Un perfil del autor y director de Lo quiero ya, la obra que va por su cuarta temporada, es un éxito que adora el público más joven y se replica en distintas ciudades del mundo y del interior del país; además, acaba de sumar a su cosecha su primera comedia de texto: Somos nosotros.
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Es uno de los mejores exponentes del nuevo teatro musical. Marcelo Caballero es actor, director de actores, autor y director, y en los últimos años ha ganado prestigio y renombre en la escena off, con espectáculos como Las relaciones peligrosas y Piano Blanco (que escribió y dirigió) y Raíces y David (que montó), amén de su trabajo interpretativo en el infantil Hora libre. También se fogueó en el circuito comercial, como asistente de dirección de los mega musicales Aladín y American Idiot. Hoy se destaca con Lo quiero ya, el musical de y para millennials que escribió y dirigió y que se puede ver todos los jueves en el Paseo La Plaza y, también, con la comedia de texto Somos nosotros, que escribió junto a Macarena Del Mastro y en la que se ocupó de la dirección de actores, que va de jueves a domingos, en el mismo teatro, y que trata sobre “cómo están constituidas las parejas hoy y qué sucede cuando aparece un tercero que nos genera algo, ya sea amor o calentura. De eso no se hablaba o se mantenía en privado, ahora lo vemos todos los días en televisión. Lo de la China Suárez con Mauro Icardi y Wanda Nara es sólo un ejemplo. Por eso me planteé una obra en la que los personajes actúan honestamente y se cuentan lo que les pasa, algo más de mi generación”.
“De chiquito mi primera meta fue ser nadador, pero en cuanto me zambullí en el teatro musical, y comprobé que tenía facilidad para cantar, bailar y actuar, mi vida cambió para siempre”, confiesa este cordobés de Villa María, pero formado en Rosario, donde estudió de los 11 a los 17 años la carrera de Teatro Musical para adolescentes en el famosísimo Teatro El Círculo. “Estar todo el tiempo dando vueltas dentro del teatro luego me llevó a la dirección, porque salía de una clase y me inmiscuía en los ensayos, veía las puestas de luces, el armado de las escenografías y todo lo que sucedía en el escenario. Hubo algo de ver la maquinaria detrás de un espectáculo que me movilizó. Lo que más me apasionaba era presenciar los montajes de las óperas, me parecían mágicos”, recuerda el artista de 36 años. No obstante, empezó dirigiendo teatro clásico (“aunque siempre dándole a la música un lugar muy importante en las puestas”), mucho Federico García Lorca, Roberto Art y Florencio Sánchez.
Luego, a los 19, impulsado por otra de sus pasiones –la política–, y como miembro de una organización no partidaria de derechos humanos, viajó tres meses a Roma y Berlín en un programa de intercambio “para gente que estuviese metida en organizaciones, pero con una fuerte incidencia artística”. Amén de la riqueza de la experiencia social en sí, aprovechó el tiempo para conocer la forma de trabajar en la Berliner Ensemble, compañía-ejemplo de que “el teatro musical alemán es uno de los más desarrollados del mundo y está acompañado por una industria muy fuerte. Ahí trabajaban las obras de Bertolt Brecht de una manera en la que ningún argentino se animaría a decir que eso es teatro musical, pero lo es. Para nosotros hacer Brecht es hacer teatro tradicional, por más que canten y tenga una convención más cercana al teatro musical. Esto fue una apertura de cabeza muy fuerte y de entender que si yo quería llegar a ese nivel de dimensión y competitividad, Rosario me iba a quedar chico”. Entonces se mudó a Buenos Aires.
