Obstinada en su vocación, la actriz y cantante construyó una carrera no exenta de sinsabores, pero que logró el reconocimiento de colegas y espectadores; radiografía de una vida atípica, atravesada por el arte
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Alguna vez, cenando en Madrid, Norma Aleandro le reclamó: “¿Por qué te la pasás viajando? Mostrá tu talento en nuestro país”. Aquella frase quedó resonando en Lucila Gandolfo, acostumbrada a audicionar en Nueva York y en Londres y a pasar largos períodos cantando en cruceros, aunque ya su nombre resonaba en colegas, autores, directores y productores del teatro musical argentino.
El anclaje con Buenos Aires se hizo tangible. De hecho, hoy la actriz y cantante es la protagonista de Una película sin Julie, una pieza profunda en su contenido y poéticamente bella en la puesta en escena lograda por el gran director Julio Panno, que puede verse en el histórico Teatro Maipo. Una justa “repatriación” para una intérprete de notables virtudes tanto en el canto como en la composición actoral.
Pero sus derroteros por el mundo no cesaron. Al punto tal que, el año pasado, un viaje armado ex profeso la depositó en la mansión de la mismísima Julie Andrews -la diva a la que homenajea en su espectáculo- y con quien mantuvo una charla con códigos propios, silencios cómplices y un guiño inacabado. Hasta allí llevó su ofrenda que incluyó una carta de puño y letra y una imagen santificada. Un cuento real que bien podría trascender como un biodrama teatral.
Una película sin Julie cosechó elogios y premios, pero lo que los espectadores que la aplauden de pie cada noche desconocen es que la admiración por Julie Andrews le deparó a Lucila Gandolfo un acercamiento con la estrella, que se convirtió en uno de los acontecimientos más inusuales de su vida. Está claro que no es habitual tocarle el timbre a una diva internacional de esa talla y que sea ella misma quien atienda el llamado.
-¿Viajaste para llevarle una carta a Julie Andrews?
-Sí.
-¿Cómo surgió esa idea?
-Cuando el año pasado me encontré que tenía dos fines de semana libres, mi marido me dijo: “Andá a buscar a Julie”. Un amigo productor, Ricardo Hornos, que vive en Nueva York y vio la obra, me estimuló a buscar el aval de ella.
Gandolfo averiguó que su admirada estrella vive en Nueva York y que, a pocas cuadras de su domicilio, la hija de Andrews fundó un teatro. “Me dije: ‘¿Por qué no?’, no tenía nada para perder”.
Así envió un mail a la sala, se presentó como una actriz argentina, contó sobre la obra que protagoniza y explicó que viajaría a Nueva York para entregarle una carta a Andrews. No obtuvo respuesta. Sin embargo, no bajó los brazos. Redobló la apuesta, volvió a escribir y tuvo entonces la anhelada contestación: “Me preguntaron si llevaría la obra a Nueva York, así que, inmediatamente, subtitulé al inglés una versión para que pudieran verla”.
En simultáneo, un amigo argentino, que trabaja en bienes raíces en las cercanías de la costa del río Hudson, le acercó una dirección que podría ser la de la casa de quien fuera protagonista de La novicia rebelde. Cuando Lucila Gandolfo pisó la Gran Manzana, en ese lapso siempre eterno que significa esperar la hora de hacer el check in del hotel, fue a conocer el teatro de la hija de Andrews y luego se dirigió hasta la posible casa de la diva. No había tiempo para perder ni herramienta emocional que calmara su ansiedad. “Era una zona preciosa. En la dirección exacta había un portón y un timbre. Llegué con mi carta y una pañoleta con la Virgen de Luján pintada por una amiga”. Era 14 de noviembre de 2023.
-¿Qué sucedió cuando tocaste el timbre?
-Atendió ella.
