Con agenda completa, el actor se luce en el unipersonal Muerde, dirige una obra que se desarrolla en una pileta y se prepara para el estreno de dos películas que lo tienen como protagonista
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Actúa y dirige. Y lo hace a partir de los más diversos géneros y poéticas, tanto en el formato audiovisual como sobre la escena teatral. A Luciano Cáceres, de él se trata, la ficción televisiva lo convirtió en una cara familiar para el público, pero, lejos de pernoctar en ese estadío, siempre se sumergió en varias propuestas en simultáneo que le permitieran desplegarse artísticamente.
Es el actor que se formó de la mano de maestros como Alejandra Boero y también el que reniega de “cierto ruido exterior en torno a mi vida”. Cuando el ronroneo sobre su privacidad comienza a escucharse en los medios, trata de dar un paso al costado. Aunque algo pensará en voz alta en torno a esas cuestiones en la extensa charla con LA NACION.
Descendiente de un amor prohibido, con una hermana que no sabe de su existencia, una hija que le permite paternar con vocación, y una novia, otrora su profesora de yoga. Completo el universo de este hombre que jugaba de niño en un cementerio y llevába cadáveres a la escuela.
-¿Hablamos sobre todo eso?
-Agenda abierta.
En el plano artístico, es de los que al poner el cuerpo, buscan imprimirle un modo propio a cada personaje. “Me gusta transformarme”, confiesa, mientras apura el café en el bar del Bajo Belgrano. Su buen estado físico le permite esa ductilidad que lo llevó de moverse casi como un arlequín de Carlo Goldoni en la comedia El beso -pieza de Nelson Valente, con la que realizó una gira durante todo el año-, a una suerte de “animalización” propia de Ramón del Valle Inclán en el monólogo Muerde, escrito y dirigido por Francisco Lumerman, que ocupa su hoy. Se mueve cómodo, dúctil, aunque afirma que “me cuido, pero, para el deporte soy poco constante”.
Su presente es bien enérgico. Mientras continúa con las funciones de su unipersonal, codirige, junto con Fernanda Ribeiz, la obra Subactuática, material site specific rubricado por Melina Pogorelsky, que se representa en una pileta de natación.
Además, en el ámbito cinematográfico, acaba de terminar de rodar en Uruguay El susurro, película dirigida por Gustavo Hernández, y se prepara para el estreno de Adiós Madrid, film de Diego Corsini que se estrenará en cines el 17 de enero. “Tengo entre manos algunos proyectos propios de teatro que no puedo contar”, argumenta enigmático.
Luciano, “el distinto”
-¿Por qué elegiste hacer Muerde?
-Hace mucho que con Francisco Lumerman teníamos ganas de hacer algo juntos. En lo personal, quería contar la historia de un “hombre bueno”, pero entendiendo que el punto de vista te puede hacer cambiar la mirada sobre una persona.
Cáceres argumenta que la historia de este unipersonal emergió a partir de una noticia policial que daba cuenta del accionar de treinta personas que mataron a golpes a un joven que había robado un celular. “Conociendo el pasado de la gente, podés entender su accionar”.
El actor enumera la historia de René, el personaje que le toca interpretar: “Su madre lo abandonó al nacer; a los diez años, su padre lo dejó en un taller de carpintería de ataúdes y ahí queda suspendido intelectualmente a pesar de crecer y convertirse en hombre”. Con todo, también entiende que “el pueblo es muy solidario y reacciona ante un caso así”.
-Sin embargo…
-Cada vez somos más individualistas en torno a lo que nos ocurre, y existe un gran miedo a lo diferente.
Está claro que René, su personaje, es uno de esos invisibilizados por las mayorías. “Es la cadena de la supervivencia animal, siempre hay uno más débil. En cada lugar donde nos presentamos en gira, la gente nos mencionaba a un ´loquito del pueblo´ que se parecía al personaje”.
-Existe la conmiseración, pero también la otredad ejercida en el distanciamiento con el “distinto”.
-Muchas veces uno se siente diferente, raro, por no cuajar en algún ámbito y sufrir bullying.