Ya en la gran ciudad, su primer trabajo fue como actor en Barbie Live!, el show sobre la muñeca internacional que protagonizaba Liz Solari en el teatro Ópera. Después participó del infantil Hora libre y de muchísimas audiciones, hasta que Rubén Roberts lo invitó a ser el asistente de dirección de sus espectáculos infantiles. Así se fogueó en cuestiones coreográficas y de dirección de actores. “Luego se encendió la llama para volver a generar mis propios proyectos, como sucedía en Rosario, y encontrar mi propio lenguaje. Hay algo en el contar una historia en forma propia que siempre me ocupó la cabeza. En fin, la búsqueda de un estilo. De chico, cuando miraba una película con mi vieja, admiraba los estilos de Bob Fosse y Federico Fellini y me decía: qué maravilla sería poder hacer esto en el teatro, pero a mi manera, y que alguien diga: esto le pertenece a Marcelo Caballero, esto es de él. Después entendí que eso también sucedía en el teatro. Este sigue siendo mi mayor objetivo hoy en día, la concreción de un estilo propio, de ahí mi búsqueda permanente”, comenta.
Su primer intento en ese sentido fue Relaciones peligrosas, al que le siguió Bodas de sangre, “donde intenté que todo el mundo entienda la obra sin popularizarla, que fuera un vehículo para hablar con el público del amor, la familia, la traición y la muerte, y convertí las poesías de Lorca en canciones”. En ambos casos fue versionista de textos consagrados, el autor nacería recién con Lo quiero ya, el musical de culto que estrenó en el off en 2017 y que ahora acaba de comenzar su cuarta temporada, esta vez en el circuito comercial. “Este espectáculo marcó un antes y un después en mi carrera”, comenta Caballero. “Yo venía de golpear muchas puertas y de ver que no se abría ninguna, de dar clases un mismo día tanto en Moreno como en Chacarita, y de no llegar a fin de mes. No me estaba sucediendo eso de vivir de lo mío, hasta que, de repente, me llamaron para hacer en verano Tristán e Isolda (sobre la obra de Marco Antonio de la Parra) en Villa Carlos Paz. Por supuesto no venía nadie, a tal punto que salíamos a la calle a regalar las entradas. Pero un día salió una crítica en el diario La Voz que decía: “Por fin teatro de verdad en la Villa”. Ahí sentí que al menos una persona, un crítico teatral, me comprendía, entendía lo que yo quería contar. Eso no se tradujo en público, pero sí en nominaciones a los premios Carlos y en mucha visibilidad. Por eso me llamó Helena Tritek para hacer la asistencia de dirección de El diario de Ana Frank, con Ángela Torres como protagonista. Con Helena fue amor a primera vista y por eso trabajamos muy bien, pero ahí no terminó mi cambio de suerte. Luego la productora de la obra, Diana Fridman, me convocó para ser el asistente de dirección de Ariel Del Mastro, en American Idiot. Ahí empezó a rodar finalmente la rueda”, concluye.
A partir de entonces estableció una relación laboral intensa con Del Mastro, que tuvo un pico exponencial cuando adaptó la pieza Juegos a la hora de la siesta, de Roma Mahieu, para que el hijo de Nacha Guevara la dirigiera en formato musical (con el nombre acotado de Juegos), y que hoy se resume en que el reconocido director de Cabaret, Aladín, Eva, Peter Pan, Despertar de primavera y Tango feroz dirija su nuevo opus: Somos nosotros. “Para mí trabajar con Ariel es como una escuela, tiene una sensibilidad artística muy fuerte y entiende la técnica como una herramienta artística, por su pasado de iluminador no ve a una luz como algo que se prende y punto o como una cuestión de cablerío, sino como a un elemento que viene a contar algo o a completar el cuadro general. En fin, es un gran generador de lenguaje, por eso nos llevamos tan bien. Es un amigo y un maestro al mismo tiempo”, precisa.
–¿Cómo surge, luego, el proyecto del musical Lo quiero ya?