Gandolfo, que revive aquello con asombro, muestra el video -grabado por una amiga que la acompañaba- mientras acontecía esa escena trascendental en su vida. Lo atesora bajo siete llaves. Allí se escucha a la mismísima Julie Andrews responder el portero eléctrico de esa casa pletórica de vegetación. Esa voz, aún desde un registro audiovisual, estremece y emociona. Y hace regresar a las retinas aquellas escenas memorables de Mary Poppins o Víctor Victoria. “Era ella, no tengo dudas”, sostiene Gandolfo. Efectivamente, no solo el timbre de su decir, sino también el tono dubitativo de sus respuestas, buscando tapar el sol con las manos, deja entrever que detrás de ese muro se esconde el universo privado de la consagrada actriz.
-Es curioso que ella misma atendiera.
-Quizás porque era domingo y no tendría personal trabajando en su casa.
Se escucha decir a Julie Andrews “número equivocado”, pero Gandolfo insistió y le consultó si había un buzón para dejar esa misiva escrita con puño, letra y corazón. “I don’t know”, retrucó la dueña de casa (”No sé”). La argentina no se quedó atrás: “Your voice is beautiful” (”su voz es hermosa”). Andrews remató con un “thank you” y cortó. A pesar que ya era mediodía, Gandolfo observó que aún permanecía inmutable un ejemplar del New York Times. “Lo abrí y metí mi carta entre las páginas y la pañoleta de regalo”. Previsora, empujó el diario por debajo del portón.
-¿Vos estás convencida que fue ella quien te respondió?
-Sí, era su acento británico.
El parecido vocal y hasta físico entre Gandolfo y Andrews es notorio. Cuando la artista -criada en la localidad de Acassuso- recibe a LA NACION en su departamento ubicado a pocas cuadras del Obelisco, es llamativo percibir ese acercamiento visual que no es provocado, sino que aparece naturalmente.
Dentro de la pantalla
“Una película sin Julie nació en 2012, año en que escribí un monólogo inicial. Entonces ya tenía la idea de homenajear a Julie Andrews, pero buscaba la forma de hacerlo”. Si bien el material aborda parte del repertorio de la gran figura del cine internacional, lo cierto es que su foco está puesto en desandar el camino de una niña hasta llegar a la adultez. “Tenía la idea de contar algunos hechos en la vida de este personaje y que su refugio siempre fuera Julie Andrews, dada su profunda admiración”.
El material transita la vida de Miss Catalina Lonely, el personaje que teje el hilo dramático de la historia, un derrotero donde aparecen cuestiones que van desde la infancia idílica a la adolescencia traumática y el atravesamiento de la violencia que van construyendo una adultez solitaria, definida en cicatrices. En ese entramado, canciones, admiración, fanatismo.
-El arte como sanación, los ídolos como escape.
-El personaje se refugia en las películas de Andrews y las cita permanentemente. Quiero llevarla al cine, es un homenaje a Julie que debe ver el mundo y lo tendría que haber hecho Disney, porque ella fue inspiradora para niños de todo el planeta”. La actriz acercó el material a la gran compañía, pero aún no obtuvo respuesta. Acaso Una película sin Julie podría seguir el derrotero de la pieza Cuando Frank conoció a Carlitos, que se convirtió en un telefilm.
-¿Qué sucede con el público?
-Muchos me dicen que se sienten muy identificados con lo que sucede, Catalina rescata y es rescatada, eso es lo conmovedor.
Más allá de aquella idea original que comenzó a escribir la actriz, la obra cuenta con autoría de Fernando Albinarrate, el notable músico quien también ejecuta el piano en vivo. La producción pertenece a Miguel Ale Granado, el esposo de la actriz.
El “vínculo” entre Gandolfo y Andrews tuvo un punto de quiebre cuando la cantante tuvo que grabar el famoso tema “The Sound of Music” para un disco que tenía como finalidad ser el regalo empresarial de una compañía. “Haciendo esa canción pensé que podría ser lindo homenajearla desde una obra de teatro, ya que encontraba cierto parecido entre mi voz y la de ella”.
