Manual para armar un sueño: un viaje simbólico para reparar la memoria
En su vuelta a Buenos Aires, el grupo de teatro español La Zaranda propone una mirada descarnada sobre el rol de los artistas escénicos y todo lo que los rodea
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Autor: Eusebio Calonge. Dirección: Paco de La Zaranda. Intérpretes: Gaspar Campuzano, Francisco Sánchez y Enrique Bustos Vestuario: Encarnación Sancho. Espacio escénico: Paco de La Zaranda. Iluminación: Peggy Bruzual Sala: Teatro Regio (Córdoba 6056) Funciones: miércoles a domingos, a las 20 hs. Duración: 75 minutos. Nuestra opinión: muy buena.
La Zaranda, el grupo de teatro español que se autodenominaba “Teatro inestable de Andalucía la baja” y que ya hace un tiempo reemplazó la locación por “de ninguna parte”, lleva más de cuatro décadas haciendo teatro. Es necesario decirlo porque los trabajos pasados, los escenarios transitados y las cabezas blancas, se reclinan y se sostienen sobre una larga y nutrida historia escénica.
Buenos Aires ha sido testigo de sus puestas desde mediados de los 80. Para muchos espectadores, esta será una más en la riquísima colección de propuestas y se acercan con expectativas que, sin duda, han de cumplirse puesto que saben qué esperar de esta singular compañía.
En un principio, ciertas penumbras ocultan los objetos que pueblan el escenario (objetos porque no hay nada que no sea manipulado, que no se reconvierta, que no cambie de función). Las palabras que pronuncian nos envuelven en un mar poético. Pero la lengua, en el inicio de la obra, no sirve para informar. Para sumar a la confusión se les escuchan los mismos textos, o casi, a dos personajes que se perciben como distintos. Apenas si llegan indicios de algo que prontamente se comprende que no tiene que entenderse como literal. Dicen que están el en infierno, en las profundidades; luego se comprobará que se trata de una metáfora.
A medida que avanza la obra se va ajustando la figura y se entiende que lo tematizado tiene que ver con actores, personajes y con el mundo del teatro en su más amplio sentido.
Los protagonistas realizarán un simbólico viaje con el fin de reparar el extravío de la memoria, recuperar de la indiferencia en la que se habían hundido estos personajes, pasar de los camarines a los escenarios y subir del infierno del olvido al centro de la escena.
Algunos textos clásicos de la literatura española -definitivamente universal- se colará entre sus propias palabras, tal es el entramado que no podemos saber cuándo hablan por su cuenta o cuando lo hacen por cuenta de los personajes que encarnan.
Una figura que representa a un tentador demonio los llevará por los caminos del capitalismo escénico contemporáneo. Allí la crítica se vuelve despiadada, pero con muchísimo humor Con la construcción simbólica de las puertas (decíamos que todo lo que se ve en el escenario se transforma, se desplaza, se convierte en lo que necesitan para construir la historia) se suman signos que acompañan las detenciones en cada “entrada”: un traje, con percha y todo, que los deja en posición ridícula, alfombras rojas que se desenvuelven ante su paso para convertirlos en hipócritas frente al trabajo ajeno, los teclados que sintetizan la brutal burocracia para conseguir subsidios o equivalentes, los funcionarios que solo quieren quedar atornillados en su puesto.
Uno intenta que el otro no sea convencido por la tentación de las nuevas necesidades: venderse, calcular los números de la taquilla, replicar lo que ya tuvo éxito en otro lado, todo con las respectivas compatibilidades y sin olvidar, de ningún modo, la firma digital. Un poco cansados, los protagonistas de esta historieta afirman que siempre falta un papel y que cuando se lo consigue ya se han vencido los plazos.
La mirada descarnada sobre el rol de los artistas escénicos y todo lo que los rodea subraya que la decadencia de la institución cultura es global. A pesar de ello, se sobreponen, intentan convertir en un vehículo para volar un par de caballetes de madera. Aunque desde afuera les aseguran que no han levantado ni un palmo del piso. No es necesario entenderlo de manera literal.
El trabajo con el lenguaje verbal tiene la misma impronta que el trabajo con los objetos escenográficos, con predominio de materiales como la madera, alguna especie de tamiz de gran porte, una referencia al otro lado del espejo, mástiles para referir salidas o entradas, todo puede moverse, mutar, modificarse.
Y sin embargo, la figura final inscribe el sueño en su máximo esplendor, no importa que se confundan molinos de vientos con gigantes, lo verdaderamente importante es seguir enfrentándolos.
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