vas a comprar un kilo de yerba, dos sachets de leche y un pan, y gastás lo mismo que un libro caro. ¿Cómo puede ser? Gasto mucho, porque no puedo leer con el aparato.
-¿El e-book?
-Sí, no puedo con eso.
Por estas horas, está leyendo Desvelos de verano de Martín Cohan, otro de sus autores más transitados junto con el ingés Ian McEwan, “me mata”, dirá sin medias tintas.
-Es muy difícil entrevistar a una periodista.
-No, yo no soy periodista, le tengo mucho respeto al oficio.
-Has ejercido el oficio.
-Sí, pero no entrevistaba. El que me animó fue Jorge Garayoa, quien leyendo algo que había escrito me pidió que colaborara para la revista Humor. Así salió mi primera nota que se llamó Los hombres son un bien indispensable. Cuando la llevé, me dijeron: “Sobre esto ya se ha escrito” y, como era y soy una contestadora, respondí: “Mil disculpas, si me decís un tema sobre el que no se haya escrito en mil años de cultura, escribo sobre eso”. Al tiempo, mientras hacía Crecer con papá en televisión, pero seguía trabajando en una oficina, Aquiles Fábregat, que estaba en Humor y con quien nos hicimos grandes amigotes, me dio un paquete con cartas de todos los hombres que me habían escrito por aquella primera nota. Recuerdo que con lo que me pagaron, pagué el alquiler del monoambiente donde vivía. Años después, con la última que escribí para Playboy edición Argentina, no pagaba ni las expensas.
-Entonces, ¿qué lugar ocupa el dinero?
-Hambre nunca pasé, pero sí tuve un año de mi vida con muchas deudas. Aquella vez me juré que nunca más me iba a pasar eso.
-¿Cuáles fueron las razones?
-Nunca fui derrochona, me había quedado sin trabajo.
-Entonces, ¿cómo fue que abandonaste un suceso teatral como Toc Toc?
-Cuando uno ya no tiene más ganas de hacer teatro, se tiene que ir.
-A pesar del dinero…
-Fueron tres años de ocho funciones semanales en Buenos Aires con dos temporadas en Mar del Plata de doce funciones semanales, de una obra donde los personajes estaban todos locos. En un momento me empezó a pasar que se acercaba la hora de la función y me pesaba ir. Durante un año de terapia estuve analizando el tema, porque yo sabía que se destapaba una olla a presión.
-¿A qué te referís?
-Dije que me iba y a las 48 horas, Melina (Petriella) tomó la misma decisión. Recuerdo que me reuní con Sebastián Blutrach y Bruno Pedemonti, los productores, y les dije: “Muchachos, no le hago bien a la obra, ni al público ni a mí, porque no tengo ganas de hacerla”.
En las paredes de su casa, dos frases manuscritas por ella están enmarcadas, como faros que guían. “Una es de John Huston. Cuando le preguntaron si volvería a dirigir a Marilyn Monroe, quien me parecía sensacional, él contestó: ´Hay límites hasta para lo que se puede hacer por dinero´. Me pareció maravilloso. Y la otra frase es de Jung y sostiene que ´el deseo es un arquitecto muy poderoso´. Te digo más, cuando terminé Toc Toc estuve un mes en mi casa sin salir, mirándola, porque, durante tres años, si bien ganaba dinero con el teatro, iba del baño a la cocina y de la cocina al dormitorio. Nada más. Cuando noté eso, me planteé que tenía que dejarle la posibilidad a otro para que disfrutara de la obra”.
-Es muy honesto reconocer eso y no seguir protagonizando en piloto automático, pasando letra, algo que, a veces, se suele percibir en éxitos de larga data.
-Y también te voy a decir que me había dolido profundamente que se armaran elencos paralelos. Era nuestra ilusión cerrar con una gira por el país y yo no creo que la Argentina se estuviera matando en masa por tener que esperar un poco más a que nosotros pudiéramos viajar.
-¿Los años afectan a la vitalidad del personaje?
-No se puede mantener vivo un personaje durante tantos años.
Apasionada de lo suyo, también goza en ver a los colegas. “Soy buena espectadora”. Dice que se deja llevar y que si algo la conmueve se olvida que está mirando a un colega. “Si hay un ejemplo de lo que debe ser un actor era Hugo Arana, quien desaparecía detrás del personaje”.
Hizo algo de cine, bastante televisión, pero María Fiorentino es, sin dudas, un bicho de teatro. En tantos años de escenario, las anécdotas de una vida dedicada a la actuación se filtran en la conversación. La escena, convivio energético que nunca es igual, es una usina de esas situaciones inesperadas que se suman a la bitácora del anecdotario: “El otro día, una mujer que estaba en la primera fila se bajó el barbijo, así que, cada vez que podía, yo la mirada y ella me respondía con su mirada. Cuando terminó la función, me esperó para saludarme. Le agradecí sus felicitaciones y ella reconoció que yo la había mirado toda la función. Le expliqué que lo había hecho porque no tenía el barbijo colocado, a lo que me respondió: “Si me lo dejo, no puedo respirar”.
-Absurdo. ¿Cuál fue tu respuesta?
-Le dije: “Señora, hay otra cosa que usted no puede hacer: ir al teatro”. Por supuesto, perdí una espectadora.
Compromiso
María Fiorentino es la Secretaria General de SAGAI, la sociedad, cuyo presidente es Jorge Marrale, que pelea, gestiona y administra los derechos intelectuales de interpretación de los actores y bailarines, algo que, aún, las plataformas de entretenimiento internacionales se niegan a reconocer: “Seguimos en la pelea para que nos paguen. Las charlas con Netflix son amigables, pero aún no hay nada firme”.
SAGAI, institución hoy convertida en un espacio esencial para los actores que, en los inicios de la pandemia y cuando las actividades actorales se paralizaron por completo, mantuvo una asistencia invalorable con sus socios, es el ámbito donde la actriz dictará la materia Técnicas Actorales, en el marco de la flamante Diplomatura de Actor Audiovisual. “Yo siempre digo que no doy clase, sino que transmito experiencia”.
Paralelamente al protagónico en la obra Los perros y a su labor en SAGAI, en mayo comenzará a ensayar Fuego, una nueva pieza del dramaturgo y director Fabián Díaz. “Es un unipersonal que escribió para mí y se hará los jueves en Itaca. Hace unos años, luego de ver una obra suya, le manifesté a Fabián mi deseo de hacer algo escrito por mí”. A su estilo, la Fiorentino fue directa y ese “cuándo me vas a escribir algo” se transformó en una pieza de próximo estreno.
-María, ¿algún otro proyecto para este año?
-¿Te parece poco todo lo que tengo? Suficiente para mí, el ratito que me queda será para atender a mis gatos.
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