Mar del Plata. Mariano Moro “Por qué una persona decente podría querer gobernar a los demás”
El director y dramaturgo estrenó La musa argentina, en Mar del Plata, en la que cruza dos de sus pasiones: la historia y la literatura
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“La poesía está en el mundo de los sueños”, dice casi al pasar el actor y director Mariano Moro. Aunque ha desarrollado una destacada labor como dramaturgo y director al cabo de su carrera, en tiempos de pandemia decidió refugiarse en su mundo personal y así nació la necesidad de crear algunos unipersonales en los que el eje central de sus espectáculos está apoyado en textos de diferentes autores clásicos y contemporáneos de Iberoamérica.
El año pasado dio a conocer, primero en la temporada marplatense y luego en Buenos Aires Esto es amor, un trabajo en el que observaba el tema desde distintas aristas y lo hacía interpretando diversos poemas y canciones.
Nacido en Mar del Plata (allí desarrolló buena parte de su producción escénica) está muy acostumbrado a formar parte de la actividad teatral veraniega. Este año decidió anticiparse a la larga lista de espectáculos y ya presentó La musa argentina, un trabajo en el que vuelve a rescatar expresiones poéticas de diversos creadores en un intento por develar como ha sido nuestra construcción como país.
“Hace algunos años hice espectáculos sobre Alfonsina Storni y Leopoldo Lugones –cuenta el creador–. En aquella época pensé que algún día iba a hacer algo más antológico, más panorámico que incluyera poesía argentina. Siempre leí autores nacionales. Mi fantasía, con esta experiencia, es contar el país a través de la mirada poética desde los tiempos de la conquista hasta el siglo XX. Lo más difícil fue descartar materiales. Al final me tuve que quedar con algunos e hilvanarlos y estoy muy contento con el resultado. Creo que me permite encontrarme con mi país a través del amor y de nuestros personajes, nuestros paisajes, nuestras estéticas y los poetas que me gustan”.
El trabajo comienza con un texto de Martín del Barcos Centenera, el clérigo español que participó de la conquista americana y que escribió un poema histórico en el que utiliza la expresión Argentina para nombrar a este territorio (Argentina y la conquista del Río de la Plata, con otros acaecidos de los reinos de Perú, Tucumán y Estado de Brasil). “Para mi este autor tiene una importancia increíble –explica Moro–. En el país no se le da tanta importancia. Solo tiene una calle con su nombre en San Isidro, Santa Fe y Buenos Aires. Cada pueblo del país debería tener una calle denominada Martín del Barco Centenera porque bautizarnos con este nombre tan bonito que tenemos no fue poca cosa”.
A partir de allí el creador transitará por creaciones de Jorge Luis Borges, la familia Fernández Moreno, Macedonio Fernández, Evaristo Carriego, Enrique Banch. Y habrá citas del Martín Fierro porque también le interesa hacer foco en la poesía gauchesca.
Mariano Moro confiesa que después de muchos años encontró la manera de expresarse como artista. Hace lo que él denomina “stand up de poesía”, va comentando cada una de las obras elegidas y explicando el por qué de dicha elección. “Me divierto –dice–. Voy hilvanando en este caso una visión del país que tiene que ver con lo histórico, con la llegada de los españoles al Río de la Plata, con los indios en distintas partes del país, con personajes como el Martín Fierro, la costurerita que dio el mal paso, aparecen muchos de los personajes chantas de los que habla César López Moreno. Y también asoman como personajes, el desierto, los Andes, la selva; episodios de la guerra del Paraguay, las montoneras, los gauchos contra los patricios. Y todo eso de una manera más sentimental, más emocional que documental. Como la poesía te lo exige”.
–¿Abandonaste tu actividad como dramaturgo o seguís produciendo en ese campo?
–Tengo muchas cosas preparadas, escritas. Ahí sí la pandemia me desanimó. Tengo una cosa bipolar con la pandemia. Fue en ese momento en el que decidí subirme solo al escenario a actuar, cantar, recitar e hice mis espectáculos en pandemia pero me retiré un poco de una cosa que siempre había sostenido que era armar grupos y llevar adelante proyectos teatrales independientes. Ahí un poco me amedrenté. Digamos que me animé más solo que acompañado. Pero si escribí, tengo versiones en verso castellano de algunas tragedias de Shakespeare que me gustaría hacer, tengo ideas originales mías que se transformaron en obras. Siempre tengo algo en la cabeza para desarrollar. Pero todavía no encontré el camino de volver a trabajar con actores y con el nivel de inconsciencia con el que me largué a hacer esas cosas sin plata, sin subsidios, sin sponsors, pero con ganas. Ya le encontraré la vuelta nuevamente.
