Los fanáticos del terror ahora también se asustan con obras teatrales y performances
Dos obras teatrales y dos ciclos performáticos son solo algunas de las opciones que muestran que el teatro y los actores le perdieron el miedo al género del horror en vivo
Adivina, adivinador, ¿cuál es el colmo del teatro de terror, ese bicho raro del universo teatrero que cada tanto se sube a escena con el anhelo de asustar a sus espectadores? El colmo, señoras y señores fanáticos del horror, es que a sus propios hacedores les da miedo crearlo. Y, a decir verdad, no es ninguna novedad, ni siquiera una rareza local: a lo largo y a lo ancho del mundo, el terror se ha convertido en un género esquivo para el lenguaje teatral, tan paralizante para autores y directores que son extrañas excepciones las que terminan ganándose un lugar en la programación de los teatros. El mayor temor de los artistas -que se cuela quizás inconscientemente entre sus palabras- es que se trata de un género cuya efectividad reposa en una arquitectura tan perfecta como desconocida, territorio enigmático de los miedos humanos, a la vez universales, subjetivos e indescifrables. Pero si es cierto ese imperativo que dice que a los miedos hay que vencerlos, qué mejor modo de hacerlo que adentrándose en obras y espacios de Buenos Aires que ofrecen teatro de terror y abriendo el debate, entre sus hacedores, para intentar echar algo de luz en esta extrañeza tan aterradora.
Aunque el miedo existe desde que el hombre es hombre y el terror -como género moderno- comenzó a transitarse ya desde mediados del siglo XVIII, la experiencia actual del miedo no es la misma de aquel seguidor precursor que compraba folletines con historias de vampiros o se horrorizaba durante una función del icónico Grand Guignol, el templo del teatro del horror que tuvo París entre 1897 y 1962. El fanático de nuestros tiempos está acostumbrado a un hiperrealismo del terror que solo la tecnología del cine y las series parecerían poder ofrecerle. Ya no son los tiempos en los que brillaba Narciso Ibáñez Menta, el maestro del terror que asustó a generaciones de argentinos con sus protagónicos televisivos o sus puestas teatrales de Dr. Jekyll y Mr. Hyde, El fantasma de la Ópera o El jorobado de Notre Dame, allá por los años 30, cuando era Narcisín.
"Es muy difícil hacer terror en teatro: todo está ocurriendo delante del público. Es muy complejo conseguir que el espectador sienta miedo respecto de lo que está pasando en escena. Nuestra obra es una pieza de ingeniería, una estructura de cajas chinas donde la realidad cambia todo el tiempo, y ese desconcierto constante logra que el público se involucre. Es una pieza muy realista y eso colabora, pero tener en teatro un espectáculo cuyo realismo se acerca al del cine es algo que solo un maestro como Ira Levin puede lograr", destaca la actriz Esther Goris, que acaba de estrenar La habitación de Verónica, junto a un elenco que completan Florencia Otero, Horacio Roca y Adrián Lázare. La pieza del célebre escritor norteamericano, que puede verse en el Picadilly los martes, a las 21, y cuenta con producción de Feldman-Santa Cruz, acecha desde su sinopsis: una joven cena plácidamente cuando es abordada por una encantadora pareja de ancianos que se impresiona por su parecido con una mujer ya muerta. "No hay tanto terror en teatro porque la podés pifiar muy fácil -revela Virginia Magnago, directora de la puesta-. No creo que al público no le interese: tenemos espectadores para todo y que van al teatro aun en épocas de crisis. Creo que no se representa tanto porque hay una línea muy delgada que puede llevarte rápidamente hacia un grotesco. Lo que más miedo me daba era terminar en una caricatura. Tiene que ser todo impecable". La música, por caso, fue realizada especialmente por el prolífico compositor Martín Bianchedi, quien alguna vez hizo una brillante partitura incidental de Misery, de Stephen King, con Alicia Bruzzo y Rodolfo Bebán. "No quería que fuera la típica que te pega el susto, sino la que te va envolviendo: ese sonido de cajita musical, que parece que no da miedo, pero en realidad sí", dice Magnago.
El barrio de La Boca tiene su propia ceremonia de terror cada sábado, desde las 20. Se trata de La casa Ache, que va por su cuarta temporada en el Teatro Artebrin (Ministro Brin 741), escrita y dirigida por Fabiana Micheloud. La llegada de un grupo de amigos a un caserón abandonado da inicio a la obra, cuyo elenco integran Alexis Fleita, Florencia González, Cristian Karpiuk, Candela Rosendo, Néstor Rosendo y José Traina. Con pasajes de terror muy logrados en los que la arquitectura del horror funciona como un reloj, articulándose con iluminación y sonido (a cargo de Macarena Luz), la pieza consigue perturbar al espectador.
