La actriz y humorista, que también se destaca en el grupo Las chicas de la culpa, llena una de las salas del Paseo La Plaza con un espectáculo en el que cuenta fracasos, desamores y su pelea con la imagen en una experiencia donde genera la identificación de un público fanatizado
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–¿Qué dice la primera página de tu diario íntimo?
–¿La pregunta es por la real o por la primera que leo en el show?
–Pensemos en ambas opciones.
Malena Guinzburg está pertrechada con ese diario íntimo que la acompaña desde hace años, ¿casi toda la vida?, y que le sirvió de disparador para organizar la estructura del nuevo espectáculo que ofrece todos los jueves, a las 22, en el Paseo La Plaza.
–No quiero mentir, vamos con la primera página del diario: “Cumple Paula Rojas. Año Nuevo, cumple Claudia”.
–¿A qué año pertenece?
–1994. Y después puse una canción…
Lee la letra de su autoría, que sirvió de marco para un campamento adolescente, pero no tiene tan claro cuándo arrancó con el hábito de redactar su día a día, un ejercicio catártico que reseña para la posteridad. “Me parece que escribí diarios toda mi vida, pero el más antiguo que tengo guardado es de 1992, cuando tenía 14 años”.
Querido diario, que también incluye textos nuevos escritos por ella misma ad hoc para la obra, es un unipersonal o show de stand up. La clasificación encorsetada es lo de menos. Lo cierto es que “Male”, como la llaman todos, se atrevió a su primer espectáculo solista sostenido en una dramaturgia propia, mientras, en paralelo, es parte del gran éxito de Las chicas de la culpa, el cuarteto de humoristas féminas y rebeldes.
Qué me van a hablar de amor…
–¿Con qué te encontrás al leer tus diarios íntimos?
–Hablaba, más o menos, de lo mismo, el amor y, sobre todo, el desamor. Había mucho sufrimiento.
–Aún para hacer humor, pareciera ser que la adversidad siempre es más inspiradora. En tu caso, hasta lo que podría tener una lectura trágica, no la tiene.
–Me parece que hay algo en el sufrimiento que se necesita canalizar por algún lado. El placer se disfruta, el amor correspondido sucede y es hermoso, pero el no correspondido genera algo que te está quemando. Y eso puede salir desde el llanto, con toxicidad, o con arte. Es como algo que va a explotar y, en mi caso, necesitaba ponerlo en algún lado, porque me hacía mal.
–Lo interesante es que hacés una metamorfosis y lo transformás en humor.
–No me sale de otra manera, siempre encontré humor en el sufrimiento. En la adolescencia canalizaba el melodrama de esa edad a través de mi personalidad melodramática. Exageradísimo todo.
–Pienso en una tradición judío cristiana.
–Te diría que más judío que cristiana. Una cultura del sacrificio como sufrimiento, de pensar que si el amor no duele no es amor, atormentarse con lo no correspondido. Mucha novela.
–Sos muy joven para haberte regido por esos mandatos.
–En el monólogo del teatro digo que soy de la época en la que nuestra heroína era Andrea del Boca.
–A llorar se ha dicho. A veces, el dolor también esconde un goce.
–Seguro que me sucedía algo de eso, no le ponía onda para cambiar algunas situaciones.
–No escucharías “Wadu Wadu”, de Virus.
–Para nada, lo mío era Juan Carlos Baglietto o Silvio Rodríguez.
–Hablabas sobre el amor que duele.
–En mi caso se daba que sufría los amores no correspondidos, el no amor, eso me destrozaba el alma. De todos modos, un mes sufría por uno y al mes siguiente por otro.
–El que esté libre… Por lo menos, lo ponías en palabras.
–Es lo que sucede con este nuevo show, donde el público se siente muy identificado con lo que yo cuento. Está el que alguna vez hizo dieta y anotó día a día lo que iba comiendo, entonces se muere de risa en ese momento y, con respecto al amor y el desamor, y a los papelones en torno a eso, casi todo el mundo lo atravesó alguna vez.
–A pesar del humor, ¿aparecía o aparece algo lindante con la tristeza?
–Hay que tener mucho cuidado con la depresión, me parece que es una palabra muy grande. Sin llegar a eso, me quedaba en mi casa armando rompecabezas en lugar de salir a bailar, porque no me gustaba, es como que me daba con el látigo.
–No hay obligación de ir a bailar en la adolescencia. En tu caso, ¿por qué no te gustaba?
–Odiaba. Primero, porque soy muy petisa y, en los lugares con mucha gente, lo paso mal, termino siendo catadora de desodorante. Por otra parte, siento que se trata de lugares donde hay que exponerse mucho, donde es muy importante la imagen y siempre me sentí mal con mi imagen, sobre todo en la época de ir a bailar.
–Hoy, en relación a eso, ¿cómo te sentís?
