Hoy estrena el unipersonal de corte feminista Yo no soy la hija de Nina Simone, en formato podcast, que toma como base la vida de la gran cantante de jazz, blues y soul que fuera duramente discriminada en su época
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En tiempos de pandemia el teatro amplió sus horizontes con la ayuda de la tecnología. Primero fue el recurso del streaming, que acercó obras de todo el mundo al living de la casa. Después los podcasts, que cedieron su espacio originalmente dedicado a ensayos y envíos periodísticos, a los textos teatrales. Un ejemplo es Yo no soy la hija de Nina Simone, de la autora suiza Julie Gilbert, que desde este viernes se podrá disfrutar gratuitamente en la web de Proyecto Prisma y en las diferentes plataformas de audio. Esta ficción sonora de 46 minutos, realizada con el apoyo de Fondation Jan Michalski, de Suiza, y dirigida por Juan Parodi, devuelve a la actuación a Malena Solda luego de su protagónico en la tira de la TV Pública Cuéntame cómo pasó. La actriz, de reconocida trayectoria en televisión, teatro y cine, se adentra por primera vez en un género que tiene parentesco con el radioteatro pero que “es más moderno en cuanto a la técnica, puesto que su sonido es más inmersivo; todo suena real, sentís que estás adentro de la habitación donde transcurre la historia y que los ruidos de fondo te rodean; es una experiencia tridimensional, casi cinematográfica, de ninguna manera sentís que estás ante una sesión de teatro leído”, sostiene la intérprete.
Sobre el contenido de Yo no soy la hija de Nina Simone, Solda comenta: “Es la historia de una mujer que se llama Nina en homenaje a la famosa cantante de jazz, blues y soul, se centra en una noche en la vida de ella (una investigadora científica) y su pareja (un ingeniero) en un motel de los Estados Unidos, ubicado muy cerca de donde Nina Simone cantó por primera vez. A lo largo de esa noche Nina va encontrando su propia voz, va sacándose de encima mandatos personales, sociales y familiares, y enfrentándose a los miedos y prejuicios que tiene. Todo el tiempo hace referencia a la vida de Nina Simone y cómo nada fue tampoco fácil para ella en su momento. Comparadas las épocas, queda claro que en algunos sentidos han habido avances para las mujeres y en notros no tanto”.
–Antes de conocer este material, ¿escuchabas a Nina Simone? ¿Hoy te interesa más su música, su historia de vida o su lucha por los derechos civiles?
–La empecé a escuchar de adolescente, aún tengo un CD doble de esa etapa de la vida, precioso. Desde entonces me pone muy feliz cuando usan su música en las películas. Me acuerdo, por ejemplo, de El caso de Thomas Crown, que incluye el tema “Sinnerman”, que está en nuestro podcast y que queda genial. También recuerdo cómo me emocioné cuando descubrí “Just In Time” en la película Antes del atardecer. De alguna u otra manera Nina fue apareciendo a lo largo de toda mi vida. Mi tío Charlie, que vive en Londres y que la vio en vivo, me contó varias anécdotas de ella, y toda su historia. Hasta ese momento yo no sabía todo el bagaje que ella traía consigo, lo duro que había sido su vida. En mi familia Nina es alguien muy conocido por todos, como una amiga. Para mí no es sólo una cantante, es alguien que toca lugares muy íntimos de mi ser.
–Yo no soy la hija de Nina Simone habla, entre otras cosas, de la imposibilidad que tuvieron las mujeres de las generaciones anteriores en sobreponerse al machismo y a la discriminación. ¿Podría ser tomado como un manifiesto feminista?
–Sí, pero no baja línea. Te cuenta una realidad que sufrimos las mujeres desde hace muchos años, con sus avances y retrocesos. Lo interesante es que es sensible, apela a otro costado de las personas, al lado sensible de los hombres y las mujeres, a ver qué le pasa a una mujer que sufre esto, esto y esto. Me refiero a la discriminación racial, o por ser migrante o por género; y al sufrimiento por los mandatos sociales, esto de que está muy bien que el hombre triunfe profesionalmente y también que la mujer lo haga, pero hasta cierto punto. Si por ejemplo una mujer dice: “nos mudamos de país porque me están ofreciendo un buen trabajo”, el hombre dice “no”; mientras que si lo dice el hombre, la mujer no puede tener ninguna duda y se tiene que ir con él. Lo mismo cuando escuchás: “qué divino este hombre que va a buscar a su hijo a la escuela y que juega con él”; nadie diría algo así de una mujer porque se supone que es lo que ella debe hacer. Eso es injusto.