–Surge en 2016, como un proyecto de amigos. Me contactó la actriz Lucien Gilabert (que hoy sigue integrando el elenco de la obra) y me dijo que con otros actores había pensado en mí para que escribiera y dirigiera algo. Me habla de la ansiedad, que era como el motor que los reunía, y ahí empiezo a recapitular todo aquello que contaba antes: lo de no encontrar el lugar, lo de las cosas que no se dan y de sentirme ahogado en la ciudad, una Buenos Aires que a veces no te ofrece las posibilidades de desarrollarte y crecer, pero a la vez te exige que tengas éxito. Mientras eso sucede, todos estamos desesperados buscando la manera de sobrevivir. Bueno, todo eso quedó plasmado en Lo quiero ya. Luego de tres meses de improvisaciones con el elenco, y de mucho estímulo, en los que reescribí muchísimo junto a Martín Goldber (el co-autor), llegamos a esto que es un musical conceptual, en el que la narrativa está en un segundo plano. Aquí lo más importante no es la historia sino cómo cada personaje se siente frente a la realidad que te comenté previamente. Todo se terminó de acomodar cuando apareció la alegoría del Pac-Man, la idea es que todos somos Pac-Mans en un laberinto, del que salimos todos los días para cazar la mayor cantidad de monedas posibles, escapando de nuestros fantasmas para volver a dormir y levantarnos al otro día para hacer exactamente lo mismo, sólo que en un nivel más complicado.
–¿Le tuviste fe desde un principio a la obra? ¿Pensaste desde el vamos que lograrías semejante éxito y que duraría tantos años en cartel?
–No. El día del estreno pensé: esto no lo va a entender nadie. Creía que no iba a pasar nada con la obra y, es más, nos iban a decir: ¡ustedes están mal de la cabeza! Porque se trataba de un vómito con todas las cosas que nos aquejaban. Y no tenía un principio, un desarrollo y un final, sino que era un espectáculo conceptual. Sin embargo, empezamos a ver que el público se identificaba mucho con lo que pasaba en el escenario. Eso luego también pasó en otras latitudes, con otras versiones de la obra, pese a las diferencias idiosincráticas. Estaba claro que lo que nos pasaba a nosotros acá, en Buenos Aires, también estaba molestando en otros lugares del mundo.
En Lo quiero ya, Caballero comparte autoría con Martín Golber (libro), pero también con el prolífico Juan Pablo Schapira, responsable de las letras y la música. El nuevo elenco está integrado por Lucien Gilabert, Julián Rubino, Julián Pucheta, Elis García, Renzo Morelli, Karina Barda, Federico Fedele, Victoria Condomi, Pablo Turturiello, Luana Pascual, Lala Rossi, Julieta Rapetta, Camila Ballarini, Pedro Raimondi y Pilar Rodríguez Rey.
–A lo largo de los años y de las distintas versiones, ¿cuánto se ha modificado el espectáculo?
–Lo quiero ya se estrenó en 2017 en (la sala del off) El Galpón de Guevara. Desde entonces tuvo cuatro versiones en Buenos Aires, en las que la obra fue mutando y contó con distintos elencos. Nosotros fuimos creciendo con la obra y ella con nosotros. Lo que habíamos escrito para la primera versión tenía el peso de una persona de 30, ahora que ya tengo 36, la obra cobró otro sentido. Hay algo de ese dolor que genera el sistema que ahora cala más profundo y es más desesperante. De hecho hay chicos en el elenco que hoy tienen hijos y sienten la frustración de la no realización y las exigencias del éxito mucho más. Digamos que en todos estos años todos los que formamos parte de la obra pasamos por muchos castings y por muchos Noes, como sucede en la obra. Además, todos pasamos por una pandemia, claro, que también nos dejó parados en otro lugar.
–Pocos saben de la internacionalización de la obra. ¿Cómo se produjo?
