Los Luppi, familia de actores: Gustavo, Juan y la herencia de Federico
La sola mención del apellido es toda una referencia. Pero en el caso de Gustavo y Juan Luppi, esa marca de identidad tuvo además correlato en una vocación artística que cada uno fue descubriendo por sí mismo. Y que un momento dado los llevó, como al recordado Federico Luppi , por el camino de la actuación. Una coincidencia que no fue calculada. "Se dio así", aseguran Gustavo y Juan, embarcados en la experiencia de subirse juntos a un escenario por primera vez. Los viernes presentan Hombres y ratones, de John Steinbeck, obra surgida de una novela del propio autor, que a 80 años de su estreno en Estados Unidos y luego de su reposición en Broadway (2014) protagonizada por James Franco, llegó a Buenos Aires, en una versión de Lisandro Fiks.
Gustavo, hijo de Federico Luppi y padre de Juan, arrancó su carrera en la adolescencia. Un rol en Los gauchos judíos marcó su debut en el cine, donde también se lo pudo ver en títulos como Rosa de lejos, Amigomío y Rosarigasinos. Incursionó asimismo en teatro –Peer Gynt y Yepetto, entre otras piezas–. Pero fue en la televisión donde desarrolló gran parte de su trayectoria, primero como actor (Es tuya... Juan, ¡Grande pa!, Hombres de ley, Regalo del cielo), y luego, desde la dirección, en éxitos como El precio del poder, Verano del 98, Lalola y Golpe al corazón.
A los 59 años, y a 26 del último trabajo en teatro (Extrañas figuras, con Leonor Manso), una propuesta de su hijo Juan devuelve a un escenario a Gustavo Luppi, ahora en el doble rol de codirector –con Lisandro Fiks– e integrante del elenco de Hombres y ratones, la historia de dos peones golondrinas al borde de la indigencia, que consiguen trabajo en una estancia pampeana. "Yo le pedí a Gustavo que dirija. Tenía muchas ganas de trabajar con él", admite Juan, de 19 años, quien comenzó el camino de la actuación cuando vivía en España, interpretando al "argentinito" en Los Serrano, un éxito de la cadena Telecinco.
"Para mí éste es el grupo ideal. Por un lado trabajar con mi papá. Por otro, con Lisandro Fiks, con Christian Álvarez, con quienes ya hicimos teatro independiente –incluso en España–, y con Ramiro Méndez Roy, con quien desde hace tiempo veníamos con ganas de subirnos juntos a un escenario. Y, además, compartimos la producción ejecutiva de la obra, en la que también actúa Sandra Criolani", sostiene Juan, cuyo currículum artístico en Argentina incluye participaciones en una ópera de cámara en el Teatro Colón, en la ficción El elegido, en la serie Círculos, y en Golpe al corazón, la telenovela con Eleonora Wexler.
Inicialmente Gustavo Luppi sólo iba a dirigir. Pero al final asumió también el rol de Ordoñez, un antiguo capataz de estancia. "Hicimos unos ensayos de prueba, con la consigna de que si no les gustaba, yo no hacía el papel. Y resultó bien. Nos sentimos cómodos. Creo que todo esto, en mi caso, tiene que ver con un devenir particular. Hace dos o tres años que empecé con un cambio de perspectivas de la vida y querer probar otras cosas. De hecho, voy a dirigir una película", comenta Gustavo Luppi, abocado a la preproducción de El pato de la boda, coproducción argentino-española en la que Juan hará un personaje.
–¿Ese cambio de perspectivas implica un replanteo de tu vida?
Gustavo: –Diría que es un período de búsquedas nuevas. Aquello que venía haciendo, medio me había cansado. Cuando hacés una telenovela estás el ochenta por ciento ocupado en problemas que no tienen que ver con tu oficio. Y tenía necesidad de volver a mi oficio, a aquello por lo cual me hice actor, director. No tenía ganas de ocuparme de cosas que no hacen a lo que yo quería dirigir. A mí me gusta conectar al actor con la escena. Y no ser psicólogo de una persona que tiene tantos problemas como yo. Es un proceso interno, cada vez me constaba más conformarme o adaptarme a ese tipo de cosas. No estoy diciendo "no lo vuelvo a hacer". Seguramente volvería. Porque me gusta hacer telenovelas. Pero llegó un momento que necesité un cambio.
–¿Llegaste al punto de saturación?
Gustavo: –Es necesidad de experimentar otra cosa. Y esto de hacer teatro independiente y hacer cine, te une más a algo. Tenés más tiempo. No es que por eso el resultado va a ser mejor. Pero es otro el proceso de llegar a lo que querés llegar, el proceso de investigar. Lidiás con otros problemas de la creación, más reales. Y entonces me hace bien. Es otra etapa de mi vida, donde estoy más grande, con más ganas de hacer cosas, de disfrute, y con menos expectativas.
–¿Las expectativas en todo caso son más reales?