–En el monólogo digo que, una vez que acepté mi cuerpo, empecé a amarlo. Hoy me siento mejor que en otras épocas, pero no lo suficientemente bien como me gustaría sentirme. Todo aquello que me costó en torno a la imagen y el amigarme con mi cuerpo, no es algo que tengo superado, pero estoy mucho mejor. De hecho, festejé mi cumpleaños con amigos en una pileta, en otro momento de mi vida no lo hubiera hecho ni en ped… ¿Si me gustaría pasearme en malla por la tele? Seguro que no, pero tampoco dejo de hacer cosas por el cuerpo.
A veces, algunos preceptos de tan dichos, terminan bastardeados o carentes de sentido. Hoy se habla de dejar atrás el autoritarismo de los “cuerpos hegemónicos”, en contraposición a los “cuerpos reales”. Si a la frase hecha se la colma de sentido, podría pensarse que las vivencias puestas en palabras de Malena Guinzburg pueden resultar de una enorme utilidad y convertirse en un modelo aspiracional para tantas mujeres a las que la encerrona de una falsa belleza las confina a cierto grado de ostracismo y traumas.
Está claro, la mayoría de las chicas de la edad de la humorista tienen cuerpos que no cumplen con el indolente parámetro que imponen algunos medios, las publicidades y la sociedad de consumo. Algo está cambiando, pero aún falta mucho. “Cuando me alguna marca y subo un posteo con su ropa, inmediatamente me dicen ´no sabés cómo se vendió lo que te pusiste´, y se sorprenden”.
–Vos no te sorprendés.
–Lo entiendo, porque, obviamente, si me pongo algo y me queda bien, hay un montón de minas “normales”, sin “cuerpos hegemónicos”, que van a sentir que ellas también se pueden poner lo mismo. Yo tengo claro que no me puedo poner lo que se pone mi amiga Zaira Nara, o que, al menos, me va a quedar muy distinto que a ella. Ahora, eso no quiere decir que tenga todo superado o que, al probarme algo en un local, no la termine pasando como el cul…, porque no me gusta cómo me queda.
–La ley de talles no se aplica.
–No es real, me puedo poner un talle L y que me quede chico y, de pronto, en otra marca, un M me termina quedando bien, es cualquier cosa.
–Sos auténtica y ese es un valor nada despreciable.
–En este nuevo show me muestro, desde las entrañas, tal cual soy. El diario íntimo es, realmente, mi diario íntimo. Sé que podría cambiar algunas páginas y convertirlo en más gracioso aún, pero no me parece que deba hacer eso. Si lo hiciera, sentiría que me estaría traicionando y rompiendo un código de verdad. No me sale caretearla.
–Hay un falso preconcepto que asocia belleza, armonías de formas y varios etcéteras con el triunfo, el éxito laboral y personal. Sin embargo, Jorge Guinzburg, tu padre, ha logrado todo, ha sido una persona querida y admirada, fue un disruptivo lúcido como pocos, que tenía un cuerpo muy menudo y una altura por debajo de la media.
–Esas cuestiones están más aceptadas en el hombre, que en la mujer.
–Como en tantos temas.
–La tenés más fácil si sos hegemónicamente linda, hay medio camino ganado.
–¿Aún hoy?
–Por supuesto, y el que diga que no es re careta, por eso banco a las modelos plus size, me parece bárbaro, aunque el verdadero cambio será cuando no se dividan por tallas, todas sean modelos y nadie tenga que aclarar nada.
–Sucede también con las minorías de género, obligadas a decir su condición, mientras que al heterosexual no se le pregunta nada.
–Absolutamente, y, si bien se avanzó un montón, hay mucho por hacer.
–En tus presentaciones frente al público, desacralizás defectos, te asumís y generás identificación en una trabajo escénico donde rompés constantemente la cuarta pared.
–Antes me daba con un caño de una forma mucho más fuerte que ahora. En su momento, me hizo bien hacerlo, pero ahora lo hago con mucho más amor. Me reconcilié mucho con esa Melena y con la actual. Y hay muchos que se ven espejados.
–¿Ser exitosa te ayudó?
–Me ayudó hacer lo que me interesa hacer, más que por el reconocimiento que pueda lograr por eso. Estoy muy feliz con lo que me pasa en lo laboral y en lo personal, que, para mí, son lo mismo, no los puede separar.
Amorosamente
La casa de Malena Guinzburg queda en el corazón de Villa Ortuzar, zona de casas bajas, un oasis de moda. Se trata de paredes de comienzos del siglo pasado que recicló con exquisito buen gusto. Todos los ambientes dan a un patio pletórico de plantas, donde una escalera conduce a una terraza que cotiza muy bien en plena ciudad. Por todos lados se exhiben sus pinturas, esa otra faceta del arte donde también se expresa. Su novio, de profesión diseñador, no está, pero su presencia se intuye: “Estamos muy bien”, reconoce la humorista.
–¿Cómo conociste a tu novio?
–A través de una aplicación, después de muchos fracasos, apareció algo bueno.
–A pesar de ser una figura pública, no te inhibía apelar a eso.
–Sí, me inhibía un montón, me daba vergüenza, sentía que era un papelón, abría una app y luego la cerraba, pero, en pandemia, me di cuenta que no había otra opción, ¿dónde iba a conocer a alguien? Tampoco soy de ir a encarar a alguien en un bar.