"Esta obra podría identificarse dentro del terror psicológico como esa escena donde se mueve el picaporte de una puerta y sentís que algo se te va a abalanzar. Hay ciertos códigos cinematográficos que intenté construir y fue complejo trasladar a un escenario: hay que respetar silencios, pausas, miradas, todos los indicios de lo que probablemente vaya a pasar... Y quizá finalmente no pase nada. Eso es lo tremendo que tiene el suspenso: estar todo el tiempo expectante", reflexiona Micheloud.
Quienes disfruten especialmente de la modalidad más íntima de experimentar el miedo también tienen su opción: como cada mes, este sábado podrán ser parte de La noche de los misterios, un espectáculo que promete "experiencias escalofriantemente inmersivas que te helarán la sangre" y se anuncia para mayores de 18 años. Es en La Galería del Asombro, el universo que creó y milita desde hace seis años Gerbernstein, hombre conocido en el rubro de lo paranormal y creador de la "Zombie Walk Argentina". "Mi intención es llevar a la vida real todo aquello que acostumbramos ver en el cine: es una nueva forma de hacer teatro y de hacer cine", explica este conocedor del terror, y recuerda que estas vacaciones de invierno su espacio ubicado en San Telmo ofrecerá propuestas especiales para que también niños y niñas se acerquen.
Así y todo, los amantes del género piden más. "Casi no tenemos oferta de espectáculos en vivo quienes somos fanáticos del terror y vivimos en Buenos Aires. Tenemos que descargar nuestro fanatismo por medio del cine o las series", protesta Pablo, sentado debajo de una enorme bola de cristal que habitualmente ilumina este boliche del barrio de Flores. Pero esta noche de domingo fue la excepción, incluso para el reclamo de este amante del horror: durante cinco horas, los adoradores del género que consagró tanto a Frankenstein como al muñeco Chucky disfrutan de la primera versión de Noches para no dormir, un espectáculo de los mismos organizadores del ciclo de conferencias Buenos Aires Paranormal junto a Heaven&Hell producciones. El contrato tácito con los más de 600 asistentes al evento es claro y todos lo respetan: entrar y salir de la ficción del terror todo el tiempo, pero todos a la vez. Casi como si lo hubieran ensayado de antemano, el silencio es ceremonioso al comenzar cada una de las tres performances sobre el escenario, mientras que hay lugar para relajarse, reírse y sacarse fotos con los villanos del horror durante los intervalos. Si durante los recreos la distensión permite desde convidarle un pancho a Freddy Krueger hasta ofrecerle el cuello a un zombi para una selfie de terror, todos los sentidos se activan sobre la escena cuando toma el micrófono Magnus Mefisto, famoso youtuber adorador del género que oficia de presentador.
Se encienden las alarmas del complejo, las torres iluminan en busca de sospechosos y se acercan los helicópteros. Así comienza la primera puesta del espectáculo, basada en el videojuego mundialmente conocido Resident Evil, y la parte más terrorífica, justamente, es la de mayor interacción con el público: repentinamente aparecen, en medio de los espectadores, personas infectadas a punto de convertirse en zombis, y allí nomás se desata la violenta persecución de los escuadrones policiales que los combaten en el juego. Noches para no dormir quiso explicitar esos matices del terror en su forma de representarlo y, por eso, a la teatralidad más inmersiva con que dio comienzo al espectáculo le siguió otra modalidad del miedo: la narración más clásica, tanto o más potente que lo interactivo, casi como una prueba de que la mente del espectador es un elemento tan importante como los demás que caracterizan al género. El relato detallado y envolvente del escritor Guillermo Barrantes, que cuenta la historia de La masacre de Texas, es casi tan significativo como su contrapartida coreográfica: un silencio atento y mancomunado que no se permite ni respirar. Hay algo allí, en el terror, que se sobrevive mejor estando juntos. "No miro mucho estas películas porque me asustan, pero me animé a venir porque acá iba a haber mucha gente", suelta una chica por allí. Y se arrima otra vez a ese fogón del terror que la abrigó, y que cada tanto se enciende, gracias a un grupo de valientes, en algún teatro de Buenos Aires.
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