Cuando llegó a Buenos Aires después de estudiar Publicidad en Córdoba y de probarse en una agencia de la Ciudad México, Ignacio Sánchez Mestre tenía una crisis vocacional profunda y pocas certezas sobre su futuro. "Me deprimía poner tanta energía en vender cosas", recuerda en un café de Almagro, una década y pico más tarde. Las dudas se fueron disipando a partir de una revelación: en algún momento, decidió que iba a dedicarse de lleno al teatro. Entonces se fue a anotar a los talleres de actuación de Gabriela Izcovich y de Nora Moseinco; ella, gurú de unos cuantos artistas de la generación de Ignacio, fue la que le dijo que tenía que probar con la escritura y marcó el camino que lo trajo hasta acá.
"Acá" significa, entre otras cosas, en menos de una década haberse construido un nombre como dramaturgo y director que le posibilitó la entrada al circuito oficial (primero el Teatro Cervantes, ahora el Sarmiento) después de forjar en el off un estilo propio, un mundo poético en el que suelen trenzarse los sucesos de orden real y los acontecimientos extraordinarios. "La idea de probar con universos más fantásticos apareció después de Demo, mi segunda obra. Antes de sentarme a escribir suelo ponerme una regla, con la premisa de romper con algo de mi trabajo anterior", cuenta Ignacio. "Y como Demo era más bien realista y lo que más me gustaba era la parte en que se cuenta un sueño, decidí insistir por ahí cuando escribí Lunes abierto. Los sueños tienen un sistema de ficción que a mí me interesa, que me sirve para escribir", explica. En ese vínculo mágico que se forjaba entre el oso compuesto por Iair Said y los personajes que interpretaban Juan Barberini y Violeta Urtizberea en Despierto, los saltos temporales de la peluquería que visitaba Leónidas (Martín Piroyansky) en Lunes abierto y en los amigos imaginarios que visitaban a Mirta Busnelli en La savia se pueden encontrar algunos de esos gestos nucleares del universo de Sánchez Mestre. La pregunta que guía sus historias, casi siempre, parece ser: ¿esto está pasando de verdad o alguien se lo está imaginando?
Justo antes de escribir Para partir –su última puesta, que puede verse hasta fin de mes en el Sarmiento– Ignacio se había obsesionado con la idea del suicidio. Ese fue el disparador del texto, el tema en el que le interesaba ahondar porque, como él mismo dice, "a veces cuesta entender la muerte, y la de alguien que elige morirse, mucho más". Pero Para partir terminó siendo, mucho más que la historia de un hombre que se mata, la de sus seres queridos –una serie de personajes medio rotos– que van a despedirlo en la pequeña casa de la costa que él utilizaba como refugio. Por eso, su obra puede leerse como la heredera de una tradición del teatro argentino (las siempre presentes familias disfuncionales) y, de cierta forma, como un aporte generacional a este tema tan transcurrido en una época en la que todos estamos repensando las formas que adquieren nuestros vínculos. No casualmente, llegando a la mitad de Para partir aparece Lisa, una adolescente que trae la voz del futuro. Lisa mira desde afuera el engranaje que conforman la ex mujer, la hermana y los hijos (las legítimas, el medio hermano "bastardo") y concluye que es "un bajón no soportar a alguien y tener que verlo igual, sólo porque es familia".
No es la primera vez que Ignacio hace teatro como una excusa para hacerse preguntas sobre los vínculos, aunque siempre vaya cambiando a los protagonistas y el punto de vista. Si en La savia llevó a escena el universo de una (¿su?) madre, acá el protagonista es el padre, que brilla por su reciente ausencia y digita todos los comportamientos de sus familiares y amigos que se juntan para organizar el velorio. Y, una vez más, decidió armar elenco con muchos exalumnos de Moseinco por la fuerza del lenguaje en común y el placer de trabajar con los amigos, aunque también sumó actores provenientes de otras escuelas. "Con la parte más joven del elenco de Para partir tenemos una forma muy parecida de encarar la actuación. Y los grandes (Luciano Suardi, Mara Bestelli, Mónica Raiola) tienen otras trayectorias, no entienden desde dónde abordamos nosotros el trabajo y nosotros no entendemos tampoco del todo cómo trabajan ellos: la incomprensión es medio mutua", se ríe. ¿La clave para navegar un barco con marineros de tan distintas procedencias? "Durante los ensayos me recuerdo diciendo mucho ‘vos confiá, que la escena ya va a aparecer’". Y la obra apareció, con la prepotencia y la frescura de los sueños.