Luis Longhi vuelve a llevar a escena a Enrique Santos Discépolo
El talentoso actor reestrena Enrique y lanza un nuevo libro que recopila algunas de sus obras teatrales
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“Enrique Santos Discépolo es mi mayor superhéroe de la cultura nacional y popular. Enrique es quien me enseñó, no solamente de tango, sino la verdadera función social del arte: el arte sana, el arte cura, el arte alimenta, el arte dignifica, el arte enseña y el arte batalla. Esos afanes son los que perseguimos los artistas cada vez que nos subimos a un escenario”. El que dice esas palabras sentidas es Luis Longhi. Actor, director, escritor, músico, pero sobre todo apasionado y conocedor del tango.
Con esta premisa y esta admiración, Longhi escribió y protagoniza Enrique, la obra que se estrenó hace tres años y dejó de hacer funciones por la pandemia. Ahora, protocolos mediante y con un horario apto para estos tiempos: desde este domingo, a la hora del té, en Andamio 90, vuelve a los escenarios porteños solamente por cuatro funciones y con un aforo reducido para 45 espectadores. Bajo la dirección de Rubén Pires y junto a Nicolás Cúcaro, ambos actores han ganado el Premio Hugo al teatro musical, evocarán los momentos previos a la muerte de Discépolo.
“La obra transcurre el 23 de diciembre de 1951, en el camarín del teatro en el que Enrique está a punto de salir a escena. Viene un asistente muy joven a avisarle que faltan diez minutos para comenzar la función, y a partir de ese exacto momento el tiempo objetivo deja paso al subjetivo de Enrique. Esos 10 minutos se multiplican al infinito y le permiten a Discepolín compartir con el muchachito un paseo por la laberíntica trama por la que circulan todos los fantasmas de su vida: su hermano Armando, el padre del grotesco nacional, con quien había dejado de hablarse hacía 14 años y de quien lo separaban ideas, gustos y conceptos de la vida y el arte; su esposa Tania, con quien llevaba una relación más que tormentosa; la mujer mexicana de quien se enamoró y con quien tuvo un hijo que nunca reconoció en Argentina, y por supuesto Perón, Evita y los contras que le hicieron la vida imposible en sus últimos años ante su fervorosa adhesión al peronismo”, cuenta Longhi entusiasmado por volver a encarnar a uno de los personajes históricos que más lo cautivan.
“Que la obra transcurra en un camarín no es azaroso; entre otras cosas quiero reivindicar al Enrique Santos Discépolo actor. Él nació y murió siendo actor. Entrar en su camarín es como atravesar el espejo de Alicia, es ingresar directamente en el cambalache de la vida profunda, sentida y sufrida de Discepolín”.
Luis Longhi sufrió como muchos actores el golpe de la pandemia. El cese de sus actividades fue abrupto y quedaron obras en suspenso que estaban en plenas funciones. Como es el caso de la última obra escrita de Roberto Cossa junto a su hijo, Mariano Cossa, Solo queda rezar, subida a escena en el Teatro del Pueblo bajo la dirección de Andrés Bazzalo. Longhi la protagonizaba junto a Carlos Weber, en el febrero previo a la pandemia. Una obra prácticamente de ciencia ficción que llevaba sólo doce funciones todas a sala llena y que, de buenas a primeras, tuvo que poner un stop imprevisto. Mientras espera que la situación sea más amable para retornar tanto con esa pieza a los escenario como con Eternidades, la comedia musical que estaba a punto de estrenarse, se dedica de lleno a preparar Enrique y a la escritura. “Hubo un poeta jujeño de quien fui muy amigo, Jorge Calvetti, que siempre me decía: ante cualquier circunstancia dada que hay que adecuarse. Adecuar es la palabra más importante del diccionario, insistía y eso es lo que hacemos en estos tiempos aciagos que nos tocaron. Ante la escasez de escenarios, mi adrenalina creativa está volcada activamente en la escritura”, resume “Titite” –tal como lo llaman en el ambiente artístico– lo que fue todo este último año convertido en una eternidad.
Por eso, otra de las noticias de la agenda de este prolífico artista es la reciente edición de su libro Activismo teatral en tiempos de desamparo, su quinta producción editorial luego de las novelas Cabareteras. Registros de Santiago Solís, El Pulpo o la muerte del tango, el libro-disco El tango es puro cuento (con su gran amigo Guillermo Fernández) y el libro de relatos Yo conocí a Perón. Su nuevo trabajo es una recopilación de obras suyas tales como Fanny y el Almirante, Enrique, Anita o la tragedia de las partes, Los recortado. “Escribir es parte de mi vida. Lo mismo que el teatro y el tango. El activismo teatral es lo que hacemos los teatreros cuando pretenden avasallarnos o quitarnos derechos a los trabajadores, entonces esgrimimos desde un escenario todas nuestras armas, a veces en formas de palabras, de gritos, de silencios, otras de gestos, melodías o movimientos, pero siempre diciendo y expresando, nunca escondidos, siempre ahí, poniendo el cuerpo”, cuenta Longhi que prácticamente no pudo trabajar como actor durante este año salvo por alguna experiencia vía streaming que le dejó un sabor amargo.
Con el tango se reencuentra una vez más, como lo ha hecho con la obra El regreso de Mario Cárdenas y en casi todos sus proyectos. “Soy un militante tanguero de toda mi vida, toco el bandoneón, soy miembro de número de la Academia Porteña del Lunfardo. El tango está en la mayoría de los proyectos en los que me embarco, pero siempre con la postura de mirar hacia adelante, entender que la del tango es una maquinaria monstruosa que avanza según los tiempos. Que nos nutrió exquisitamente sobre todo en las décadas del 40 y del 50, que nos dio a Gardel, a Troilo, a Piazzolla, y a otros tantos de quienes aprendimos los fondos y las formas. Pero los artistas tangueros de hoy avanzamos con la convicción de expresar nuestro aquí y ahora. Escuchamos en nuestras casas a todos aquellos artistas geniales, pero a la hora de crear, de exponer nuestro propio arte, al pasado lo deslizamos hacia el futuro a nuestra manera y con nuestros propios registros”.
Para agendar
Enrique
Domingos, a las 17.
Teatro: Andamio 90 (Paraná 662), entradas por Alternativa Teatral.
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