Pero la admiración no se gestó allí, sino que se remonta a su infancia, al foyer de una gran sala de cine, cuando fue a ver la película La novicia rebelde. “Era un lugar inmenso, con mármoles y escaleras en cada extremo que llevaban al pullman. En el intervalo me senté en el umbral totalmente emocionada. Recuerdo que lloraba, porque quería estar dentro de la pantalla. Lo mismo me sucedió luego de ver la película Había una vez un circo con Andrea del Boca, salí conmovida y llorando a mares, diciéndole a mis padres que quería hacer eso que hacía esa nena. Andrea también es responsable de mi vocación”. Epifanías.
-¿Qué otros aspectos autobiográficos se entrelazan entre la obra y tu vida?
-Yo quería ser uno de los niños Von Trapp y correr y cantar por los Alpes junto con ella. La imagen de María junto al capitán Georg von Trapp, con una luz azul que recortaba sus figuras, aún la recuerdo. Muchas noches me dormí viendo eso.
-Así como el personaje de la obra, ¿te ha sucedido de refugiarte en el arte ante algún momento adverso?
-Sí, probablemente en momentos de soledad o de angustia, cantar o escuchar música es lo que me ha sacado adelante.
-¿Hay antecedentes artísticos en tu familia?
-En mi casa siempre se cantó. A mis hermanos y a mí, nuestros padres nos mandaron a estudiar guitarra y piano. Mi tía abuela, Adriana Gandolfo, fundó el laboratorio del Lenguas Vivas y fue quien instigó para que me dedicara al arte, incluso me regaló el piano a los diez años.
Desde la infancia
Sangre italiana de parte de padre e inglesa desde la rama materna. La euforia caliente amalgamada con la parquedad anglosajona. Lucila intercambia permanentemente términos en inglés, lo que le otorga un decir muy particular a su manera de expresarse. Fue en el colegio San Andrés, donde estudió, cuando terminó de confirmar esa vocación que se había revelado viendo en el cine a Julie Andrews. “Allí, los school concerts eran dirigidos por Peter MacFarlane, con quien luego trabajé”. El realizador fue el responsable de exquisitos espectáculos como Broadway l, ll y lll; Films, Luz, cámara, canción; y Todo corazón.
“Cuando estaba en quinto grado nos hizo hacer Cuentos de Navidad de Charles Dickens y, como era un colegio solo de mujeres, me tocó interpretar al señor Scrooge. Desde muy chica se me fueron dando las herramientas, en casa con los instrumentos y en el colegio con el canto”.
A pesar del estímulo y sus propias virtudes, al salir del secundario, cumplió con el mandato y estudió traductorado de inglés en el Lenguas Vivas. Luego de eso hizo Diseño Gráfico y cursó la carrera de Caracterización en el Teatro Colón.
-¿Cómo llega la profesionalización?
-En 1990, mi padre me ofrece unas millas que se le vencían en una compañía de aviación que estaba por cerrar, así fue como decidí irme a Nueva York. Me acuerdo que le dije a mi familia: “Me voy, pero no sé si vuelvo”.
En la Gran Manzana, el entusiasmo la llevó a ofrecerse en diversas audiciones a las que acudía muñida solamente con una carpeta modesta y el antecedente de haber personificado a Christine en El fantasma de la ópera junto a sus grupos de estudio amateurs. “No tenía nada que perder, pero, enseguida, me di cuenta que tenía que estudiar”. Armó las valijas nuevamente y partió hacia Boston, donde se inscribió en el Boston Conservatory en Berklee. “A pesar de que venía tomando clases de canto desde hacía seis años, me tomaron porque les interesó cómo actuaba, aunque me dijeron que lo referido al canto debía reestructurarlo completamente”.
Ingresó a ese conservatorio ayudada económicamente por sus padres, pero también gracias algunos empleos temporarios, como aquel que consiguió en una zapatería. Se fue armando el camino esforzado y con no pocas puertas cerradas.