–Todo empezó cuando en 2018 ganamos el premio Hugo en los rubros Mejor Musical Off y Mejor Dirección. Fue una enorme sorpresa para nosotros, para el medio y para la gente en general, que empezó a preguntarse: ¿qué es esto, qué es esta obra? Alertado por los comentarios y el “runrun”, un productor uruguayo vino a verla y decidió montarla en Montevideo. Allí fue un exitazo durante tres temporadas y ganó el Premio Florencio Sánchez al Mejor Musical. Luego, la filmación y posterior visión en la plataforma Teatrix también nos dio difusión en otros lugares del mundo. Por eso llegaron los pedidos para montar la obra en Bogotá, Guadalajara y Lima; y en breve se sumará otra versión en el Distrito Federal de México. Incluso llegó a hacerse una lectura de la obra en Nueva York con vistas a ser montada en algún teatro en español, pero la pandemia lo impidió. No obstante, la productora interesada –Escuchame, integrada por varios argentinos– decidió hacer una versión en concierto por streaming, aprovechando a los elencos de todas esas ciudades latinoamericanas e incluso, el de Rosario, que hizo su propia versión. Ese streaming fue muy emocionante, con 50 personas cantando al unísono todas las canciones. No me lo voy a olvidar jamás. Ahora la obra acaba de estrenarse con elenco y director propios en Mendoza y Córdoba, así que Lo quiero ya no sólo se ha internacionalizado sino que se ha convertido en una obra federal y eso me llena de muchísimo orgulloso. Está claro que la obra habla de lo que nos pasa a nosotros acá, en Buenos Aires, pero también de lo que molesta en otros lugares del mundo.
–Aunque hoy sos un artista en ascenso no abandonaste tu reducto iniciático, El Galpón de Guevara, y allí comandás un laboratorio destinado a los jóvenes. ¿Te planteás convertirlo en un semillero del nuevo teatro musical?
–Sí, ahí sigo con un laboratorio que empecé hace 12 años, y de alguna manera es una usina del nuevo teatro musical. Es un espacio que amo, de investigación, no netamente de formación (aunque allí se den clases y trabajemos dándole herramientas a los alumnos). La idea es aprender entre todos a abordar el género con vistas a poder utilizarlo como vehículo de un arte nacional. Es que cuando voy al teatro y empiezo a escuchar “John, Mary y Edward”, me estalla la cabeza y ya me aleja de la trama, no me interesa saber de la vida de esa gente que se llama de esa manera. Después está lo otro, que por suerte ya no pasa tanto por la crisis, lo que sucede cuando viene un yanqui a dirigir a la Argentina. ¿Qué sabe él de cómo hablamos? No dudo de su calidad artística, pero acá hay que hablarle al argentino en su lenguaje y hay algo de nuestra forma de actuar y de los modismos y de cómo contar una historia que ellos no comprenden. A nosotros no nos interesan las mismas cosas que a un yanqui, no tenemos los mismos problemas ni respiramos de la misma manera la ciudad. Entiendo que el género, como se lo conoce hoy, tuvo su origen en Broadway y en el West End, pero acá nosotros también teníamos el sainete y un montón de teatro musical. Yo creo que hay algo de eso que hay que volver a rescatar, hay que adoptar el género musical pero no entendiéndolo como algo heredado de otras latitudes o ajeno, porque es tan propio como les es a ellos. Nosotros también hacíamos teatro musical antes de que desembarcaran acá Hello Dolly, Mi bella dama y todos esos tanques. Y los nuestros, incluso, eran espectáculos mucho más exitosos, que hacían doble función todos los días, porque la gente se sentaba en la butaca y sentía que lo que pasaba arriba del escenario les estaban hablando directamente a ellos. Yo quiero rescatar aquello, por eso mi mayor objetivo es que la gente se sienta identificada con lo que cuento. El teatro debe ser un diálogo con el público, si la gente no te entiende o no se siente representada no sirve de nada. Por eso me planteo cada vez más hablar desde las tripas y no desde el intelecto.
Agradecimiento: Serenne Restaurant
Para agendar
Lo quiero ya
De Marcelo Caballero y Martín Golber
Jueves, a las 20.15.
Paseo La Plaza, Corrientes 1660
Somos nosotros
De Macarena Del Mastro y Marcelo Caballero
Jueves, a las 20; viernes, a las 21.30; sábados, a las 19.30; domingos, a las 21.30.
Paseo La Plaza, Corrientes 1660
Entradas por Plateanet para ambas obras.
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