–Este unipersonal en formato podcast forma parte de un ciclo de obras teatrales con mirada de género del Proyecto Prisma, que concebiste junto a Valeria Kovadloff. ¿Desde cuándo te interesa trabajar desde una perspectiva de género?
–Creo que antes no lo sabía conscientemente o no le podía poner el término “perspectiva de género”, pero siempre me sentí más estimulada a trabajar con directoras mujeres o directores con cierta sensibilidad que con directores y productores que se asemejan más al patriarcado, para decirlo de alguna manera, es decir autoritarios, o que no les importa lo que opinás, no te escuchan o no tienen una mirada amorosa hacia el otro. Siempre me sentí atraída por este tipo de dirección y los trabajos más interesantes que pude hacer fue con este estilo y forma de ver la vida: Lucía Cedrón, Jorge Bechara, Lucrecia Martel. Asimismo, me gusta más leer novelas de escritoras, con ellas la identificación es mucho más inmediata. Lo mismo me pasa con las cantantes.
–¿Hubo un momento especial en tu vida o en tu carrera que te hizo despertar la conciencia feminista?
–Creo que la marcha por el Día de la Mujer del 8 de marzo de 2018 fue muy importante para mí. De repente me encontré en esa demostración con un montón de amigas mujeres, colegas y gente del medio, y todas se animaban a contar lo que les pasaba desde el festejo y la alegría de reunirnos. Me di cuenta de que teníamos muchas cosas en común y que podíamos sentir empatía por las demás, hablar sin reparos de temas que antes no se discutían. Del aborto no se hablaba, era tabú; sin embargo, conocía un montón de mujeres que lo habían practicado. Poder estar ahí, reconocernos y escucharnos, e incluso sentir empatía por mujeres con las que antes no había encontrado puntos en común, con mucha complicidad y amorosidad, fue muy emocionante. Después, la lucha por la Ley por el aborto legal nos unió a todas aún más y la confesión de Thelma Fardin, acompañada por Actrices Argentinas, puso de relieve una problemática que no puede ser ignorada y exige involucrarse y ser parte de una voz colectiva.
–Hiciste público que en tus 20 sufriste acoso por parte de un director de cine. ¿Cómo actuaste en aquel momento y cómo lo harías ahora si te volviera a pasar?
–En aquel momento le puse un freno rápidamente y ahora creo que actuaría igual. De todos modos me ayudó estar muy bien acompañada en la vida, muy contenida, así que pude compartir lo que me pasaba, verbalizarlo y no quedarme con dudas al respecto. Todos me confirmaron que, más allá de la intención sexual, había sufrido un abuso de poder: él quería algo de mí, y creía que yo tenía que estar a su lado porque se le ocurría. En general, las personas que abusan de su poder lo hacen con alguien débil, que no puede rebelarse frente a esa situación. Pero cuando se encuentran con un freno, inmediatamente paran. Son muy cobardes. Ese tipo de personas, cuando los enfrentás, arrugan. Pero no todas pueden oponerse, por eso hay que seguir peleando: por las que no pueden y para que no se sucedan los abusos.
–Después del Time’s Up y del #MeToo, ¿cuánto han cambiado las condiciones laborales para las actrices?
–Han cambiado bastante, pero no del todo. Justamente con Proyecto Prisma estamos proponiendo un nuevo rol que existe en la industria del cine, sobre todo en los Estados Unidos, en Inglaterra y Australia, que se llama “coordinación de intimidad”. Y así como en el cine, el teatro y la televisión existe un rol que es el de los efectos especiales, y por eso cuando vas a filmar una escena donde hay una pelea o una explosión, se contrata a alguien que coreografía con vos esa pelea y te muestra que todos los elementos que vas a usar son seguros… bueno, con la misma mentalidad en el primer mundo decidieron hacer lo mismo con las escenas donde hay intimidad, de cualquier tipo: puede ser desde un beso a bañar a una persona mayor o una escena de sexo. Entonces hay un profesional que se ocupa de establecer acuerdos, primero con la producción y el director y después con el elenco. Se lee el guion y se establece qué es lo que se quiere contar en una escena. Si se decide que debe ser muy tierna porque, por ejemplo, se muestra a dos jovencitos que acaban de conocerse, se habla con cada uno de los actores y se les pregunta si hay algo que les incomoda de sus cuerpos. En base a sus respuestas, que pueden incluir reparos o no, se establece un acuerdo y se arma una coreografía donde ambos actores se sientan resguardados. Así se logra un clima de mucha confianza y comodidad y una red de seguridad para el elenco y también para los técnicos, porque a veces ellos, sin tener nada que ver, quedan involucrados en situaciones de abuso.