Norma Aleandro y un nuevo camino
Lucila Gandolfo no se privó de nada. En la década del 90 acompañó a Norma Aleandro en Master Class y, también en el Teatro Maipo, estuvo con Enrique Pinti en Pericón.com.ar, donde se probó como vedette del show. En 1998 y 1999 estuvo becada en Londres. En ese tiempo audicionó para formar parte de Master Class allí. Aunque resultó elegida, no pudo cumplir con el rol porque rechazaron su permiso de trabajo; “me juré que volvería”, recuerda. Se preguntó qué podía hacer en las inmediaciones de Piccadilly Circus, a pesar de la traba que implicaba la falta de documentación. “Un productor norteamericano me tomó una prueba y me llevó a trabajar a cruceros japoneses”.
En ese periplo, que duró seis meses, aconteció el atentado a las Torres Gemelas en Nueva York. Al regresar a la Argentina, cobró el cachet correspondiente, pero en diciembre de 2001 la totalidad de ese importe le quedó atrapada en el “corralito” financiero. Un año después, la volvieron a llamar para trabajar en un barco, algo que aceptó a regañadientes, pero impulsada por la situación económica de nuestro país y la imposibilidad de ahorrar. “Hay que tener mucha fortaleza espiritual para permanecer tanto tiempo embarcada. Estuve nueve meses navegando. Cuando terminó el contrato me guardé la plata y me cosí los bolsillos, no quería que me volviese a suceder algo como el corralito. Obstinada como soy, volví a Londres intentando mi revancha para poder trabajar allí”.
En ese momento, se encontró con Norma Aleandro, que había ido a hacer teatro a Madrid. Allí fue cuando la legendaria actriz le recriminó: “¿Por qué te la pasás viajando? Mostrá tu talento en nuestro país”. “Tenía razón. En Europa, en soledad, me pregunté por qué insistía con probarme en el exterior. Me decía: ‘El Maipo está en Buenos Aires, mis amigos músicos, actores y productores están allá´. Eso fue decisivo”.
Aquel cuestionamiento de Aleandro no fue en vano. Luego de aquella cena, aunque Gandolfo continuó viviendo un tiempo más en el exterior, se permitió regresar y mostrar su arte en recordados espectáculos como La maestra serial, un profundo texto de Gonzalo Demaría que, desde su estreno en 2013, estuvo en cartel varias temporadas.
Personaje recordado
Gandolfo también transitó los sets televisivos. Acontecieron varias participaciones pequeñas, incluido un papel en Esperanza mía, la tira protagonizada por Lali Espósito, hasta que formó parte de Soy Luna, interpretando a una recordada villana llamada Sharon Benson. “La televisión no me parecía muy atractiva, me resultaba esclavizante, hasta que me tocó hacer ese papel con continuidad”.
-Una composición con gran repercusión.
-Me sorprende como chicas de 15 o 16 años me paran por la calle y me llaman por el nombre de Sharon Benson. Me cuentan que eran niñas cuando veían el programa. Fue muy lindo hacerlo y me terminó pareciendo fascinante el mundo de la televisión.
También pinta. Comenzó haciéndolo en los cruceros como terapia. Su departamento, sobre la calle Corrientes, está poblado de muchas de sus pinturas. La atmósfera de su casa comulga con los teatros vecinos.
Lucila Gandolfo fue y es fiel a sus propios tiempos. A los 35 años se embarcó por primera vez para cantar en los océanos y a los 42 fue madre primeriza. Construyó su vida y su carrera pivoteando entre el deseo, la obstinación y desafiando las puertas que no se abrían de primera mano. Y escuchando a Julie Andrews, su faro, la diva del cine que a los 10 años les cantaba a las tropas británicas durante la Segunda Guerra Mundial, la que le marcó el camino a la artista de Acassuso y la que le atendió el portero eléctrico en Nueva York.
Pero, Lucila Gandolfo es la protagonista de su propia película. “Nada sucede solo, hay que ir a buscarlo. ¿Por qué a mí no me va a pasar algo bueno?”.
Para agendar
Una película sin Julie. Sala: Teatro Maipo (Esmeralda 443). Funciones: sábados a las 20 (el 8 de noviembre se ofrecerá una versión en inglés).
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