-¿Te sucedió?
-Me hacía muy feliz estudiar para ser actor, pero, a mis diez años, como me gustaba eso y no jugaba a la pelota, era el raro del colegio. ¿Qué les sucede a los latinoamericanos en otros países? Hay discriminación por los acentos, por la tez de la piel.
-¿Cómo superabas esa discriminación escolar?
-Estudiaba teatro en Andamio 90 (el espacio creado por Alejandra Boero), tenía mi grupo de pertenencia y era feliz. Aún hoy tengo esa pasión intacta, incluso, me sigo poniendo nervioso antes de subirme a un escenario.
-¿Siguen los nervios?
-Claro, es el mismo cagaz… que tenía la primera vez que salí a escena, algo que agradezco, porque quiere decir que la llama sigue encendida.
-Alfredo Alcón sufrió enfrentar a los espectadores hasta su última función.
-Un grande, el más grande.
-Trabajaron juntos.
-Me tocó hacer con él La muerte de un viajante.
-Te has dado unos cuantos gustos teatrales.
-Compartir el escenario con Alfredo Alcón y con Leonor Manso fue de lo mejor que me sucedió. Aprendí tanto de ellos.
-Es complejo resumir el aprendizaje, pero ¿hay algo puntual que te hayan legado?
-Lo primero que me dejaron es la importancia del trabajo en equipo. Siendo dos grandes, sabían que solos no hacían nada. Eran exigentes, generosos y mantenían el humor laburando con el resto. Dos gigantes a los que he visto vulnerables.
-¿Vulnerables?
-Sí, vulnerables en el proceso creativo, donde no sabían cómo iban a resolver. Compartían esa inseguridad, te abrían el juego y eso los hacía más enormes. Se metían en el barro cuando podrían ya no arriesgar más nada; Leonor lo sigue haciendo.
-No siempre sucede.
-Con algunas figuras me ha pasado que ponían por delante de todo su status o su cartel.
Entre Subacuática y la propia historia
Arneses y hasta dispositivos de flotación, Luciano Cáceres y el equipo de Subacuática probaron todo buscando imprimirle realismo a la puesta, pero nada los terminaba de convencer del todo, hasta que recordó una pileta ubicada en San Telmo, cerca del Bajo porteño. En esa sede de Caras y Caretas se llevó a cabo la experiencia. “Estamos viendo la posibilidad de volver, pero la logística no es fácil, tenemos que contar hasta con guardavidas”.
Subacuática está protagonizada por Juan Gil Navarro, Ariadna Asturzzi, Maricel Santin y Carolina Vilar. “Es la historia de un viudo que lleva a su hijo a natación y al que se le aparece quien fuera su esposa de manera subacuática, aunque, paralelamente, comienza a conocer a una madre soltera que acompaña a su hijo a esa misma pileta. Es la historia de dos rotos, una historia de sanación que no es autocompasiva”.
-Siguiendo la descripción que hacés de los personajes de Subacuática, alguna vez, ¿te has sentido “roto”?
-Sí, claro, somos una generación rota.
-¿Por qué?
-Recién en 1983 me sacaron el documento, hasta ese año solo contaba con partida de nacimiento. Mis padres fueron super amorosos, pero pertenecían a una generación combativa. ¿Conocés mi historia?
-Sí.
El actor asiente, pero, de todos modos, decide contar, casi como un modo de reafirmación, ese pasado propio. Aquellas trizas que se fueron uniendo como un rompecabezas nada sencillo de completar. “Mi mamá estaba casada con un ingeniero y mi papá, con la mamá de mi hermano más grande”.
-Pero se encontraron.
-Mi “viejo” dormía en un escenario cuando mi mamá pasó de casualidad por allí.
Su padre pernoctaba en el teatro donde despuntaba su vocación de actor y gestor, mientras se ganaba su salario como empleado de la municipalidad porteña. Allí también trabajaba esa mujer con la que se topó y de la que no se pudo separar más: “Fruto de ese amor prohibido fui concebido yo, literalmente sobre un escenario. Esto, que parece muy romántico y hermoso, lastimó a mucha gente. Las familias de esas dos parejas se enojaron mucho con mis padres, quienes quedaron muy solos”.