–¿Extrañás ese espacio de creación conjunta?
–Sí. Este año volví a dar a clases de teatro en verso, algo que me encanta y siempre me enriquece. Desde niño tuve una relación con los escritores, con los poetas, con los libros y con las personas de carne y hueso a veces me cuesta más. El actor trabaja con lo que es, con su persona y uno está en contacto con algo muy íntimo y realmente te mueve cosas, te enriquece, aprendes, te motivas. Si embargo yo tengo cierta cosa fóbica. No me voy a poner en psicólogo que los soy, pero soy un psicólogo renegado porque no me dediqué a esa profesión que estudié. Creo que la fobia ha prosperado con esto del Covid. Las fobias están de parabienes. Nada como el barbijo para simbolizarlo. Eso de no querer respirar lo que respiran los demás creo que tiene una carga simbólica poderosísima.
–¿Por qué se fue produciendo tu separación de los grupos, como aquella reconocida Compañía del verso que conducías?
–Más allá de las historias personales hay gente con la que uno ha hecho muchos espectáculos y por distintas cosas llegas a un punto en el que decís: “no vamos a trabajar juntos porque ya no se puede”. Se combinó esto de que, por primera vez, fui funcionario, dirigí cuatro años el teatro Auditorium que es un complejo provincial en Mar del Plata y eso me absorbió mucho y cuando terminé mi labor ahí y tenía que reincorporarme a mi actividad personal, me encontré con la pandemia. Y además descubrí este deseo y esta posibilidad de la que estaba hablando de querer subirme yo al escenario y hacer las cosas que me gustaban y entonces cargué las tintas en eso.
–¿Y qué es lo que más disfrutas de estar solo en el escenario?
–Creo que soy buen dramaturgo y buen director de actores. Sin embargo dirigir es bastante tenso. Escribir es una cosa que está muy en la cabeza de uno y me divierte hacerlo. Siempre supe, aún todos los años que dejé de actuar, que eso es lo que más placer da. Ni hablar de cantar, recitar poemas. Dirigir es una cosa más trabajosa, más neurótica. Recuerdo un pensamiento de Borges que dice: “por qué una persona decente va a querer gobernar a los demás”. Y eso me lo digo a mí. Más allá del arte y de las fantasías que en el teatro quieras plasmar, cuando te pones a dirigir estas diciendo lo que tienen que hacer. Es como armar el dictador que uno tiene adentro.
–Pero también es interesante que el otro permita que eso suceda. Dejarse guiar para llegar a una construcción escénica conjunta.
–El escenario es un terreno mucho más amable que realmente ponerse en dictador, ser Trujillo o Duvalier o Gaspar de Francia, dictadores del pasado que me vienen a la cabeza. Creo que es una versión mucho más suave que la de ponerse en el rol de un líder sindical, pero no deja de tener ese costado en el que uno tiene que reparar siempre. Creo que uno debe revisar los banquitos, los pulpitos, los balcones, los caballos a los que se sube y el orgullo. Tengo una base muy cristiana por ahí. Uno ve el orgullo como un defecto o un pecado. Y en lo personal el orgullo es uno de los defectos míos que más trato de combatir y, puesto a dirigir, hay que tener cuidado con eso.
–¿Por eso preferís refugiarte en la lectura?
–Siento que esa relación es cada vez más profunda a pesar de que no va mucho con el espíritu del tiempo que estamos viviendo. Encuentro mucha gente que antes leía y ha dejado de hacerlo. Creo que los libros tienen menos presencia en la vida pública de la que tenían cuando era chico. Me acuerdo que en la televisión veía escritores hablando. Eso ya no existe más. Más allá de lo aparente y de lo superficial eso está ahí para quien quiera encontrarlo y mi trabajo en teatro siempre ha sido conectar con eso. Soy más literario que la mayoría de la gente que se dedica a esto. Incluso cuando hice humor (empecé haciendo humor) lo hice desde ahí, haciendo teatro en verso y me gusta conectar al espectador con eso. La gente muchas veces no sabe lo que le gustan los juegos de lenguaje, las palabras, los mitos o se olvida de lo placentera que es la cultura. La cultura en el viejo sentido. Soy muy conservador a veces en muchas cosas. Esa cultura de los grandes escritores, de los grandes poetas. Esa tradición maravillosa que tenemos.
Para agendar
La musa argentina
Intérprete y director: Mariano Moro. En La Guarida, Entre Ríos 1964, Mar del Plata. Los sábados, a las 22.
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