–No te mostrás mucho con él en las redes sociales.
–Él no usa redes, así que hay alguna foto por ahí. A veces quiere abrirse una cuenta, pero se aburre.
–Es sano preservar una parte.
–Sí, me parece que está bueno, pero también es mi laburo estar en las redes, es mi forma de comunicarme. Pero, como estoy en un buen momento, subo menos cosas, quizás hay menos necesidad de aprobación externa. Cuando uno sube algo, está buscando la aprobación del afuera.
–Al hombre no se le pregunta por la paternidad, sí sucede con la mujer. ¿Te pesa?
–No, pero soy consciente que no voy a ser madre, ya tengo 45 años, no creo que suceda de manera natural y no congelé óvulos. Por otra parte, nunca supe si quería ser madre, no lo tuve tan claro. No hubo un deseo tan nítido, quizá porque no había estado tan enamorada como sí lo estoy ahora.
–¿Adoptarías?
–No lo sé, creo que hay que tener un amor tan puro, tan enorme, y yo no sé si soy tan buena.
Cuestión de sangre
–A pesar que tu apellido remite a la amorosidad que generaba tu padre, has podido construir un nombre propio.
–La gente dice “Mirtha, Susana y Malena”.
–Te olvidaste de Nacha.
–Es cierto, “Mirtha, Susana, Malena y Nacha”. La imito muy bien a Nacha.
–Sería bueno ver esa recreación.
–Tengo que estar en contexto, ahora no puedo.
–Nadie dice “voy a ver a la hija de Guinzburg”. Sin negar un apellido, no habría por qué hacer tal cosa, ¿sos consciente de la independencia de tu nombre con respecto a la figura de tu padre?
–Me enorgullece mi apellido, pero debo reconocer que me siguen jóvenes que a mi viejo no lo tienen presente y eso me impresiona mucho, ahí me doy cuenta cómo pasa el tiempo. Si bien hay gente que pueda asociarme a él, también son muchos los que sólo me ven a mí.
–¿Te incomoda cuando se te consulta por tu padre?
–Para nada, la gente lo admiraba y respetaba, no me puede joder de ninguna manera, me dolería si lo olvidaran.
–O sea que no hay inconveniente en que se te pregunte por él.
–Depende cómo venga la charla, si interesa más hablar de mi papá que de mí, en un momento me va a romper las bolas. Me ha pasado que pasé a un segundo plano y que fui presentada como “la hija del genio”. Más allá de eso, sé que está en el combo y que puedo hacer una disociación entre el Guinzburg público y mi papá, porque, de lo contrario, sería muy doloroso ya que todo el tiempo me estarían haciendo referencia a un padre muerto, sería muy chot… estar hablando todo el tiempo de un ser querido que ya no está.
–¿Es un mandato preservar su memoria?
–No lo es, pero me da mucho orgullo ser su hija, ayer llegué a Canal 13, que fue su casa, y todos me lo recordaban. Eso es muy emocionante. Lo mismo sucede con la gente en la calle, pero también está bueno cuando hago una entrevista y no me preguntan por él, pero no pretendo que no suceda.
Niní Marshall, Gabriela Acher, Edda Díaz, Juana Molina, mujeres que se han dedicado al humor, marcando un rumbo, abriendo puertas, y rompiendo con la preponderancia patriarcal en el género. Malena Guinzburg sigue esa línea, claro que muy amparada en una sociedad diferente y de la mano de colegas como sus compañeras Connie Ballarini, Fernanda Metilli y Natalia Carulias, con quien conforma Las chicas de la culpa. También Dalia Gutmann se suma a esa lista irreverente. “Siempre hubo mujeres muy graciosas, pero no se les daba el lugar y, si eras graciosa, tenías que ser fea o afearte, la linda no podía por ser linda”.
–En ese sentido, una gran actriz llamada Nelly Láinez, jugaba con remarcar sus rasgos para poder hacer humor.
–Era una grande y apelaba a eso, es que a la mujer no se le daba lugar y había que abrirse camino. Lo que me enorgullece de Las chicas de la culpa es que mis compañeras son “miñones”.
–Las chicas de la culpa logró un quiebre.
–Creo que inventamos un género, no es teatro, no es stand up ni impro, y es una mezcla de todo eso.
–Tiene mucho de teatralidad.
–Sí, pero cambia todas las semanas y esto no es habitual, no sé si hubo otra experiencia así. Además, va en vivo y por streaming.
–Aún no nos dijiste cuál fue la primera página del diario que leés en el espectáculo.
–Toma nuevamente su diario, ese que recorre parte de su vida. Ese que habla de varias Malena. Lee, acaso pensando que puede ser otra aquella joven que dolorosamente escribió. Algo del drama de Clarice Lispector se cuela por ahí: “Me quedé a la tarde en casa, armando el rompecabezas. A la noche, me deprimí”.
Para agendar
Querido diario
Por Malena Guinzburg
Jueves, a las 22, en el Paseo La Plaza, Corrientes 1550.
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