–¿Pensás que ese nuevo sistema de trabajo podría llegar a aplicarse rápidamente acá?
–Sí. Las plataformas de streaming para cubrirse de estas situaciones desagradables, ya lo están exigiendo por contrato en la Argentina. Aún eso no sucede en el cine ni en los canales abiertos ni a nivel teatral. Con Proyecto Prisma y SAGAI hicimos una charla el mes pasado a la que convocamos a todas las cámaras de la industria para que el tema se conozca y se difunda y para que la gente se empiece a formar en este nuevo rol que es “coordinación de intimidad”. Las series Normal People o Sex Education, tan populares hoy en día, tienen su “coordinación de intimidad” y las escenas son extraordinarias porque están hechas en base a acuerdos, no hay abusos de ningún tipo. Ya nadie le indica inconsultamente a los actores: “vos ponete acá” y “vos encima de él”, como sucedía hace unos años, y te encontrabas con situaciones forzadas y gestos incomodísimos. Hoy, en base a acuerdos, se logran escenas más naturales.
–Tu carrera es bien variada: comenzaste en ciclos muy populares de la televisión (Montaña rusa, Gasoleros, Buenos vecinos), luego pasaste al teatro independiente (Una bestia en la luna) y más tarde a las salas oficiales (Tres hermanas, Marat-Sade, La zarza ardiendo). ¿Qué rescatás de cada una de esas etapas?
–De la televisión rescato el espaldarazo que me dio para establecerme como actriz, hacerme conocida, aprender el oficio y tener una relación con la cámara súper natural. Además me brindó la posibilidad de conocer gente muy valiosa dentro del medio. Y también la disciplina de ir todos los días a grabar, estar a cierta hora lista y resolver escena tras escena. En ese sentido le estoy muy agradecida a la televisión, fui muy feliz en ella. La etapa del teatro independiente fue corta pero muy exitosa y prestigiosa. Aprendí mucho de mis compañeros, Manuel Callau y Martín Slipak, del proceso de producción independiente, de la comunidad armenia y la función que tiene una como actriz, eso de poder contar la historia de un pueblo, y hacerlo de una manera sensible. Un año antes había vivido una propuesta movilizante y profunda como la de Teatro x la identidad, pero la de Una bestia en la luna sin dudas marcó un antes y un después en mi carrera. Además fue en 2001, en un momento de mucha sensibilidad social, por eso la obra pegó tanto. Fue una experiencia hermosísima. La etapa del trabajo en salas oficiales sucedió varios años después. Resulta que yo me había ido a Inglaterra a formar en teatro clásico. Este entrenamiento consistió en aprender a decir textos muy difíciles en salas grandes, para lo cual se necesita una proyección vocal, física y emocional determinada. Bueno, cuando volví al país, el desafío fue poner en práctica todo ese entrenamiento que tiene algo de atleta, porque hay que salir a un escenario y poder sostener seis funciones por semana con semejante exigencia, ¿eh? ¿Y dónde pude testear todo lo que había aprendido al respecto? En el Teatro San Martín y en el Teatro Cervantes. Hoy me siento muy orgullosa por haber pasado por sus salas.
–¿Cómo definirías esta nueva etapa? ¿Cómo una más tecnológica?
–Como una etapa de vuelta a lo audiovisual. Ya sé que puedo gestionar mis propios proyectos teatrales; ahora me resulta súper atractivo y me dan muchas ganas de profundizar en lo audiovisual: audio por los podcasts y visual por las estructuras narrativas dentro de las nuevas series para plataformas, que son muy interesantes. Ahora hay algunas series con estructuras narrativas alucinantes, y con una construcción de los personajes maravillosa. También me gustaría hacer un cine sensible, contar una historia de amor tipo Antes del amanecer, un cine más intimista. Por lo pronto, a fines del mes pasado terminé de filmar la serie Diciembre de 2001, para Star+, junto a Luis Machín, Fernán Mirás, Jean Pierre Noher, Diego Cremonesi y Cecilia Rosetto. Está basado en la novela de Miguel Bonasso El palacio y la calle, narra lo que sucedió el 20 de diciembre de aquel año, en Plaza de Mayo, y se retrotrae a los meses anteriores para explicar lo que llevó a esa situación, y después cuenta qué ocurrió las semanas posteriores al estallido social; desde la perspectiva de un asesor del jefe de gabinete del entonces presidente Fernando de la Rúa y del ciudadano común, del hombre de la calle. Yo interpreto a una ex novia del protagonista, que encarna Diego Cremonesi.
