Los siete gatos de una vida: una fiesta de resurrección
Cuerpos en estado frenético e íntimo, a la vez, en una gran propuesta de Catalina Briski
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★★★★ Idea y dirección: Catalina Briski. Intérpretes: Angela Babuin, Mariela Bonilla, Agathe Cipres, Carolina García Ugrin, Tomas Melillo, Lis Tejon, Casandra Velázquez, Frida Jazmín Vigliecca, Alejo Hugo Enrique Wilkinson Hassler. Vestuario: Cristina Tavano, Pepe Ventura. Iluminación: Adrián Ruiz. Sala: Teatro del Perro, Bonpland 800. Funciones: Sábados, a las 21. Duración: 55 minutos.
Tadeusz Kantor, uno de los principales directores teatrales del siglo XX, afirmaba que el concepto de vida no puede reintroducirse en el arte más que por la ausencia de vida en el sentido convencional. Sus actores se movían como aparentes autómatas guiados por fuerzas invisibles y daban así la sensación de ser seres idénticos a los espectadores pero, a su vez, infinitamente extraños, como si hubiesen atravesado una barrera que al resto de los mortales les está vedada. Algo así pasa en Los siete gatos de una vida, de Catalina Briski.
En sentido estricto, la obra empieza en la calle. Antes de entrar a la sala, que es bellísima, se pasa por un músico con una máscara que está tocando la guitarra. Una vez dentro, veremos a siete actores-bailarines, cada uno con una propuesta distintiva en el cuerpo. Toman un espacio apenas poblado por una mesa, unas sillas y un piano con ruedas. El vestuario remite a un funeral sin que la obra tenga que aclararnos nada. Las palabras aquí son siempre un excedente, es la propuesta física de la que surgen los sonidos guturales y propios de cada uno de los actores lo que transporta a la platea.
La forma coreográfica aquí no busca la ilusión de lo ingrávido ni poner el acento en el virtuosismo, que existe. El foco está en el desgaste y la entrega de los intérpretes, una selección de personas muy diversas en pesos y tamaños, pero unidas en la intensidad, en los focos encendidos que proponen. El cuerpo, tantas veces reprimido y vedado a lo largo de la historia y a lo largo del confinamiento reciente, es aquí la zona de celebración de la vida. La retórica de la pieza busca por momentos el exceso, un caos gozoso que luego da espacio a un orden, un intérprete que pasa su propuesta a otro que la hace crecer, del funeral a la fiesta, de lo externo a lo interno, un ir y venir de a ratos frenético y por momentos íntimo que recuerda a la platea la potencialidad que se guarda dentro de cada uno de nosotros. Los siete gatos de una vida es una danza y un teatro que no necesita conocimientos previos para disfrutarse. Es una fiesta de resurrección a la que estamos invitados.
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