-Una relación no validada.
-Mi papá le llevaba 20 años a mi “vieja”, era un amor muy prohibido, al menos comenzó así. Luego tuvieron tres hijos más y estuvieron juntos hasta que mi madre murió. A pesar de las contras, fue un amor muy hermoso.
-¿Lograron cicatrizar las heridas con sus respectivas familias?
-Fue un arduo trabajo, de mucho tiempo. Durante años, no conocí a ningún familiar, había mucha soledad.
Su padre se llamaba Ernesto Cáceres y fue quien le sembró su vocación fundamental: “A veces veo en el canal Volver algunas películas que hizo”. Cuestiones del destino, Luciano Cáceres filmó Operación México, una película en torno a la figura del integrante de la agrupación Montoneros Tucho Valenzuela, a quien, curiosamente, su padre cobijó en el teatro donde vivía en Buenos Aires.
“La gente que mi ‘viejo’ guardaba en los camarines para proteger, cuando se hacían las funciones se convertía en público, por eso las salas estaban siempre llenas”.
-¿En qué espacio militaba tu padre?
-Pertenecía a la resistencia peronista, por eso, con la caída de Perón, se tuvo que ir del país y se instaló en Venezuela.
-¿Adherís a alguna agrupación?
-No, mis ideas son más de izquierda, pero no tengo lo activista incorporado. Es muy difícil pensar la política acá. Siempre digo que un dirigente político debería ser como un buen director de teatro, ir detrás de un objetivo común; pero siento que los dirigentes crean un camino para beneficio propio. Según el caso, en ese camino entra más o menos gente.
Fraternal
-¿Es cierto que tenés una hermana a quien no conocés?
-Sí. Mi papá había estado con una chica, quien le ocultó a mi viejo que habían tenido una hija. Antes de morir, él me confesó que esa beba había nacido en Venezuela.
-¿La buscaste?
-La intenté rastrear, parece ser que fue actriz.
-¿Ella jamás se comunicó con vos?
-No, porque no sabe esta situación.
-Es decir que ella, dado que vos sos una figura pública, puede conocerte, pero no sabe que sos su hermano.
-Exacto, no sabe que es hija de mi papá, se habrá criado con otro papá o sola con su madre. Ahora debe tener más de 60 años.
Camposanto
Fue acomodador, vendió boletos, barrio y actuó, todo junto. Esa magia sigue siendo parte suya. Su maestra Alejandra Boero le marcó ese rumbo. “Empecé a los nueve años y ella era como una abuela infranqueable que buscaba en los suyos entrega y pasión”.
-¿Era muy exigente?
-Una vez me preguntó cuánto hacía que estudiaba en Andamio 90. Cuando le respondí que hacía siete años que había entrado me dijo “siete años y no aprendiste nada”.
-Bravísima.
-Te exigía mucho, pero, por otro lado, llegaba el mimo, el halago y te daba oportunidades.
Siguiendo el ejemplo de su maestra gestora, puso un teatro en Flores, en la calle Quintino Bocayuva, y a la sala la bautizó con los nombres de Alejandra Boero y Pedro Asquini, fundadores de Nuevo Teatro. “Dormí siete años en la cabina de luces y, durante el día, trabajaba de cartero y en un kiosco”. Hizo de todo.
-¿Cómo llegaste a Andamio 90?
-A los nueve años Alejandra Boero me tomó la entrevista para entrar y me terminó becando, porque, en mi casa, no hubiesen podido pagar los estudios de teatro.
-¿Dónde te criaste?
-En el Bajo Flores, entre el cementerio y el hospital Piñero, entre la posibilidad de la vida y de la muerte.
Menciona aquella barriada y no puede ocultar la emoción nostálgica de ese pasado que lo conformó: “Con mis amigos jugábamos en el cementerio, todos teníamos miedo, pero ninguno lo demostraba”.
-¿Los hombres no lloran?