–En 2004 protagonizaste la telenovela Jesús, el heredero, junto a Joaquín Furriel. Entonces se te nombraba como a una de las nuevas heroínas del género. Sin embargo, decidiste patear el tablero y te fuiste a Londres a estudiar teatro clásico. ¿Te considerás una actriz rebelde?
–Ya venía trabajando en telenovelas hacía mucho tiempo y era algo muy arduo, muchas horas de grabación todos los días. Sentía que había perdido creatividad y capacidad de arrojo, y eso para un actor es terrible. Si te domina el miedo al ridículo y no te animás a arriesgar no hay juego y si no hay juego no hay nada, estás muerto. Nunca me arrepentí haber abandonado el camino del éxito televisivo. Fue algo natural en mí, cualquiera de mis compañeros de Montaña rusa te hubiera dicho: “sí, era obvio que iba a hacer eso”. Era una cuestión de tiempo, pero en algún momento iba a pasar. Y finalmente pasó. Opté por mi propio camino. Pero ahora, que ya sé quién soy, qué quiero y qué no, y cuál es mi capacidad de trabajar y de concentrarme, no tengo problemas en volver a la televisión; de hecho hice Los ricos no piden permiso, donde me divertí un montón, y Cuéntame cómo pasó, un proyecto maravilloso en el que me tocó uno de los mejores personajes de mi carrera.
–En Yo no soy la hija de Nina Simone te animás a cantar y lo hacés muy bien. ¿Te incentivó tu pareja, el músico Mario Gusso?
–Sí, obvio. Y en todos estos años me enseñó a escuchar de otra manera la música, a entender de grabaciones, de cómo salen el sonido y los ritmos, porque Mario es percusionista; incluso me ayudó a comprender los ritmos dentro de un texto teatral, ahora los puedo percibir de otra manera. La canción no la trabajé específicamente con nadie, ni con él ni con el director, pero yo venía haciendo un curso de canto por Zoom, durante la pandemia, con Florencia García Casabal por un proyecto que tengo sobre Federico García Lorca, que queremos desarrollar con los barítonos Víctor Torres y Miguel Lionazo, donde voy a cantar más. Siempre que me toca una obra donde hay una canción yo estoy chocha. Me animo a cantar desde el personaje, pero no sé si lo haría en un bar, como Malena. Pero si lo hago desde la actriz lo disfruto muchísimo.
–Con él son padres de Teo, que ya cumplió 8 años. ¿Qué educación le brinda una mujer feminista a un hijo varón? ¿Se puede desactivar la cultura machista desde la casa?¿De qué manera?
–Sí, se tiene que desactivar desde la casa y desde otras instituciones también: la escuela, el club, etcétera. Pero la tarea empieza en la casa. En principio hay que estimular todo lo que sea ponerse en el lugar del otro y salir de los roles básicos: eso de que la mujer limpia y el hombre no, no va más. En nuestro hogar todos hacemos las tareas de la casa, la limpieza no pasa necesariamente por mí. En ese sentido Teo sabe barrer, colgar la ropa, ponerla dentro del lavarropas y, fundamentalmente, sabe que hay que colaborar. De algunas cosas me ocupo yo, de otras su papá o su (medio) hermano Paco. Tratamos de que todo sea lo más democrático posible, las tareas no están dividas por género. Yo creo que uno enseña más por lo que uno hace que por lo que dice. Y lo que él ve es muy claro, crece en un entorno muy democrático y muy creativo al mismo tiempo, donde reina la tolerancia, no entra la homofobia y existe un registro de que a no todas las personas les puede gustar lo mismo, que todos somos diferentes y que debemos respetarnos por eso. De todos modos, su generación ya viene con otro chip y no tiene ciertos prejuicios. Para ellos la diversidad es natural y nosotros se lo festejamos.
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