Gustavo: –Sí. Lidiás con la realidad de una manera más relajada y feliz. Hay lo que hay y se hace lo mejor que se puede. Y nadie me va a elevar o a hundir por lo que hago. Entrego todo lo que tengo. A veces alcanza y a veces no, pero no pasa nada. Con Juan nunca habíamos trabajado juntos. Y está bueno poder hacerlo. Entre otras cosas, me permitió ver cómo es el teatro independiente ahora, cómo viven ellos el trabajo del actor, el proceso de hacer teatro. Y descubrí que son mucho más libres, para pensar, para imaginar, para hacer.
–Juan, ¿a vos qué te reveló el trabajo con tu padre?
Juan: –Por un lado es hermoso. Y por otro, es difícil. Es hermoso poder tenerlo cerca en algo que me gusta tanto y que compartimos, como la profesión y el teatro. A pesar de haber tenido un vínculo muy cálido y estrecho toda la vida, trabajando hay algo de conocernos más. Y por otro lado, también ha sido difícil. Porque con un director, con un compañero de trabajo e incluso con un amigo, tener que ponerse de acuerdo para trabajar o limar asperezas es algo a lo que uno está acostumbrado. Que sea con mi padre lo complejiza un poco más. Porque a veces es difícil separar. Pero lo vivo como algo muy positivo.
–¿Hasta qué punto influyó en ustedes ser descendientes de Federico Luppi? ¿Se consideran una familia de actores?
Gustavo: –Nunca lo viví como una familia de actores. Porque yo me sentí libre de elegir lo que quise hacer. Mi hermana (Marcela) también. Y lo mismo mis hijos. Juan eligió por su cuenta la actuación. El hermano es bailarín clásico en el Teatro Colón. Mi hija, de un segundo matrimonio, fue por el lado de la literatura. Tiene que ver con los genes o con la mitología familiar, no lo sé. Pero no hubo una voluntad de imponerlo. Se fue dando así en cada uno.
–¿Hay algo de Federico en ustedes, alguna herencia?
Gustavo: –Lo que me llama la atención, que yo no le diría herencia, es esto que tiene que ver con los genes. De pronto lo veo a Juan y tiene gestos de Federico. Su manera de expresar determinadas cosas en escena, es un calco de Federico. Y después, la herencia, cada uno tiene pasión por lo que hace y lo vive a su manera. Son distintos tiempos. Por ahí a Federico le resultó más difícil elegir lo que eligió, porque venía del campo, de una constelación familiar totalmente distinta. Nosotros crecimos con las películas, con las obras de teatro. La primera vez que entré a un teatro ingresé por los camarines. Fue a los ocho años, cuando mi viejo estaba haciendo una obra con el Clan Stivel. Y recién al mes y medio conocí la platea. Mis hijos también, de chicos venían al set donde yo grababa. De hecho Juan hizo un primer bolo en Verano del 98. Antonio lo mismo, filmábamos Rosarigasinos y en una escena de un baile lo vistieron e ingresó. Tendría 9 años. El tío de ellos, Boy Olmi, es actor. La madre, artista plástica. El otro abuelo, por parte de Boy Olmi, era showman. O sea, en la familia se acumuló todo eso.
–Con Federico trabajaste sobre todo en televisión.
Gustavo: –Sí, hace muchos años, en un unitario que hacían él y Norma Aleandro, en Canal 11. Después, en Cuenteros y también en Hombres de ley. Pero en teatro, nunca. Juan, sí.
Juan: –Fue en una de las últimas obras que hizo Federico, La noche del ángel. Fue muy lindo trabajar con él. Aprendí algunos truquitos de actor. Dirigía él, y fue lo más lindo del proceso de la obra.
–En tu caso Juan, ¿la herencia pesa?
Juan: –Pesar, no pesa. Pero en algunos momentos incomoda. Muchas veces, cuando hacen referencia a que soy el nieto de Federico, surge algún pensamiento no del todo exacto. Si soy tan buen actor como él o si la tuve más fácil para trabajar o más difícil. Son proyecciones que yo no viví.
Gustavo: -En ese aspecto no la vivió tanto, primero porque estuvo varios años en España. Y segundo porque cuando Juan empezó a trabajar, si bien Federico hacía cine y era un actor conocido, ya no estaba tanto en el día a día como en los 80, cuando empecé a trabajar yo, que Federico hacía cine, teatro, televisión y entonces estaba más presente en el inconsciente colectivo. En ese sentido por ahí me fue más pesado a mí que a Juan. Cada vez que alguien me hablaba, yo no sabía si la pelota era para mí o para mi viejo. Tanto el halago como la crítica. Mis hijos tuvieron la posibilidad de librarse de eso. De todos modos, no lo sentimos como una carga.
Hombres y ratones, de John Steinbeck. Los viernes, a las 23, en El Portón de Sánchez, Sánchez de Bustamante 1034.
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