-Recuerdo que teníamos diez años cuando caímos en un área del cementerio que tenía que ver con Ciencias Naturales.
-¿Cómo es eso?
-Nos metimos en un cuartito, que era el lugar donde les vendían partes de cuerpos a los que estudiaban medicina, y, con lo que encontramos, armamos un esqueleto y lo llevamos a la escuela en una bolsa de supermercado. La maestra de quinto grado se puso a los gritos, “esto tiene carne y pelos”, no lo podía creer.
Tiene calle. Una especie de bohemio y “reo” de empedrado mixturado con el intelectual y el chico de aspecto cool.
Público y privado
-Hace un momento hablabas sobre el “ruido exterior”. ¿Qué ideario crea la fama?
-Muchos creen que uno vive en una mansión y eso no es real.
-¿Cómo manejás la difusión inevitable de algunos temas personales?
-La vida privada es privada y yo decido qué abrir y de qué manera hacerlo. No tengo la habilidad que tienen otros colegas de poder sacarle rédito a la vida personal y conseguir dinero o algo así. No negocio con eso.
-¿Te molesta que se hable sobre cuestiones como el vínculo con tu expareja?
-Ya no tanto, pero hubo un tiempo donde me incomodaba mucho la mentira, la injusticia. De todos modos, la gente me conoce por las cosas que hice. Cuando alguien me para, me habla de los laburos realizado, no sobre mis temas privados.
-¿Te incomoda el rótulo “famoso”?
-Siento que no es nada, decime “actor”. “Famoso” no es un rótulo, porque también pueden serlo un asesino, un dictador o un participante de Gran Hermano.
-Hablemos sobre tu hija Amelia.
-Es lo más.
-Es mi vida entera. Es un ser inteligente y emocional, te saca la ficha. Es muy comprometida, defensora de las causas nobles, amiga de sus amigos, muy hija de sus padres, cuidadora del hogar y de la intimidad. Y, sobre todo, una artista descomunal. Va a una secundario donde le dan cuatro horas de danza por día, a su vez, afuera del colegio estudia danza y tres veces por semana teatro musical, canto, baile y actuación. No tengo la crisis de tener una hija adolescente.
-¿Vive mucho con vos?
-Mitad y mitad, pero su colegio queda a una cuadra de mi casa, que es un gran lugar de pertenencia. Su casa es mi casa. Desde que entrás, la casa está intervenida por Amelia. Me gusta pasar tiempo con ella, nos elegimos.
-¿Tendrías más hijos?
-Sí, claro que sí, es un buen plan la paternidad.
-Fue una gran foto la de los 15 años donde Amelia posó con vos y con Gloria Carrá, su mamá, a pesar de las diferencias entre ustedes.
-Con respecto a Amelia no hay ninguna diferencia, es la prioridad absoluta.
Luciano y su hija rodaron juntos el film El desarmadero, una gran aventura compartida: “Tiene muy claro el oficio, tiene incorporado cómo se hace de tanto ir con la mamá o conmigo a las grabaciones”.
Luciano Cáceres es el hombre de los ojos ¿celestes? ¿verdes? grandes, penetrantes, quien, durante la pandemia, practicó yoga de manera virtual, pero eso no fue traba para interesarse en su profesora. Se enamoraron y hoy conforman una pareja “con cama afuera”.
-¿Cuánto hace que están juntos?
-Cuatro años. Belén se lleva muy bien con Amelia, será porque alguien que se dedica al yoga es una persona sana y ella lo es, vive coherente a lo que hace.
A pesar de lo vocacional de su trabajo, Cáceres entiende que, como padre, le surgen algunas dudas que, de todos modos, no logran modificarle el rumbo: “La pasión manda más, aunque, en nuestro país, donde todo cuesta tanto, a los 47 años me pregunto por qué no hago algo más normal, ganando un sueldo fijo, porque la incertidumbre siempre está”.
Para agendar
Muerde, desde el 30 de enero en el Teatro Metropolitan (Avenida Corrientes 1343), y gira en la Costa Atlántica y Punta del Este.
Temas
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