Madama Butterfly, Puccini al rojo vivo
A Puccini, ya se sabe, lo atraían irresistiblemente las mujeres. Y a fuerza de adorarlas, pudo crear seductoras figuras femeninas, a las que dotó de una ternura y una pasión auténticamente humanas. En apariencia todas las mujeres de sus óperas son distintas, porque cada una vive en un mundo propio, con un ambiente cultural y social tan diverso como el que propone la Roma de Tosca, el Japón de Butterfly, la China de Turandot, el París de Musetta y de Mimí, o la California de Minnie.
Sin embargo, la heroína de Puccini, despojada de sus trajes y de la ilusión de la escena, observada en su esencia y en su psicología, es el ser humano común, el de todos los días, el que se encuentra en mayoría en todos los públicos. Aquel en el que los vicios y virtudes se equilibran de manera más o menos estable. Muchas veces se ha señalado que lo que hace diferentes a los personajes puccinianos es ante todo la atmósfera en la cual sufren, aman o mueren. De ahí la preocupación del músico por ser fiel en la presentación de ambientes. Una vez logrados, le es suficiente introducir sus personajes habituales, que adquieren entonces su propia individualidad. Esta poética pucciniana, genialmente desplegada, lo lleva a variar de un título a otro ese ámbito, a cambiar de país, buscando a menudo aquellos lejanos y exóticos, y le exige estudiar a fondo las costumbres, la psicología de sus habitantes, el color local.
Cio Cio San ( Madama Butterfly ), a quien tendremos en esta temporada 2014 del Teatro Colón, es otro hallazgo psicológico de Puccini. Al comienzo de la obra es apenas una mujer niña. Tiene 15 años y obra como tal. Es imprudente, precipitada, inmadura. Preparada desde su infancia de huérfana para una vida de geisha, que no desea, se lanza en los brazos del primer cínico y fanfarrón americano que la seduce. Infiel a su familia, a su país, a su religión, Butterfly crece bruscamente y su suicidio es la sanción que ella misma se inflige, y el reencuentro, mediante el rito de su autoaniquilación, con sus milenarios ancestros culturales. A su lado está Suzuki, que es leal y realista. En ella todo es armonía y equilibrio. Dos bellos caracteres femeninos que Puccini opone a la vacuidad de ese marino norteamericano al que diseña con una precisión que marca a fuego la distancia emocional de la protagonista.
Es bien sabido que la presentación de Madama Butterfy en la Scala de Milán el 17 de febrero de 1904 fue desastrosa. Los titulares de la prensa no podían ser más desdeñosos para el autor, desde "Fiasco en la Scala", a "Butterfly, ópera diabética, resultado de un accidente", entre otros bastante negros. Sin embargo, Puccini desafió con el siguiente texto: "Mi Butterfly queda como ella es: la ópera más sentida y la más expresiva que yo haya concebido jamás. Al final el triunfo será mío". Y fue así, ¡quién lo duda!, aunque después de algunas modificaciones, como llevar los dos actos a tres, el agregado de un aria de Pinckerton, hechos que hicieron posible que poco tiempo después, el 28 de mayo, en Brescia, lograra un triunfo que nunca más fue desmentido. Puccini todavía aportó algunos retoques para la representación en el Covent Garden de Londres el 10 de julio de 1905, y posteriormente en la Opéra-Comique de París, el 28 de diciembre de 1906.
Sin duda, la esperamos con entusiasmo en esta temporada porteña.
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